Autor:
EVAGOM
Helena
era una mujer estupenda, segura de sí misma, casada felizmente con su marido,
pero había entrado en esa etapa que toda mujer llega, que necesitaba algo
externo para poder vivir, para sentirse viva y nada para una mujer como ella,
que sentirse deseada y codiciada por los hombres.
Su
vida transcurrida en la localidad de Alcalá de Henares, donde pese a ser ciudad
grande, también tenía los inconvenientes de un pueblo y las salidas de tono, no
podían ser excesivas, o mejor casi nulas, porque todo se sabría.
Se
había apuntado a la página de “Divernis”, con la consigna de no ceder ante
nadie, porque buscaba algo especial. Si lo conseguía, podría dar rienda suelta
a sus deseos; si no, no pasaba nada, seguiría buscando ya que, como había
mencionado antes estaba felizmente casada con su marido.
Puso
en su perfil, algo relativo a los masajes tántricos y yo, que llevaba algún
tiempo en esa página, ávido de algo nuevo, de algo diferente, lo vi y me decidí
a escribirle, y ver si podía conseguir su amistad, poder quedar con ella a
tomar un café y quien sabe que sucedería después.
Contactado
con ella, la remití varios correos, que le alegraban, mi forma de escribir y
mis palabras, la hicieron darme una oportunidad.
Decidimos,
tras varios mensajes, remitirla un relato, una historia inventada sobre cómo
podría haber sido su primera experiencia swinger.
Ese
relato, pese a haberla excitado algo, no fue mucho de su agrado, debido a que
ella, va más por el sexo tántrico, del que yo, aunque antiguo en esas lides,
estoy bastante verde, pero dispuesto a aprender lo que sea.
Decidimos,
que era la hora de ponernos cara, de tener un pequeño encuentro, para charlar
tranquilamente y ver si sucedía algo de la famosa química.
Quedamos
en un sitio intermedio, no era ni Alcalá, ni tampoco Madrid. Habíamos quedado
en la cafetería de un hotel, donde yo, previamente y previendo que pudiera
existir ese flechazo, había reservado una habitación.
Llegamos
a la hora acordada, puntuales los dos y nerviosos como si se tratara de
quinceañeros. Durante el café, íbamos contándonos cosas, íbamos charlando, pero
se notaba en el ambiente, un deseo del uno por el otro. Había existido esa
atracción y entonces decidí preguntarle, si le gustaría que tuviéramos sexo,
que nos subiéramos a una habitación y diéramos rienda suelta a nuestra lujuria.
Helena,
me miro con sonrisa picarona y accedió a ello, con lo que nos encaminamos a la
pequeña suite que tenía el hotel. Entramos en la habitación y nada más pasar el
umbral de la puerta, cerré la misma y sin mediar palabra, agarré a Helena por
su cintura, la di la vuelta y le di un beso en los labios profundo, un beso
deseado, que ella recibió con ganas, abriendo su boca y dando paso a que
nuestras lenguas se buscaran, se enroscaran.
Fuimos
hacia el dormitorio a la vez que nos íbamos quitando la ropa y cuando llegamos
al mismo ella sólo llevaba un tanga transparente y yo un slip, que marcaba un
prominente paquete, fruto del deseo de poseerla.
La
miré bien y le dije, Helena, tienes un culo impresionante, me gusta.
La
puse de espaldas contra una pared, la cogí por las manos, le subí los brazos
hacia arriba poniéndoselos en cruz y abriendo sus piernas, me acerqué a ella lo
más posible, para restregar mi paquete contra su sexo y la besé profundamente
en la boca. Solté sus manos y agarré sus pechos, apretándolos uno contra el
otro y empecé a lamer sus aureolas y mordisquear sus pezones, que estaban
erguidos y rectos, pudiéndose colgar tranquilamente una camisa de ellos. Eran
impresionantes, preciosos, duritos. Lentamente me fui bajando, me fui
arrodillando y llegué a su pubis, fui deslizando hacia abajo ese tanga color
carne y quedó a mi vista su vello púbico, un monte de venus
precioso.
Helena
tienes un sexo muy bonito, le dije
Procedí
a abrir su sexo con mis manos, separando los labios vaginales y pasé mi lengua
por todo él, lamí desde dentro hacia afuera y viceversa. Con mi mano
izquierda iba frotando el clítoris para provocarla un orgasmo, quería que
soltara flujo y cuando no conseguía lo pretendido, cesaba la mano y comenzaba
un movimiento armonioso con mi lengua. Poco a poco, la respiración de Helena se
aceleraba, jadeaba más deprisa y presentía que su orgasmo estaba cerca. Eso
hizo, que ella caliente, me dedicara un beso enorme, mirándome a los ojos como
prueba de gratitud.
Se
zafó de mí, y tumbándome en la cama, procedió a quitarme el slip, y de rodillas
delante de mí, agarró mi pene con sus manos y empezó a masturbarme, para que se
pusiera duro como una piedra, y conseguido ello, se agachó y empezó a hacerme
una felación tranquila y pausada, ingiriendo todo mi miembro dentro de su boca,
al tiempo que me miraba a los ojos, con cara de lujuria.
Una
vez, que mi pene estaba bien duro y lubricado, se puso encima y se lo introdujo
en su vagina. Lo fue introduciendo lentamente al tiempo que me miraba y cuando
lo tuvo en su interior comenzó a cabalgar, como amazona diestra, a distintos
ritmos, utilizaba el trote o el galope y todo ello con movimientos de su
pelvis, para rozar su clítoris contra mi pubis. Claramente Helena era
clitoriana, y disfrutaba con su clítoris antes que con la penetración.
En
ese instante, Helena muy excitada, sacó mi pene de su interior y empezó a
frotarse el clítoris con mi glande, lo pasaba por todo su clítoris y cuando
estuvo bien dispuesta al orgasmo, se introdujo el pene y se dejó caer
procediendo a mover sus labios vaginales, haciendo técnicas tántricas,
alargando su orgasmo y vigilando estrechamente, que yo estuviera excitado, pero
que no explotara de placer, que me mantuviera ahí, expectante, ávido de soltar
todo mi semen.
Tan
pronto lamia mi pene, como succionaba mis testículos. Era fabuloso ver como
Helena, lamia mi polla.
Estando
así, le dije que me iba a correr, a lo que ella, se apresuró introdujo mi pene
en su boca y se apresto a recibir todo mi néctar, que no tardó en fluir de mi
miembro e inundar su boca dentro.
Se
quedó algo decepcionada, pues la corrida no era abundante, le dije que tenía la
vasectomía hecha y que por ese motivo, mi semen no era espeso, como el de su
marido u otros hombres con los que hubiera estado.
Paramos
un instante, nos fundimos en un abrazo y nuestras bocas se buscaron,
nuestras lenguas deseaban estar juntas y nos miramos a la cara. Me gustaba ver
su rostro. He de decir, que Helena es una mujer hermosa, como pocas, rasgos
definidos y comencé a mesar sus cabellos, acariciar sus mejillas y a entrelazar
mis piernas con las suyas.
No
podía parar de mirarla, era hermosa, una Diosa hecha carne y hueso para el
disfrute de un simple mortal como yo.
La
excitación volvía a presidir nuestro encuentro y en ese instante, decidí tomar
las riendas de la situación y procurarle a Helena, uno de los mejores orgasmos
que hubiera tenido.
La
puse de rodillas, a gatas, y de rodillas tras ella, empecé nuevamente a lamer
su vagina acompañando esta vez con algunas pasadas de lengua sobre su ano,
haciéndole un beso negro, que nunca la habían hecho. Helena me dijo que haces,
pero le dije déjame, mi amor, confía en mí.
Cuando
la note bien húmeda, introduje mi polla en su vagina y empecé a culear detrás
de ella con fuerza, con pasión, dándole todo lo fuerte que pudiera para que
ella sintiera que estaba ahí y que todo era por y para ella, para nadie más.
Mis
testículos golpeaban contra su vagina en cada embestida y ella de vez en cuando
los hacía con las manos, quería sentirlos. En alguna de las embestidas, ella
salía disparada hacia el cabecero de la cama, por lo que decidí agarrarla bien
por sus poderosas caderas.
El
ritmo era el adecuado y ella jadeaba, con lo que decidí, sacar mi polla de su
vagina e introducirla en su ano. Previamente lo había estado lubrificando con
mi saliva y con los dedos gordos de ambas manos, por lo que mi polla,
debidamente empapada en su flujo, entro en su ano, sin problemas.
Una
vez penetrada hasta el fondo, lentamente y sin hacerla daño, Helena me pidió
que la embistiera con fuerza, que la diera duro, quería sentirla bien
dentro.
Haciendo
caso a sus órdenes, la enculaba con ganas al tiempo que daba algún cachete en
sus nalgas y la provocaba con alguna palabra soez, guarra, que ella le gustaba
oír.
Helena
era una mujer educada, culta, segura de sí misma; pero en ese instante, estaba
abandonada a su suerte, a su bonita suerte y no recibía más órdenes que las que
le mandaba mi polla.
Seguimos
a un ritmo conjunto, a veces yo paraba y era ella la que se movía cual pistón
en su embolo, y me follaba ella.
Me
inclinaba a los lados, para ver en las embestidas, como la generosidad de sus
pechos se bamboleaba, era una visión divina, hermosa, como toda Helena.
No
pude aguantar más y en una de las embestidas, no pude contener mi mente, se me olvidó
la tabla del 15 y me apreté mi pubis contra el culo de Helena y corriéndome
dentro de ella.
Helena
me miro hacia atrás, me dijo con palabras suaves
–
Emilio, ¡¡me encanta tu polla!!
Se
dio la vuelta nos tumbamos abrazados y fuimos recuperando lentamente el ritmo
de la respiración.
(Para
Helena, de Emilio, con cariño y afecto. Espero que esta fantasía pronto sea una
realidad, aunque seguro que ésta lejos del sexo tántrico. Eres especial.
¡¡Gracias por existir!!)
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