Por Pollonix 13
Era un lunes cualquiera... como cualquier lunes, yo ensayaría
con mi grupo, en el cual yo era teclista. Como era habitual yo, me dirigía a
comer con Bea, la guitarrista del grupo. Bea era una chica de 1’70, delgada, de
curvas finas y pechos medios. Su culo era moderadamente duro. Sus ojos color
verdes dibujaban una mirada morbosa e inocente a la vez. Pecosa, y blanca de
piel, se remataba con una melena a la altura de los hombros de color castaño
claro.
Su voz, dulce y algo aguda, no hacía más que excitarme.
Durante la comida, yo percibía algo extraño. La notaba extrañamente en celo. No
dejaba de tirarme fichas encubiertas y piropos. No fue hasta el postre en el
momento en el que agarró un plátano y con la lengua comenzó a imitar la felación
de un pene. No lo negare. Debajo de la mesa, una parte de mi cuerpo apuntaba
hacia la chica.
De repente se comió el plátano y mi ensoñación fantasiosa
se pinchó como si de una burbuja se tratara. Fue entonces que yo, aun aturdido,
me dispuse a bajar con ella a la sala donde ensayábamos. La sala era un espacio
no muy grande, con un piano a la entrada, una batería al lado del teclado,
enfrentados a un sofá de piel negra. Detrás de la puerta un armario con
guitarras que en la puerta tenía pegado un condón para emergencias. Al lado del
sofá, una banqueta alta para sentarse los guitarristas.
Según entramos, me senté en el sofá, con ella a mi lado,
apoyada sobre mi hombro. Estábamos cómodos y relajados en el sofá, esperando a
la hora del ensayo. sin previo aviso, Bea se tumbó y apoyó su cabeza sobre mi
pierna, notando al instante la enorme erección que yo tenía en el momento. Se giró
y me pregunto rápidamente si era por ella. Yo, tímidamente asentí. Sin ninguna vergüenza,
ella comenzó a besarme... yo aun descentrado respondí agarrando su cabeza y tumbándonos
en el sofá.
En aquel eterno beso con lengua, se concentraban unos
deseos sexuales muy profundos. Rápidamente, empecé a desabrochar su camisa,
revelando un pecho firme, sujeto por un sujetador verde de lencería fina. Ella,
a la par, me quitaba la camisa a gran velocidad. Seguíamos besándonos
apasionadamente. Rápidamente bajé su falda y pude observar aquella maravilla de
la humanidad ante mí en ropa interior. Fue ella la que se quitó el sujetador y
las bragas poniéndomelas en la boca.
Después de degustarlas, me las quité y mientras esta se
apoyaba en el taburete de guitarristas, comencé a lamer su cuerpo. Recorriendo
desde las piernas, pasando por su jugosa vagina y su dulce ano, hasta la
espalda y la nuca, mientras con las manos jugueteaba con sus pezones.
Inesperadamente, entró por la puerta Raquel, la batería
del grupo. Raquel era una chica de la misma estatura que Bea, unos pechos
ligeramente más grandes y unas curvas más pronunciadas. Una concentración de
pecas sobre una tez pálida, rematada con unos ojos azules claro y una melena
rubio oscuro. Para mayor colmo, Raquel, era la hermana pequeña de Bea.
La reacción de Raquel era increíblemente incierta,
estando boquiabierta. Yo, cortado por la situación me detuve y Bea, me empujó
al sofá, ignorando a su hermana, bajándome los pantalones y poniéndome el condón.
Bea comenzó a chupar y lamer mi pene, poco apoco y variando las velocidades,
mientras, enfrente de mí, Raquel se bajó sus pantalones y sus braguitas negras mostrándome
su depilado chochito mientras se tocaba. Yo, desde mi sofá la oía gemir. Así
seguimos durante aproximadamente 10 minutos, hasta que Raquel se levantó de su
asiento, y poniéndose sobre su hermana y delante de mis narices. De repente de
su coño broto un líquido transparente que entró de lleno en mi boca. Se trataba
de mi primer squirt, desde entonces me he vuelto adicto a su dulce sabor.
Raquel se quitó su camiseta delante de mí, dejándome ver
las venas marcadas en su pecho, el cual yo comencé a chupar.
Ya que Raquel se hallaba sobre mí, Bea dejo de chupar y
condujo mi pene hacia el coñito rosado de Raquel. Aquella vagina jugosa y húmeda...
subía y bajaba sobre mi duro miembro, activando mis más profundos placeres. Sus
pechos rebotaban ante mis ojos, como dos pelotas. Comencé entonces a saborear
uno de sus dulces pezones. Que delicioso manjar.
Al poco cambiamos de postura. Bea se posó sobre la
banqueta ofreciéndome su vagina. Yo comencé a penetrarla mientras Raquel lamia
mi ano. Aquel otro chochito era incluso más estrecho que el de Raquel. Los
gritos de Bea eran agudos y fuertes. Le estaba encantando. Raquel, por su
parte, estaba penetrando mi ojete con su lengua.
Cuando Bea tuvo su gran orgasmo, Raquel vio que por el
tiempo que quedaba y el que habíamos estado, yo debía correrme rápido. Comenzó
a lamer toda mi entrepierna, desde los testículos hasta el ano. Rápidamente me corrí
dentro de Bea en un orgasmo más largo de lo habitual.
Saquee me pene y tire el condón a la basura. me vestí y
mientras ellas se vestían fui al baño a echar la típica meadita postcoito. Al
volver escribí una nota donde informaba que la semana siguiente repondría el condón
de la puerta y la firmamos los tres.
Ensayamos tranquilamente y la tarde circulo con
normalidad, aunque yo aún estaba algo anonadado de los hechos acontecidos. Fue
al llegar a casa y abrir la mochila, cuando encontré una nota que ponía “Nuestro
regalo para ti”. Justo después encontré dos braguitas usadas, de color verde y
negro. Las olisquee... olían a sus coñitos. Las saboreé y pude distinguir un
ligero sabor a hierro en la de Raquel. La observe mejor. Tenía restos de menstruación,
lo que me causo otra erección, que palié con la mano y los recuerdos de aquella
maravillosa tarde.
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