Por
Lorena y Mario
Está
claro que el Fin del Mundo que algunos decían que presagiaban los antiguos
Mayas no llegó el 21 de diciembre de 2012. Ahora hablan de que se referían a un
fin de ciclo o cambio de era. ¿Será verdad? Si es así, ¿cuándo se notarán esos
cambios?
Casualmente
esa noche fatídica en la que todo podría llegar a su fin salimos mi marido
(Mario) y yo (Lorena) a cenar por ahí después de meses y meses sin hacerlo.
Descubrimos juntos que el mundo no se acabó, pero quizás también que algo había
empezado a cambiar.
Ese mismo
viernes mi marido llegaba de estar más de una semana de viaje de trabajo por
Niza. Pensé en dejar a las niñas con mis padres y darle una pequeña sorpresa.
Pregunté
a mi madre si podía llevarle a las niñas porque teníamos una cena de trabajo.
Mentí. Al ser por un tema laboral no puso inconveniente y aceptó cuidar de sus
nietas siempre y cuando las lleváramos a su casa.
Mario
llegaría a media tarde, justo a tiempo para arreglarnos antes de ir a cenar.
No quería
que mi marido llegara antes que yo a casa y por ello no me entretuve. Dejé a
las niñas y me volví para prepararme tranquilamente.
Al
principio pensé en hacer una cena romántica en casa. Un buen vino, velitas,
música romántica… y un conjuntito muy provocativo que me compré en un mercadillo
navideño. Me estaba poniendo cachonda sólo de pensar en todo aquello.
Sin embargo,
creí que lo mejor sería salir a cenar a algún restaurante por Plaza de España.
Él siempre se queja de que no salimos ni hacemos nada en plan pareja. Pensé que
esto le gustaría más.
Cuando
llegó Mario lógicamente se sorprendió. Primero por verme con un vestido y
maquillada. Y segundo por no ver a las pequeñas. Se puso muy contento y comenzó
a meterme mano.
-¡Quieto!
Tenemos toda la noche por delante. Le dije mientras le paraba los pies.
Aceptó a
regañadientes y se dirigió a la ducha.
Desde que
nació nuestra primera hija, hace ya más de 8 años, apenas hemos tenido vida de
pareja. Las obligaciones del hogar y de nuestra pequeña empresa familiar han
hecho que hayamos estado a punto de separarnos en varias ocasiones. Después de
tantos años juntos muchas cosas se han perdido, entre ellas la pasión.
El camino
al restaurante y la cena fueron muy agradables. Hacía mucho tiempo que no
hablábamos tanto.
Después
de cenar fuimos a un bar de copas cercano. Yo me pedí un ponche Caballero con
coca-cola y mi marido una coca-cola. Decía que ya había bebido bastante vino en
la cena y que tenía que conducir.
Al
principio no había mucha gente y continuamos con la agradable conversación que
empezamos tras salir de casa. Mario poco a poco intentaba llevar la
conversación por el lado sexual. En cuanto podía me tocaba el culo o los pechos
de forma disimulada mientras me decía todo lo que me iba a hacer cuando
llegáramos a casa.
La gente
comenzó a llenar el local y con una nueva copa en la mano me animé a bailar.
¡Hacía tanto tiempo que no salíamos a bailar los dos solos!
Mi marido
intentaba meterme mano por todos los sitios aprovechando que todos nos íbamos
apretando cada vez más en el local, hasta que no pudo más y me pidió que nos
fuéramos a casa. A mí me hubiera apetecido bailar un poco más pero también
tenía ganas de un buen polvo. Le cogí de la mano y nos dirigimos hacia la puerta,
pero antes de poder salir del local una mano se aferró a mi hombro. Al girarme
vi que eran una pareja que conocimos en un viaje a Santiago hacía ya dos o tres
años, Eva y Pedro, que por cierto iban ya un poco contentillos.
-Vaya
sorpresa, ¿qué hacéis por aquí?
-Hemos
dejado a las niñas con mi madre y hemos aprovechado a salir. Pero ya nos vamos
a casa.
-Sí,
nosotros también nos íbamos. ¿Os apetece una copa?
Mi marido
y yo nos miramos. Sé que estaba deseando que nos fuéramos a casa y además los
sitios con mucha gente no le gustan nada.
-Vale,
dije, pero busquemos un sitio más tranquilo.
Al salir
del local Eva nos dijo que a esa hora todos los bares de por allí estaban
llenos, pero que si queríamos nos invitaban a la penúltima en su casa.
Nos
sorprendió tanto la propuesta que no dijimos nada, lo que entendieron como un
sí. Eva me cogió de la mano y comenzó a caminar mientras me dijo que vivían por
aquí cerca. Pedro y mi marido hicieron un gesto con los hombros como diciendo
que no les quedaba otro remedio que seguirnos y así lo hicieron.
Eva y
Pedro eran una pareja de una edad similar a la nuestra, de unos treinta y
muchos o cuarenta y pocos. Enseguida comenzamos a hablar de los niños y de que
casualmente estábamos las dos parejas esa noche sin críos.
-Preferiréis
estar solos, le dije.
-No,
tranquila, llevamos todo el día follando, jejeje.
-Pues
nosotros hemos estado más de una semana sin vernos y aún no nos ha dado tiempo
a hacer nada.
-¿En
serio?
Eva se
paró y se quedó un poco pensativa.
-Bueno,
pues os tomáis una copilla en casa y cuando queráis os vais a la vuestra, que
estaréis deseando, jejeje.
La verdad
es que Eva era una chica muy simpática y siempre se estaba riendo, lo que me
hacía estar tranquila, aunque apenas nos conociéramos.
Al llegar
a su casa lo primero que hicieron fue enseñarnos rápidamente la casa, dejando
su habitación para el final. Nos sorprendió ver la cama deshecha, pero sobre
todo un montón de juguetes eróticos y artilugios de sadomaso.
Eva
empezó a reírse mientras se disculpaba.
-No me
acordaba que hemos estado todo el día aquí metidos, jejeje.
Yo
continuaba boquiabierta mientras Pedro y mi marido se iban entre risas al salón
a poner unas copas.
Eva
empezó a recoger unas cuerdas, una máscara, un antifaz, una pequeña fusta,
varios consoladores, un cinturón con una pequeña polla de plástico, un bote de
lubricante…
Alguna
vez se me había pasado por la cabeza montar con mi marido alguna escenita así,
pero nunca me había atrevido a comprar estos juguetes. Ni siquiera se lo había
comentado a Mario nunca.
Entre
risas fuimos al salón donde nos esperaban nuestros maridos y unas copas.
-No hay
ponche, pero te hemos puesto una copa de ron.
-Me vale
también.
-Lorena,
¿te gusta el arsenal sexual que tenemos? Me preguntó Pedro.
-Muy
interesante, dije un poco cortada.
-Cuando
quieras os prestamos alguna cosa, me dijo entre risas.
-Nosotros,
cuanto más follamos, más ganas tenemos de follar. ¿Nos os pasa eso?, dijo
Pedro.
-Para
empezar, nosotros llevamos casi dos semanas sin vernos y aún no hemos podido
echar un polvo, dijo mi marido algo ruborizado.
-Pues
nada, eso tiene fácil solución.
Diciendo
esto, Pedro, que estaba sentado en el sofá junto a mi marido, se levantó y me
señaló que me sentara junto a Mario. Salió del salón, encendió la luz del
pasillo y al volver apagó la luz del salón.
Eva silbó
con una musiquita sugerente y pude ver cómo le llamaba hacia ella, sentada en
la otra punta del sofá.
Mientras
Mario me pasaba el brazo por detrás pude ver como Eva y Pedro se fundían en un
apasionado beso. Los tenía enfrente de mí y según me acostumbraba a la
oscuridad me di cuenta de que se estaban metiendo mano mutuamente por encima de
la ropa.
En eso
noté como mi marido me acariciaba la pierna por debajo del vestido.
Instintivamente le paré la mano y le dije que se estuviera quieto. Se quedó un
poco cortado y le dije que mirara a los otros. Él se giró para ver, pero
enseguida volvió hacia mí como si nada y mientras me besaba el cuello intentó
de nuevo llegar hasta mi tanga por debajo del vestido.
-Tú a lo
tuyo, me dijo mi marido.
¿Y qué
era lo mío, pensé?
Fascinado
por lo que estaba viendo delante mía decidí abrir las piernas lo suficiente
para que mi marido llegara al tanga. No quería besarle, sólo quería mirar a la
otra pareja.
De
repente ambos se levantaron y comenzaron a quitarse la ropa. Mi marido y yo nos
quedamos congelados viendo la escena. En un segundo se quedaron completamente
desnudos, se sentaron de nuevo uno junto al otro y mientras seguían besándose
comenzaron a masturbarse mutuamente. Estábamos tan cerca que podíamos sentirles
respirar y gemir.
Empecé a
ser consciente de lo que estaba viviendo y decidí tomar partido. Susurré a mi
marido que se cambiara de sitio y se pusiera tras de mí. Estábamos los dos de
frente al espectáculo. Yo puse una pierna encima del sofá y otra encima de la
mesa. En seguida Mario me subió completamente el vestido y me metió la mano por
dentro del tanga frotando mi húmedo clítoris mientras con la otra mano me
tocaba los pechos lentamente.
Estaba a
mil por hora. Estaba viendo a una pareja teniendo sexo a dos metros de mi
mientras mi marido me masturbaba como si nada.
Giré la
cabeza para buscar la boca de mi marido para darle un beso apasionado. Nuestras
lenguas se juntaron brutalmente y en eso, me metió de golpe un dedo en la
vagina. No pude contener un gemido que no pasó inadvertido en nuestros
compañeros de noche.
-Va todo
bien, preguntó Eva.
-Muy
buen, muy bien. Le dije entre risas mientras volvía a besar a mi marido.
Durante
un momento me concentré en besarle y sentir como me masturbaba. Con la posición
que tenía no podía tocarle, pero notaba su erección en mi espalda. Me dieron
unas ganas locas de tocársela y al incorporarme miré de nuevo a Pedro y Eva que
se había agachado.
Me quedé
asombrada al ver como se metía el miembro de su marido placenteramente en la
boca una y otra vez. La imagen me excitó de tal manera que me di cuenta de que
sólo deseaba dejarme llevar por el deseo.
Me giré y
busqué el miembro de mi marido. Tenía un hambre de sexo que no sentía desde
hacía mucho tiempo. Mario alucinaba con lo que le estaba haciendo sentir.
Estaba recibiendo una gran mamada a la vez que podía ver a la otra pareja.
Los
gemidos de Pedro indicaban que llegaba al orgasmo mientras su mujer,
insaciable, continuaba con la felación.
Fue
entonces cuando ellos se pusieron a mirarnos por primera vez.
De
repente me sentí un poco cortada. Hasta entonces era yo la que miraba sin darme
cuenta de que ellos también podían vernos a nosotros. Instintivamente detuve la
felación y me bajé ligeramente el vestido.
-¿Estáis
a gusto?
-Sí,
dijimos mi marido y yo al unísono, lo que provocó la risa de los cuatro.
-Podéis
hacer lo que queráis, dijo Eva mientras nos dio la espalda y se sentaba sobre
su marido comenzando a cabalgarle lentamente.
De nuevo
pude centrarme un poco. Me incorporé y me puse de frente a mi marido. Lanzada
del todo me levanté el vestido y eché a un lado el tanga. Mi marido estaba
boquiabierto, pero tan cachondo como yo. Tenía su miembro apuntándome y no pude
resistir subirme encima de él e introducirlo hasta el fondo.
Nos
abrazamos fuertemente mientras yo me frotaba adelante y atrás. Él intentaba
buscarme para besarme, pero yo estaba concentrada en lo que el roce me hacía
sentir. Cuando desistió y se dedicó a tocarme los pechos no pude aguantar más y
los dos llegamos al orgasmo al mismo tiempo.
Intentando
recuperar el aliento y aguantándome las ganas de reír me puse a dar besitos a
mi marido por toda la cara.
Me había
olvidado por completo de donde estábamos, pero unos tímidos aplausos de Pedro y
Eva me hicieron volver a la realidad. De nuevo me entró un ataque de timidez o
vergüenza e intenté recomponer mi vestido en la semioscuridad mientras dije que
ya era de irnos.
Estoy
segura de que tanto mi marido como nuestros nuevos amigos hubieran querido que
la fiesta continuara un poco más, pero creo que ver a una pareja a mi lado y
hacerlo yo junto a ellos ha sido una experiencia demasiado fuerte. Tengo que
asimilarla.
Esa noche
no acabó el mundo, pero quizás sí comenzó una nueva era para mí.
Continuará.
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