Saturday, September 8, 2018

LGBT: SU HERMANO, MI MARIDO


 Advertencia: el siguiente relato es ciento por ciento ficticio... excepto las partes que no lo son

Nivel de puerquedad: moderadamente puerco.





Por: Reina Loana


–¡Ya, ya, para...!

–Aahh... aaammhh

–¡Beto, ya... no tarda en llegar!

–Shh, shh, no te me pongas tensa.

–¡Ay!, es que ya mero llega, en serio, ya déjame...

–Ya casi, ya casi... aaahhh... ahhh...

–Mmmh... mmmmhh...

–Vale, ya...

–¿Eh?

–¿No querías que te la sacara?

–Noo... nomás digo... que te apures...

–¡Je, je! Golosita... aahhh.... aaahhh...

–Mmhh... mmmhh... rico, rico...

–Eso, eso... ¡Aaahhhh!

–¡Aaaay, ayyyy, siiiií, sí... mmmh!

Al fin Beto se vino, fertilizando mi cola en un caliente chorro que, como siempre, me hizo venirme a mí también.

Escuchamos el auto entrar a la cochera.

–¡Verga! ¡Cámbiate, mientras yo bajo! –me dijo, mientras se metía apresurado la verga todavía medio erecta y húmeda en los pantalones, y salía luego a recibir a Yuli.

Yo me metí rápido en el baño, tomé un buen tramo de papel higiénico y me limpié (con pesar) los restos de leche que me habían escurrido, así como la leche de mi propia verga, que con el susto se había encogido casi de inmediato; iba a quitarme las bragas, el liguero y el bra pero, pensándomelo mejor, en lo que me los quitaba y luego los escondía me tomaría más tiempo que sólo ocultarlos bajo mi ropa, y así me quedé.

Cuando bajé un par de minutos más tarde, ya estaban ellos dos sentados en la sala, riéndose de algo que Beto había dicho, y luego ella, sin al parecer sospechar nada de nada, sencillamente me dio un beso en la mejilla y me dijo que iba a cambiarse para preparar la comida.

–¿No quieres mejor salir? –se me ocurrió decirle entonces, pues, de pronto, se me vino a la cabeza que el cuarto había quedado un poco desarreglado y “algo”, no sé muy bien qué, pero algo podría ella notar.

–Ay no, estoy cansadísima, además ya dejé casi todo listo. Ahorita vuelvo.

Nos miramos nerviosos. A pesar de que procurábamos siempre alterar lo menos posible y borrar luego nuestro “rastro”, a él se le había ocurrido penetrarme en nuestra habitación, en nuestra cama, y como yo no supe o no quise decirle que no.… mierda...

–Bueno... pues yo me voy... hasta luego –dijo él, al parecer huyendo de cualquier posible consecuencia, y yo no supe qué decirle para que se quedara. Cabrón.

–¿Sí? Mira que hay comida para todos, pero bueno, nos vemos luego, ¿vas el domingo con mis papás?

–Sí, sí... ahí llego... Adiós –dijo, por último, dirigiéndose a mí, aunque sin mirarme, y sencillamente se marchó.

Yo mientras me ocupé de poner la mesa, arreglar alguna cosa aquí y allá, puse música, me senté, me paré, tomé agua, y me puse más y más de nervios al ver que ella no bajaba; ni siquiera se escuchaban ruidos.

Ya estaba a punto de ir a ver qué pasaba cuando al fin ella bajó, ya cambiada, agarrándose el cabello con una liga.

–Bueno, espérame cinco minutos y comemos –dijo luego, y se fue a la cocina.

Comimos sin contratiempos, ella me contó algún asuntillo de su oficina, yo le platiqué algo irrelevante sobre el estudio y, luego de lavar los trastes, yo me marché, mientras ella hablaba por teléfono con alguna amiga.

Hacía ya tiempo que no usaba lencería bajo mis ropas, es difícil estando casado, así que, en esos momentos, la sensación era al mismo tiempo excitante y extraña, sabía que debía quitármela apenas tuviera oportunidad, pero mientras tanto quería disfrutarla.

Ya de nuevo en el estudio, Viviana, mi asistente, me entregó unos mensajes, me dijo que no tardaban en llegar los Delmonte, para su sesión de bodas de oro, y en eso me ocupé durante el resto de la jornada.

A eso de las nueve al fin cerramos, Viviana se despidió y yo me metí al baño, con la idea de al fin quitarme esa linda ropita, pero, al darme cuenta de que no traía unos calzones con que cambiarme, tuve que dejarme, al menos, las bragas.

No bien había terminado de apagar las luces cuando tocaron a la puerta.

–Ya cerramos –dije, deteniéndome a unos pasos de la puerta.

–Soy yo.

Cabrón.

–¿Y ahora? –le pregunté extrañado, pues siendo día entre semana era de esperarse que ya estuviera en su casa, con su mujer y sus hijos, o con algún amigo o todavía trabajando o sepa la chingada dónde, que era lo que hacía siempre.

–¿No preguntó nada?

–¿Quién? Ah, no, hombre, ¿qué iba a preguntar? ¿Qué haces aquí?

–Sólo te vine a visitar, ¿qué, no puedo?

–Nunca quieres venir entre semana.

–Karina y los niños se fueron a un concierto de no sé qué.

–¿Y por qué no fuiste con ellos?

–Me dieron ganas de cogerte –me dijo, agarrándome por las nalgas y besándome con brusquedad.

–Hay que tener más cuidado, nada de coger en el cuarto... y a lo mejor ni siquiera en la casa.

–Aquí me queda bien lejos –dijo, sin dejar de besarme y manosearme–. ¿Todavía traes la ropita?

–Me la acabo de quitar.

–Pues póntela, y mientras yo destapo una botella.

–¿Seguro? ¿A qué horas tienes que regresar? Yo no puedo quedarme mucho, si me tardo Yuli va a llamar.

–Vale, vale, un rapidito y ya, ándale, ¿o no quieres?

–¡Ay, no!, ¿cómo no voy a querer? Sólo pregunto porque siempre me andas poniendo excusas de que tu mujer y tus deberes y tal y tal...

–Berrinchuda, ándale ya, cámbiate –me dijo, por último, dándome una nalgada.

Y tal cual, apenas salí del baño, otra vez con la ropa de por la tarde, lo encontré en el sofá ya con la verga de fuera, con una copa en la mano.

–Ven, mama –me indicó con una mano, y, tras arrodillarme frente a él, me empujó hacia su verga.

–Aahhh, sii, sii, aaah, eso... aaahhh... –empezó a gemir mientras le chupaba la polla.



Con boca experta, sabiendo bien qué era lo que le gustaba y cómo, en qué medida, en qué tiempo, con qué intensidad y con qué ritmo, se la mamé y se la mamé un buen rato, esperando que lo disfrutara, pues aunque a mí jamás me ha gustado particularmente eso de chuparla (es bastante cansado y una como hembra hace todo el trabajo sin demasiado placer), bien sabía desde hacía años cuáles eran mis deberes como mujer y los cumplía.

–Ya, ya me cansé –le dije, sacándomela y alzando la mirada.

–Ni aguantas nada.

–Puedes probar a chupármela a mí a ver cuánto aguantas tú.

–Ya, ya, berrinchuda, ya sé que lo quieres es que te la meta por atrás.

–Pues sí, ¿y si ya sabes por qué te tardas tanto?

–Vente –me ordenó, me hizo arrodillarme y ponerme en cuatro, y apenas avisándome me la dejó ir enterita.

–¡Aayyyyy! ¡Menso! –le dije, adolorida, y le di un golpe en la pierna.

–Perdón, nena, ando medio acelerado.

–Ya sabes que no me debes entrar tan rápido, bruto.

–Ya, ya, perdón... ¿ya te pasó?

–Creo que ya.

–Si quieres me salgo.

–¡Ya menso, cógeme!

–¿Quién te entiende? –dijo, medio riéndose, y empezó a enterrármela despacito, con tacto, con calma, poco a poco hasta quedar casi por completo dentro, luego se salió un poquito, entró de nuevo, medio salió, medio entró, y empezamos a coger muy rico.

Mi cola estaba en realidad tan habituada a su falo que raras veces me dolía, de hecho, con el pasar de los años, mi orto prácticamente empezaba a humedecerse y lubricarse solo apenas sabía que íbamos a coger, y me entraba sin problemas, se acomodaba como en casa en mi cola, y, a veces brusco y a veces con ternura, a veces con una ternura brusca, me entraba y me entraba por detrás hasta gritar de placer, hasta hacerme venir y, a veces, casi llorar de alegría.

–Mi amor, mi amor... –le decía yo, recibiendo con gozo su verga recia, y lo tomaba de una pierna invitándolo a darme más duro.

–Ahh... nena, ahhh, siií...

Tras una sabrosa media hora él se estremeció, me dio unas tremendas últimas arremetidas y acabó viniéndoseme adentro otra vez, pude sentir claramente la pequeña explosión de leche llenándome las entrañas, y casi al unísono mi falo también se deslechó.

Platicamos un rato, nos acabamos la botella, nos reímos un poco escuchando música y luego nos vestimos.

–Bueno, ya, nos vemos luego, se me hace que ya van a salir del concierto.

–Vale, yo también mejor me apuro, ¿nos vemos el sábado?

–Sí, el sábado. Adiós, nena –me dijo ya tras la puerta, y luego se marchó.

–Adiós, amor –le dije yo, y tras un rato salí también.

La verdad no tenía ningún apuro al llegar a casa, ¿por qué había de tenerlo?, pero, por desgracia, encontré a Yuli ensimismada en el cuarto, muy muy callada, y, tras un largo silencio incómodo, al fin me dijo:

–Había semen en la cama...

–¿Eh?

–Semen, y no un poquito... deberías tener más cuidado.

Yo, aturdido, me sonrojé, desvié la mirada, luego la dirigí a la cama, donde ya no había nada por supuesto porque ella habría limpiado, y, tras algunos larguísimos segundos en silencio, le pedí perdón. Sólo entonces se me ocurrió que aquel debió ser mi propio semen, que salió disparado hacia la colcha cuando acabamos, y que al terminar tan de improviso no tuve tiempo de limpiar, ni siquiera de notar.

–Sí, perdón... es que... Perdón...

–¿No te podías aguantar?

–¿Cómo?

–¿Que si no te podías aguantar? ¿No estaba mi hermano allá abajo?

–No.… no, cómo crees... fue... antes...

–Pero si ya había llegado cuando yo me fui.

–¿Sí? –volví a preguntar yo, turbado y de repente nervioso de verdad. Sentí que la nuca se me calentaba y luego la cara se me enfriaba.

–Sí, bueno, como sea... por favor ten más cuidado.

–Perdón, sí, fue una especie de... bueno... urgencia... supongo... –balbuceé yo, pero mejor opté por callarme, para no decir alguna otra estupidez.

Y ahí acabó, por el momento; cené cualquier cosa y, tras cambiarme al fin las bragas en el baño de abajo, me acosté y le di las buenas noches.

Pasaron un par de meses, y, como siempre, como desde hacía más de quince años, cogí varias veces con Beto en el estudio, un par de veces en la casa (aunque ya no en nuestra habitación), una vez en el baño de su casa, y todo siguió sin contratiempos. Estábamos tan habituados que era lo más natural del mundo, en realidad él era más mi esposo que Yuli mi esposa, y yo su mujer más que la suya, y teníamos nuestra propia vida privada aparte de todos los demás.

Nos conocimos una semana apenas antes de mi boda, y congeniamos tan bien, tan pero tan bien, que, antes de que acabáramos de abrir todos los regalos de la boda, ya estábamos cogiendo; la cosa fue que, un día que estábamos en casa, quizá ya sospechándose algo de mí, él descubrió mi “secreto” husmeando en mi laptop: fotos y videos no sólo de trans y tvs, sino de mí con ropitas de nena, en poses sugerentes, y, más importante quizá, un video amateur que hice con un tipo en el estudio, en que el tipo me hacía suya por detrás, y yo gemía como loca.

No recuerdo a dónde habrían ido todos, o por qué es que nos quedamos nada más él y yo en la casa pero, en todo caso, apenas acabar de “corroborar” sus sospechas, él subió las escaleras, se detuvo en la entrada del baño, donde yo acababa de lavarme los dientes y, luego de soltar una bromilla intrascendente, se acercó, se acercó mucho, sospechosamente se acercó tanto detrás de mí que me hizo voltear y apartar un poco el cuerpo, pero, reaccionando al momento, él alargó el brazo y evitó que me moviera.

–¿Qué... qué te traes? –le pregunté, con miedo, con nervios, con asombro, intentado tomármelo como una broma que no alcanzaba a entender.

–Nada, aquí nomás –respondió él, y sin ningún tapujo me arrimó la cadera (¡y su falo erecto!) a las nalgas, mientras me aprisionaba contra el lavabo aferrando sus brazos alrededor míos.

–¡Qué haces güey! –le dije, ahora sí con espanto, intentando parecer molesto y haciendo amago de soltarme, mas, fuerte como él era, no me dejó moverme y se sonrió.

–Ya decía yo que te había visto usar bragas el otro día.

–¿Qué, de qué hablas? –pregunté, intentado de nuevo zafarme de su presión.

–El otro día, en la barbacoa... ¿ahorita las traes?

–¿Qué cosa?

–Las bragas –dijo, y sin esperar mi respuesta, diestro, me bajó el pantalón de un tirón, lo suficiente como para que asomara el borde de unas lindas bragas rojas de Yuli, que no había podido aguantarme las ganas de usar esa mañana.

–¡Ajá!

–No, no, espera... no es lo que crees... es que...

–Anda, anda, no importa, está bien... pero ahorita mismo me la chupas.

–¿Chupártela? ¿Estás loco?

–¿O prefieres que te dé por atrás... como en el video de tu lap? –dijo él sonriéndose, apretándose más contra mis nalgas.

–¿Cuál... cuál... video...? No sé de qué hablas... por favor...

Pero él ya no quiso escuchar más, acabó de bajarme el pantalón, bajó luego las bragas y se sacó la polla, recargándola enseguida, caliente, dura, contra la entrada de mi cola.

–No... Roberto, no.… te equivocas... ese video no.… oh, Dios... –dije yo, llevándome una mano al rostro.

–Anda, anda, ya... –dijo, con un tono algo molesto, pues mis demasiadas negativas iban acabando con su paciencia. Se escupió en los dedos, los colocó luego a la entrada de mi orto y me dedeó.

–Mhh... –gemí yo sin poderme contener; para entonces hacía meses que no cogía con nadie, o no con un hombre, pues el sexo con mi mujer un poco había aminorado esas ganas que siempre tenía de verga y que nada parecía que me iba a quitar nunca.

–Eso, eso... no aprietes o te va a doler.

–¿Qué tal si alguien llega?

–No llegan, todavía van a tardar como dos horas –dijo, ensalivando un poco más la entrada de mi ano.

–Ten cuidado, por favor, hace mucho que no.… que no...

–¿Que no te la meten?

–Sí... bueno, no es que lo haga mucho... pero es que...

–Ya, ya, shh, si no aprietas tanto no te duele.

–Siempre duele un poquito.

–¿Siempre?

–Bueno... las veces... pocas veces que... ¡Aaayy! –gemí yo, al sentir la cabezota gruesa de su falo intentado abrirse paso por primera vez en mi culo.

–Shhh, shhh... afloja o no va a entrar.

–¡Ay, Beto!, es que... ¿qué tal que alguien llega?

–Que no llegan... anda, afloja o no respondo.

–Eso intento... ¡Aaaayyy! –volví a gemir yo, sintiendo el segundo arrimón de su vergota, en tanto mi propio falo ya estaba bien erecto.

–Flojita, flojita –me dijo él, hablándome por primera vez en femenino, lo cual tuvo el efecto de prenderme, me olvidé o intenté olvidar el miedo de que nos pescaran, el miedo mismo de lo que estábamos haciendo, de lo que estábamos a punto de hacer, y procuré aguantar el dolor que bien sabía que me aguardaba una vez el tronco consiguiera abrirse paso... lo que no tardó en ocurrir.

–¡Aaayyyy! ¡No, no.… sácala... sácala! –le pedí, intentado apartarlo, pero él no me dejó moverme, sin bien dejó de hacer presión por un momento.

–Ya, ya... ya pasa, ya pasa... tranquilita...

–Dios... qué grande...

–Y eso que todavía no entra toda.

–Ahhhh... mmmmhh –seguí yo gimiendo, pues su falo me entraba y entraba, llenando por completo las paredes de mi recto.

–Oohhh.... eso... ooohhh...

–Mmmhh... mmmhh...



Y de pronto ya estábamos cogiendo, rítmicamente él me bombeaba, yo ya había dejado de luchar, le echaba el trasero para atrás e intentaba seguir su ritmo, mis nalgas golpeaban una y otra vez contra su cadera dura, tragándome en cada embestida ese delicioso pedazo de carne, que desde entonces ya no dejó nunca de hacerme su mujer.

Seguro que aquella vez estábamos tan excitados que la cogida no debió durar mucho, algunos cuantos minutos antes de que él eyaculara, pero desde entonces lo adoré...

Así pues, llevábamos casi quince años de “casados”, ya sólo Dios sabría cuántas veces me había cogido, cuánto de su leche me habría regalado, y el hecho de que tuviéramos que limitarnos a hacerlo una vez a la semana, cuando mucho dos, avivaba siempre el deseo. A veces me sorprendía que Yuli no notara su olor sobre mí, pues todavía por días después de coger yo lo seguía sintiendo, y casi que sentía el aroma de su semen en mi piel.

Otro día como tantos, pues, ya noche en mi casa, que era cuando Yuli salía con sus amigas y él podía salirse sin apuros de su casa (iba con unos amigos, le decía a su mujer), olvidados ya del incidente pasado, estábamos cogiendo muy sabroso en mi habitación, yo llevaba un nuevo conjunto que había mandado pedir por correo (brasier, bragas, liguero, medias, todo en color rosa vivo) y, a cuatro patas mientras él me taladraba, me empezó a dar tan pero tan duro que me hizo sangrar un poco.

–¡Aayyy! ¡Menso!

–Ahhh... perdón, nena, perdón... sólo sangró un poquito... deja me salgo...

–No, no te salgas, nomás ten más cuidado.

–Perdón, nena.

La música sonaba y hacía algo de calor, por lo que teníamos el ventilador encendido.

Yo le daba las nalgas y él, agarrándome por las caderas, me daba duro y sabroso... y, entonces, al mismo tiempo, al escuchar un leve ruido proveniente de la puerta, volteamos y vimos a Yuli, que nos miraba con los ojos como platos y el cuerpo rígido.

Tan alelados nos quedamos que yo no me moví, y él no se retiró, simplemente nos quedamos ahí en la misma postura, esperando, mientras ella, incapaz tampoco de decir nada, sencillamente dio unos pasos hacia atrás, con cuidado cerró la puerta y desapareció.

Yo estaba tan en shock que tardé un momento en darme cuenta de que Beto había reanudado sus embestidas, siguió cogiéndome como si nada hubiera pasado y, si bien, por un momento, yo pensé en decirle que parara, salir corriendo a hablar con Yuli y decirle no sé qué, tras un par de segundos comprendí que no había nada qué hacer, comprendí que él comprendía lo mismo, y sencillamente le seguí ofreciendo las nalgas, como toda buena esposa debe hacer.

–Te amo, mi amor.

–Yo también, nena...

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