Monday, April 29, 2019

GRANDES RELATOS: EL ESTIGMA (II)


 Continúa del relato: https://encuentrosyrelatos.blogspot.com/2019/04/grandes-relatos-el-estigma-i.html








Por "EL BÁRQUIDA"ElBarquida@gmail.com



6. EL ALMA SE SERENA
Cuando Elena se quedó más tranquila, tras cortar la llamada telefónica, se volvió hacia el durmiente, contemplándole arrobada y largamente una vez más. Entonces era inmensamente feliz; como nunca lo fuera. Él la amaba; la amaba prácticamente desde siempre y ella le amaba desde siempre, sin el prácticamente.
Arrimó aún más su hombre a su casi desnudo cuerpo, pues de la raída camisa que se pusiera y no la tapaba sino hasta poco más allá del pubis, a esas alturas de la noche apenas si quedaba nada, acurrucándose cuanto pudo contra ese amado cuerpo.
Así, su mente divagó hacia el futuro. Lo que tenía entonces más claro que el agua es que nunca más se separaría de él. Que vivirían juntos, en pareja conyugal, mientras en ambos alentara un soplo de vida.
¿Dónde? Estaba también claro que sería donde él residía. Su trabajo le ataba allí irremisiblemente. Pero el caso de ella era distinto. Cierto que la librería la tenía allí, donde vivía junto a sus padres, pero eso no significaba que no pudiera abrir otra librería donde Víctor debía estar. Disponía de un buen equipo de colaboradores, pues eso eran más que empleados, y para todos ellos la librería era cosa tan propia como para ella misma, pues entre todos la sacaron adelante y llevaban el negocio en sus propias venas. Sí, la librería saldría adelante sin exigir su cotidiana presencia, y abrir una más sólo significaría expandir su negocio de librería-editorial. Incluso podría llevarse con ella alguno de sus buenos colaboradores.
Y desde esa perspectiva su mente voló más lejos. Para empezar, la prole se ampliaría al menos en un vástago más; eso sí, concebido de manera menos original que la actual hija en común. A la antigua usanza vamos, recibiendo su vagina el semen fertilizante directamente de origen, con lo que, seguro, resultaría mucho más gratificante la inseminación. Aunque, a decir verdad, uno más desde luego que se le iba a hacer corto, insuficiente. Tampoco significaba la cosa que ella deseara resultar una “coneja paridora”, pero se dice que no hay dos sin tres, ni seguramente que sin cuatro... ¡O quién sabe sin cuantos! Bueno, a lo que no creía estar muy dispuesta era a rebasar la media docena… Aunque… Bueno, mejor no pensar ahora en tales “récords”, casi dignos de un “Guinness”.
Volvió su mente a sus padres, preguntándose cómo tomarían eso de que a su hija se le multiplicaran casi a destajo los hijos de “Padre Desconocido”. Que la tomaran por una “pilingui” más bien que no, aunque puede que sí por algo peor en opinión de ellos, pues su convivencia con Víctor todo ese tiempo seguro que se haría sospechosa. Y cualquiera sabe para cuántos conocidos más. Pero bueno, ese sería el problema de los demás, no de ellos dos, Víctor y ella misma…
Estas elucubraciones y visiones del próximo futuro llegaron a su fin cuando empezó a pensar que había posturas más apetecibles con las que acogerse al ser querido. Y sin casi moverse de la posición tomada, pasó una pierna sobre el cuerpo de Víctor, buscando unir su “conejito” a la “cosita” de su hermano. Lo logró, pero encontró un tanto flácida la “cosita”, y eso tampoco era plan. Luego decidió encaramarse algo más sobre ese cuerpo ahora inerte para pasar una vez y otra su “cosita” sobre la del “Bello Durmiente”, “cosita” masculina que, como quién no quiere la cosa, empezó a responder que era una vida mía o, mejor dicho, suya, de la gozosa Elena, pues menudo “sobo” que le arreó a la referida “cosita”, que entró en “plan” que para qué las prisas en encajársela mejor, aunque respetando la “inmunidad” de la gozosa “cosita” por aquello de no despertar al durmiente. Que descanse, que descanse, se decía pues le reservaba inminentes “trabajos forzados”, luego más valía que descansara, no se le fuera a “rilar” en medio del “trabajo”….
Así, descansada y feliz como se sentía, Morfeo no tardó en acogerla entre sus suaves y oníricos brazos.

7.- BAJO EL SIGNO DE VENUS
La luz de casi el medio día bañaba el cuerpo desnudo de Elena cuando la mujer abrió los ojos. Alzó los brazos por encima de su cabeza y, flexionándolos hacia dentro, se estiró, perezosa, cual larga era, haciendo que sus piernas quedaran casi rígidas al desperezarse cual gata que acabara de despertar al nuevo día. Recordando los dulces sucesos de la noche anterior, giró la cabeza buscando el lugar donde anoche quedara su querido hermano más dormido que un leño. Y entonces le vio, erguido sobre su codo izquierdo en tanto la mano derecha, cerrada en un puño, se apoyaba en la mejilla del mismo lado, como sosteniéndola, en tanto que sus ojos la miraban llenos de amor, de cariño. Ella entonces se volvió hacia él, aunque más propio sería decir que se fue izando sobre su hermano hasta quedar encaramada sobre él, obligándole a tenderse sobre el suelo hasta apoyar en tal sitio la espalda. Elena, subida por completo sobre Víctor, maniobró hasta que su coñito quedó en contacto con la feroz “tranca” del hermanito. Entonces, empezó a rozar briosamente la “herramienta” masculina con su sexo, su “cuquita” que enseguida comenzó a tornarse inagotable manantial de los más íntimos fluidos femeninos, inundando con el olor de sus feromonas el ambiente, con lo que Víctor inició el viaje al universo de los mil y un aromas embriagadores.
Aunque el amoroso hermano de Elena tampoco se estuvo quieto desde que su queridísima hermanita iniciara la “maniobra de aproximación al objetivo”, planeada cual si fuera el mejor estratega militar del mundo, pues sus manos al instante se habían apoderado de aquello dos odres de vino y miel que eran los dos maravillosos senos de la mujer que le traía loco de remate. Los manoseaba, los estrujaba una vez y otra y ni se sabe cuántas veces más, aplicándoles boca y lengua alternativamente, besando, lamiendo y succionando cada una de ellas y a cada momento, casi a cada segundo. Elena, cada vez más enervada, más encendida, se movía sobre la “tranca” de Víctor como si fuera una sierra de vaivén, friccionando su encharcada “cosa” contra aquella maravilla de ariete demoledor de murallas que tenía debajo. Como posesa, gritaba.
¡Sí hermanito, chúpame las tetas, chúpame toda! ¡Lámeme, chúpame!... ¡Muérdeme si quieres, pero no pares mi amor, no pares! ¡Por Dios no pares ahora! ¡Hazme gozar, cielo mío, cariño mío! ¡Amor mío!
De pronto, Elena detuvo su vaivén sobre aquél embravecido “ariete”  para ir trepando por el cuerpo amado, por el torso idolatrado, dejando tras de sí un reguero de saliva y jugos íntimos en perfecta ligazón de divinas ambrosías, hasta alcanzar la boca de su hermano-amante, donde clavó anhelante la parte más íntimamente femenina de su cuerpo, en demanda de las ardientes caricias de esa boca y su deliciosa lengua
¡Chúpate mi feminidad cariño mío, méteme dentro tu lengua incomparable, mi amor, mi cielo, mi vida entera! ¡Házmelo, vida mía, házmelo con esa lengua tuya que me trae loca!
¿Y qué iba a hacer el rendido Víctor más que atender, solícito, la deliciosa demanda del amor de sus amores? Pues eso, que con toda dedicación se entregó a la tarea de hacer gozar a su hermanita tal y como ella le suplicaba casi más que le pedía. Y así, primero besó ese coño incomparable, sonrosadito, divino, que ante él se abría mostrando sus labios carnosos hasta casi estar inflamados de lujuriosa pasión, para después pasar la lengua sobre esos labios vaginales que abrían paso a la más perfecta vagina de que Víctor jamás disfrutara. Y tras esos labios, el botoncito del placer femenino, el capullito reventón del más bello y deseable clítoris que en el mundo pueda darse, que chupó, succionó y atrapó en su lengua, entonces casi retráctil cual lengua de camaleón. Elena disfrutaba como loca, chillando, aullando casi que mejor se diría, del enloquecedor placer que aquella lengua, para ella lo más maravilloso del mundo, le producía un segundo sí y al siguiente más aún.   
¡Así mi vida, así! ¡Aaahhh… Aaaahhh…! ¡Sigue, sigue amor, sigue cariño mío!... ¡Aaahhh… Aaaahhhh!... ¡Me matas, Víctor mío, hermanito querido!... ¡Me estás matando de gusto, de placer infinito!...
Pero lo ya excelsamente maravilloso para Elena fue cuando la lengua de su hermano entró en su cuevecita del placer, horadándola, hundiéndose en ella casi hasta las amígdalas, al tiempo que se movía hábilmente en tales profundidades, hurgando, repasando todos y cada uno de los más recónditos rincones casi hasta el fondo de tan golosa vagina, hasta donde la camaleónica lengua era capaz de llegar, esforzada al máximo.
El tiempo se le agotaba a Elena, pues notaba claramente que el volcán de sus más íntimos placeres estaba a punto de la más maravillosa erupción, pues su tronco tendía a erguirse dominador, arqueándose a su vez la juncal espalda. Pero no era ella sola la que estaba a punto de alcanzar el cénit de aquél gran “trabajo” de lengua, pues también sentía los estertores del cuerpo de su pareja, que se tensaba al arquearse también la espalda masculina.
Entonces Elena se alzó rompiendo el gozoso contacto al tiempo que exclamaba
¡No acabes aún cariño! ¡Aguanta cielo, aguanta! ¡Sólo un momento, de verdad mi amor, sólo un momento, un momento sólo!
Elena, a toda velocidad, desanduvo el camino antes andado, hasta bajarse a la altura de la candente virilidad de su hermano; la tomó con una mano y en un decir se la introdujo dentro, empezando de inmediato a “galopar” como jinete sobre caballo o toro salvaje, mientras gritaba entre jadeos de placer
¡Ahora mi amor, ahora! ¡Vamos querido, vente conmigo que estoy ya a punto de caramelo!
A continuación, entre aullidos de puro gusto, siguió clamando
¡Ya mi amor, ya! ¡Vente, vente que no aguanto más!... ¡Aaahhh… Aaahhh!… ¡Me vengo Víctor! Meee veengooo, aalmaaa… Miiiaaa!... ¡Ya, ya, ya estoyyy aquííí!… ¡Siiigueeee eeempuuujaandooo miii aaaamoooorrrr, maaachooo miiiooo!
Víctor y Elena acabaron juntos, al unísono, quedando ella derrumbada sobre él, pero sin dejar escapar al “pajarito” de su amorosa “jaula”, pues le mantuvo retenido apretándose contra el pubis de su hermano.
Aquello sólo duró el poco tiempo que precisó para reponerse un poco de la “paliza” que también representó aquel primer coito mantenido con su hermano. Por lo que tan pronto se sintió un tanto repuesta buscó la vivificación del “pajarito” mediante un suave, medido movimiento de vaivén, cadera adelante, cadera atrás en lento pero sostenido movimiento que tranco sí, tranco también se hacía más y más intenso, despertando de vez en vez la dormida virilidad de Víctor hasta sentirla gloriosa en su interior. Entonces susurró al oído de su hermano
Víctor, mi amor, cambiemos de postura; giremos los dos para que yo quede debajo y tú encima. Toma tú la iniciativa de la situación cariño mío.
Giraron los dos como Elena deseaba sin dejar que el pene de Víctor saliera del “conejito”, efectivamente, él tomó el control de la íntima relación desde ese momento, dedicando a su amante hermana, a su mujer, un suave, delicado, mete-saca que poco a poco la llevaba a las más altas cotas del cariño, pero también del placer.
Elena colaboraba al 100% con el vaivén que las caderas de su hermano iban imponiendo, coordinando el propio vaivén de sus caderas al de su amor, al de Víctor, mientras sus piernas se alzaron, atrapando entre ellas las caderas y muslos del hermano-marido, al tiempo que sus talones se clavaban en los glúteos masculinos presionando sobre ellos, ayudando así esa máxima penetración que tanto la enloquecía. Y los murmullos de placer, los jadeos entrecortados, los gemidos y grititos producto del goce supremo llenaron la habitación. Elena empezó a gritar de gusto, pero esos gritos se trocaron en alaridos de candente pasión erótica cuando Víctor, poco a poco, fue imprimiendo más y más vigor y velocidad a las embestidas de aquel esplendoroso mete-saca, haciendo que su virilidad entrara y saliera de la intimidad de Elena con respetable vigor y velocidad, intimidad que a esas alturas de la “película” estaba enfangada con los fluidos aluviones de sus más preciosos jugos.
Los grados de la temperatura erótica se fueron incrementando paulatinamente hasta alcanzar el nivel en que el hierro funde, con lo que el cortejo de alaridos por parte de Elena, bufidos y berridos por parte de Víctor y por parte de ambos los entrecortados jadeos, los gemidos balbucientes y los amortiguados murmullos de placer se multiplicaron por enésimos factores hasta que las placenteras sacudidas que hacían temblar todo el cuerpo de Elena al discurrir por su columna vertebral los excelsos goces precursores del inmediato orgasmo rompieron en el fondo de su vagina en una sinfonía de múltiples placeres que la llevaban al paraíso del gozo supremo
¡AAAHHH!... ¡AAAAHHH!... ¡AAAGGG!... ¡MEE VEENGOOO!… ¡MEEE VEENGOOO, AMOR MÍO!...  ¡ AAAGGG AAAY… AAAY… AAAY!...
Víctor se vio transportado al Séptimo Cielo de los más gloriosos placeres que pueda dar el sexo al ver la salvaje forma en que su amada hermanita, su “Putita Hermana” disfrutaba de ese segundo orgasmo del día, primero de esa segunda sesión de sexo casi salvaje. Pero no por eso decreció el vigor, fuerza e intensidad de las embestidas con que regalaba el cuerpo de la mujer amada. Ni mucho menos, pues lo que originó esa casi inmensa dicha fue un incremento de la pasión del mete-saca, así como de la velocidad de este, ambas cosas que enloquecían de dicha a su “Putita Hermana”, haciéndola vibrar de enervamiento sexual, en incandescente deseo de que aquello no acabara nunca
¡Dame, fuerte Víctor, hermanito, cariño mío, fuerte, fuerte! ¡Así, cielo mío, así! ¡Aaaahhhh…. Aaaahhhh! ¡Qué gusto me das vida mía, mi amor…! ¡Aaaahhhh… Aaaahhhh! ¡Sigue… Sigue!… ¡Así, cielo, así…! ¡Aaaahhhh… Aaaahhhh! ¡Qué bien me lo haces! ¡No pares, cielo mío!… ¡Empuja vida mía, amor mío, empuja fuerte…¡AAAHHH! ¡¡AAAHHH! ¡AAAHHH!!
El hermanito también vibraba de deseos de disfrutar él, pero mucho más de que ella disfrutara, pues el disfrute de la tan amada hermana constituía su mayor disfrute. Verla así le enervaba, le encendía hasta el infinito lo que le producía un ansia suprema por hacer lo que su hermana le demandaba: Incrementar hasta el infinito el vigor, la fuerza, y la velocidad del increíble mete saca. En efecto, la polla del hermanito entraba y salía del coño de la hermanita incesante e incansablemente, haciendo que sus testículos se estrellaran una vea y otra en el culo femenino, en ese punto donde acaba la vagina junto al canalillo que lleva hasta el ano.
Esa renovada forma de entrar en la vagina de Elena, hizo que el segundo orgasmo de esa segunda tanda sexual de la tarde, ya más que de la mañana, rompiera en la vagina de la hermanita con denodada fuerza inundándola de enervante dicha que la llevaba a la misma Gloria. No, para Elena empezaba a estar claro que para entrar a disfrutar del Cielo Prometido no era necesario morir, con una tarde de amor sazonado con el maravilloso sexo de su hermano era suficiente
Pero como el horno estaba lo suficientemente caliente, ese segundo orgasmo de la segunda tanda sexual, tercero de la mañana-tarde, no llegó solo, sino acompañado en una catarata, más o menos,  de orgasmos encadenados con lo que también en su vagina rompió un tercero.
Y cuando a los pocos minutos Elena barruntaba la llegada del cuarto, Víctor empezó a clamar entre berridos, bufidos de búfalo en celo
¡Hermanita no aguanto más! ¡Lo siento pero creo que voy a acabar en segundos!
Sí hermanito, acaba ya; vente, mi amor, vente conmigo que también estoy por acabar, por venirme en instantes… ¡Vamos valiente, TOORO MIOO, acompáñame, “vente” conmigo  ¡Aaaahhhh! ¡Aaaahhhh! ¡Me corro amor mío, me COOORROOO! ¡MEEE…COOORROOO, CARIÑO MÍO! ¡Dame tu semilla, inúndame con ella! ¡EMBARÁZAME, PRÉÑAME AMOR MÍO, VIDA MIA, CARIÑO MIO!... ¡¡¡TOOOROOO MIIIOOO!!!... 
Los dos. Elena y Víctor, Víctor y Elena, explotaron juntos cual dos erupciones volcánicas que simultáneamente estallan, quedando ambos ahítos de amor, llenos, exultantes de mutuo cariño conyugal y Elena totalmente inundada de fertilizante esperma de su hermano que con toda su alma deseaba que fructificara en el fértil campo de sus entrañas. También estaban más que cansados agotados, extenuados tras aquellas dos gloriosas sesiones, incomparables e inacabables. Víctor cayó derrengado en el pecho de Elena que le recibió con el inusitado, rendido amor que le profesaba. Él había caído agotado como pocas veces antes lo estuviera, por lo que al momento pasaba a los mórbidos brazos de Morfeo. Con uno de los pezones de Elena en la boca, atrapado casualmente al caer sobre el pecho femenino, talmente parecía un niño que se durmiera mientras mamaba. Elena mesó el pelo a su hermano unos minutos, en tanto le miraba arrobada, dulcemente enamorada de él hasta las trancas, para al poco besar sus mejillas y sus labios con la debida suavidad para no despertar con sus besos a su hombre. Luego se acurrucó junto a él, abrazándole tan fuerte que más juntita a él casi no podía estar ya. Descansó su cabeza en la parte alta del pecho masculino, bajo el omóplato izquierdo, y pocos minutos después también dormía, en uno de los sueños más tranquilos y felices que en su vida disfrutara.

8. LA GRAN NOTICIA
Cuando Víctor despertó, casi pasada ya la media tarde, lo primero que experimentó fue el hambre de lobo que le dominaba. Inmediatamente después, al verse en el suelo y desnudo por completo, recordó la mañana precedente y lo maravillosa que fue. Con la vista buscó a su hermana, pero no la encontró. Iba ya a levantarse cuando ella apareció con su rostro iluminado por una alegre al tiempo que amorosa sonrisa de oreja a oreja. Iba enteramente vestida, lo que denotaba que haría cierto tiempo que estaba despierta. Se acercó a su hermano, dándole un piquito en los labios al tiempo que le decía  
¡Venga dormilón, que ya llevo yo levantada un rato no pequeño! Dúchate y vístete, que tenemos que salir. Supongo que tendrás hambre, ¿verdad?
¡Y de qué manera! ¡Me comería un buey con habas.
Pues, querido hermanito, te tendrás que conformar con un “tente en pie” en la cafetería de aquí al lado, pues papá y mamá nos esperan para cenar, y no te vas a presentar para no probar bocado. ¡A ver cómo les justificas que has comido después de las seis de la tarde! Luego al “tente en pie” y con el coche a casa de papá y mamá.
¿Sabes hermanita? Lo de ir con papá y mamá no urge en absoluto. Yo tengo un plan mejor que ese que dices. Comemos ahora un poco más decentemente de lo que dices; luego volvemos a casa, nos metemos los dos en la cama a recuperar tiempos perdidos y luego, a las nueve y pico o las diez, vamos a casa de nuestros padres.
¡Ya! ¡Hermanito, eres un “salido”! ¡Vamos, un hombre! ¡Y, como todos, siempre pensando en lo mismo! Anda, anda, “salido!, más que “salido”, que para la “recuperación” que dices, y yo suscribo, ya tendremos tiempo luego, a la noche. Porque que lo tengas claro: Se te acabó la vida de soltero. Desde hoy viviremos juntos y dormiremos juntos cada noche, porque vamos a ver, ¿eres o no eres mi marido? ¿soy o no soy tu mujer?
Cariño, eso para mí ya no cabía duda desde anoche y así será, pero sigo pensando que mi plan es mejor que el tuyo. Y con el añadido nocturno que dices, que lo uno no quita para lo otro.
Que no, pesado; que no. Que, aparte de los de los papás, yo también quiero salir de aquí de inmediato pues quiero hacer algo cuanto antes: Presentarte a una persona muy importante
¡Elena! ¡A ver si me tendré que poner celoso…. Porque, no será tu último novio, ¿verdad? Porque te advierto, aunque hace algún tiempo que no me lío a trompazos con ningún tío, eso no significa que no esté preparado a hacerlo en cualquier momento…
¡Mira que serás tonto, hermanito! Yo no tengo más novio que el que siempre quise tener, tú tontorrón, más que tontorrón, tú. Que, además de “salido”, me estás resultando tontorrón. Es a mi hija a quien quiero que conozcas, y lo quiero ya, cuanto antes. Por eso tengo prisa por llegar pronto a casa de papá y mamá.
¿Sabes hermanita? Veo que tienes razón, que tu plan es mejor que el mío. Sí, también yo tengo ganas de conocer a tu hija. De verdad Elena, de verdad. Voy a querer mucho a esa niña, a tu hija. Como si fuera mi propia hija. Te lo prometo.
De eso, de que la querrás como si fuera hija tuya, de tus propios genes, estoy absolutamente segura. Luego, a la ducha y en un momento te quiero listo para que salgamos
Sobre una hora más tarde, en el coche de Elena y con ella al volante, los dos hermanos se encaminaban a la casa de sus padres. A poco de ponerse en marcha, Elena le hablaba a su hermano
Víctor, te decía que quería que conocieras a mi hija, pero antes deseo explicarte algo: Dos meses y pico antes de que te marcharas hace ya seis años, una noche estuvimos en el cine. Tú te sentabas con Ana y yo, unas cuantas filas más adelante, estaba con un tío del que ni me acuerdo. Aquella noche y en aquel cine, Ana te hizo una “fela” de las que hacen época, pero tan pronto como le soltaste la “carga” en la boca ella se levantó y se vino hacia mí. ¿Lo recuerdas?
Un tanto hosco, Víctor respondió
Sí. Lo recuerdo perfectamente.
Vaya, me alegro. Y, ¿Sabes lo que entonces hicimos ella y yo?
No pero me lo imagino: Daros un “morreo”. Y… ¿Sabes, lo que esa noche realmente hubiera querido hacer? Mandar a Ana a hacer puñetas y al tío cabrito aquel a patadas de tu lado y ocupar yo su lugar junto a ti para ser yo el beneficiario de tus favores.
Elena se rio con ganas antes de decir
¡Veo que de verdad te acuerdas, y eso es lo importante. Pues no cariño, esa noche el tipo aquel no disfrutó de favor alguno por mi parte. No estaba yo de humor entonces para permitir que nadie me “metiera mano”; estaba mucho más interesada en lo que pasaba entre Ana y tú. Y no cariño mío, no nos morreamos Ana y yo aquella noche. Cierto que ella me abrió su boca y yo le abrí la mía, pero el morreo se limitó a pasar de boca toda la “carga” que vertiste en la suya, de la de ella a la mía. Sí hermanito, todo tu esperma con sus “bichitos” recientes y calentitos. Saboreé "aquello" en mi boca, le di vueltas para saborearlo mejor; degustarla más bien diría. Pero no la tragué; ni una gota siquiera. La guardé allí y, si recuerdas, me marché enseguida. Me fui corriendo a casa y allí solté todo ese semen en un tubo de esos esterilizados que se usan para recoger muestras de laboratorio. Metí el frasquito en el congelador de casa y un par de días después me dirigí a una clínica especializada en fertilización “in vitro! Allí me extrajeron unos óvulos que fertilizaron con tu semilla. Luego, durante un mes largo, previamente a que tú te marcharas, me fueron implantando los embriones que resultaron válidos. Los dos primeros no arraigaron, pero tres días antes de tu marcha me implantaron un tercero que sí arraigo. Quedé embazada y parí nueve meses después, De esto hace cinco años más menos.
Elena calló y Víctor quedó serio, en silencio y con la mirada perdida en un punto del horizonte que, diríase, sólo él veía. El rostro inexpresivo, sin sombra de disgusto pero tampoco de agrado, aunque traslucía perfectamente el estado de emoción y, sobre todo, de tensión que a su alma entonces atenazaba. Elena, al tiempo que conducía, lanzaba miradas a su hermano casi a hurtadillas. En esas miradas se reflejaba la emoción y tensión que entonces la embargaba: Estaba más que menos aterrorizada ante las consecuencias que su acción unilateral podía acarrearle para con su amado hermano, pues le daba pánico la posibilidad de que él reaccionara ante eso no ya de manera simplemente negativa, sino de puro rechazo ante esa paternidad obligada y tramada a traición. Entonces estaba segura de haberse equivocado, y quizás definitivamente. Sí, eso era muy fuerte para decirlo así, casi de sopetón; seguramente si hubiera sabido ser más sensata… Pero… ¿Cuándo en su vida había sido ella sensata?... Y así quedó, como reo que espera el fallo definitivo que decidirá su vida o su muerte. Al fin, Víctor abrió la boca, habló, aunque sin mirar a su hermana, con la vista prendida o perdida en ese punto ignoto del horizonte que parecía conocer sólo él
Así que tengo una hija desconocida… Que soy el padre de tu hija, que ella es mi hija….
Víctor hablaba sin inflexión alguna en la voz, como si narrara un aburrido texto… Y Elena estaba pasando las de Caín, con el alma en vilo y la boca cerrada, pues era incapaz de articular palabra alguna: Su faringe se negaba a emitir sonido alguno y los ojos le escocían de tanto “tragarse” las lágrimas que desde que acabara de hablar a gritos le exigían libertad para desparramarse por su rostro.
Quería hablar, romperse en lágrimas de arrepentimiento e implorarle perdón a su hermano, dispuesta a humillarse ante él hasta lo indecible para que él la perdonara y la mantuviera a su lado. Aunque fuera como “Su PUTA hermana” y no “Su putita hermana”, pero no podía. Algo la mantenía allí, quieta, callada y anhelante
Por fin Víctor se volvió hacia ella y la “Putita hermana” vio brillar los ojos de su hermano, pero sin encontrar en ellos nada más que emoción y, sobre todo, cariño; tal vez fuera mejor decir arrobamiento. 
¡Nuestra hija, Elena; la hija de ambos, de los dos! ¡Dios, y cómo podré agradecerte esta hija nuestra!
Ahora sí que Elena rompió a llorar, pero a reír también, pues esas lágrimas lo eran de alegría por el gran peso que se acababa de quitar de encima. ¡Víctor aceptaba la paternidad de esa hija! Y… ¡De qué manera!... ¡Dándole a ella las gracias, cuando ella no sabría ni qué hacer para agradecer a su hermanito que acogiera así a la hija de ambos! ¡Sí, él era su marido y ella su mujer, pues Víctor se lo acababa de confirmar!
Si no hubiera sido por la rápida reacción de Víctor, el choque frontal con otro vehículo hubiera sido inapelable, pues Elena se había desentendido del volante al intentar lanzarse en brazos de su hermano. Este entonces, jocoso, le dijo
¡Tranquila hermanita o nuestra hija queda huérfana de padre y madre en un santiamén!
Víctor había tomado con una mano el volante abandonado por Elena, maniobrando para recuperar la mano derecha y salir del carril contrario. Pero en esta maniobra por poco no colisiona con otro vehículo que venía por ese mismo carril; suerte que este otro coche maniobró bien y les pudo adelantar por la derecha sin tocarse. Elene entonces, aprovechando que por su derecha no había ningún otro coche inminente, aceleró y Víctor de llevar al automóvil hasta la acera, frenando allí por fin
¡Ay, Dios mío! ¡Poco más y nos matamos! ¡Pero aquí estabas tú, mi amor, para salvar la situación!
Elena se había lanzado en brazos de su hermano, besándole, abrazándole… Era feliz, se sentía dichosa, contenta…. Era como si viviera un sueño… ¡Víctor, su hermano, su marido, aceptaba del mejor grado el ser el padre de su hija! ¡No le había afeado el haberle manipulado, el haber tomado la decisión de hacerle engendrar en ella una criatura!
¿De verdad cariño que no te importa que me apoderara así de tu esperma, que me hiciera embarazar por ti así, sin decirte nada, sin que siquiera lo supieras?
Pero hermanita, qué mayor maravilla puede haber para mí que engendrar vida en ti. Y qué más da cómo fue: Lo importante es que me hiciste el padre de tu hija. Y lo que somos nosotros tres, tú, yo y nuestra hija querida hermanita: Una familia porque hay un padre, una madre y una hija a la que los dos cuidaremos. Pero es más: No creo que la niña deba carecer de hermanos y hermanas. ¿Qué opinas al respecto hermanita?
Que nada deseo más que darte nuevos hijos, hermanitos y hermanitas para nuestra hija. Te quiero con toda mi alma, hermano y marido mío. Como la hermana tuya que soy pero como la mujer que también soy. Casi diría que este amor por ti me duele de tanto como te quiero. Te juro Víctor, que sin ti no puedo vivir. Hasta ahora mi vida ha sido un árido páramo desértico que tú has convertido, desde ayer, en ubérrimo Paraíso en la Tierra. Te adoro hermano y esposo mío.
Un nuevo beso lleno de dulce pasión, de absoluta entrega mutua, cerró esas palabras pues, sin más, el coche reemprendió la marcha llegando al poco a la casa de los padres de ambos.
Como era de esperar, papá y mamá monopolizaron a Víctor tan pronto como la pareja entró en la casa, por lo que no fue sino al rato cuando el padre pudo conocer a su hija, pero no como su padre, sino como su tío, pues los abuelos de la niña no dejaban a Víctor ni a sol ni a sombra. En un momento, socarronamente, Elena llegó a decir
Papi, mami, a este paso haréis que le coja celos a Víctor, pues me estáis reduciendo a un cero a la izquierda desde que mi hermanito regresó al hogar paterno…
Y claro, ante este comentario las risas florecieron que eran de oírse. A tener en cuenta que, no obstante a lo que Elena decía, ni un momento se había separado de su hermano, prendida a él con un brazo que se apoyaba en el de Víctor, en tanto con su otro brazo sostenía a su hija, la hija de Víctor y Elena, que ella se la acercaba lo más posible a su padre, a Víctor, que a su vez colmaba de besos a su hija y sobrina, pues ambas cosas era la niña a un tiempo. Y de señalar será que la niña tomó inmediato cariño al que entonces sólo conocía como su tío, demostrado por los frecuentes besitos en el rostro del tiíto y los no menos frecuentes abrazos con esos bracitos que embelesaban a su padre. Bueno, lo cierto sería decir que a Víctor su hija le traía embelesado desde que la vio por vez primera y que Elena no cabía en sí misma del gozo y orgullo que producía ver así a padre e hija. Sí, todo saldría bien, y ella con su hermano constituirían un matrimonio con más dulzura que entre todas las confiterías de la ciudad juntas.
Transcurrió la cena entre la general alegría y a eso de las doce de la noche Víctor dijo que se marchaba a su apartamento. Entonces Elena dijo que los días que su hermano estuviera con ellos, ella pasaría las noches en casa de su hermano: Llevaba mucho tiempo sin verle y prefería irse con Víctor para charlar los dos un rato antes de irse a dormir. Aquella noche la niña se quedó con los abuelos, pero cuando se presentaron en la casa paterna al siguiente día, en la casa de Víctor, que ya era el primer hogar de los dos, había una habitación preparada para la niña, con su camita, su armario, su cómoda y estanterías donde poner muñecos, juguetes y algún libro, cuentos en general, por lo que cuando se marcharon fue con la niña, eso sí, dormidita.
Y así pasaron los días que Víctor pudo estar en la localidad paterna y donde tanto él como su hermana nacieran. Había ido allí aprovechando unos días de vacaciones que se acabaron y tenía que regresar al trabajo diario, pues el dinero no lo regalan, sino que hay que ganarlo cada día.
Como tenían previsto los dos hermanos, se marcharon los tres juntos, Víctor, Elena y su hija, pues desde unos días antes Elena venía hablando a sus padres de que pensaba expandir su negocio de librería abriendo una segunda, y dónde mejor que en la capital de la Nación toda cuenta que allí vivía su hermano, con lo que tendría gratis el alojamiento  
Esto se fue repitiendo a lo largo de los cinco o seis días siguientes, pero al final Elena planteó a sus padres que ella quería que su hija pasara las noches con ella: Estaba acostumbrada a tenerla en casa, en la habitación de al lado cada noche, y que no se hacía a dormir sin tenerla cerca de ella; que así no venía durmiendo bien, se despertaba sobresaltada por las noches y tal. No era así, claro, pues en forma pasaba ninguna noche mal, sino todo lo contrario tras la sesión de amor que su hermano-marido la prodigaba a diario; sí, a diario, pues si al final dormía poco no era precisamente por añoranza de la niña. En realidad la idea era de Víctor, deseoso del cariño de aquella hija que realmente no conocía. La niña le había acogido bien, era naturalmente cariñosa, pero él deseaba que el cariño de su hija hacia él, el natural cariño que los hijos profesan a sus padres, se asentara y arraigara normalmente en su hija. Y para eso la diaria convivencia, el sentirse la niña querida y segura con su madre y el hombre que le empezarían a decir que era su padre, era imprescindible, pues el roce, el sentirse querido/a, es lo que crea la correspondencia a ese cariño que por entonces la niña no podía sentir en forma natural pues durante sus cinco años de vida nunca conoció a su padre.
Para regresar al lugar que le viera nacer donde sus padres y su hermana todavía habitaban, Víctor había aprovechado unos días de vacaciones que, como todo en esta vida, llegaron “A sé acabar e consumir” por lo que debía volver al trabajo. Pero no marchó solo pues con él iban Elena y la hija de ambos. La excusa para irse Elena con su hermano fue lo que ya antes pensara hacer: Expandir su negocio abriendo una nueva librería y en qué sitio mejor que donde vivía su hermano, pues él le brindaba alojamiento a ella y a su hija.
Pero la noche última que la pareja cenó con sus padres, cuando ya se despedían, en un aparte con su hija, Doña Elena, la muy respetable y tradicional madre de los dos hermanos, le dijo
Ten cuidado hija. Bueno, tened cuidado los dos, Víctor y tú.
¿A qué te refieres mamá?
Mira hija, yo no quiero inmiscuirme en vuestra vida, la de Víctor y la tuya; ya sois mayorcitos, él con veintiocho y tú con veintiséis. Pero hay cosas en las que hay que ser muy juiciosos. A los dos o tres días de llegar Víctor la niña, tu hija, me dijo que tú le habías dicho que su tío Víctor era su papá. Ella estaba muy contenta de tener por fin un papá, y yo pensé que era bonito que tu hermano quisiera proteger así a su sobrina. Pero desde entonces empecé a fijarme en cosas en las que antes no me fijaba, y así me di cuenta de que vuestra relación iba más allá de lo que las fraternales suponen: Veía entonces cómo os mirabais, cómo os tomabais de la mano, cómo os enlazabais por la cintura casi que de continuo… Más parecíais novios, recién casados incluso, que simples hermanos… No me equivoco ¿verdad?
Doña Elena dijo esto último mientras soltaba un suspiro con el que aceptaba lo inaceptable. Elena le sostuvo la mirada, pero sin desafío en sus ojos al tiempo que era consciente, pues le resultaba evidente, lo que a su madre le costaba tragar esas “piedras de molino”. Al fin, armada de valor, se confesó con su madre.
Sí mamá, él y yo nos queremos, nos amamos exactamente igual que vosotros dos, papá y tú, os amáis. Y como vosotros, nosotros también dormimos juntos y hacemos el amor. Pero mamá, en nuestra unión no hay nada innoble, nada sucio, nada obsceno y menos aún degenerado, pues es sólo eso, amor, amor sincero de hombre y mujer, de mujer y hombre. Igual que tú eres la esposa y mujer de papá, yo soy la esposa y mujer de Víctor. E igual que papá es tu esposo y marido, Víctor es mi esposo y marido. Y tendremos hijos; mejor dicho, tendremos más hijos, pues la niña, tu nieta, es hija de Víctor y mía. Y a nuestros hijos trataremos de criarles y educarles como vosotros nos criasteis y educasteis a nosotros dos, en la decencia y la honradez… ¡Y esperemos que entre ellos no cunda el ejemplo de sus padres! –Aquí, Elena se rio, haciendo reír también a su madre- Trata de comprendernos mamá, y trata de que papá nos comprenda también. No nos culpéis, ni nos despreciéis, ni dejéis de aceptarnos junto a vosotros…
Doña Elena se despidió de sus hijos y los vio marchar aquella noche sabiendo que en tiempo no los vería… Ni tampoco a su nieta.
Se sentía extraña. Desde luego, la relación incestuosa que ellos mantenían no le gustaba un pelo, pero tampoco la abominaba. Se sorprendía al comprobar que, realmente, les comprendía. Que dos hermanos se enamoraran de aquella manera podía ser cualquier cosa menos normal. Si le dijeran que era antinatural no sería ella quien tal cosa desmintiera, pero al propio tiempo tampoco lo encontraba tan inmoral, tan aberrante, pues el amor nunca puede ser inmoral ni aberrante porque el enamorado y la enamorada no son responsables de su enamoramiento: Este llega porque sí, porque la Naturaleza lo impone y el sujeto del enamoramiento no puede luchar contra ese fenómeno por entero natural y absolutamente propio de los seres humanos. Sí, su hija tenía razón, ellos dos, su hija y su hijo, se amaban tal y como ella y su marido se amaban, luego si el amor entre sus hijos era aberrante el de ella misma y su marido también lo sería. O… ¿Es que la Naturaleza puede ser aberrante?
Sí, los vio marchar y se dijo que todo eso se lo tenía que hacer comprender a su marido…. Pero esa noche no; estaba cansada y, lo que era peor, alterada. Sí, esa noche buscaría a su marido y se lo llevaría al “huerto”; y el amor que se profesaban reverdecería aquella noche como cada noche reverdeciera años atrás, cuando los dos, Víctor padre y Elena madre, eran mucho más jóvenes, tanto como ahora lo eran sus hijos Víctor y Elena.


Saturday, April 27, 2019

GRANDES RELATOS: EL ESTIGMA (I)




Por "EL BÁRQUIDA"ElBarquida@gmail.com



1 El retorno

Indignado por el retraso, Víctor observa la aproximación del avión al finger. La luz del indicativo "fasten seatbelt" se apaga con un timbre grave y breve. Con resignación se desprende del cinturón y comprueba la hora: la 1,10 de la madrugada, dos horas de retraso. Había pensado ir directamente a casa de sus padres y recoger las llaves de su apartamento, pero ahora era mejor llamar primero para decirles que iba para allí, a esta hora no se puede presentar nadie después de seis años de ausencia.
Del bolsillo interior de su chaqueta azul marino, saca el móvil, selecciona el número y lo activa. El tono de llamada persiste y persiste. Víctor se sonríe cuando observa los exabruptos con que un grupo de pasajeros increpa a la azafata en la puerta de salida. Va a colgar, nadie contesta y el avión esta casi vacío; en ese instante escucha en una voz somnolienta: "dígame". Un escalofrío recorre su cuerpo. Sus fracciones se tensan. ¡Elena!, ¡joder!, esto no me lo esperaba yo. Vuelve a oír de forma más clara y dura, "dígame". Sin duda es ella; titubea, traga algo de saliva, y finalmente se decide.- Hola Elena....., soy yo Víctor.
Un silencio interminable se produce, solo un monótono zumbido se deja oír. Víctor espera su contestación. Esta no llega. La azafata se acerca, es el último pasajero y con paciencia espera su reacción.
-Siento llamar tan tarde, el avión ha venido con retraso, y necesito coger las llaves de mi apartamento, voy para allí. Ahora no puedo hablar más -concluye metiendo el móvil en el bolsillo de su blanca camisa.
Al avanza por los pasillos del finger, con el portátil y una pequeña maleta de ruedas, piensa en su nueva situación, hui precipitadamente con 22 años por haber violado a mi hermana; mejor dicho, por haberla sodomizado; y ahora después de seis años vuelvo otra vez aquí y la primera persona que oigo es a mi hermana. Increíble.
Víctor no quiere ver a su hermana. No está todavía preparado por la sencilla razón que ni él sabe la respuesta a la pregunta de su hermana. Durante estos seis años el recuerdo ha sido como la carcoma que te roe por dentro. Por supuesto su íntima razón no piensa decírselo. Lo mejor es llegar con el taxi, recoger las llaves y salir casi sin hablar. Ya habla tiempo....
Suena el móvil, observa el número. Por un momento cierra los ojos y carraspea antes de contestar.
-Dime. Elena
- Víctor,..... no quiero que vengas a casa, tengo a mi hija durmiendo, y no sé quién eres -dijo con dicción algo nerviosa.
-No sabía que tuvieras una hija, Elena. Siento haberte despertado. Voy a un hotel y mañana me pasare
-Como quieras, pero no hace falta que te vayas a un Hotel, ¿dónde estás? –responde con sequedad.
-Estoy esperando mi equipaje, pero no quiero molestar a nadie. Déjalo, ha sido un error por mi parte.
Elena no responde, medita la respuesta. Finalmente le preguntar. -¿Estás solo?.
A Víctor le sorprende la pregunta, por lo que responde con un lacónico "sí"; demasiado solo, piensa.
-Bien, entonces espérame en la cafetería, cojo el coche y yo te llevo.
-Pero....-Víctor, mira el móvil incrédulo, Elena ya había colgado.
Se guarda el móvil, pensado en sus palabras, "no sabe quién soy", da un profundo suspiro y vislumbra como su equipaje entra en la elíptica cinta transportadora de recogida. Presiente que la noche va a ser larga, demasiada larga.

2 La víctima

Como cuando el gato Jerry recibe un mazazo de ratón Tom, así se quedó Elena cuando escucho su voz por el teléfono. Fue un golpe inesperado, nocturno; y la cogió con la guardia bajada. Pero tras unos breves segundos, su mente empezó a funcionar. Ni por asombro estaba dispuesta a que el azar le descubriera su secreto, era preferible que ella llevara la delantera y cuando antes mejor. Vio en el display el número recibido y relanzó la llamada.
Tras colgar se volvió a recostar mirando al techo con la vista perdida. Instintivamente estiró la mano y alcanzó un cigarrillo; lo encendió y dio una profunda calada. Necesitaba recuperar a sus neuronas adormecidas.
Su suave cuerpo blanco ligeramente oscurecida por lo rayos del sol surgió resplandeciente al retirar la sabana. Apagó el cigarrillo y en silencio, como una autónoma, se fue al baño.
El reconfortable agua caliente empezó a masajear su cuerpo dilatando sus poros. El chorro de agua le caía por el cabello. Abrió su boca, y el cálido torrente penetro en su cavidad bucal que a través de las comisuras de sus labios se escapaba a borbotones. El agua siguiendo su curso natural, saltaba y se deslizaba sobre sus puntiagudos pechos formando pequeños regueros, que iban reconfortándola. Después el agua juguetona en su caída, inundaba esa cintura plana, de tacto suave y se entretenía mojando copiosamente esos ensortijados pelos negros de su pelvis, donde la pequeña corriente se separaba y discurría por esas largas y sensuales piernas. En un instante cortó el agua caliente, y como una lluvia de pequeños alfileres, el agua fría empezó a castigaba su piel. Los poros se cerraban, la carne se contraía, y sus parduscos pezones se erizaron poniéndose duros como botones de nácar. Necesitaba estar alerta.
Una única toalla recogiendo su cabello cubría su aterciopelado cuerpo. Abrió el armario, saco un blue-jean, una blusa color marfil, y un tanga. Al ceñirse el tanga, notó la cinta sobre su profanado culito y se sintió profundamente incómoda, era una zona tan sensible que difícilmente se dejaba acariciar y esta noche menos. Se quito el tanga arrojándolo sobre la cama y volvió abrir el armario. Tras meditarlo, sacaba ahora un traje de paño, de tacto suave con tonalidades ocres, saco unos panties de color negro, y sentada sobre un taburete se introdujo una medía del panties y apoyando la planta del píe sobre el borde de la cama se abrió de piernas y empezó a deslizarlo sobre su piel.
La sensación de su mano acariciándose suavemente le produjo una grata sensación, al llegar a su pelvis; lo vio, ese pequeño tatuaje al lado de la ingle que se lo hizo el día de cumplir 18 años. Era su estigma, marcada para siempre. Con la punta de los dedos suavemente lo acarició, y respiró hondamente, incomprensiblemente sintió un estremecimiento.
Levantó la cabeza y cogió una fotografía arrinconada, casi olvidada; la miro largo rato mientras sus pensamientos retrocedían. La dejo y empezó a vestirse.
Elena, cuando se enfrentaba a los hombres, le gustaba ir provocativa, lasciva, lujuriosa como alguno se habían atrevido a insinuar. Era su arma, cuando los hombres empezaban a pensar en satisfacer al de abajo; su entrenada y rápida mente empezaba a dominar la situación; cuando algunos se daban cuenta, era demasiado tarde, el negocio era suyo. Así con solo 26 años estaba triunfando: tenía dos librerías y había editado varios libros con bastante éxito.
Pero esta situación era distinta, se enfrentaba a un hombre de su misma sangre, que no sabía quién era. Necesitaba conocer saber si los amores perduran en la lejanía. Y lo primero, necesitaba saber el porqué de esa felonía que la había hecho tan irascible a que alguien quisiera jugar con su sensible su ano, lo tenía cerrado a cualquier intruso. En ese momento le vino a la mente el desagradable incidente del hotel:
»Había negociado un contrato para la publicación en exclusiva de un superventas, el abogado un tío guapote había estado irresistible negociando con ella y decidieron después de la tensión, disfrutar de la noche. El tío tras los preámbulos amorosos le introdujo parcialmente el dedo en su culo, Elena se sobresaltó, y mirándole, le susurro, "cariño, mi culo es sagrado", dos minutos después de haberla lamido el coñito, la puso de espaldas, y volvió a intentar meter el dedo, pero Elena, salto y se lo volvió a decir de forma más severa, "es virgen cariño, no lo soporto". El abogado riéndose le dio un puñetazo, "ramera vas a hacer lo que yo te diga". Elena soltó un alarido y dijo" Cabrón, no me pegues, no soy de ese estilo". Pero él continuaba "eres una puta barata y te voy a romper tu culo" dándole una bofetada tras otras e intentando violarla salvajemente. Elena a cada golpe se retorcía de dolor; no podía parar a ese hijoputa. Al final, Elena comprendió, decidió y sonriendo, dijo, "mi amor, como conoces a las mujeres, espera que te la lubrique" y lanzándose sobre su rabo se la introdujo. El tío la cogió de la cabeza y a cada mamada la apretaba más, no la soltaba la zarandeaba violentamente, la estaba follando por la boca y a cada empujón decía, "así me gusta puta barata, te voy a enseñar a disfrutar". Elena tragaba y tragaba, con dolor pero sin rechistar, hasta que el abogado soltó todo su esperma sobre su dolorida boca.
»Entro en el cuarto baño, miro alrededor, lleno un vaso de agua, estrujo el contenido de una bolsita en él y se lo trago. Tuvo una arcada, pero lo reprimió. Se golpeo dos veces con toda su fuerza el estómago hasta que una bocanada del semen mezclado con ese pastoso líquido y todos sus jugos gástricos, salieron arrojados con fuerza; mientras jaleaba de asco, rabia y dolor. Se miro, los ojos estaban húmedos a punto de reventar y la cara hinchada por los golpes recibidos. Respiro hondamente una, dos, tres veces. Descolgó el móvil que había cogido y llamo, hablo en ingles durante 30 segundos y colgó.
»Desde el baño, con voz suplicante y a media voz dijo. –Oh, mi amor; te voy a hacer tan feliz que se te van a saltar las lágrimas de puro placer. Te lo juro, pero no me hagas mucho daño, mi amor -volvió a marcar, y tras una breve conversación colgó.
»Se lavo la cara, se posó el albornoz y con una sonrisa salió. -Mi amor, he pedido champán y fresas.
»El tío reía sonoramente.- Muy bien furcita, como sabía lo que te gusta, no te preocupes solo duele la primera vez después ya está lista para que otros lo usen.
»Diez minutos después llamaron a la puerta, el abogado se levantó y abrió la puerta, dos armarios negros de casi dos metros de largo por uno de ancho y placida mirada, entraron.
»-Chico deja el champán en esa mesa –dijo de forma burlona acercándose a darles la propina.
»No sé enteró, una descarga de 130 k de potencia en forma de puño se estampo sobre su cara, cayendo noqueado. Elena le miró con cara de asco, "no quiero que esté dormido", ordenó; mientras cogía un talonario, y firmaba un cheque.
»-Es usted muy generosa, señorita, no se preocupe somos profesionales y tendrá ración extra –respondió uno de los camareros.
»Al salir del baño vestida, el tío estaba atado transversalmente en la cama con un pañuelo en la boca. El negro de atrás, se acariciaba su verga de ébano, tan negra que absorbía la luz a su alrededor, tan ancha como su muñeca y tan larga como su brazo. El otro tenía puesto unos guantes. Elena cogió de los cabellos al abogado y le susurro:
»-Cariño, que malo has sido, te he pedido tres veces que me respetaras, y has sido malo, pero tu furcia te va a enseñar los placeres del amor, y vas a aprender a respectar a las mujeres -y con dureza para influir miedo, termino-. Otro vez pagué a un cirujano, entiendes mi amor, pero tienes suerte necesito el contrato.
»Cuando salía por la puerta oía el chasquido que hace una ostia profesional seguido del sordo alarido provocado por un martillo perforador. A los pocos días recibía el contrato firmado.
Salió de su dormitorio y sigilosamente abrió la habitación de al lado. Su hija de cinco años, dormía plácidamente. La dio un beso, la arropo y tras cerrar la puerta, camino silenciosamente por el pasillo. Se paro y se contempló en un gran espejo y lo que vio le gusto. Su minifalda de palmo y medio de larga casi estaba cubierta por la chaqueta, llevaba zapatos marrón oscuro con tacones altos lo justo para mirar a Víctor directamente a sus ojos. Sus labios marcados de un rojo intenso pero sin ser estridente, remarcaban sus formas carnosas; y unas suaves sombras resaltaban sus grandes ojos color café claro. Y como toque final, esa cadena de oro en su tobillo izquierdo. Sí, estaba hecha una venus, una puta de lujo como diría alguno de sus "amigos". Necesitaba impresionarle, aunque no quería saber el porqué.
Al abrir el pómulo de la puerta de salida, noto un ligero temblor en su mano, inhaló aire y salió decidida a obtener respuesta a sus preguntas.

3 El recuerdo

Víctor, en la cafetería, pide un café bien cargado y un coñac doble, y tras darlo un buen trago al coñac, se mece el cabello y se pregunta, "¿cómo estará Elena?". A su mente le viene su imagen: su pelo castaño ondulado, con esos ojos color café; claros, grandes y luminosos. Esa forma ovalada de su cara con esos pómulos tan marcados y esos labios carnosos, ¡qué bonita era!. Siempre le gustaba lucir esas piernas largas con esas falditas y esos panties que a pelo se las ponía. Me reía de ella, "mucha pierna y pocas tetas".
Y en voz baja, mirando la copa, exclama, ¡Qué cabrón fui contigo!.
La llegada de un avión anunciada por los altavoces lo saca de sus cavilaciones. Palpa con la mano el bolsillo de la chaqueta y extrae un pitillo con un mechero. Con la vista absorta en un letrero luminoso, ve pasar a una limpiadora que con una mopa limpia el suelo, le recuerda a Ana, la amiga de siempre de su hermana: morena con el pelo corto y una cara infantil iluminada por esos pícaros ojos negros. De fácil sonrisa y viciosa mirada, siempre me la ponía dura y yo era su jinete preferido.
Siempre con esos jerséis y camisas ceñidas para remarcar sus vistosas tetas (una sarcástica sonrisa se le dibuja en su cara); las veces que las abre mordisqueado. Baja estatura, pero lo suplía con esos tacones altos para acentuaban sus nalgas duras que formaban ese culito respingón. ¡dios, vaya pareja!.
Toma un sorbo de café y se recuesta sobre el asiento. Da una profunda calada a su cigarro, no puede evitar que otra vez le venga a la mente los sucesos que desencadenaron la sodomía:
»Fui a casa de Ana, caía la tarde y aparqué mi vieja Yamaha enfrente de la casa, y cuando subía un peldaño del pequeño porche; vi luz por el ventanuco del garaje y oí esos ruidos guturales que despertaron mi curiosidad. Al mirar; dios, qué mazazo me lleve.
»Mi hermana estaba atada, con sus brazos levantados atados con cuerdas a la viga de madera y con una negra venda en los ojos. Su blusa arrojada en el suelo. Ana debía llevar un mono de látex negro tan ceñido que era su segunda piel, me daba la espalda por lo que no me veía. La había subido la faldita y la estaba metiendo mano, posiblemente pajeandola, mientras que la susurraba algo al oído. De vez en cuando le daba una palmada en sus glúteos. Elena, gemía, estaba a merced de Ana y desfrutaba de ello.
»Ya en esa época, de Ana me lo podía explicar todo, la había visto sus miradas lascivas que echaba a Elena; pero de mi hermana no lo comprendía, ¿mi hermana?, ¿ una jodida tortillera, o ..... una puta ninfómana que todo lo valía? Era evidente que no era la primera vez, no era una simple experiencia.
»Cuando Ana le dio un beso en esa boca, no quise ver nada más y me alejé. Me senté en el escalón con un comecocos que se agitaba por dentro. Las oía coñear, gemir, disfrutar; y finalmente termine por echarme a reír de los alaridos que pegaban, vaya par de elementas. Desde luego quién era yo para inmiscuirme en su vida.
»Pero la imagen de mi hermana, con el pelo alborotado cayéndola por la cara, con esos labios rojos carmesí, lascivos, entreabiertos, viciosos; y esa cintura ..... Me había enganchado, presuponía la causa, pero no quería reconocerlo. ¡Joder!, cuidado que me gustaba mi hermana, me daban ganas de llamar y que me invitaran a la fiesta.
»Por azares del destino, me había tocado a mí ser el bicho raro que poco a poco, día a día, se va enamorando de su hermana; su estilo, su actitud ante la vida, su aguda inteligencia. Lentamente me embrujaba. Claro que me aborrecía por esos pensamientos y esperaba que fueran pasajeros pero lo llevaba metido en los tuétanos, en lo más profundo de mi ser; aunque sepultado por mil capas de meditado raciocinio.
»Tres días después, se desencadeno todo. Era tarde, paseaba con Ana por el parque y las farolas se acababan de encender. Una ligera corriente de aire mecía las falsas plataneras, Ana sintió frío y ligeramente la estruje contra mí para darle calor. Un solitario banco vacío, con un tablón como respaldo, estaba en nuestro camino. Por la penumbra que existía no lo vimos al principio. Ana se sentó en el canto del tablón, Yo me senté al revés metiendo las piernas por el hueco que dejaba el tablón.
»Estaba radiante. Me miró con picara lujuria. Se deslizo sobre el tablón, cayéndose sobre mi verga. Me miro con la boca entreabierta. No hablábamos, nos comunicábamos con las miradas. Me sonrió y me bajo la cremallera, sacándomela. Mientras suavemente me la manoseaba; en silencio, observaba mis reacciones. Se había convertido en una especie de rival pero como me ponía. Metí la mano para despejar su tanga, pero no llevaba nada. Con burlona expresión me observaba, se humedeció los labios con su lengua, esperando y acariciándomelo. No pude evitar sonreírla de la sorpresa que me había preparado. No me hice esperar, con placentera impaciencia se la metí en su húmedo receptor. Con mis manos apoyadas sobre el borde del respaldo la tenía atrapada. Ana apoyaba sus manos sobre mis hombros. Nos observábamos como nuestras caras se tensaban. Cada vez se la metía más profundo, con más ahínco, con más ritmo. Cuando mi fuerza se debilitaba a medida que la inundaba con mi cálida leche, en ese momento, con la última penetración lechosa, la más incisiva, fue cuando la dije, "díselo a mi puta hermana". Sorprendida por la frase me dio un beso y me contesto, "por supuesto se lo diré". Comprendí el error pero ya era demasiado tarde.
»Me sentía intranquilo con lo que acababa de decirla. Cuando salimos del parque. Sorpresa, nos topamos con Elena y sus amigos. Una simple ojeada de Elena a Ana que burlonamente la miraba, comprendió lo sucedido, la confirmación vino cuando se fijó en mi ojerosa y sudorosa cara. Mi hermana extrañamente me miraba y suspirando me soltó "anda maricón que no tienes suerte" y al momento se oyeron carcajadas de sus amigos. Me puse como el granate, pero me las compuse y al venirme a la mente la imagen de ella atada, sarcásticamente conteste, "con esa faldita pareces una hermosa bollera". El golpe hizo efecto, Elena cambió su semblante risueño, por un mueca de dolor. Sus fracciones se tensaron. En las pupilas de sus ojos lágrimas aparecieron mientras se apretaba los dientes. Nos despedimos, era un gilipollas, pero ella se lo había buscado.
»En casa, en pelotas con solo el pantalón del pijama, me tumbé en el sillón con un buen trago de whisky. Me remordía la conciencia por haberla humillado en público entre sus colegas y estaba dispuesto a pedirla perdón cuando volviera. Pero su imagen desnuda, ataba, gimiendo, mientras Ana la golpeaba en sus glúteos y esa pelvis negra azabache en contraste con su blancuzca piel; no podía evitarlo me excitaba y me excitaba y mientras seguía pensando empecé a menearla. Ajeno al mundo exterior seguía con mi imaginario deseo. Me seguía pajeando, cuando sentí que alguien estaba a mis espaldas, era Elena que había entrado en casa sin darme cuenta. Me quede rígido, ella me miró y me la observo descaradamente, "mucha polla para tan poco hombre" sentenció.
»No comprendo si fue la excitación, el alcohol, sus provocadoras palabras, o sus lujurioso cuerpo, pero perdí la cabeza, me levante y sin pensarlo la di una ostia. Elena tras el golpe se abalanzó sobre mi como una tigresa enfurecida, pero sintiendo más fuerte la cogí una muñeca y se lo retorcí hasta que se dobló. -Ahora vas a saber lo que es capaz de hacer el maricón de tu hermano.
»Tumbándola sobre mis piernas una vez sentado levante su falda y la arranque su braguita roja, allí estaban sus nalgas con su parduzco ojete todo a la vista. La empecé a azotar, ella se rebelaba, trataba de zafarse, chillaba, gemía y lloraba; todo me daba igual. Seguía meticulosamente cacheteándola, sus nalgas empezaban a adquirir tonos rosáceos y se calentaban, y en lugar de apaciguarme, la visión de ese culito pequeño, sensible me impulsaba a más y más. Mi rabo empezaba a exigirme ser satisfecha y la lujuria, la pasión, la necesidad de humillarla, se apoderaron de mí, simplemente los instintos básicos se adueñaron de mí.
»La cogí de la melena, y ella dio un grito desgarrador. La lleve al borde del sillón, y la arroje sobre el brazo del sofá. Con una mano la presionaba desde su espalda contra él, ella estaba allí a mi merced, le abrí las piernas, enseñándome ese pequeño orificio, me moje un dedo y sin contemplaciones se lo metí por el culo. Ella dio un alarido, y trataba de zafarse pero mi mano era de hierro y la encadenaba al sofá. Tras unos giros y vaivenes del dedo, lo saque, escupí acertadamente en su ojete, y guiada por mi mano el glande apunto y forzó; no entró pero daba igual. Volví a golpear, más fuerte con más rabia, y mientras Elena, daba alaridos empezó a entrar a sentir su prieta carne, el calor que emanaba, y en cada penetración la carne se ahuecaba y se ceñía a mi falo y seguía, golpe a golpe. Ya estaba el glande dentro y una mezcla de dolor e inmenso placer se iba apoderando de mí, todo me daba igual al sodomizarla: someterla, disfrutar de ese cálido agujero y llenarla de mi leche era mi único pensamiento.
»Un desgarrador grito de "Víctor, que soy tu hermana". me dejó bloqueado, la mente empezó a ser racional y me hizo comprender lo horrendo de mi acto. Tras unos segundos, de angustia y apesadumbrado, sin atreverme a mirarla a la cara, la pedí perdón. Esa misma noche antes de irme, la escribí una carta manuscrita asumiendo toda la responsabilidad de la sodomización para que la usara como quisiera. Sus únicas palabras fueron "¿por qué?.
Y ahora, seis años después la estoy esperando.
4 El Encuentro
Víctor apura los restos del frío café y mira su reloj. Ya hace dos horas desde que llamó a Elena. Pide una aspirina para sus migrañas. A su lado, un comandante con alianza en su dedo anular, atrapa hacia si a una azafata dándola un beso en la boca. Ambos sonríen felices. Los amores furtivos, la sal de la tierra piensa Víctor, mientras toma la pastilla con un poco de agua. Se levanta del taburete de la barra del bar. Mete las manos dentro de los bolsillos de su vaquero por debajo de los faldones de la chaqueta y mira sus negros zapatos. Empezaba a pensar que Elena no vendría. Se dirige al amplio ventanal y observa los fingers del terminal.
Elena cuando llego y lo vio, su cara se endureció. No pudo evitarlo. Una profunda rabia y amargura, casi olvidada, casi perdida en los pliegues del cerebro, brotó ante su mera presencia. Se sentó en un butacón de la sala y se puso a observarlo mientras se preguntaba: ¿quién era?, si su hermano o el loco que la violó.
Poco a poco, a medida que le observaba, sus fracciones se fueron relajando. Los gestos, los tics que veía le recordaban agradables momentos y actuaban como balsámicos para sus dolidos sentimientos. Una imperceptible sonrisa se le dibujó en la cara al observarle tomar la aspirina, estás tenso pensó. Al verle que se alejaba, dio un profundo suspiro y se fue hacia él.
-Hola Víctor –dijo Elena con voz cansina mientras esperaba que se diera la vuelta.
Su hermano se giró y durante unos instantes, se quedó quieto observando a su hermana. ¡Dios mío que hermosa era!, pensó en silencio. Se había teñido el pelo de negro azabache que la caía suelto sobre su perfecto óvalo; los ojos con ligerísimas patas de gallo, ahora fríos, seguían hermosos. Su piel tibiamente oscurecida por el sol, seguía desprendiendo esa aroma que tanto añoraba. Sus senos habían crecido hasta hacerse hermosos, ligeramente caídos; pero seguía teniendo ese cuerpo de vicio que tanto recordaba. Incomprensiblemente el bello se le erizó.
-Hola Elena.... ¿Cómo estás? –contesto Víctor, mostrando una forzada sonrisa e intentando controlar su voz para mitigar su estado de ansiedad. Elena le miró pero no le contestó.
Se acerca para darle un beso en la mejilla, pero ella gira la cabeza. Continua pero su intento falla. Se sonroja y traga saliva.
-Perdona que te haya despertado, pero no pensé que todavía vivieras en casa –fue su apurada respuesta.
-No te mereces que me deje besar, lo sabes, ¿verdad? –contestó Elena sin preocuparse de su excusa.
-Lo siento, simplemente me he dejado llevar por mis sentimientos -contesto afligido
-Ah, ahora tienes sentimientos, pues yo también tengo los míos. Si no te importa, coge las cosas y vámonos.
Víctor se cayó, acarreaba el trolley con las maletas detrás de Elena en dirección al aparcamiento. Sólo el retumbe de los tacones de Elena se oía en los silenciosos pasillo del aeropuerto. El movimiento de sus piernas provocaba oscilaciones de su faldita. Víctor durante unos instantes observó hechizado ese duro culo pero desvió su mirada. Se sentía culpable de tener esos pensamientos. Elena también se sentía culpable, no sabía cómo no podía odiar a su hermano. Pero que guapo está el cabrón con esos ojos tan tristes, se decía.
Un silbido de admiración soltó Víctor al ver el coche de su hermana, un BMW X7, -veo que las cosas te van de lujo, cuanto me alegro. Elena, se sintió halagada por la admiración de su hermano, pero inmediatamente pensó, me está adulando, intenta contentarme, controla tus sentimientos.
Las maletas fueron introducidas en el coche. Una pesada bolsa de plástico llena de libros, se rompió desparramándoselos dentro del coche. Uno de ellos atrajo la atención de Elena, tenía en la portada una litografía del Ponte Vecchio de Florencia. Era el primer libro que había editado ella, curioso que tenga uno mi hermano y eso sí, hondamente lo agradeció. Lo cogió y lo ojeó, tuvo una sensación extraña pero no supo la razón.
Ambos hermanos se agacharon para coger un maletín. Ambas manos se rozaron en torno al asa. Se cruzaron las miradas a escasos centímetros. Elena sintió el efluvio de su colonia. Recordó que era la que siempre ella le regalaba. Notó como su mirada se deslizaba desde sus ojos a su boca y se estremeció. "Bésalos", Elena le susurro. Víctor obedeció y suavemente sus labios por breves instantes se juntaron.
¿Me habría perdonado?, pensaba él aliviado; pero como supiera sus pensamientos, ella soltó.-No te he perdonado, ni por supuesto lo he olvidado, vivo con ello –y añadió-. Nunca has comprendido y nunca me has entendido, pero bueno, espero alegrarme de que estés aquí.
En el camino, Elena, le relato que tenía una hija; que vivió con un amigo, pero que hacía unos años lo habían dejado. No lo aguantaba. Así que retorne a casa con su hija, y que efectivamente le iba muy bien, después de terminar filología e historia, sus objetivos se iban cumpliendo.
-Pues yo.... -empezó Víctor, y cuando acabó. Elena se sinceró -se casi toda tu vida, Víctor; papá y mama me informaban de tus triunfos y de tus fracasos (remarcando lo de los fracasos).
El apartamento se vislumbró a lo lejos, su hermana aparcó cerca de él. Víctor a través de la ventanilla del coche levanto la vista en busca de las ventanas del apartamento. Lo compró como inversión en una ocasión que vino en un viaje de negocios; luego les dijo a sus padres que compraran una cama y cuatro cosas más, pero esta iba a ser la primera vez que lo habitara.
Ella iba la primera con soltura como si conociera el camino; abrió y entro. Para sorpresa de Víctor estaba amueblado, con libros por todas las partes, apuntes, carpetas, y al acercarse a coger una carpeta notó ese inconfundible olor, no lo tocó sabia quién era la intrusa.
Elena desapareció volviendo al rato con una botella de Chivas Regal 12 años y dos vasos; se quitó la chaqueta, tiró los zapatos poniéndose cómoda en un sofá y le ofreció un vaso mientras le dice:
-Anda deja de mirarme, que quiero hablarte.
–Si claro, lo supongo –contesta aceptando el vaso.
Se sentó en un extremo del sofá enfrente de ella, y al tocarlo se dio cuenta que era el viejo sofá donde la sodomizó, y un sopor frío le subió por la espalda. Elena se percató de su gesto mientras se sentaba y recogía las piernas debajo de su culo; pero no dijo nada. Tomo un largo sorbo y suspiró. Por cada uno de los poros de su cuerpo emanaban pura sensualidad.
Mirando alrededor dijo. –Vengo con cierta frecuencia, para leer, estudiar, trabajar, pensar y a veces, si me gusta algún tío para follar.
-No te preocupes, por mí podrás seguir haciéndolo -replicó Víctor, sin pensarlo.
Con muesca de dolor, clavo sus ojos en él con furia contenida, tomo un largo trago y tras un profundo suspiro empezó a hablar:
-Cuando esta noche sonó el teléfono y lo descolgué y oí tu voz, me quedé petrificada, volvías de la ultratumba en plena noche y sin estar preparada. Todos los recuerdos ya olvidados volvían a resurgir a borbotones sobre mi mente, pero han pasado tantos años y he jodido a tantos tíos, en todos los sentidos, y sí, también a tías para llegar a donde estoy; que ya estoy curtida en todo. El cerebro me ordenaba simplemente colgarte, pero reconozco que éste es tu apartamento y como ves lo he estado usando y hay muchos recuerdos que salvaguardar –y tras una pausa-Además sé desde hace tiempo que fuisteis tú quien le dio el dinero a papá para que pudiera abrir mi primera librería. Por eso y solo por eso decidí venir a buscarte, y...... (mirándole serenamente a los ojos) porque me debes una explicación.
-Comprendo, me alegro de que seas feliz con tus hijos y con tu vida, que el mundo te sonría, sé que siempre triunfarías en lo que te propusieras -tras una pausa y mirando el vaso, continuó -.Respecto a aquello, siempre lo he sentido, estaba borracho, obcecado y no sé qué me pasó, pero te pido que me perdones. (Se había preparado para parecer lo más frío e impersonal posible, no quería que supiera la simple razón, que siempre había estado enamorado de ella).
-¿Qué no sabes qué paso?, ¡Y una mierda! -le chillo y ahora con voz acalorada-. Aquella noche sobre este sofá, no me dolió que me desgarraras mi culo, sigue igual a como lo dejaste, si no que me desgarraste el corazón, con tus putas y frías embestidas, me lo jodiste.
Y aún con más excitación siguió.
-Cabrón de mierda, no necesito tu compasión ¿Qué te perdone?. Es eso todo lo sabes decirme -y con furor en sus ojos le pregunto-. ¿Soy una puta, Víctor?.
Víctor, se sobresaltó, miró un instante esas lascivas piernas, ese cálido busto y esa sexual boca, y finalmente respondió
-si eres una puta o no, no es asunto mío, pero si lo fueras y no fueras mi hermana, pagaría por sentir ese cuerpo junto al mí.
Y reprimiéndose, con voz más calmada, dijo Elena
-¿Soy tu puta hermana, Víctor?
-Ah, ya comprendo, joder; aquello fue una simple tontería, estaba obseso por verte con Ana morreando.
Aquello no se lo esperaba Elena, nunca se hubiera imaginado que sus juegos con Ana los conociera su hermano, pero ella continuó.
-Ah, eso te jodió, pase de, mi putita hermana, a puta hermana; de coto privado a uso pública, y por eso te vengaste, ¿Verdad?.
Ahora el asombrado era él, ¿cómo sabía lo de mi putita hermana?, la observo en silencio, pero su contestación fue escueta.
–A eso no te contesto.
Elena dolorida se levantó, y con ojos enrojecidos, exclamo.
-Me maldigo por haber venido, por haberte besado, y jamás te devolveré tu dinero, es el justo pago de tu sodomía.
Elena busco sus zapatos. Su visión era borrosa por las lágrimas que trataba de que no salieran de sus ojos. Víctor la miraba nervioso, inseguro. Elena cogió la chaqueta para marcharse y le hecho una última mirada con desprecio. Víctor finalmente se decidió y cogiéndola por él regazo para evitar que se fuera le dijo:
-Espera, Elena, si hay una explicación –cogió un cigarro y lo encendió, miro el vaso y apuro su contenido, se meció el pelo una y dos veces, y finalmente empezó-. Cuando tenías trece años y yo dieciséis, no sé si por haber leído, la “Lolita" de Nabokov, o porque estaba predestinado a ello, empecé a observarte con otros ojos, con otros sentimientos. Disfrutaba tenerte a mi vista, olerte y sentirse; deslizar mis dedos por tu piel me daba escalofríos de gozo, eras la ninfa, de tu degenerado hermano.
»Pero a diferencia del pederasta de la novela, según tu cuerpo se formaba, y tu mente maduraba; mis angustias, mis necesidades aumentaban. Te necesitaba y en mi cama me pajeaba imaginando tu cuerpo a mi lado y susurrándote "mi putita hermana", pero fuera tenía pavor a que me descubrieras mis sentimientos. No sé cómo lo supiste.
»Me habitué a ello, convivía con ello. Cierto que conocía a algunas tías y disfrutaba, y con algunas fue especial como con Ana lo que me daba esperanzas de poder superar ese aberrante sentimiento hacia ti. Pero volvió con una fuerza sofocante cuando te vi en el garaje con Ana, y aquella noche cuando me despreciaste, simplemente me volví loco, por eso tuve que huir. Me daba miedo que pudiera hacerte más daño y necesitaba alejarme de ti, olvidarte. (ahora mentía) Son locuras de juventud, al poco tiempo lo superé y volví a ser feliz, aunque siempre tendré la amargura de haberte hecho daño.
Un largo silencio siguió, roto por la voz serena de Elena.
-Siempre lo supe, Víctor; desde muy pequeña y me sentía feliz, profundamente feliz, pero aquella noche sobre este sofá me hiciste mucho daño, y ya no supe si, mi putita hermana, era un sentimiento o un desprecio hacia mí.
Acercándose ahora a él y acariciándole el cabello, le dijo:
-Nunca pensé en contarte esto, pero yo, también estaba enamorada de ti y solo Ana lo descubrió; tú no te enterabas y eso me consumía, ¿cuántas veces me insinué, cuántas veces me apretujé a ti, cuantas veces buscaba al besarte tocar tus labios con los míos?. Pero nunca reaccionaste.
La miró asombrado, atónico, mientras pensaba,” Mi hermana también!, por Dios que inmenso error cometí, tenía que haberme ido antes".
Elena, siguió
-Por las noches cuando hablabas por teléfono con Ana, descolgaba yo también el mío, tumbada en el suelo para no hacer ruido y mientras tu cálida voz la susurraba golfadas y la excitaba, yo las oía como si fueran para mí. Tus ordenes controlaban mi mano sobre mi cuerpo, acariciaban mis pechos, los manoseaba, los estrujaba a cada exigencia tuya; deslizaba lentamente mis dedos humedecidos sobre mi excitada piel, hasta llegar a mis labios vaginales, y mientras me pellizcaba mis duros pezones, suavemente me acariciaba mi clítoris al ritmo que imponías. Cuando tu cama crujía y tu respiración se aceleraba, yo tenía mi maravilloso orgasmo.
Elena se levanta, Se echa un whisky y toma un sorbo. Su vista parece lejana, ausente, y abatida como si el recuerdo le doliera. va
-Eras mi razón para respirar, Víctor; más de una vez estuve tentada de decirte " Fóllame a mí"; necesita sentirte y amarte.
»Por eso nos vistes aquella noche a Ana y a mí. Siempre nos hemos querido, incluso creo que estaba enamorada de los dos. Ya había tenido una relación erótica con ella, fue una vez en el cine. La coincidencia fue que estaba Ana morreando, y a tres filas estaba yo con un tío, nos vimos y nos sonreímos. Al principio la veía como era acariciada, mordisqueada y besada; yo me dejaba hacer lo mismo, pero me calenté y la olvide. Pero Ana se presentó balbuceando algo a mi oído, y al mirar lo entendí, sobre la comisura de sus labios se desprendían dos hilitos blancuzcos. Nos dimos un beso apasionado, con mis labios atrape los suyos y al abrir nuestras bocas, mi sedienta lengua penetro en su boca en busca de la maravillosa leche y no quedó satisfecha hasta que toda la carga me la traspasó.
»Se fue mientras lo saboreaba y sentía su textura, su salado y cálido sabor. Paladee ese intenso sabor, no me lo quería tragar quería sentir todos los aromas que desprendía, y mientras mis sentidos se agudizaban, sentí un maravilloso escalofrío por todo mi cuerpo. Me estaba corriendo y tenía un orgasmo. (Ahora Elena le miraba con toda su ternura) era, Víctor, tu semen que por una vez lo tenía dentro de mí y me corrí.
»Así fue como empezó mi fama, como me llamaste; ah sí, bollera. Bollera para unos y calienta pollas para otros. Sabes no podía follarme a mis amigos, tenía terror que me volviera a pasar que cuando alguien me penetraba y llegaban mis salvajes orgasmos, le suplicaba, " Víctor, mi amor, arrásame". Ese era mi profundo secreto que solo Ana conocía y comprendía y por eso me dejaba atar, la pedía que me tapara los ojos para no ver, y me figuraba que eran tus manos, tu boca, tu lengua quien me daba esa inmenso placer -concluyo con afligida sonrisa.
-Qué fuerte, hermana, y qué lástima de hermanos, jodida vida fue -sentenció Víctor.
Elena, le miro pensativamente, y volvió a ver los tics, las miradas, los gestos, vio esos ojos tan tristes, tan familiares, tan suyos, y los rescoldos de ese fuego prohibido, se avivaron y estuvo a punto de preguntarle ¿me sigues amando?, pero en su lugar dijo. -Tengo la sensación de que algo me ocultas, algo etéreo se escapa por los dedos; pero bueno, da igual..... Voy a coger algunas cosas y me iré.
Víctor le dio un beso de despedida, estaba cansado, muy cansado y necesitaba un relajante baño y sí, algo le había ocultaba "que seguía embrujado por ella", pero eso era algo suyo. ..
5 El reencuentro
Mientras que Víctor, se metía en el baño, Elena, empezó recoger alguna de sus pertenencias, carpetas, apuntes, y algún que otro libro. Le oía como se duchaba, cómo me gustaría estar ahí contigo, pensó. De su habitación cogió varios libros apilados y al ver los lomos; se quedó quieta. Sus instintos se alertaron de que algo estaba fuera de lugar; simplemente no podía ser. Revolvió los libros que había subido su hermano y allí estaba, su primer libro editado "La mujer en el Renacimiento". Le dio la vuelta y vio la etiqueta de su librería. Eso era lo que le extraño y se le había escapado, ¡Tenía precio de hace 3 años!.
Iba a preguntar cuando se retuvo y, lo que nunca había hecho, entonces lo hizo: mirar, rebuscar entre las pertenencias de su hermano. Un pequeño grito de alegría surgió al abrir su álbum de fotos; entre las fotos había algunas de ella, una cuando acabo la carrera hacía 4 años, algunas que no recordaba y una de él con cabello largo.
Elena la miro con intensidad, concentrándose y entonces lo recordó, "aquel tío que de forma casi superficial acaricio las ondas de su pelo, lo noté y me volví y allí había un tarado con pelo largo y gafas oscuras. Sentí que era conocido, cercano, algo familiar, pero se alejó y nunca lo entendí". Fue hace 2 años. Se sentó y exclamó, ¡era su hermano! ¿Por qué venía de tan lejos a espiarme?, ¿por qué se preocupaba de mí?, ¿qué le impulso a acariciar mi pelo? Pero la respuesta ya lo sabía, se lo había notado esta noche con sus miradas, con sus gestos, con sus tics, pero no quiso creer en su instinto de mujer y en ese momento se estremeció de gozo. La había amado en la distancia.
Una necesidad largamente ansiada iba tomando cuerpo, su falda cayó al suelo, y su blusa, y sus panties; y desnuda se puso una holgada camisa raída; y se fue al salón a esperar.
Cuando Víctor, salió del baño con una toalla sobre la cintura, y otra secándose el pelo, se quedó sorprendido de ver todavía a su hermana allí que cómodamente leía, -¿no te habías ido? -Lo he pensado mejor, siéntate aquí. Dócilmente Víctor se sentó.
Elena se levantó, las luces indirectas permitían ver el hermoso contorno de su cuerpo torpemente tapado por la raída camiseta, y ella indiferentemente lucía sus rosáceas aureolas resaltando sobre la blancura de sus generosos y turgentes senos; una hermosa matita de negro pelo, marcaban el principio del más lujurioso manjar y su cuerpo con movimientos sensuales se acercaba a él.
-Vas desnuda Elena -dijo Víctor sorprendido.
-Sí, aquí me gusta estar cómoda,
Contesto, mientras indiferentemente apoyaba sus cálidas manos sobre sus hombros y como una amazona, arqueó sus piernas montándose sobre sus muslos, a escasos centímetros de su oculto pene. Le miró durante unos segundos con una cálida y dulce expresión, se humedeció brevemente con su lengua sus labios enrojecidos por su carmín, cogió la toalla y empezó a secarle el pelo
-¿Así que no has vuelto en seis años, verdad?
-Ya te lo he dicho –(respondió él)
Seguía mirándole, disfrutaba de su extrañeza, mientras le secaba su cabello,
-¿Te gusto como mujer?
-Cualquier hombre te desearía.
-Y, ¿mi hermano?
-Por dios, aquello ya paso.
Dejo de secarle el pelo, arrojó la toalla. Ante su mirada empezó a acariciarse su necesitada oquedad. Le observo y sus oscuros ojos brillaban de éxtasis, eran tiernos y suplicantes, su única respuesta fue,
-Buen intento, pero ya no te sirve.
Elena seguía acercándose a él. En su lento trepar, sus muslos se deslizaban sobre los suyos y sentía la suavidad de su textura. Le estaba acorralando y excitando.
-¿Sabes lo que estoy haciendo?.
-Lo noto Elena.
Y aproximándose más le susurro,
-Me estoy masturbando.
-Elena, no me provoques, por favor.
Pero los suaves estímulos al pene, esa boca entreabierta tan sensual enseñándole sus blancos dientes, empezaba sin quererlo a excitarle y seguía sin comprender.
Ella lo miró, y presionaba más, y su cuerpo se iba ciñéndose al de él
-¿Por qué me mientes, Víctor?
-No te he mentido Elena.
Entonces ella le mordió el lóbulo de la oreja,-por castigo -le susurró.
-¿Quiero que lo diga antes de correrme?
-¿El qué?
Sin apartarle la mirada, se acercó a escasos centímetros de su boca y Víctor sintió su dulce aliento.
-Te he cotilleado, y he visto tus fotos, tus libros, y te he reconocido con el pelo largo, tramposo ¡me has estado observado! ¿Por qué Víctor, dímelo?.
Víctor, estaba nervioso, excitado y fatigado. Todos estos años venía, necesitaba acercarse a ella, verla, observarla y sentirla desde su lejanía, hasta que un año supo que se había juntado y que no debía inmiscuirme en su vida; pero eso no podía explicárselo. Pero al sentirla en sus brazos, no pudo más y lo confesó.
-Durante todos los años venía siempre a verte.
Y atrayéndola hacia él y sin mirarla
-Perdona, es superior a mí, siempre te he amado con locura.
Un gemido hondo, almacenado tantos años, se le escapó a Elena. Abrazándole con toda la fuerza acumulada durante tantos años,
-No sabes, mi amor, que cuando dos hermanos se aman, eso es de por vida.
-Eres mi hermana y.......
No le dejo terminar la frase; sus dedos húmedos de su dulce néctar se los introdujo en la boca, una profunda sensación le inundó.
-Basta de mentirme, hermano mío, desde ahora te alimentaras de mi intimo ser como yo del tuyo.
Y vio su hermosa boca, entreabierta, morbosa, lujuriosa, sedienta y con todo su ser fue a por ella. Sus labios la absorbieron, la abarcaron y sus lenguas, se juntaban, se enroscaban y mientras sus bocas jugaban con pasión, sus cuerpos cimbreaban, los senos acariciaban su pecho. Sus manos se habían apoderado de sus glúteos y aprisionándola y atrayéndola a él, su húmedo conejito sobre su polla la reconfortaba, la mimaba, la excitaba.
Se miraron en silencio observándose, amándose con la mirada. Ella se lo cogió y empezó a metérsela en sus labios vaginales, con el glande acariciaba su clítoris rozándolo suavemente, y tras un profundo suspiro de agradecimiento, le empujó hacia atrás, se levantó, le abrió las piernas, quedando su falo a su merced. Empezó a descender arrastrando su boca y su lengua sobre su cuerpo, pero Víctor no la dejo.
La levantó por los hombros, se miraron e incomprensiblemente la sentía tiritar, estremecerse.
-Oh, mi amor, mi putita hermana, te voy a hacer la mujer más feliz del mundo.
-Lo se mi amor, siempre lo he sabido", (Respondió ella.
Suavemente, con dos besos sobre sus ojos se los cerró, quería que solo el instinto del tacto estuviera despierto, agudizado, excitado, y empezó a mamar esos hermosos pezones, lamiéndolos, besándolos, mordisqueándolos; mientras que con una mano a su envidiosa compañera la sobaba, la acariciaba, la estrujaba, y a su capricho intercambiaba las caricias. Cuando los pezones estaban duros como piedras, y mientras su respiración aumentaba y sus gemidos empezaban a ser cada vez más audibles; empezó a ser más exigente, sus besos se hacían más absorbentes, sus dientes atrapaban el pezón y lo mordisqueó para que un pequeño dolor, junto con un inmenso placer, sacudiera su cuerpo.
Su lengua empezó a deslizarse dejando un reguero de saliva que erizaban la piel de ella a su paso. La lengua se entretuvo en su ombligo lo justo para sentir como su cuerpo se estremecía.
Su rizado bello púdico, pequeño y ensortijado, negro y brillante. Al contacto con su mano, provoco un gemido gutural profundo acompañado de unos espasmos. Al lado había un pequeño tatuaje que tenía entre una M y una H una p pequeñita, la dio un beso a ese oculto tatuaje que provocó una profunda satisfacción en Elena.
Pero ahí, unos centímetros más abajo, estaba su dulce tesoro; completamente húmedo con un olor profundo, atrayente. Su boca se entretuvo primero en su ingle, en la parte interna de sus muslos y cuando su dulce líquido rociaba todo su coñito abrió, delicada pero completamente, su rosácea almeja. Su lengua lasciva, ansiosa de ese líquido rezumante y de ese profundo sabor se dedicó a lamer esa deliciosa cavidad. El primer contacto de su lengua, con su clítoris, la provoco un espasmo acompañado de un ahogado gemido; pero su lengua empezó a sobarlo, a acariciarlo, primero con suaves y largos lengüetazos; después rítmicamente, finalmente en círculos salvajes, y de vez en cuando sus labios lo atrapaban y lo lamían. Elena, le acariciaba su cabello, mientras sus gemidos se convertían en gritos, unos agudos, otros graves, profundos, estrujándole contra ella.
Su palpitante y nervudo falo exigía ser complacido, ser satisfecho y girándola la tiró al suelo, la puse a cuatro patas, y por primera vez penetro una vez y otra en su lúdica cavidad. Pero Elena se tiro hacia delante y con ojos lujuriosos, con su respiración entrecortada, sudorosa y maravillosamente hermosa, le suplico:
-Hazme tuya, sodomízame, es lo único virgen que poseo y siempre lo he reservado para ti o para nadie
Y abalanzándose sobre el continuó.
-Pero no emplees saliva, quiero sentir el dolor de la primera vez, de la profanación, del desgarro de mis entrañas por primera y única vez, y que mi culo se agrande hasta convertirse en un guante para tu polla y el dolor se transforme en un inmenso placer.
-Pero cariño, te voy a hacer mucho daño, podemos...."
Y sonriéndole le soltó.
-¿Mucha polla para tampoco hombre?.
- Esta bien mi amor, prepárate a sentir –con tierna sonrisa respondió Víctor.
Ahí estaba, cinco años después a su merced, era su amo y señor, pero era sobre todo su amada hermana, así que abrió su culo y hay estaba ese ojete negro parduzco que se lo ofrecía virgen. Lo empezó a querer, a darle lengüetazos, a meter la punta de la lengua sobre él. Elena se corría, se movía como una perra salida. Introdujo un dedo, después forzó con dos, en un intento de ahuecar ese seco y cálido agujero para, seguidamente, tras ensalivarse bien el glande, se lo introdujo enérgico, golpe a golpe. Notaba como su culito se abrazaba a todo su nervudo falo; cómo penetraba en caminos inexplorados a cada embestida; Elena daba un alarido de dolor y clavaba las uñas sobre la superficie del sofá. Pero el instinto vencía a la razón y con un profundo golpe, la penetración se completó, su alarido fue salvaje mientras que él sentía un intenso placer, cálido y cabrón. Las cantaras lecheras estaban a punto de descargar, cuando, Elena, más relajada, le gritó.
-Te siento en todo mi íntimo ser, me siento rajada, y noto tus golpes tan dentro de mí que bombean todo mi ser
Y como un volcán que entrase en erupción, arrojando toda la materia tantos años allí oprimida, así su semen explosiono dentro del culito de su amada Elena.
Exhausto, se tumbó en el suelo, y Elena, se tumbó encima mientras se daban un sudoroso beso. Víctor al ver sus ojos de color café claro, tan amorosos, tan suyos, lo comprendió. Se deslizó sobre su cuerpo y sobre su tatuaje le dio un profundo y largo beso. Elena, le tomo entre sus brazos y le descubrió su íntima marca.
-Ahora lo comprendes, mi amor; me marque para ti para siempre aunque nunca pude decírtelo.
El cansancio, la tensión acumulada del día termino por agotar a Víctor que se quedó plácidamente dormido.
Elena le observó largo rato mientras se fumaba un cigarro y acariciaba su pelo, alcanzó su móvil y marcó:
-........
- Sí, aquí le tengo, en mis brazos, ronroneando.
-..........
- No, no; por una noche es suficiente, ya le diré que soy la madre de su hija.
La sensación de su mano acariciándose suavemente le produjo una grata sensación, al llegar a su pelvis; lo vio, ese pequeño tatuaje al lado de la ingle que se lo hizo el día de cumplir 18 años. Era su estigma, marcada para siempre. Con la punta de los dedos suavemente lo acarició, y respiró hondamente, incomprensiblemente sintió un estremecimiento.

CAPÍTILO 2

EL ALMA SE SERENA

Cuando Elena se quedó más tranquila, tras cortar la llamada telefónica, se volvió hacia el durmiente, contemplándole arrobada y largamente una vez más. Entonces era inmensamente feliz; como nunca lo fuera. Él la amaba; la amaba prácticamente desde siempre y ella le amaba desde siempre, sin el prácticamente. Arrimó aún más su hombre a su casi desnudo cuerpo, pues de la raída camisa que se pusiera y no la tapaba sino hasta poco más allá del pubis, a esas alturas de la noche apenas si quedaba nada, acurrucándose cuanto pudo contra ese amado cuerpo.

Así, su mente divagó hacia el futuro. Lo que tenía entonces más claro que el agua es que nunca más se separaría de él. Que vivirían juntos, en pareja conyugal, mientras en ambos alentara un soplo de vida. ¿Dónde? Estaba también claro que sería donde él residía. Su trabajo le ataba allí irremisiblemente. Pero el caso de ella era distinto. Cierto que las tenía allí, donde vivía, junto a sus padres, pero eso no significaba que no pudiera abrir otra tienda, otra librería más, donde Víctor debía estar. Disponía de un buen equipo de colaboradores, pues eso eran más que empleados, y para todos ellos la librería era cosa tan propia como para ella misma, pues entre todos la sacaron adelante y llevaban el negocio en sus propias venas. Sí, la librería saldría adelante sin exigir su cotidiana presencia, y abrir una más sólo significaría expandir su negocio de librería-editorial. Incluso podría llevarse alguno de sus buenos ayudantes con ella.

Y desde esa perspectiva su mente voló más lejos. Para empezar, la prole se ampliaría al menos en un vástago más; eso sí, concebido de manera menos original que la actual hija en común. A la antigua usanza vamos, recibiendo su vagina el semen fertilizante directamente de origen, con lo que, seguro, resultaría mucho más gratificante la inseminación. Aunque, a decir verdad, uno más desde luego que se le iba a hacer corto, insuficiente. Tampoco significaba la cosa que ella deseara resultar una “coneja paridora”, pero se dice que no hay dos sin tres, ni, seguramente, tres sin cuatro... ¡O quién sabe sin cuantos! Bueno, a lo que no creía estar muy dispuesta era a rebasar la media docena… Aunque… Bueno, mejor no pensar ahora en tales “récords”, casi dignos de un “Guinness”.

Volvió su mente a sus padres, preguntándose cómo tomarían eso de que a su hija se le multiplicaran casi a destajo los hijos de “Padre Desconocido”. Que la tomaran por una “pilingui” más bien que no, aunque puede que sí por algo peor en opinión de ellos, pues su convivencia con Víctor todo ese tiempo seguro que se haría sospechosa. Y cualquiera sabe para cuántos conocidos más. Pero bueno, ese sería el problema de los demás, no de ellos, Víctor y ella misma…

Estas elucubraciones y visiones del próximo futuro llegaron a su fin cuando empezó a pensar que había posturas más apetecibles con las que acogerse al ser querido. Y sin casi moverse de la posición tomada, pasó una pierna sobre el cuerpo de Víctor, buscando unir su “conejito” a la “cosita” de su hermano. Lo logró, pero encontró un tanto flácida la “cosita”, y eso tampoco era plan. Luego decidió encaramarse algo más sobre ese cuerpo ahora inerte para pasar una vez y otra su “cosita” sobre "lo" del “Bello Durmiente”, miembro masculino que, como quién no quiere la cosa, empezó a responder que era una vida suya, de la gozosa Elena, pues menudo “sobo” que le arreó a la referida “cosa”, que entró en “plan” que para qué las prisas en encajársela mejor, aunque respetando la “inmunidad” de la gozosa “cosita” por aquello de no despertar al durmiente. Que descanse, que descanse, se decía pues le reservaba inminentes “trabajos forzados”, luego más valía que descansara, no se le fuera a “rilar” en medio del “tajo”….

Así, descansada y feliz como se sentía, Morfeo no tardó en acogerla entre sus suaves y oníricos brazos


BAJO EL SIGNO DE VENUS

La luz de casi el medio día bañaba el cuerpo desnudo de Elena cuando la mujer abrió los ojos. Alzó los brazos por encima de su cabeza y, flexionándolos hacia dentro, se estiró, perezosa, cual larga era, haciendo que sus piernas quedaran casi rígidas al desperezarse cual gata que acabara de despertar al nuevo día. Recordando los dulces sucesos de la noche anterior, giró la cabeza buscando el lugar donde anoche quedara su querido hermano más dormido que un leño. Y entonces le vio, erguido sobre su codo izquierdo en tanto la mano derecha, cerrada en un puño, se apoyaba en la mejilla del mismo lado, sosteniéndola, en tanto que sus ojos la miraban llenos de amor, de cariño.

Ella entonces se volvió hacia él, aunque más propio sería decir que se fue izando sobre su hermano hasta quedar encaramada sobre él, obligándole a tenderse sobre el suelo hasta apoyar en tal sitio la espalda. Elena, subida por completo sobre Víctor, maniobró hasta que su “tesorito” quedó en contacto con la feroz “tranca” del hermanito. Entonces, empezó a rozar briosamente la “herramienta” masculina con su sexo, su “cuquita” que enseguida comenzó a tornarse inagotable manantial de los más íntimos fluidos femeninos, inundando con el olor de sus feromonas el ambiente, con lo que Víctor inició el viaje al universo de los mil y un aromas embriagadores.

Aunque el amoroso hermano de Elena tampoco se estuvo quieto desde que su queridísima hermanita iniciara la “maniobra de aproximación al objetivo”, planeada cual si fuera el mejor estratega militar del mundo, pues sus manos al instante se habían apoderado de aquello dos odres de vino y miel que eran los dos maravillosos senos de la mujer que le traía loco de remate. Los manoseaba, los estrujaba una vez y otra y ni se sabe cuántas veces más, aplicándoles boca y lengua alternativamente, besando, lamiendo y succionando cada una de ellas y a cada momento, casi a cada segundo. Elena, cada vez más enervada, más encendida, se movía sobre la “tranca” de Víctor como si fuera una sierra de vaivén, friccionando su encharcada “cosa” contra aquella maravilla de ariete demoledor de murallas que tenía debajo. Como posesa, gritaba.

¡Sí hermanito, chúpame las tetas, chúpame toda! ¡Lámeme, chúpame!... ¡Muérdeme si quieres, pero no pares mi amor, no pares! ¡Por Dios no pares ahora! ¡Hazme gozar, cielo mío, cariño mío! ¡Amor mío!

De pronto, Elena detuvo su vaivén sobre aquél embravecido “ariete”  para ir trepando por el cuerpo amado, por el torso idolatrado, dejando tras de sí un reguero de saliva y jugos íntimos en perfecta ligazón de divinas ambrosías, hasta alcanzar la boca de su hermano-amante, donde clavó anhelante la parte más íntimamente femenina de su cuerpo, en demanda de las ardientes caricias de esa boca y su deliciosa lengua

¡Cómetelo,  mi amor!… Cómetelo Chúpatelo bien chupado… ¡Méteme tu lengua incomparable, mi amor, mi cielo, mi vida entera! ¡Házmelo, vida mía, házmelo con esa lengua tuya que me trae loca!

¿Y qué iba a hacer el rendido Víctor más que atender, solícito, la deliciosa demanda del amor de sus amores? Pues eso, que con toda dedicación se entregó a la tarea de hacer gozar a su hermanita tal y como ella le suplicaba casi más que le pedía. Y así, primero besó ese coño incomparable, sonrosadito, divino, que ante él se abría mostrando sus labios carnosos hasta casi estar inflamados de lujuriosa pasión, para después pasar la lengua sobre esos labios vaginales que abrían paso a la más perfecta vagina de que Víctor jamás disfrutara.

Y tras esos labios, el botoncito del placer femenino, el capullito reventón del más bello y deseable clítoris que en el mundo pueda darse, que chupó, succionó y atrapó en su lengua, entonces casi retráctil cual lengua de camaleón. Elena disfrutaba como loca, chillando, aullando casi que mejor se diría, del enloquecedor placer que aquella lengua, para ella lo más maravilloso del mundo, le producía un segundo sí y al siguiente más aún.   

¡Así mi vida, así! ¡Aaaahhh… ¡Aaaahhh…! ¡Sigue, sigue amor, sigue cariño mío!... ¡Aaahhh… Aaaahhhh!... ¡Me matas, Víctor mío, hermanito querido!... ¡Me estás matando de gusto, de placer infinito!...

Pero lo ya excelsamente maravilloso para Elena fue cuando la lengua de su hermano entró en su cuevecita del placer, horadándola, hundiéndose en ella casi hasta las amígdalas, al tiempo que se movía hábilmente en tales profundidades, hurgando, repasando todos y cada uno de los más recónditos rincones casi hasta el fondo de tan golosa vagina, hasta donde la camaleónica lengua era capaz de llegar, esforzada al máximo.

El tiempo se le agotaba a Elena, pues notaba claramente que el volcán de sus más íntimos placeres estaba a punto de la más maravillosa erupción, pues su tronco tendía a erguirse dominador, arqueándose a su vez la juncal espalda. Pero no era ella sola la que estaba a punto de alcanzar el cénit de aquél gran “trabajo” de lengua, pues también sentía los estertores del cuerpo de su pareja, que se tensaba al arquearse también la espalda masculina.
Entonces Elena se alzó rompiendo el gozoso contacto al tiempo que exclamaba

¡No acabes aún cariño! ¡Aguanta cielo, aguanta! ¡Sólo un momento, de verdad mi amor, sólo un momento, un momento sólo!

Elena, a toda velocidad, desanduvo el camino antes andado, hasta bajarse a la altura de la candente virilidad de su hermano; la tomó con una mano y en un decir se lo introdujo dentro, empezando de inmediato a “galopar” como jinete sobre caballo o toro salvaje, mientras gritaba entre jadeos de placer

¡Ahora mi amor, ahora! ¡Vamos querido, vente conmigo que estoy ya a punto de caramelo!

A continuación, entre aullidos de puro gusto, siguió clamando

¡Ya mi amor, ya! ¡Vente, vente que no aguanto más!... ¡Aaahhh… Aaahhh!… ¡Me vengo Víctor! Meee veengooo, aalmaaa… Miiiaaa!... ¡Ya, ya, ya estoyyy aquííí!… ¡Siiigueeee eeempuuujaandooo miii aaaamoooorrrr, maaachooo miiiooo!

Víctor y Elena acabaron juntos, al unísono, quedando ella derrumbada sobre él, pero sin dejar escapar al “pajarito” de su amorosa “jaula”, pues le mantuvo retenido apretándose contra el pubis de su hermano.

Aquello sólo duró el poco tiempo que precisó para reponerse un poco de la “paliza” que también representó aquel primer coito mantenido con su hermano. Por lo que tan pronto se sintió un tanto repuesta buscó la vivificación del “pajarito” mediante un suave, medido movimiento de vaivén, cadera adelante, cadera atrás en lento pero sostenido movimiento que tranco sí, tranco también se hacía más y más intenso, despertando de vez en vez la dormida virilidad de Víctor hasta sentirla gloriosa en su interior. Entonces susurró al oído de su hermano

Víctor, mi amor, cambiemos de postura; giremos los dos para que yo quede debajo y tú encima. Toma tú la iniciativa de la situación cariño mío.

Giraron los dos como Elena deseaba sin dejar que el pene de Víctor saliera del “conejito”, efectivamente, él tomó el control de la íntima relación desde ese momento, dedicando a su amante hermana, a su mujer, un suave, delicado, mete-saca que poco a poco la llevaba a las más altas cotas del cariño, pero también del placer.

Elena colaboraba al 100% con el vaivén que las caderas de su hermano iban imponiendo, coordinando el propio vaivén de sus caderas al de su amor, al de Víctor, mientras sus piernas se alzaron, atrapando entre ellas las caderas y muslos del hermano-marido, al tiempo que sus talones se clavaban en los glúteos masculinos presionando sobre ellos, ayudando así esa máxima penetración que tanto la enloquecía. Y los murmullos de placer, los jadeos entrecortados, los gemidos y grititos producto del goce supremo llenaron la habitación. Elena empezó a gritar de gusto, pero esos gritos se trocaron en alaridos de candente pasión erótica cuando Víctor, poco a poco, fue imprimiendo más y más vigor y velocidad a las embestidas de aquel esplendoroso mete-saca, haciendo que su virilidad entrara y saliera de la intimidad de Elena con respetable vigor y velocidad, intimidad que a esas alturas de la “película” estaba enfangada con los fluidos aluviones de sus más preciosos jugos.

Los grados de la temperatura erótica se fueron incrementando paulatinamente hasta alcanzar el nivel en que el hierro funde, con lo que el cortejo de alaridos por parte de Elena, bufidos y berridos por parte de Víctor y por parte de ambos los entrecortados jadeos, los gemidos balbucientes y los amortiguados murmullos de placer se multiplicaron por enésimos factores hasta que las placenteras sacudidas que hacían temblar todo el cuerpo de Elena al discurrir por su columna vertebral los excelsos goces precursores del inmediato orgasmo rompieron en el fondo de su vagina en una sinfonía de múltiples placeres que la llevaban al paraíso del gozo supremo

¡AAAHHH!... ¡AAAAHHH!... ¡AAAGGG!... ¡MEE VEENGOOO!… ¡MEEE VEENGOOO, AMOR MÍO!...  ¡ AAAGGG AAAY… AAAY… AAAY!...

Víctor se vio transportado al Séptimo Cielo de los más gloriosos placeres que pueda dar el sexo al ver la salvaje forma en que su amada hermanita, su “Putita Hermana” disfrutaba de ese segundo orgasmo del día, primero de esa segunda sesión de sexo casi salvaje. Pero no por eso decreció el vigor, fuerza e intensidad de las embestidas con que regalaba el cuerpo de la mujer amada. Ni mucho menos, pues lo que originó esa casi inmensa dicha fue un incremento de la pasión del mete-saca, así como de la velocidad de este, ambas cosas que enloquecían de dicha a su “Putita Hermana”, haciéndola vibrar de enervamiento sexual, en incandescente deseo de que aquello no acabara nunca

¡Dame, fuerte Víctor, hermanito, cariño mío, fuerte, fuerte! ¡Así, cielo mío, así! ¡Aaaahhhh…. Aaaahhhh! ¡Qué gusto me das vida mía, mi amor…! ¡Aaaahhhh… Aaaahhhh! ¡Sigue… Sigue!… ¡Así, cielo, así…! ¡Aaaahhhh… Aaaahhhh! ¡Qué bien me lo haces! ¡No pares, cielo mío!… ¡Empuja vida mía, amor mío, empuja fuerte…¡AAAHHH! ¡¡AAAHHH! ¡AAAHHH!!

El hermanito también vibraba de deseos de disfrutar él, pero mucho más de que ella disfrutara, pues el disfrute de la tan amada hermana constituía su mayor gozo. Verla así le enervaba, le encendía hasta el infinito lo que le producía un ansia suprema por hacer lo que su hermana le demandaba: Incrementar hasta el infinito el vigor, la fuerza, y la velocidad del increíble mete saca. En efecto, la virilidad del hermanito entraba y salía del “tesorito” de la hermanita incesante e incansablemente, haciendo que sus testículos se estrellaran una vea y otra en el trasero femenino, en ese punto donde acaba la vagina junto al canalillo que lleva hasta el ano.

Esa renovada forma de entrar en la vagina de Elena, hizo que el segundo orgasmo de esa segunda tanda sexual de la tarde, ya más que de la mañana, rompiera en la vagina de la hermanita con denodada fuerza inundándola de enervante dicha que la llevaba a la mismísima Gloria. No, para Elena empezaba a estar claro que para entrar a disfrutar del Cielo Prometido no era necesario morir, con una tarde de amor sazonado con el maravilloso sexo de su hermano era suficiente

Pero como el horno estaba lo suficientemente caliente, ese segundo orgasmo de la segunda tanda sexual, tercero de la mañana-tarde, no llegó solo, sino acompañado en una catarata, más o menos, de orgasmos encadenados con lo que también en su vagina rompió un tercero. Y cuando a los pocos minutos Elena barruntaba la llegada del cuarto, Víctor empezó a clamar entre berridos, bufidos de búfalo en celo


¡Hermanita no aguanto más! ¡Lo siento pero creo que voy a acabar en segundos!


Sí hermanito, acaba ya; vente, mi amor, vente conmigo que también estoy por acabar, por venirme en instantes… ¡Vamos valiente, TOORO MIOO, acompáñame, “vente” conmigo  ¡Aaaahhhh! ¡Aaaahhhh! ¡Me corro amor mío, me COOORROOO! ¡MEEE…COOORROOO, CARIÑO MÍO! ¡Dame tu semilla, inúndame con ella! ¡EMBARÁZAME, PRÉÑAME AMOR MÍO, VIDA MIA, CARIÑO MIO!... ¡¡¡TOOOROOO MIIIOOO!!!... 

Los dos. Elena y Víctor, Víctor y Elena, explotaron juntos cual dos erupciones volcánicas que simultáneamente estallan, quedando ambos ahítos de amor, llenos, exultantes de mutuo cariño conyugal y Elena totalmente inundada del fertilizante esperma de su hermano que con toda su alma deseaba que fructificara en la fértil tierra de sus entrañas. También estaban más que cansados agotados, extenuados tras aquellas dos gloriosas sesiones, incomparables e inacabables. Víctor cayó derrengado en el pecho de Elena que le recibió con el inusitado, rendido, amor que le profesaba. Él había caído agotado como pocas veces antes lo estuviera, por lo que al momento pasaba a los mórbidos brazos de Morfeo. Con uno de los pezones de Elena en la boca, atrapado casualmente al caer sobre el pecho femenino, talmente parecía un niño que se durmiera mientras mamaba. Elena mesó el pelo a su hermano unos minutos, en tanto le miraba arrobada, dulcemente enamorada de él hasta las trancas, para al poco besar sus mejillas y sus labios con la debida suavidad para no despertar con sus besos a su hombre. Luego se acurrucó junto a él, abrazándole tan fuerte que más juntita a él casi no podía estar ya. Descansó su cabeza en la parte alta del pecho masculino, bajo el omóplato izquierdo, y pocos minutos después también dormía, en uno de los sueños más tranquilos y felices que en su vida disfrutara.

LA NOTICIA

Cuando Víctor despertó, casi pasada ya la media tarde, lo primero que experimentó fue el hambre de lobo que le dominaba. Inmediatamente después, al verse en el suelo y desnudo por completo, recordó la mañana precedente y lo maravillosa que fue. Con la vista buscó a su hermana, pero no la encontró. Iba ya a levantarse cuando ella apareció con su rostro iluminado por una alegre, por más que amorosa sonrisa de oreja a oreja. Iba enteramente vestida, lo que denotaba que haría cierto tiempo que estaba despierta. Se acercó a su hermano, dándole un piquito en los labios al tiempo que le decía  

¡Venga dormilón, que ya llevo yo levantada un rato no pequeño! Dúchate y vístete, que tenemos que salir. Supongo que tendrás hambre, ¿verdad?

¡Y de qué manera! ¡Me comería un buey con habas.

Pues, querido hermanito, te tendrás que conformar con un “tente en pie” en la cafetería de aquí al lado, pues papá y mamá nos esperan para cenar, y no te vas a presentar para no probar bocado. ¡A ver cómo les justificas que has comido después de las seis de la tarde! Luego al “tente en pie” y con el coche a casa de papá y mamá.

¿Sabes hermanita? Lo de ir con papá y mamá no urge en absoluto. Yo tengo un plan mejor que ese que dices. Comemos ahora un poco más decentemente de lo que dices; luego volvemos a casa, nos metemos los dos en la cama a recuperar tiempos perdidos y luego, a las nueve y pico o las diez, vamos a casa de nuestros padres.

¡Ya! ¡Hermanito, eres un “salido”! ¡Vamos, un hombre! ¡Y, como todos, siempre pensando en lo mismo! Anda, anda, “salido!, más que “salido”, que para la “recuperación” que dices, y yo suscribo, ya tendremos tiempo luego, a la noche. Porque que lo tengas claro: Se te acabó la vida de soltero. Desde hoy viviremos juntos y dormiremos juntos cada noche, porque vamos a ver, ¿eres o no eres mi marido? ¿soy o no soy tu mujer?

Cariño, eso para mí ya no cabía duda desde anoche y así será, pero sigo pensando que mi plan es mejor que el tuyo. Y con el añadido nocturno que dices, que lo uno no quita para lo otro.

Que no, pesado; que no. Que, aparte de los de los papás, yo también quiero salir de aquí de inmediato pues quiero hacer algo cuanto antes: Presentarte a una persona muy importante

¡Elena! ¡A ver si me tendré que poner celoso…. Porque, no será tu último novio, ¿verdad? Porque te advierto, aunque hace algún tiempo que no me lío a trompazos con ningún tío, eso no significa que no esté preparado a hacerlo en cualquier momento…

¡Mira que serás tonto, hermanito! Yo no tengo más novio que el que siempre quise tener, tú tontorrón, más que tontorrón, tú. Que, además de “salido”, me estás resultando tontorrón. Es a mi hija a quien quiero que conozcas, y lo quiero ya, cuanto antes. Por eso tengo prisa por llegar pronto a casa de papá y mamá.

¿Sabes hermanita? Veo que tienes razón, que tu plan es mejor que el mío. Sí, también yo tengo ganas de conocer a tu hija. De verdad Elena, de verdad. Voy a querer mucho a esa niña, a tu hija. Como si fuera mi propia hija. Te lo prometo.

Una hora más tarde, puede que más, ya en el coche de Elena y con ella al volante, los dos hermanos se encaminaban a la casa de sus padres. A poco de ponerse en marcha, Elena le hablaba a su hermano

Víctor, te decía que quería que conocieras a mi hija, pero antes deseo decirte…que sepas algo… Vamos a ver… ¿Recuerdas que unos días antes de…bueno, “aquello” lo que pasó, fuimos al cine; tú, con Ana, yo, unas filas más adelante, con un tío del que ni me acuerdo ya…

Víctor, desde que su hermana se fuera por tales recuerdos que él deseaba cordialmente olvidar, estaba más que menos hosco, fastidiado, con lo que a su hermana se le ocurría sacar del “baúl de los recuerdos”

Sí que lo recuerdo… Y de la sensacional mamada que me hizo Ana… Y de cómo,  apenas acabar conmigo, le faltó tiempo para irse a morrear contigo, por “to lo arto”… ¿Quieres que te diga lo que entonces pensé de vosotras…de las dos?... Porque aún lo recuerdo, claro como el agua clara…

Elena esbozó una sonrisa de conejo, aunque más cuadraría decir de coneja, pero bueno, dejémoslo así y que las “femi” no me ahorquen demasiado

Vaya; veo que tienes una cierta idea de lo entonces sucedido, pero no muy clara… No; Ana y yo no nos morreamos aquel día… Bueno, aquella tarde-noche; sólo procedimos a una cosa… Pasar tu venida, enterita, de la boca de Ana a la mía propia… Y acto seguido salí del cine, como quien huye de la muerte, rumbo a casa…a mi cuarto…

Ana calló otro segundo, coscándose del interés que, el giro de la conversación, estaba haciendo en su hermano, que entonces la miraba sin pestañear, totalmente intrigado en lo que Elena le decía… Y Elena, en nada, siguió su perorata…

Allí, en mi cuarto de casa, pasé tu esperma de mi boca a un 3tubo de cristal, esterilizado, y al día siguiente me fui, con tu esperma, a una clínica de “fertilización un vitro”; me sacaron unos cuantos óvulos que fueron fertilizando allí, en la clínica, con tu esperma… Luego, durante ese tiempo que aún medió hasta que, al final te marchaste…nos dejaste…me dejaste, me fueron implantando en mis entrañas, esos óvulos fecundaos con tu esperma… Costaba mucho que arraigaran, que esos proyectos de vida humana, se agarraran a la vida… Quisieran, de verdad, vivir, pues casi todos acababan por deshacerse… Pero ocurrió que uno, al final agarró, se aferró a la vida…  Y salió adelante, hasta yo alumbrarla… Eso, el parto de mi hija, sucedió hace cinco años…

Elena calló y Víctor quedó serio, en silencio y con la mirada perdida en un punto del horizonte que, diríase, sólo él veía. El rostro inexpresivo, sin sombra de disgusto pero tampoco de agrado, aunque traslucía perfectamente el estado de emoción y, sobre todo, de tensión que a su alma entonces atenazaba. Elena, al tiempo que conducía, lanzaba miradas a su hermano casi a hurtadillas. En esas miradas se reflejaba la emoción y tensión que entonces la embargaba: Estaba casi aterrorizada ante las consecuencias que su acción unilateral podía acarrearle para con su amado hermano, pues le daba pánico la posibilidad de que él reaccionara ante eso no ya de manera simplemente negativa, sino de puro rechazo ante esa paternidad obligada y tramada a traición. Entonces estaba segura de haberse equivocado, y quizás definitivamente. Sí, eso era muy fuerte para decirlo así, casi de sopetón; seguramente si hubiera sabido ser más sensata… Pero… ¿Cuándo en su vida había sido ella sensata?... Y así quedó, como reo que espera el fallo definitivo que decidirá su vida o su muerte. Al fin, Víctor abrió la boca, habló, aunque sin mirar a su hermana, con la vista prendida o perdida en ese punto ignoto del horizonte que parecía conocer sólo él

Así que tengo una hija desconocida… Que soy el padre de tu hija, que ella es mi hija….

Víctor hablaba sin inflexión alguna en la voz, como si narrara un aburrido texto… Y Elena estaba pasando las de Caín, con el alma en vilo y la boca cerrada, pues era incapaz de articular palabra alguna: Su faringe se negaba a emitir ni un sólo sonido y los ojos le escocían de tanto “tragarse” las lágrimas que desde que acabara de hablar a gritos le exigían libertad para desparramarse por su rostro.

Quería hablar, romperse en lágrimas de arrepentimiento e implorarle perdón a su hermano, dispuesta a humillarse ante él hasta lo indecible para que él la perdonara y la mantuviera a su lado. Aunque fuera como “Su PUTA hermana” y no “Su putita hermana”, pero no podía. Algo la mantenía allí, quieta, callada y anhelante

Por fin Víctor se volvió hacia ella y la “Putita hermana” vio brillar los ojos de su hermano, pero sin encontrar en ellos nada más que emoción y, sobre todo, cariño; tal vez fuera mejor decir arrobamiento. 

¡Nuestra hija, Elena; la hija de ambos, de los dos! ¡Dios, y cómo podré agradecerte esta hija nuestra!

Ahora sí que Elena rompió a llorar, pero a reír también, pues esas lágrimas lo eran de alegría por el gran peso que se acababa de quitar de encima. ¡Víctor aceptaba la paternidad de esa hija! Y… ¡De qué manera!... ¡Dándole a ella las gracias, cuando ella no sabría ni qué hacer para agradecer a su hermanito que acogiera así a la hija de ambos! ¡Sí, él era su marido y ella su mujer, pues Víctor se lo acababa de confirmar!
Si no hubiera sido por la rápida reacción de Víctor, el choque frontal con otro vehículo hubiera sido inapelable, pues Elena se había desentendido del volante al intentar lanzarse en brazos de su hermano. Este entonces, jocoso, le dijo

¡Tranquila hermanita o nuestra hija queda huérfana de padre y madre en un santiamén!

Víctor había tomado con una mano el volante abandonado por Elena, maniobrando para recuperar la mano derecha y salir del carril contrario. Pero en esta maniobra por poco no colisiona con otro vehículo que venía por ese mismo carril; suerte que este otro coche maniobró bien y les pudo adelantar por la derecha sin tocarse. Elene entonces, aprovechando que por su derecha no había ningún otro coche inminente, aceleró y Víctor llevó el automóvil hasta la acera, frenando allí por fin

¡Ay, Dios mío! ¡Poco más y nos matamos! ¡Pero aquí estabas tú, mi amor, para salvar la situación!

Elena se había lanzado en brazos de su hermano, besándole, abrazándole… Era feliz, se sentía dichosa, contenta…. Era como si viviera un sueño… ¡Víctor, su hermano, su marido, aceptaba del mejor grado el ser el padre de su hija! ¡No le había afeado el haberle manipulado, el haber tomado la decisión de hacerle engendrar en ella una criatura!

¿De verdad cariño que no te importa que me apoderara así de tu esperma, que me hiciera embarazar por ti así, sin decirte nada, sin que siquiera lo supieras?

Pero hermanita, qué mayor maravilla puede haber para mí que engendrar vida en ti. Y qué más da cómo fue: Lo importante es que me hiciste el padre de tu hija. Y lo que somos nosotros tres, tú, yo y nuestra hija querida hermanita: Una familia porque hay un padre, una madre y una hija a la que los dos cuidaremos. Pero es más: No creo que la niña deba carecer de hermanos y hermanas. ¿Qué opinas al respecto hermanita?

Que nada deseo más que darte nuevos hijos, hermanitos y hermanitas para nuestra hija. Te quiero con toda mi alma, hermano y marido mío. Como la hermana tuya que soy pero como la mujer que también soy. Casi diría que este amor por ti me duele de tanto como te quiero. Te juro Víctor, que sin ti no puedo vivir. Hasta ahora mi vida ha sido un árido páramo desértico que tú has convertido, desde ayer, en ubérrimo Paraíso en la Tierra. Te adoro hermano y esposo mío.

Un nuevo beso lleno de dulce pasión, de absoluta entrega mutua, cerró esas palabras pues, sin más, el coche reemprendió la marcha llegando al poco a la casa de los padres de ambos.

Como era de esperar, papá y mamá monopolizaron a Víctor tan pronto como la pareja entró en la casa, por lo que no fue sino al rato cuando el padre pudo conocer a su hija, pero no como su padre, sino como su tío, pues los abuelos de la niña no dejaban a Víctor ni a sol ni a sombra. En un momento, socarronamente, Elena llegó a decir

Papi, mami, a este paso haréis que le coja celos a Víctor, pues me estáis reduciendo a un cero a la izquierda desde que mi hermanito regresó al hogar paterno…

Y claro, ante este comentario las risas florecieron que eran de oírse. A tener en cuenta que, no obstante a lo que Elena decía, ni un momento se había separado de su hermano, prendida a él con un brazo que se apoyaba en el de Víctor, en tanto con su otro brazo sostenía a su hija, la hija de Víctor y Elena, que ella se la acercaba lo más posible a su padre, a Víctor, que a su vez colmaba de besos a su hija y sobrina, pues ambas cosas era la niña a un tiempo. Y de señalar será que la niña tomó inmediato cariño al que entonces sólo conocía como su tío, demostrado por los frecuentes besitos en el rostro del tiíto y los no menos frecuentes abrazos con esos bracitos que embelesaban a su padre. Bueno, lo cierto sería decir que a Víctor su hija le traía embelesado desde que la vio por vez primera y que Elena no cabía en sí misma del gozo y orgullo que producía ver así a padre e hija. Sí, todo saldría bien, y ella con su hermano constituirían un matrimonio con más dulzura que entre todas las confiterías de la ciudad juntas.

Transcurrió la cena entre la general alegría y a eso de las doce de la noche Víctor dijo que se marchaba a su apartamento. Entonces Elena dijo que los días que su hermano estuviera con ellos, ella pasaría las noches en casa de su hermano: Llevaba mucho tiempo sin verle y prefería irse con Víctor para charlar los dos un rato antes de irse a dormir. Aquella noche la niña se quedó con los abuelos, pero cuando se presentaron en la casa paterna al siguiente día, en la casa de Víctor, que ya era el primer hogar de los dos, había una habitación preparada para la niña, con su camita, su armario, su cómoda y estanterías donde poner muñecos, juguetes y algún libro, cuantos en general, por lo que cuando se marcharon fue con la niña, eso sí, dormidita.

8. EL NOTICIÓN

Y así pasaron los días que Víctor pudo estar en la localidad paterna y donde tanto él como su hermana nacieran. Había ido allí aprovechando unos días de vacaciones que se acabaron y tenía que regresar al trabajo diario, pues el dinero no lo regalan, sino que hay que ganarlo cada día.

Como tenían previsto, se marcharon los tres juntos, Víctor, Elena y su hija, pues desde unos días antes Elena venía hablando a sus padres de que pensaba expandir su negocio de librería abriendo una tercera, y dónde mejor que en la capital de la Nación toda cuenta que allí vivía su hermano, con lo que tendría gratis el alojamiento, pues vivirían juntos en amor y compaña, cual los dos buenos hermanos que eran        

Esto se fue repitiendo a lo largo de los cinco o seis días siguientes, pero al final Elena planteó a sus padres que ella quería que su hija pasara las noches con ella: Estaba acostumbrada a tenerla en casa, en la habitación de al lado cada noche, y que no se hacía a dormir sin tenerla cerca de ella; que así no venía durmiendo bien, se despertaba sobresaltada por las noches y tal.

No era así, claro, pues en forma pasaba ninguna noche mal, sino todo lo contrario tras la sesión de amor que su hermano-marido la prodigaba a diario; sí, a diario, pues si al final dormía poco no era precisamente por añoranza de la niña. En realidad la idea era de Víctor, deseoso del cariño de aquella hija que realmente no conocía. La niña le había acogido bien, era naturalmente cariñosa, pero él deseaba que el cariño de su hija hacia él, el natural cariño que los hijos profesan a sus padres, se asentara y arraigara normalmente en su hija. Y para eso la diaria convivencia, el sentirse la niña querida y segura con su madre y el hombre que le empezarían a decir que era su padre, era imprescindible, pues el roce, el sentirse querido/a, es lo que crea la correspondencia a ese cariño que por entonces la niña no podía sentir en forma natural pues durante sus cinco años de vida nunca conoció a un padre.

Pero claro, también sucede que en esta vida caduca no hay plazo que no se cumpla, con lo que los días de vacaciones aprovechados para regresar al lugar que le viera nacer donde sus padres y su hermana habitaban, llegaron “A sé acabar e consumir” por lo que debía volver al trabajo. Pero no marchó solo pues con él iban Elena y la hija de ambos. La excusa para irse Elena con su hermano fue lo que ya antes pensara hacer: Expandir su negocio abriendo una nueva librería y en qué sitio mejor que donde vivía su hermano, pues él le brindaba alojamiento a ella y a su hija.
Pero la noche última que la pareja cenó con sus padres, cuando ya se despedían, en un aparte con su hija, Doña Elena, la muy respetable y tradicional madre de los dos hermanos, le dijo

Ten cuidado hija. Bueno, tened cuidado los dos, Víctor y tú.

¿A qué te refieres mamá?

Mira hija, yo no quiero inmiscuirme en vuestra vida, la de Víctor y la tuya; ya sois mayorcitos, él con veintiocho y tú con veintiséis. Pero hay cosas en las que hay que ser muy juiciosos. A los dos o tres días de llegar Víctor la niña, tu hija, me dijo que tú le habías dicho que su tío Víctor era su papá. Ella estaba muy contenta de tener por fin un papá, y yo pensé que era bonito que tu hermano quisiera proteger así a su sobrina. Pero desde entonces empecé a fijarme en cosas en las que antes no me fijaba, y me di cuenta de que vuestra relación iba más allá de lo que las relaciones entre hermanos suponen: Veía entonces cómo os mirabais, cómo os tomabais de la mano, cómo os enlazabais por la cintura casi que de continuo… Más parecíais novios, recién casados incluso, que simples hermanos… No me equivoco ¿verdad?

Doña Elena dijo esto último mientras soltaba un suspiro con el que aceptaba lo inaceptable. Elena le sostuvo la mirada, pero sin desafío en sus ojos al tiempo que era consciente, pues le resultaba evidente, lo que a su madre le costaba tragar esas “piedras de molino”. Al fin, armada de valor, se confesó con su madre.

Sí mamá, él y yo nos queremos, nos amamos exactamente igual que vosotros dos, papá y tú, os amáis. Y como vosotros, nosotros también dormimos juntos y hacemos el amor. Pero mamá, en nuestra unión no hay nada innoble, nada sucio, nada obsceno y menos aún degenerado, pues es sólo eso, amor, amor sincero de hombre y mujer, de mujer y hombre. Igual que tú eres la esposa y mujer de papá, yo soy la esposa y mujer de Víctor. E igual que papá es tu esposo y marido, Víctor también es mi esposo y marido. Y tendremos hijos; mejor dicho, tendremos más hijos, pues la niña, tu nieta, es hija de Víctor y mía. Y a nuestros hijos trataremos de criarles y educarles como vosotros nos criasteis y educasteis a nosotros dos, en la decencia y la honradez… ¡Y esperemos que entre ellos no cunda el ejemplo de sus padres! –Aquí, Elena se rio, haciendo reír también a su madre- Trata de comprendernos mamá, y trata de que papá nos comprenda también. No nos culpéis, ni nos despreciéis, ni dejéis de aceptarnos junto a vosotros…

Doña Elena se despidió de sus hijos y los vio marchar aquella noche sabiendo que en tiempo no los vería… Ni tampoco a su nieta.
Se sentía extraña. Desde luego, la relación incestuosa que ellos mantenían no le gustaba un pelo, pero tampoco la abominaba. Se sorprendía al comprobar que, realmente, les comprendía. Que dos hermanos se enamoraran de aquella manera podía ser cualquier cosa menos normal. Si le dijeran que era antinatural no sería ella quien tal cosa desmintiera, pero al propio tiempo tampoco lo encontraba tan inmoral, tan aberrante, pues el amor nunca puede ser inmoral ni aberrante porque el enamorado y la enamorada no son responsables de su enamoramiento: Este llega porque sí, porque la Naturaleza lo impone y el sujeto del enamoramiento no puede luchar contra ese fenómeno por entero natural y absolutamente propio de los seres humanos. Sí, su hija tenía razón, ellos dos, su hija y su hijo, se amaban tal y como ella y su marido se amaban, luego si el amor entre sus hijos era aberrante el de ella misma y su marido también lo sería. O… ¿Es que la Naturaleza puede ser aberrante?

Sí, los vio marchar y se dijo que todo eso se lo tenía que hacer comprender a su marido…. Pero esa noche no; estaba cansada y, lo que era peor, alterada. Sí, buscaría a su marido y, costara lo que costase pues él, Víctor padre, desde luego, ya no era lo que fue, se lo llevaría al “huerto” y el amor que se profesaban reverdecería aquella noche como cada noche reverdecía hace años, cuando los dos, Víctor padre y Elena madre, eran mucho más jóvenes, tanto como ahora lo eran Víctor hijo y Elena hija…

FIN DEL RELATO





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