Por Sandra Rosalía: Octubre del 2018.
Tu mirada permaneció trabada en el techo de
la habitación, paulatinamente tus manos engarzadas a las sabanas y la almohada
se fueron soltando. Tu respiración al principio ruda y salvaje se fue
suavizando hasta casi ser un ronroneo imperceptible… La lluvia afuera
golpeteaba suavemente la ventana, mientras yo terminaba mi faena de felatio
limpiando con mi lengua y boca, los restos de semen emanado de tus adentros en
un acto de amor; lavando hasta dejar brillante tu verga aun con cierta
erección. Antes llorabas sufriendo debido a tu falta de erección según esto,
debido a tu edad. No obstante, yo, te hice ver que tal no era así al creer en
ti. Tras los besos apasionados de ambos, y jugando tu con mi frondosa
cabellera, succionando mis pezones y aterrizando luego tu boca y lengua sobre
mi pequeño pero pulposo clítoris, te avasallé apresando por asalto tu
parcialmente erecto pene. Con mi dulce boca conduje a tu miembro a la gloria de
antaño, arrojando al final de la faena “mamatoria” una considerable cantidad de
lechita espesa y grumosa, que tragué a pesar de tus suplicas porque los
escupiera en el cesto de la basura; mientras que frente a tus incrédulos ojos,
yo deglutí como una voraz nutria, toda la viscosidad brotada de tus huevos. ¡No
cabías de asombro…! Luego te perdí de vista de nuevo por muchos años, hasta que
de nuevo nos volvimos a reunir, y solo te arrullé entre mis brazos, en donde
fuiste de nuevo feliz… Es mi tributo agradecido de mujer ante un noble varón
que algún día fue mi pasión… De ahí salí, terminando luego en brazos del
llamado “caballo Harry”, aquel amante en turno y dueño de mis horas de locura;
un hombre de proporciones increíbles, y de gran arte en su manera sexual,
quien, a pesar de sus enormes proporciones, era suave y tierno, y no solo
concentrado en sus extraordinarias proporciones, sino también en sus besos y
caricias, en sus besos y en sus dedos.
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