Sunday, October 14, 2018

GRANDES RELATOS: Pablo el Pescador


(Relato corto: Sandra Rosalía,
Tijuana BC octubre del 2018)



Yo contaba con 22 años, y acudí a Ixtapa Zihuatanejo en compañía de mi entonces esposo con la intención de reiniciar un matrimonio el cual, con apenas dos
años de existencia, ya amenazaba con hundirse. Recuerdo que el novedoso y
paradisiaco sitio contaba en ese entonces con unos cuantos años de evolución
turística. Se encontraba rodeado de algunas comunidades rurales de pescadores que
se podían apreciar a lo lejos y que yo admiraba con binoculares desde el balcón de la
habitación del hotel. Mi entonces esposo era afecto a la pesca, pero yo no; el mar
siempre representó pavor en mi vida, de tal manera que: al segundo día de estar en
este paradisiaco lugar, el salió a pescar.



Después de su partida esa mañana, embadurné mi cuerpo con bloqueador solar,
colocándome un traje de baño de dos piezas con calzón bikini, a través del cual
exponía gratamente a los ojos de quien quisiera verme, muslos y nalgas apetecibles, y
los pechos brotando como mitad de melones casi imposibles de contener, calzando
sandalias y un enorme sombrero cubriéndome el rostro del sol, junto con unas gafas
oscuras “ray ban”, e inicié mi caminata programada por la playa con el fin de explorar
hasta donde mis fuerzas me lo permitieran, aquellas zonas pesqueras.



Posterior a un buen rato de caminar, volteé para buscar con la vista el hotel, y aprecié que este ya no se alcanzaba a distinguir con claridad. Llegue a varios caseríos con techos de palma de donde emergían niños casi desnudos ofreciéndome pescado y recuerdos artesanales del lugar. En cierto instante detuve mis pasos a comer un ceviche preparado por las damas locales, y unas bebidas de fruta también preparadas por ellas.

La feroz nostalgia, eterna compañera, apareció intempestivamente, arañándome como un gato enfurecido como ocurría con frecuencia, mientras observaba el mar perdiéndose a la distancia. Levantándome de la rustica mesa en donde había almorzado con la intención de seguir mi caminata, las mujeres me advirtieron acerca de no seguir, ya que más adelante terminaban las casas y aparte se apreciaban barruntos
de una tormenta intensa e inesperada no captada a tiempo por el centro meteorológico,
por lo cual no fuimos advertidos de ella. Mi mente se encontraba constantemente
atormentada por estados depresivos, por lo que los médicos aseguraban que ello podía

conducirme a brotes de alucinaciones visuales y/o auditivas (locura pues); no obstante,
yo siempre rechacé los medicamentos indicados.

A pesar de la advertencia de las mujeres, reanudé la marcha como en estado hipnótico,
como buscando huir de la vida, cuando distinguí que el camino de arena se hacía cada
vez más angosto, y las palmeras empezaron a semejar quijotescos molinos de viento
amenazadores, y fue cuando me hice consciente de que mi reloj pulsera marcaba las
6.40 de la tarde, mientras que yo ¡había salido del hotel junto con mi esposo a las 6 de
la mañana! ...o sea que llevaba 12 horas fuera, y gran parte caminando. Para estas
horas, de seguro mi esposo ya había regresado de la pesca. Cuando giré con el fin de
regresar al hotel, el cielo retumbo intensamente, y me llené de espanto ante su
imponente rugido, junto con una enorme luz enceguecedora.

Las nubes oscurecieron bruscamente el entorno, mientras gruesas gotas aterrizaban
sobre la arena, y mi cuerpo. Las palmeras se agitaban amenazando según mi
imaginación con triturarme, y llena de pánico corrí hacia unas de ellas con el fin de
guarecerme. Los truenos y rayos continuaban redoblando cuales tambores del infierno
jugando con mi terror a ellos, y creyendo volverme loca, observe entre las sombras de
la tarde y de la tormenta, que una pequeña lancha emergía de la agitada marejada
tirada por medio de una cuerda por un hombre.

Al llegar junto a mí, ambos nos observamos sorprendidos: Primeramente, el hombre
ante la inesperada presencia de una turista extraviada y salida a partir de la nada, y yo,
ante el temor de una posible agresión de su parte. El hombre, de una edad aproximada
de 28 años, solo portaba un humilde short recortado de un viejo pantalón, similar a los
que observe en los niños del caserío en donde había almorzado unas horas antes,
destacándose una piel tostada por el inclemente sol, a la vez que se sujetaba con una
mano un sombrero rustico de palma con el fin de evitar que lo volara el aire de su
abundante y ondulada cabellera.

El hombre aseguró la embarcación a unas piedras, mientras yo me abatía cayendo al
suelo en pánico, sosteniéndome el pescador de ambas muñecas intentando sosegarme
con palabras amistosas. Ambos estábamos tremendamente empapados, y sin otra
alternativa, fui llevada a su casa unos metros tierra adentro a una choza con techo de
palma, en donde para mi sorpresa lo esperaban dos criaturas también muy asustadas
entre 6 y 7 años: eran sus hijos.

Después de la sorpresa de verme, los niños se llenaron de alegría debido a mi
inesperada presencia, desviviéndose las criaturas en atenciones; ellos suponían que yo
era una especie de hada de los cuentos. Antes de cenar una sopa caliente de
mariscos, me di un baño dentro de una rustica regadera colocándome un vestido de
mujer perteneciente a la difunta madre de estos pequeños prestado por el pescador. La
tormenta huracanada continuaba afuera, acompañada del fuerte ulular de las palmeras
zarandeadas por el terrible viento entre los relámpagos y feroces tronidos del cielo.

Yo acurruqué a ambos niños entre mis brazos, apaciguando mi propio temor
contándoles cuentos infantiles de mi propia imaginación y creación literaria, mientras el
varoncito le dijo a la hermanita que yo era el ángel que les había traído noticias de
mamá desde el cielo; a la vez que el padre de nombre Pablo, nos observaba entre la
luz amarillenta de la lampara de petróleo, agitándose la llama al paso del aire entre las
tablas del hogar, otorgando al rostro del hombre un aspecto fantasmagórico.

Cerca de las 12 de la noche, los niños al fin se quedaron dormidos, y yo también me
dispuse a dormir en una hamaca cubierta con una tela con el fin de evitar a los terribles
mosquitos en una esquina a cierta distancia.



Pablo permaneció junto a sus hijos con la intención de dormir, y un raro impulso me
llevo a hablarle manifestando mi temor, debido a que la tormenta no amainaba. De
súbito, la caída de un rayo sacudió e ilumino la pequeña choza, y brincando del susto,
me sujete fuertemente de Pablo abrazándolo y apoyando mi cabeza sobre su pecho;
mientras este buscaba tranquilizarme explicando orgullosamente que el techo de su
casa, se encontraba bien fijo a los barrotes también firmemente sujetos estos al suelo a
profundidad suficiente; de cualquier manera, los crujidos ante los fuertes vientos
provocaban espantosos quejidos de la endeble choza cual elefante herido de muerte.

Sin poder dar hasta la fecha explicación alguna a mis actos, yo bese al hombre, a la
vez que me extraía el humilde vestido de su difunta esposa del cuerpo, permaneciendo
desnuda. Pablo era un hombre que bajo ningún concepto yo hubiera elegido como
pareja ni como amante fortuito allá en el mundo externo. A pesar de ser un hombre
rustico, sus manos expresaban ternura mientras recorría con ellas mis nalgas, tetas y
muslos. Uno de sus dedos busco el clítoris tremendamente inflamado de pasión, y
luego introdujo un dedo dentro de mi ardiente vagina, y ante un quejido, y de un
sacudimiento, él se detuvo, pero yo lo animé a seguir, diciéndole que el quejido emitido
era de placer y no de dolor.

Mis gritos y llanto de placer sacudían el espacio compitiendo con los truenos de la
naturaleza, jamás ni con mi propio marido fui capaz de emitir semejantes alaridos, y de
no haber sido por el enorme estruendo de la tormenta, estoy segura de que hubiera
despertado a las criaturas. Llegado cierto instante, el hombre, dada su propia
naturaleza como tal, ya fue incapaz de contenerse, dando paso a besarme con gran
intensidad, succionándome el cuello haciéndome varias marcas en la delicada piel, a la
vez que sujetaba ambas nalgas y las elevaba violentamente; sumergiendo dos dedos,
luego tres en mi vagina, introduciendo a su vez el pulgar dentro del núbil ano jamás
explorado, mientras yo yacía ofreciéndome despatarrada a su fuerza masculina sobre
un tapete a modo de cama.

Varios orgasmos en repetición sacudieron todo mi ser, y entonces lo mordí fuerte en su
pecho lleno de vello, y en ese instante se produjo la estocada conduciéndome al
desquiciamiento total con ambas piernas colocadas sobre sus correosos hombros,
sintiendo sus huevos rebotando contra mi culo el cual se encontraba semi abierto
debido a la excitación y al juego de sus dedos dilatando el anillo trasero. El hombre
llevaba bastante tiempo viviendo sin mujer, así que la eyaculación fue muy intensa,
poderosa y abundante, encharcando de leche toda mi vagina y llegando seguramente
hasta dentro del útero.

No obstante lo anterior, no cejó de cogerme, y sin pedirme permiso girándome, colocó
mi cuerpo en cuatro e inicio a bombardearme de perrito, y sorpresivamente, en cierto
instante, durante la intensidad de las metidas, su verga accidentalmente se
desentrampo y fue a caer en donde nadie antes lo había hecho: ¡dentro de mi recto! A
la vez que mis aullidos eran muy intensos. Curiosamente lo que tanto había rechazado
por considerarlo cochino y anormal, ahora provocaba un gran placer gritando yo cual
ramera llorando y suplicando por mayor cantidad de verga sin importar llegar a sufrir
una partidura del trasero en dos.

En unos minutos, el varón tuvo otra descarga seminal, y luego se detuvo jadeando
recostado encima, cual perro; mientras que yo comprimía el anillo anal en torno a su
macana de carne con movimientos de exprimirlo; haciéndole saber con ello que estaba
encantada con aquella grandiosa y soberana cogida. El pescador se desvivía en
palabras de amor que yo correspondía de la misma manera, girándome hasta donde yo
mejor pude para alcanzar a besarlo, llenando nuestras bocas de saliva de tantos besos,
mientras que el hombre había mordido gran parte de mi nuca y de la espalda,
dejándome marcas evidentes de su fuerte posesión.

Tras la extracción lenta de su pene, apenas fui capaz de contener la cantidad de leche
que pugnaba por salir del trasero, y tuve que caminar rápidamente a evacuar el
intestino fuera de la choza, expulsando la abundante leche de macho y secreción
propia, con tremendas explosiones de pedos, dentro de un agujero que hube de cavar
rápidamente en la arena; y entonces fui invadida de una gran vergüenza debido a lo
que yo consideré en ese entonces como una acción sucia y despreciable, y también
por tener que reconocer que había gozado como una puta cerda con ello, y empecé a
sollozar inconsolable.

El me arropo desnuda entre sus brazos una vez dentro de la choza de nuevo,
secándonos como pudimos el agua de la lluvia, dormí desnuda abrazada a su correoso
pecho de pescador, y antes de salir el sol, nos despertamos, y él deseaba cogerme de
nuevo entre beso y beso, pero entonces atrapé su pene con mis sensuales labios y
deglutí la víbora extrayéndole el espeso requesón, tragándome glotona todo aquello a
la vez que con una mano jalaba uno de sus pezones, y con la otra sobaba sus
ingurgitados huevotes. Recuerdo su grito desaforado al reventar como un melocotón
expuesto al fuego dentro de mi boca:

- ¡Ay mamacita de mi alma!

Todavía dormimos otro poco, hasta avanzada la mañana, mientras que el terrible
huracán continuaba azotando el sitio, conviviendo con este hombre durante 4 días
completos, jugando con sus hijos a quienes les escribí una historia infantil, ilustrándola
con dibujos coloreados empleando para ello sus crayolas y hojas blancas; teniendo
todo el tiempo del mundo, y feliz de poder hacerlo, venciendo de paso el atosigante
terror a la implacable naturaleza al volcarme en apaciguar el de estas criaturas
olvidándome del propio. El hombre carecía de todo adelanto tecnológico, y solo
contábamos con un radio de transistores que no funcionaba debido a que se había
empapado con la lluvia, pero ni falta nos hizo.

Finalmente, el cielo se apaciguo, y salimos a la luz del día, observando los terribles
estragos de la naturaleza, y tuvimos que partir caminado de regreso por la playa en
medio de palmeras arrancadas de tajo, animales marinos muertos y otros animales,
ante la enorme tristeza de los niños, y la mía propia al separarnos. Deseaba
permanecer en ese sitio, pero estaba consciente de que yo no pertenecía a ese lugar,
ni tampoco este hombre conmigo, pero los niños no comprendían esa diferencia de
clases sociales y su llanto destrozo mi atribulado corazón, escuchándolos sollozar
durante las noches subsiguientes hasta el día de hoy.

El pescador y yo caminamos por la playa sin encontrarnos con alma alguna, y varias
veces nos detuvimos a cogernos de nuevo de manera brutal y salvaje; yo caminaba
después del primer encuentro sexual desnuda sin el mayor recato, y sin importarme si
acaso surgiera entre la maleza algún pescador, mientras que era constantemente
derribada en la arena en donde mi amado me penetraba con violencia: Unas veces con
las piernas al aire, otras de perrito, zangoloteando mis prodigiosas nalgas y tetas entre
las feroces metidas, y mientras caminábamos, el espeso semen de Pablo escurría
entre mis piernas y en medio de las nalgas según si los arrojaba dentro de mi trasero,
sin importarme nada.



En cierto momento de nuestra travesía, tropezamos con un grupo de pescadores de
una aldea cercana a la de Pablo, quienes al reconocerlo lo saludaron afectuosamente y
haciendo mil preguntas relacionadas con aquella desgracia, posando luego su vista
curiosa sobre mi cuerpo, el cual se encontraba únicamente cubierto con el traje de
baño en deplorables condiciones, ya que el vestido de la difunta esposa del pescador lo
había dejado al sol con el fin de que se secara.

Recuerdo que Pablo me protegió orgullosamente entre sus brazos, recostándome
sobre su desnudo torso estando ambos de pie, exhibiéndome como su trofeo, a lo que
yo amorosamente correspondí, depositando un suave beso rozando apenas sus labios,
admitiendo con ello que en ese instante yo era su mujer.

Mientras nos abastecíamos de agua y pescado y algunas piezas de carne seca con el
fin de continuar nuestra travesía de regreso, estando a lo lejos me desnudé según con
el propósito de tomar un baño con agua potable de la lluvia, pero intencionadamente
busqué permanecer a la vista de los pescadores, los cuales sumaban en ese instante
cerca de 6, y vi a cierta distancia, despertar en ellos la fuerza intensa de la lujuria,
agitándose nerviosos como lobos estimulados por la vista y el olor intenso de una
hembra en celo.

Pablo fue rápidamente a mi lado, y me dijo: ¡Cúbrete mujer! estos hombres son
capaces de desgarrarte sin piedad, sin saber mi adorable pescador, que esto era lo que
yo inexplicablemente buscaba en ese momento que sucediera...deseaba ser el
bálsamo humano que ayudara a estos hombres al menos por un instante, ante el
terrible hecho de haber perdido sus pobres casas, animales, embarcaciones y hasta
algunos de ellos a sus seres queridos.

Recuerdo que dormimos esa noche en el improvisado campamento, y alumbrados
únicamente por la suave y tenue luz de la luna, un joven de quizá escasos 16 años se
acerco junto a mi persona, besándome suavemente en los labios mientras yo dormía,
provocándome tremendo susto; logrando sofocar a tiempo un grito que amenazaba
brotar, y con ello despertar al marido que el cielo me había consagrado durante aquel
capítulo de terror.

- ¿Qué haces? susurré...pero el jovencito guardo un silencio sepulcral, y solo me
observo con sus grandes ojos tras unas tupidas pestañas, y estando el completamente
desnudo, aprecie su enorme erección punzando hacia mi cuerpo.

Girando yo para ver a Pablo, y notando que este se encontraba profundamente
dormido bajo los tremendos estragos del cansancio, tome en mis manos la verga
parada de este jovencito, e inicié a masturbarlo, para finalmente terminar deglutiendo
esa enormidad en mi boca hasta donde más pude...en unos minutos, el joven se
arqueo gimiendo y borbotones de leche de hombre, caliente y espesa inundo mi
boquita, siendo incapaz de deglutir todo aquella cantidad de atole de macho, y cierta
parte se derramó fuera de mi boca, escurriendo por mis comisuras labiales, y mentón
hasta embadurnar mi cuello. Era como una loba hambrienta de hombre que hubiese
extraído las tripas de su víctima; recuerdo que me limpié como pude toda la
mezcolanza de jocoque y me regresé a seguir durmiendo, moviéndome escasamente
de mi lugar con el fin de mamar al crio.

Aun no amanecía al instante que otro pescador, este de casi 40 años fue a buscarme, y
entonces me coloqué de pie, dirigiéndome hacía unos matorrales en donde
pretendiendo hacer una necesidad fisiológica en el caso de ser descubierta, me
entregué a la rabiosa cogida de este varón, que zarandeo brutalmente mi ano, el cual
se lo regalé ante su lloroso y rogón pedimento, lógicamente ya era un hombre
experimentado quien seguramente había probado con anterioridad las delicias anales
de una mujer, y quizá hasta de un hombre. La leche expulsada después de retirar al
individuo de mi lado, fue de tal intensidad, rezumbando por la salida de líquido
masculino y aire del culo, rasgando el silencio nocturno.

En ese preciso instante, otro de los hombres ya se encontraba presto elevando mi
trasero sin pedirme permiso para ello, y me bombeo ante mis orgasmos de repetición
seguida, a la vez que a ninguno de ellos les permití penetrarme por la vagina, como en
una especie de fidelidad hacia Pablo, a quien yo pretendía fuera el único dueño, a la
vez que otro colocaba su pene en mi boca, mamando cual becerra y siendo poseída
luego por este individuo como perra. El mismo crio de la mamada, me atizó soberana

cogida por el ano; era incontenible la enorme cantidad de leche dentro de mi intestino,
actuando como poderoso enema, haciéndome evacuar terriblemente y sin poder
evitarlo, cerca de unos matorrales, y me fui a dormir de nuevo junto a Pablo.

Amaneciendo, Pablo se puso de pie con el fin de proseguir nuestro camino, y
comprendo muy bien que en caso de haber permanecido más tiempo ahí, los más
seguro es que estos hombres hubieran intentado seguirme culeando, exponiendo con
ello a mi adorado Pablo a un ataque de estos rústicos pescadores incapaces de
vencerse ante el poder sexual de una hembra. De tal manera nos despedimos de los
presentes, y continuamos hacia el hotel; yo evité ver a estos hombres directamente a
los ojos.

En una de nuestras tantas detenidas escondidos entre la tupida maleza, le pedí a Pablo
privacidad debido a que deseaba evacuar mi intestino, entonces me suplicó hasta las
lagrimas que le permitiera darme por detrás con el fin de que lo defecara sobre su
parado palo de carne, cosa que me pareció de los más desagradable y denigrante,
mientras que el pescador continuaba gimiendo, solicitándome “eso” de mi parte. Fue
tanta su insistencia, su clamor junto con mi gran necesidad de “hacer del baño” que al
fin terminé accediendo a ello, no sin sufrir yo lo indecible por aquella solicitud que para
mi persona significaba aberrante sexo.



Pablo retiro mi traje de baño, y completamente encuerada me hizo sujetarme de un
delgado tronco de árbol con las piernas dobladas ofreciéndole el culo parado, con mis
hermosas tetas casi rozando la arena, e inmediatamente procedió a colocarme su
tumefacta cabeza del pene en la pura entrada del ano, dándome leves piquetes,
mientras me pedía que “pujara” para que yo empezara a defecar, a la vez que
profundamente apenada, le explicaba que tal cosa no era capaz de hacer.

El pescador fuera de si por la calentura, empujo levemente la cabeza de su pene
dentro de mi recto, provocando un chillido agudo de mi parte al sentirlo, como lo hacen
las perras cuando no desean ser penetradas por los machos; lo cual por reflejo me
provoco pujo, y salió una cantidad de materia fecal, junto con restos de semen de todos
los hombres que me habían cogido la noche anterior, a la vez que Pablo sin ser capaz
de detenerse, zambulló media verga dentro de mi cola cagona, y debido al efecto de
tapón, ya nada salió de ella, hasta que de nuevo la extrajo de mi interior, sacando otra
gran cantidad de excremento, ante su beneplácito gritando:

- “Ay amor mío...amor mío...”

Ante mi propia sorpresa, sin reconocerme a mí misma, lo tiré en el suelo boca arriba,
con todo el batidero de cagada escurriendo entre mis piernas y de su verga, y sin
pensarlo, de nuevo lo cagué todo apuntalándome yo misma en su palo tremendamente
parado en mi ano, clavándome y desclavándome de ella alternativamente. Durante las
sacadas de verga de mi ano, era cuando los pedos tronaban y el excremento
embarraba a Pablo ante su desquiciada satisfacción.

Tuve varios orgasmos, mientras que el hombre eyaculo otra vez más, de incontables
anteriores ocasiones; dentro de mi intestino, llorando de placer y de agradecimiento
conmigo. Luego, levantándome lentamente de las manos, entre la mezcolanza de
excremento, sudor, semen y arena, me llevo a una lagunita ahora enlodada por la
tormenta dentro de la maleza, y cómo fue posible debido a la cantidad de lodo, el
mismo me bañó delicadamente como a una bebé.

Ya habían transcurrido varios días, y sabía que mi esposo debería estar bastante
preocupado debido a mi ausencia. Mientras que mis vellos axilares empezaron a brotar
de nuevo al igual que los de mis piernas y los del pubis previamente depilado de
manera completa con el fin de poder lucir mi sensual bikini. Durante mi estancia en la
choza de Pablo, tuvimos suficiente agua para beber y bañarnos de la que
recolectábamos, pero no había desodorante ni otras cosas, debido a lo cual yo
apestaba fuertemente a sudor, y prácticamente viví con dos vestidos de la difunta
esposa y madre de las criaturitas, con quienes jugaba alegremente dentro de la
endeble choza.

En cierto instante, durante nuestra estancia en la choza de Pablo, los víveres
empezaron a escasear, mientras que el camino de terracería que llevaba al pobladito
cercano en donde el pescador se surtía de los mismos para el hogar, se encontraba
intransitable debido a las inundaciones y por los restos de palmeras, árboles y objetos
varios, además de las diferentes corrientes de agua que habían partido en dos las
veredas. Antes de iniciar el camino de regreso, los niños permanecieron a buen
recaudo con la hermana de Pablo quien vivía aproximadamente a 1 kilometro, y que a
pesar de haberle dicho a ella que yo era una turista extraviada, no me vio con buenos
ojos. Mucho menos cuando se percató de la actitud de los niños quienes se negaban a
dejarme partir, llorando porque me quedara.

El tránsito por la playa se encontraba con los mismos destrozos, y tuvimos que sortear
las diversas corrientes de agua que emergían de entre la maleza rumbo al mar, cuya

corriente resultaba en ocasiones verdaderamente peligrosa, y cruzábamos utilizando
lazos y llantas. Mi cuerpo con mi traje de baño de dos piezas se encontraba mojado a
mas no poder, y Pablo en varios descansos se abalanzaba como un leopardo sobre
una frágil presa con el fin de cogerme sin dar ni pedir cuartel. Yo temía por su salud,
debido a que apenas comíamos principalmente pescado seco y conejo, mientras que
mi macerado cuerpo manifestaba rasguños y cortes producidos por el accidentado
camino, y mi atosigada vulva por medio de la verga de Pablo era curada con una yerba
milagrosa de la rivera de la región.

Después de varios días de arduo caminar y de los sufrimientos del cansancio físico y
de los efectos de la escasa comida, atisbamos a los lejos entre la bruma la figura del
hotel. Yo ya manifestaba los estragos físicos de tan pesada jornada, y no era
consciente de la tremenda pérdida de peso sobre mi persona. Era inconcebible
apreciar como Pablo sin importar el intenso fragor de las relaciones sexuales, parecía
nutrirse y cobrar nuevas fuerzas para cumplir con el cometido de llevarme de regreso, a
veces cargándome en sus correosos brazos, y yo casi desmayada recostada en su
hombro. En el instante de aparecer el complejo turístico a lo lejos, notamos ante
nuestra amarillenta y cansada vista, que varios jeeps se acercaban a una gran
velocidad.

En uno de estos vehículos, alcancé a distinguir la figura de mi entonces esposo, quien
salto a la arena con cara espantada por mi desgarrada figura y a la vez de gratitud de
haberme encontrado. Después me enteré de la gran cantidad de muertos y
desaparecidos que hubo durante aquel huracán. Mientras tanto los paramédicos me
tomaron y subieron a una ambulancia, y les exigí que también subieran conmigo a
Pablo, quien al final no supe en donde quedó, ya que me desmayé. Una vez arribando
al hospital, me di cuenta de que mi cuerpo se encontraba tremendamente inflamado de
picadura de moscos, mientras las plantas de los pies presentaban heridas de diferente
extensión y profundidad con pus y mal olor; yo había perdido 12 kilos.

Durante la odisea de regreso, Pablo y yo observamos innumerables desgracias que no
terminaría de relatar, solo por mencionar una de ellas, fue el habernos topado con el
cadáver de una mujer y su hijo atado firmemente a su cuerpo entre el lodazal;
seguramente ahogados y arrastrados por las enfurecidas corrientes, encontrándolos
atorados a un árbol cuando nos aventuramos tierra adentro con el fin de buscar comida
que ya se nos estaba terminando. Todavía realizamos un titánico esfuerzo y los
sepultamos a ambos colocando unas piedras con fin de identificar el lugar más
adelante, con el fin de regresar posteriormente para darles cristiana sepultura.

En el trayecto, a pesar de la deshidratación y del sol de nuevo cayendo fuertemente
sobre nuestra humanidad, Pablo y yo nos fusionamos con nuestros labios partidos,
intercambiando nuestra escasa y pegajosa saliva cual bálsamo precioso, metiéndose el
pescador dentro de mí, y dándome con el resto de las fuerzas que aun conservábamos, y
al terminar, fue cuando avistamos el hotel como uno de tantos espejismos delirantes de
los cuales sufrimos en diversas ocasiones, y los jeeps acercándose.

Dormí durante no sé cuántos días, hasta que al fin despierta y ya hidratada y comiendo
de nuevo, pregunté por Pablo a los médicos del hospital, pero nadie me supo dar
razón. Tanto los médicos como mi entonces esposo aseguraban que me había
encontrado sola. No acepté regresar a mi lugar de origen sin antes ir al lugar en donde
recordaba que vivía Pablo, y así lo hice a pesar de las enormes protestas de mi marido
ante lo que él consideraba una decisión descabellada. De tal manera, mi esposo
solicitó, gracias a su dinero e influencias, fuéramos llevados de nuevo por la playa en
un todoterreno de doble tracción a buscar al pescador y a sus adorables hijos.

No obstante, después de manejar por varias horas, por la playa desolada y llena de
animales muertos y restos de árboles y palmeras, y al anochecer, tanto mi esposo
como los amables marinos me explicaban que era virtualmente imposible que yo
hubiese caminado en el tiempo que yo había dicho toda esa distancia; y que sobre
todo, no existía evidencia alguna de la señal con piedras que yo aseguraba haber
dejado junto a una palmera frente a la playa, para guiarme de regreso; yo noté que mi
esposo me observaba dudando de que hubiese tenido un brote psicótico tanto por el
terror de verme cercana a la muerte, como por mi disposición a ella. A punto de
claudicar, y con el llanto pugnando por brotar de mis ojos debido a la desesperación,
apunte a la distancia dando un enorme grito:

- ¡Allá!

Al arribar a la choza unos pasos adentro de donde yo misma colocara aquellas piedras
con el fin de orientarme, mi desesperación se volvió asfixiante, al darme cuenta según
las palabras de los marinos que iban con nosotros, en el sentido de que dicha choza se
encontraba deshabitada desde hacía mucho tiempo atrás, e incluso antes de la
tormenta. Mi esposo me sostenía ante mis enormes gritos asegurando que ahí había
permanecido todos esos días guareciéndome, y para comprobarles que no mentía,
regresamos unos kilómetros al lugar en donde habíamos sepultado a la madre y a su
hijo, encontrando los cadáveres de ambos a la luz de poderosas linternas.

Antes de salir de la choza sumamente desesperada, con la luz de la linterna que yo
llevaba, señale a mis acompañantes una pulsera y mis lentes de sol rotos tirados
dentro de la casa completamente vacía, los cuales antes no había descubierto. A pesar
de la enorme sorpresa que esto representaba para ellos, insistieron en que esto solo
comprobaba que yo en realidad (y muy inexplicablemente también), había estado en
dicho lugar (a pesar de que antes aseguraban acerca de la improbabilidad de que yo
hubiese cubierto aquella enorme distancia entre el hotel y la choza a pie y solo en un
par de horas), y únicamente se agachaban cuando les hablaba de Pablo el pescador y
sus hijos. Me daba cuenta de que ellos, incluso mi esposo, sospechaban de mi sanidad
mental.

Sin descanso, rebusqué al pescador y a sus hijos durante algunos días
infructuosamente, y derrotada por la evidencia lógica en contra de la mía que sonaba
surrealista y propia de una desquiciada mental, nos regresamos a nuestra ciudad. Yo
caí de nuevo en una depresión muy profunda, y desde mi regreso no conviví jamás con
mi marido como mujer, haciéndolo solo la primera noche cuando arribamos a Ixtapa, y
fue la última vez justamente la noche antes cuando mi esposo se fuera de pesca,
mientras yo vivía aquella tremenda experiencia ya narrada al azotar el huracán en
forma inesperada a aquella región.

A los dos meses después del regreso a casa, durante una visita médica de mi parte
debido a la presencia de vómitos incoercibles, quedó en evidencia un embarazo. Una
vez nacido mi hijo, confirmé de inmediato que este pertenecía a Pablo el pescador,
debido al enorme parecido, acentuándose ahora que es ya un joven adulto. Siempre
estuve segura de que mi esposo confirmo que dicha criatura no era hijo de él, debido a su
trato de desapego hacia el niño con el fin de desquitarse de cierta manera en contra de
mi persona. Jamás tuve la intención de desengañarlo por no sentir ningún afecto por mi
marido.

En cierta ocasión, fui internada por un aparente brote psicótico, el cual en realidad se
debió a una deshidratación severa la cual afectó mi estado de alerta y de orientación,
pero mi esposo alegando un desequilibrio mental, apoyado por el psiquiatra que nos
conocía a ambos de años atrás, y que sin preocuparse por confirmar lo dicho, ordenó el
internamiento bajo fuertes sedantes con lo cual fui mantenida durante varias semanas.
La idea de mi entonces marido era la de dejarme en ese sitio como una desquiciada
irrecuperable, por lo cual, al lograr ser dada de alta de aquel sitio, inicié los tramites del
divorcio definitivo.

A pesar de haber contratado a varios investigadores privados de gran prestigio, jamás
fue posible determinar el paradero de Pablo el pescador ni de sus hijos; lo cual me llevo
a sospechar acerca de mi verdadera integridad mental, suponiendo que después de
todo, en realidad lo vivido con el pescador había consistido en alucinaciones y
sensaciones de psicosis, mientras que quizá el niño era producto de una violación de
otros individuos ajenos, hecho que quizá fuera transformado por mi mente en algo
bello y sublime como mecanismo de defensa para evitar mayor daño psicológico.

Durante mi encierro en aquel hospital psiquiátrico, sufriendo de terribles alucinaciones
como producto de los medicamentos entremezclados quizá con mi propia locura, así
como también por el efecto de observar las propias alucinaciones y sus efectos sobre
otras internas; entre el terror de sentirme perseguida por entes extraños y maléficos,
cierto domingo recibí un sobre manila con mi nombre escrito, con un remitente que a la
postre resultaría inexistente; dentro del cual encontré los cuentos escritos de parte mía
para los hijos de Pablo el pescador, junto con las ilustraciones con crayolas; lo cual
trajo una enorme alegría al confirmar el no estar loca, como también de dolor intenso al
saber que tales niños y su amado padre en realidad existieron, pero a quienes yo
lamentablemente había perdido.

El efecto de esta misiva, me llevo a postrarme de hinojos tal y como lo hiciera muerta
de miedo al ver aparecer por primera vez a Pablo en la playa, suponiendo que iba a
hacerme daño, pero en esta ocasión debido al profundo agradecimiento hacia la vida,
por haberme permitido recibir tal regalo de parte de estos ángeles, el cual yo les
entregara aquella noche de aciaga tormenta.

Despertando poco a poco de mi ensoñación, pude ver a varias internas empezar a
sonreír sin causa aparente, algunas de las cuales durante mi estancia en aquel
manicomio, jamás las había visto sonreír con anterioridad; percatándome que estaban
leyendo mi cuento, caído sin notarlo sobre una mesa del jardín.

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