Por
Lorena y Mario
La
noche en la que hicimos nuestro primer intercambio de parejas mi marido no se
enteró de varias cosas que pasaron...
Como
cierre de nuestro estreno como creadores de relatos os cuento cómo fue nuestro
primer intercambio de parejas desde mi punto de vista.
Mario
ya os ha contado todo, en algunos momentos con bastante detalle. Pero es cierto
que él no pudo ver ciertas cosas que ocurrieron mientras se encontraba en el
salón, unas veces solo otras con Eva.
Cuando
salimos de casa de Eva y Pedro, ambos caminábamos con una sensación extraña.
Fuimos hasta el coche abrazados, primero por el frío de la noche y segundo
porque creo que necesitábamos sentir uno el apoyo del otro.
Apenas
hablamos de lo que pasó. Sólo preguntar “¿Todo bien?”, “¿Estás bien?”. Creo que
lo que necesitábamos era la aprobación del otro, nada más. En ese momento no
importaban los detalles de lo ocurrido.
Unos
días después sí pudimos encontrar el hueco para hablar de aquella nuestra
primera experiencia con otras personas. Estábamos tranquilos, recordando una
noche especial, excitante, conmovedora…
Recuerdo
que mi primera preocupación cuando llegué a casa de nuestros anfitriones fue
buscar un momento para preguntar a Eva si había comentado a su marido algo de
lo ocurrido con Bob esa misma tarde. Si Pedro lo sabía podía hacer algún
comentario inapropiado o decírselo directamente a Mario. Y eso lo estropearía
todo.
Al
principio no encontré el momento para hablar con Eva. Sólo algunos gestos de
complicidad y poco más. Tuve que esperar a que Mario y Pedro se fueran a la
cocina a por el plato principal para hablar con ella.
-¿Has
dicho algo sobre Bob a Pedro?
-No,
¿estás loca? – susurró de forma exagerada – Eso queda y quedará entre tú y yo.
-No
quiero que Mario se entere.
-Por
supuesto, tranquila.
-Estoy
muy nerviosa por lo que pueda pasar esta noche.
-No
va a pasar nada que no quieras que pase.
-Por
eso estoy nerviosa – reí – es que me da miedo lo que me gustaría que pasase.
Eva
cogió su copa de vino y me ofreció hacer un brindis:
-Por
una noche llena de buenos momentos y experiencias nuevas – dijo alzando su copa
mientras me guiñaba un ojo.
Los
chicos llegaron con el segundo plato. La verdad es que a partir de ese momento
me sentí desatada. La complicidad con Eva me hacía estar más segura y animada,
aunque mantenía cierta inquietud por lo que podría pasar.
Comencé
a mirar a Pedro de otra manera. Me imaginaba que nos besábamos apasionadamente,
que me metía los dedos como lo hizo Bob unas horas antes, o que me follaba allí
mismo, sobre la mesa del salón y me hacía llegar al séptimo cielo.
Cada
vez estaba más excitada.
Pensé
en Mario, por supuesto. ¿Cómo lo llevaría? Él siempre me ha dicho que quería
probar con otras mujeres… Pues esa iba a ser la noche. Cada vez lo tenía más
claro. Sí.
Cuando
Eva y yo fuimos a la cocina a por el postre se lo dije claramente:
-Hoy
es la noche. Lo tengo claro.
Eva,
sin decir nada, se acercó a mí y me dio un pico.
-Me
alegra mucho tu decisión. Lo estoy deseando – Y me volvió a dar un pico, esta
vez más largo.
No
me lo esperaba y no supe cómo reaccionar. Me quedé petrificada.
Eva
me cogía por la cintura y mantenía su cara cerca de la mía.
-¿Crees
que Mario opina lo mismo?
-En
el fondo está deseando estar contigo. Sé que quiere probar cosas nuevas.
-Se
me ha ocurrido una cosa para calentar el ambiente.
-¿El
qué? – pregunté sonriente y curiosa.
-Luego
lo verás por ti misma – me volvió a besar y separándose de mí gritó a su marido
–¡Trae unos platos pequeños!
Cuando
vi entrar a Pedro por la puerta me estremecí.
Hubo
un extraño silencio cuando entró en la cocina y él lo notó.
-¿Todo
bien chicas?
-Lorena
y yo hemos decidido que esta noche habrá “fiesta” – dijo a su marido mientras
se acercaba a él a darle un pico.
-Me
alegro mucho Lorena – y me tendió una mano mientras con la otra mantenía a su
mujer abrazada.
Me
acerqué tímidamente hacia él. Colocó su brazo sobre mis hombros y me acercó a
su boca.
Fue
un pequeño beso pero lo suficientemente intenso como para que mi cuerpo se
estremeciera por un escalofrío que me subió de los pies a la cabeza.
-¿Mario
también lo tiene tan claro como tú?
-No
he hablado con él, pero supongo que estará de acuerdo.
-Bueno,
vamos poco a poco ¿vale?
Iba
a contestar cuando Pedro se abalanzó sobre mi boca. En esta ocasión sus labios
se abrieron ofreciéndome su lengua. Respondí tímidamente abriendo también mis
labios. Me dejé llevar… pero el beso no duró mucho.
Se
separó de nosotras como si nada y se marchó hacia el salón.
-Bufffff…
- Resoplé ante Eva – Me tiemblan las piernas.
-Estás
guapísima. Tienes un brillo en la mirada que me encanta.
-¡Qué
dices! Estoy súper nerviosa.
En
seguida Pedro volvió. Puso la cafetera y cogió una botella de la nevera y un
par de vasitos de chupito del congelador.
Como
si nada hubiera pasado nos fuimos los tres para el salón con el postre y el
licor.
Al
sentarme de nuevo junto a mi marido volví a sentir esa mezcla de culpabilidad y
deseo. Deseo de volver a besar otra boca y sensación de culpa por haberlo
hecho. Pero ya nada me podía parar.
Tras
el brindis y el falso enfrentamiento por lo del vestido, Eva y yo nos fuimos a
su habitación.
-Vamos
a reírnos un rato – me dijo encantada de la situación.
Rápidamente
se desnudó, quedándose con la malla que la cubría casi todo el cuerpo, el
sujetador y el tanga. Entró al cuarto de baño y de él sacó el vestido famoso.
-Mira
cómo me lo ha puesto – dijo mostrándome la prueba del delito.
Me
quedé un poco impresionada, no porque fuera una gran mancha, sino porque me
imaginé esos fluidos cayendo sobre mi cuerpo… ¡Puff..! cada vez estaba más
caliente y lanzada.
Eva
se puso el vestido. Realmente la quedaba muy, muy bien y era mucho más
sugerente que lo que había llevado puesto durante la cena.
-Te
sienta fenomenal. Estás guapísima – la dije sinceramente.
-Con
este vestido tu marido se va a poner a mil.
-No
lo dudes – y comenzamos a reírnos como dos niñas pequeñas.
La
presentación teatral se me ocurrió sobre la marcha… y funcionó.
Me
fijé en la cara de mi marido cuando apareció Eva marcando malla por todo el
cuerpo. Tuvo que tragar saliva para no babear al verla, jejeje. Eso me gustó.
Sabía que la deseaba lo mismo que yo deseaba a Pedro.
Después
del numerito del vestido volvimos a la habitación.
Eva
y yo no parábamos de reír. Había sido muy divertido ver la cara de los hombres,
sobre todo la de Mario.
-Hay
que seguir con el jueguecito – afirmó Eva – y me indicó lo que íbamos a hacer a
continuación.
Ahora
estábamos las dos vestidas únicamente con el conjunto que habíamos comprado en
la tienda de Bob. Eva me dio las últimas instrucciones antes de darme un abrazo
y un pico. Apagamos la luz y fuimos hacia el salón.
Estaba
excitadísima. Me ardía todo el interior de mi cuerpo. Sentirse así es
maravilloso.
Cuando
los chicos abrieron los ojos y vieron nuestros conjuntos se quedaron
fascinados. Disfruté ese momento al máximo, exhibiéndome ante mi marido y ante
quien sabía que me iba a penetrar poco después. Realmente estaba deseosa de
sexo en ese momento.
Siguiendo
el plan de Eva nos pusimos a bailar en la penumbra de la luz que emanaba la
vela. No pude evitarlo y me lancé a besar a mi marido como loca. A acariciarle,
más bien a sobarle. Necesitaba sentirle dentro.
El
deseo de sexo se mezclaba con la curiosidad de ver qué hacían Eva y Pedro.
Ambas cosas me producían placer y era increíble poder hacer las dos cosas a la
vez.
Mario
se corrió antes de que yo llegara al orgasmo, y eso que me sentía súper
excitada. Eso confirmó que mi marido se lo estaba pasando muy bien. Eso sí, me
dejó muy, muy caliente.
Siguiendo
al pie de la letra el plan establecido por Eva, llegó el momento en que iba a
invitarme a estar con su marido. Estaba muy nerviosa pero lo estaba deseando.
-¿Quieres
probar? – me preguntó Eva mientras sujetaba el húmedo miembro de su marido.
Me
entró un escalofrío por todo el cuerpo. Era el momento.
Pregunté
a Mario si le parecía bien y como me dijo que sí me fui decidida a por el pene
de Pedro. Fue un momento lleno de sensaciones: nerviosismo, excitación, deseo…
Me
gustó tener el miembro de Pedro en mi boca. Disfrutaba jugando con mis labios y
mi lengua alrededor de su capullo. Me sorprendí de lo que me estaba gustando
dar placer a otro hombre.
Todo
lo que pasaba aceleraba mi ritmo cardíaco: me había quedado al borde del
orgasmo, estaba lamiendo un pene desconocido para mí, sentía los fluidos de mi
marido deslizarse desde mi entrepierna…
Cuando
llegó el momento de la eyaculación de Pedro me volví a quedar parada, dejando
hacer a Eva. Realmente fue impactante ver como salían los fluidos de Pedro y
cómo Eva disfrutaba tragándoselos. Yo nunca había hecho algo así.
No
podía más. Llamé a mi marido y me lo follé allí mismo. Fue más que liberador
llegar al orgasmo tras todas esas sensaciones. ¡Fue increíble!
Pero
aquello era un no parar. Por primera vez hice una mamada a Mario después de un
polvo. Pensé que era justo que ahora fuera él el afortunado en tener dos bocas
en su miembro. Lo hice con gusto. Me estaba divirtiendo y a la vez creía que se
lo debía. Después de que se corriera en la boca de Eva pude ver su cara de
incredulidad y satisfacción. Todo estaba saliendo bien.
Eva
se fue directa a su habitación y yo fui tras ella. Entró al cuarto de baño de
su habitación sin decir nada. Me quedé fuera, a oscuras.
En
ese momento de soledad pensé en lo que acababa de pasar y me llegaron las
dudas. ¿Era correcto lo que habíamos hecho? ¿Qué consecuencias podría acarrear
todo esto?
Estaba
en pleno debate conmigo misma cuando se abrió la puerta.
-¿Estás
aquí?
-Sí,
he venido tras de ti.
-No
te había visto. Haber dado la luz.
-He
estado bien así.
-Me
estaba meando – y se echó a reír.
-Yo
voy a aprovechar para lavarme un poco. Estoy chorreando.
-Pasa,
pasa.
Eva
entró tras de mí y se puso rápidamente a preparar el bidé con agua caliente.
-¿Qué
tal todo?
-Bien.
La verdad es que me lo has puesto muy fácil.
-Ahora
viene lo mejor. ¿Estás lista?
Me
senté sobre el bidé y comencé a limpiarme.
-Sí,
la verdad es que sí. Estoy nerviosa pero creo que estoy preparada.
Eva
me abrazó como pudo por la posición en la que me encontraba. Me dio un pico y
se puso a buscar algo en un cajón.
-¿Te
gustan las mujeres? – le pregunté.
-Me
gustan las mujeres y los hombres. Pero si he de elegir prefiero un buen rabo –
dijo entre risas.
Eva
sacó una pequeña toalla y me la entregó.
-Me
imagino que tú nunca has estado con una mujer ¿no?
-Ni
con ningún hombre que no sea el mío.
-Ya.
Lo del hombre lo solucionaremos ahora. Lo de la mujer en otra ocasión. ¿Qué te
parece?
Me
incorporé y me acabé de secar. Miré a mi amiga y la respondí:
-Me
parece perfecto.
Ahora
fui yo la que buscó la boca de Eva. Mis labios se fundieron con los suyos y mi
lengua se enredó con la suya. Eva me abrazó fuerte. Pude sentir sus pechos
desnudos sobre mi corsé. Y me gustó.
Era
increíble. En ese mismo día había sido besada por cuatro bocas diferentes. No
me lo podía creer…
Alguien
llamó a la puerta de la habitación suavemente. Paramos de besarnos. Eva resopló
y abrió un poco la puerta.
-Es
Pedro – me dijo.
-¿Y?
– le hice un gesto como que estaba acabándome de limpiar.
Pedro
abrió la puerta y entró con determinación.
-¿Necesitáis
ayuda?
Eva
intentó echarle del cuarto de baño a empujones, pero Pedro se resistió.
-Sólo
quería saber si os hacía falta algo – dijo mientras se rendía al empuje de su
mujer.
-¿Por
dónde íbamos? – me preguntó con expectación.
-Como
tú dices: hoy toca rabo.
Me
puse el tanga, la di un pico y salí del baño. Afuera estaba su marido
esperándome completamente desnudo. Me extendió sus brazos y fui hacia él. La
puerta del baño se cerró tras de mí.
Pedro
me recibió con un beso espectacular fundidos en un abrazo. Disfrutaba de su
diferente forma de besar. Me parecía a la vez extraño y apasionante.
Sin
dejar de besarme comenzó a desabrochar los corchetes del corsé. Yo mantenía mis
manos en su cintura, dejándome hacer. Cuando consiguió desabrocharlos todos
introdujo una de sus manos dentro, buscando mis pechos. En ese momento no pude
evitar soltar un pequeño suspiro de placer.
Nuevamente
sentí como mi corazón se aceleraba. A los besos y las caricias de Pedro en mi
pecho había que sumar la presión que ejercía su miembro ya erecto entre mi
ombligo y el pubis. Lo notaba perfectamente y me encantaba.
De
repente nos dimos un pequeño susto al oír que la puerta del baño se abría. Eva
salió y se despidió de nosotros camino de su encuentro con mi marido. Ya sí que
no había vuelta atrás.
Creí
que era mejor no pensar en lo que podría estar haciendo Mario. Así que tomé
aire y volví a buscar la boca de Pedro.
En
seguida la mano que acaricia mis pechos se fue deslizando hacia abajo. Sabía
cuál era su objetivo y no pude evitar acelerar un poco la respiración. Pedro lo
notó perfectamente y puso más intensidad en sus besos.
La
mano de Pedro empezó a jugar con el borde de mi tanga, siguiendo las costuras
por arriba y por los lados. Esa espera me hizo ponerme muy, muy caliente y
cuando por fin puso su mano sobre mi entrepierna no pude más que estremecerme y
soltar un pequeño gritito de placer. Y eso que sólo me estaba tocando por
encima del tanga… ¡¡Puff!!
Ya
no podía más estarme quieta y lancé mi mano hacia el pene de Pedro, ese que
había saboreado tan ricamente unos minutos antes. Los besos se volvieron más
intensos mientras nos masturbábamos mutuamente.
La
mano de Pedro echó hábilmente el tanga hacia un lado, dejando todo mi sexo a su
disposición. Primero me frotó suavemente por encima con toda la mano para luego
concentrarse en el clítoris, rozándomelo suavemente con uno de sus dedos. Fue
una reacción inconsciente, en cuanto me tocó no pude evitar acelerar el
movimiento de la mano que agarraba su pene.
Lentamente
introdujo uno de sus dedos dentro de mí. De nuevo una mano extraña hurgaba placenteramente
en mi interior. Por suerte estaba concentrada en las maravillosas sensaciones
de placer que estaba sintiendo y no pensé en lo que podría estar haciendo mi
marido.
De
repente Pedro dejó lo que estaba haciendo, puso sus brazos debajo de mi culo y
me alzó para sentarme en el borde la cama. Por su miembro amenazante pensé que
me la clavaría en ese preciso momento, pero no.
-Ponte
cómoda, ahora me toca a mí.
No
sé muy bien qué me quiso decir y me quedé quieta. Pedro se inclinó para besarme
y suavemente me empujó por los hombros invitándome a tumbarme en la cama. Y así
lo hice, quedándome recostada de cintura para arriba y con los pies apoyados en
el suelo.
Pedro
se colocó entre mis piernas, de rodillas, acariciando suavemente mis muslos.
Cerré los ojos esperando el momento.
Sentí
los labios de mi amante acercarse a mi entrepierna. La posición no me resultaba
del todo cómoda y elevé mis piernas hacia el techo. Pedro lo interpretó como
una generosa invitación y se lanzó directamente a lamerme el clítoris con
suavidad. No pude evitar contraer mis abdominales al sentir su lengua sobre mí.
Fue un estremecimiento lleno de placer.
Allí
sentada, en total oscuridad, mientras Pedro disfrutaba pasando su lengua una y
otra vez por mi clítoris, oí el primer gemido de Eva. Me inquietó,
sinceramente, y me hizo lanzar mis pensamientos hacia lo que podía estar
pasando en el salón y no lo que estaba sucediendo en la cama donde estaba
tumbada.
Un
nuevo gemido lejano, apenas audible, me hizo levantarme.
-¿No
estás cómoda?
-Sí
– dije mientras me ponía en pie – Quiero ver qué hacen éstos.
Cogí
a Pedro de la mano y sin hacer ruido salimos al pasillo. Avanzamos lentamente
hasta la puerta del salón. El corazón parecía que quería salirse de mi pecho.
Me asomé lo suficiente para ver qué es lo que estaba pasando. Y allí estaba mi
marido encima de Eva, que no paraba de gemir tras cada embestida de Mario.
Me
quedé un poco paralizada, sin perder ojo.
Pedro
comenzó a acariciarme la espalda y uno de mis brazos.
-¿Estás
bien? – me susurró al oído.
-Sí,
sí.
Al
ver que no reaccionaba bajó a acariciar mi culo, pero yo me mantuve en la misma
posición, anonadada por el espectáculo que estaba contemplando.
Mario
y Eva cambiaron de posición. Ahora ella estaba de lado, con una pierna hacia
arriba. Mario comenzó a penetrarla… y poco más pude ver.
La
mano de Pedro se hundió en mi entrepierna. Estaba tan húmeda que no puso ningún
tipo de resistencia. De nuevo me concentré en lo que mi amante me estaba
haciendo sentir. Miré por última vez adentro del salón y de un pequeño paso
para alejarme de la puerta. Me quedé apoyada contra la pared, con las piernas
abiertas lo suficiente como para que los dedos de Mario entraran y salieran con
facilidad.
De
repente dejó de follarme con sus dedos. Miré hacia atrás para ver lo que hacía
y le vi colocándose un preservativo. Por fin iba a llegar el momento. Iba a
sentir su polla dentro de mí.
Me
quedé en la misma posición que estaba, sacando un poco el culo para favorecer
la penetración. Tardó unos segundos que me parecieron eternos. Podía notar cómo
palpitaba mi vagina, dilatada y húmeda, dispuesta a recibir la embestida.
Por
fin noté el capullo de Pedro. Lo metió muy lentamente dentro de mí. Cada vez
más adentro. Cada vez más adentro. Siguió empujando pausadamente hasta que me
la metió hasta la base. Y así se quedó un rato.
Me
sentía completamente llena, pero al ver que Pedro no se movía, intenté mover
mis caderas adelante y atrás. En eso oí a Eva gemir de nuevo, cada vez con más
intensidad.
Intenté
mirar de nuevo pero Pedro me lo impidió. Me agarró fuerte de las caderas,
inclinó mi espalda hacia abajo, separándome de la pared y comenzó a bombear con
energía.
Como
pude me apoyé fuertemente con las dos manos en la pared, bajé mi espalda hasta
casi ponerme a 90 grados con respecto a mis piernas y hundí mi cabeza entre mis
brazos. Pedro no paraba de empujar y empujar, hundiéndola hasta lo más profundo
de mí. No me quedó otra que morderme la lengua para no gritar de placer.
Los
que no contuvieron sus gemidos fueron Eva y Mario. Me sorprendió mucho el ver
cómo me excitaba oírlos así. Y no pude aguantar más. A cada embestida de Pedro
comenzó a salir de mí un pequeño gemido, un apagado grito de placer. Cada vez
sentía los golpes con más fuerza, con más intensidad.
Pasaron
por mi cabeza todos los momentos que había sentido ese día. De repente me
imaginé que era Bob el que me estaba dando por detrás en el vestuario de la
tienda erótica. Ahí solté uno de los gritos más fuertes. Luego recordé el
polvazo que eché con mi marido esa misma tarde. Los besos con Eva, el follar
con mi marido mientras veía a Pedro y a Eva en acción, la mamada conjunta a
nuestros hombres…
Olvidándome
de todo por fin me liberé y dejé salir cada grito y cada gemido de mi garganta.
De forma increíble llegó un nuevo orgasmo y enseguida el de Pedro. No me lo
podía creer.
Yo
me incorporé como pude y al notar que dentro del salón sólo había silencio cogí
a Pedro de la mano y nos fuimos hacia su oscura habitación.
Me
tumbé en la cama, feliz y realmente satisfecha.
Al
rato me adecenté lo que pude, y de la mano de un Pedro ahora con calzoncillos,
fui hacia el salón.
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