La nieve caía suave sobre Sapporo. Eran
las 10 de la noche, de una noche fría del temprano invierno de Hokkaido. En la
casa de los Watanabe, una bella y amplia casa en las afueras de la ciudad,
rodeada de jardines y áreas de cultivo, sólo había luz en la habitación de
Minoru, esa habitación que su padre había levantado con sus propias manos y
había dotado de amplios ventanales al cuidado jardín, para que su hijo pudiera
mirar la belleza del parque, de la luna y las estrellas. No hacían falta más
luces en la casa, Minoru vivía solo a pesar de sus escasos 21 años, su padre y
su madre estaban de vacaciones en Matsushima cuando llegó el gran tsunami y los
llevó con sus ancestros. No tenía hermanos, así que la gran casa familiar quedó
para él solo.
Seis meses después había asistido a una
ceremonia en una jinjya de Sendai en recuerdo de los perecidos en el maremoto.
Allí estaba, con la misma soledad y congoja dentro. Al principio una mirada
discreta, mutua, luego una sonrisa y una reverencia formal, un pequeño diálogo
sobre el motivo de estar ahí. Feliz coincidencia, también era de Sapporo.
Regresaron juntos en el tren, conversando todo el tiempo de sus destinos y de
sus soledades.
A partir de entonces, los emails fueron
largos y diarios, los chats, las fotos, las conversaciones telefónicas,
surgieron más felices coincidencias, llegaron las confesiones y las penas
compartidas, pero Minoru no daba el siguiente paso.
No es que Minoru fuera inexperto, en la
Universidad tenía mucho éxito con las chicas, su más de 1,75 de altura, su
rostro con una pizca de occidental en la mirada, sus brazos y piernas fuertes,
modelados por el trabajo en el campo, y su bien nutrida billetera, causaban
furor entre las niñas más liberales de sus cursos y se había llevado a la cama
a cuantas quiso. Pero esta vez era diferente.
Al fin tomó valor y se encontraron un
viernes en un tranquilo bar tradicional, las miradas ya eran diferentes, el
tono de voz más intimista, pero apenas se animaron a un beso furtivo en el
pequeño baño común del bar, un beso que en Minoru dejó una sensación especial,
única, cálida.
La situación debía precipitarse. Esa noche
Minoru, como siempre corto en palabras, le escribió largo. A las 4 de la mañana
oprimió el "send" y se fue a dormir temblando.
A las 10 de la mañana de ese sábado llegó
la respuesta en sólo 4 palabras: "yo también te amo".
Esa noche se verían. Minoru pensó en la
cena, liviana, un poco de sushi de delivery, un tempura de vegetales del gran
invernadero, buen sake y purísima agua mineral del monte Fuji.
Llegó, se besaron tiernamente, pocas
palabras, de la mano fueron al pequeño comedor tradicional y cenaron sentados
en el piso. Los nervios cerraban los labios, bloqueaban las caricias.
Como rompiendo el cristal turbio que los
separaba Minoru escuchó -Vete al tu cuarto, yo me preparo y te sigo.
Minoru, obediente, fue a su habitación,
extendió el futón sobre el tatami, se desnudó por completo y se metió dentro. A
los 10 minutos comenzó a sonar suavemente una canción casi infantil: sakura,
sakura, noyama mo sato mo, se abrió la puerta y una bellísima y
grácil figura vestida con un Shiromoku (el kimono blanco de la boda de su
madre) y una pequeña caja de laca negra con adornos dorados se enmarcó en la
puerta.
Hizo la reverencia mayor arrodillándose
sobre el piso y llevando su cara hasta tocar el suelo. Luego depositó a los
pies del futón la cajita de laca. Se incorporó y comenzó a danzar delicadamente
como una verdadera geisha, al ritmo del sakura, sakura, Minoru miraba, más
conmovido que fascinado, él quería que esta noche fuera de amor purísimo, pero
esto sobrepasaba todas sus fantasías.
Cuando la música finalizó, la bella geisha
hizo una nueva reverencia y comenzó a desatar los lazos del kimono, no pudo
dejar de sonrojarse y agachar la cabeza cuando su dulce cuerpo quedó a la vista
de Minoru: sus mínimos pechitos de parados pezones, su vientre plano y suave, y
su pene, largo, fino y dormido queriéndose disimular aún entre los pliegues de
la seda. El kimono terminó de caer al piso y Kenji, que así se llamaba el
delicado joven, volvió a arrodillarse en el piso, y luego de la reverencia tomó
la cajita de laca negra. Minoru aún no veía ese deseado manjar que anhelaba,
apenas si pudo intuir las nacientes de sus nalgas cuando Kenji estaba en
posición de reverencia.
-Ya ven, amor!- suplicó Minoru
Kenji se arrodilló al lado de Minoru y le
ofreció la cajita de laca negra. Minoru la abrió y con una apenas esbozada
sonrisa descubrió su contenido: sobre la seda roja que forraba el interior de
la caja había un plug anal de gel de pequeño tamaño y un tubo de crema
lubricante. Los tomó y los depositó al alcance de su mano. Abrió el kakebutón
blanquísimo que había comprado esa misma tarde y el desnudo cuerpo de Kenji se
deslizó rápidamente entre sus fríos pliegues a los brazos de Minoru. Minoru lo
tomó de la carita y comenzó a besarlo suavemente, Kenji temblaba como las hojas
que la nieve mecía allí fuera de los ventanales, por donde la luna los espiaba
escondida entre nubes para no alterar el secreto momento de los amantes. Kenji
se abrazó más fuerte aún a Minoru, apoyó su mejilla contra la de Minoru y,
mientras tibias lágrimas rodaban de sus ojos, le dijo al oído "Te amo,
Minoru San" y, no sabiendo muy bien en qué género ubicarse, agregó
"soy tuyo", pero superponiendo a esa "o", una mal
disimulada "a". Minoru la/lo abrazó fuertemente y le respondió
mirándolo/a los ojos y también entre lágrimas ”Te amo Kenji, quiero que
estemos juntos para siempre".
-Ya, hazme, tuyo amor. Y te juro que seré
para siempre tuyo/a.
Las manos de Minoru bajaron a esas dos
otras esquivas lunas que cerrarían su unión con Kenji. Acarició su piel suave
como seda, lampiña, virgen e impoluta. Buscó el cerradísimo esfínter y sólo
apoyó en él, suavemente, apenas rozando, la yema de su dedo índice. Kenji
gimió, su virginal culito recibía la primer caricia de su vida, en sus cortos
19 años no había conocido hombres ni mujeres.
Minoru quitó completamente el cobertor y
acomodó de espaldas a su chico en el centro del futón. Miró su delicado cuerpo,
su mirada avergonzada, su dormido pene, curiosamente delgado para su
considerable largo, acarició su piernas, y con mucho cuidado se las flexionó y
separó. Arrodillado a su lado, apenas con la yema de sus dedos comenzó a
acariciarlo, desde el cuello hasta la cadera, teniendo cuidado de ni siquiera
rozar su pubis, sus dedos llegaban hasta el comienzo del vello genital, se
demoraban en su bordes y volvían a subir. Kenji gemía suave, curiosamente agudo
para su abaritonada voz normal. Su cuerpo era como un koto que sonaba en
gemidos cuando Minoru lo tañía. Mientras la mano izquierda de Minoru seguía
haciendo vibrar sus cuerdas, la derecha comenzó a depositar lubricante en su esfínter.
Se detuvo. Fue a sus labios, primero rozándolos con sus dedos, luego lo
besó con suavidad extrema, su lengua moviéndose lentamente en busca de la de
Kenji.
-Ya, amor, prepárate, relájate- Minoru se
incorporó sobre sus rodillas. Kenji Intentó relajarse. Por primera vez se
atrevió a mirar el pene de Minoru, le dio un poco de miedo, cómo iba a poder
recibir dentro de él, ese inmenso trozo de carne? Minoru, que le estaba
metiendo la punta del dedo lubricado en el culito sintió cómo Kenji se fruncía.
Volvió a besarlo y acariciarlo hasta sentir que el ano de Kenji se aflojaba.
Tomó entonces el plug anal, lo lubricó abundantemente y con movimientos
amplios, casi ritualmente, apoyó la punta del plug en el cerrado esfínter de
Kenji y suavemente se lo comenzó a introducir. Kenji aguantó el grito, cerró
los ojos y tomó fuertemente la mano libre de su otoko. Minoru, sabio en
delicadezas, se detuvo y reanudó sus besos y caricias en todo el cuerpo, con sus
labios besó cuello, besó pezones, besó vientre y recorrió una y otra vez la
piel de seda de Kenji, mientras su mano derecha con fuerza apenas perceptible,
seguía introduciendo el plug en el culito de Kenji, hasta que quedó firmemente
clavado en su interior.
Volvió a recostarse a su lado y siguieron
las palabras dulces, las caricias y las promesas de amor eterno. La pija de
Minoru ya estaba dura y apretaba contra la pancita de Kenji, la de Kenji seguía
completamente dormida, como si no existiera, como si fuera un accesorio
innecesario. Sentía Kenji una extraña y algo dolorosa sensación en el culito,
pero de a poco se fue acostumbrando al inquilino, y al final sólo lo sentía
cuando se movía o cuando por alguna caricia especial de Minoru, se le fruncía
el esfínter.
Ya era tiempo, luego de un beso
intensísimo y profundo, Minoru se incorporó, puso a Kenji boca abajo, acomodó
sus piernas a ambos costados y comenzó a recorrer con besos suaves toda la
columna de Kenji, desde la base del cuello hasta el comienzo de su culito, besó
delicadamente sus nalgas y retiró el plug anal muy despacito. Kenji, en las
nubes con los besos, no pudo dejar de sentir ese feo disconfort producido por
la salida del plug, pero luego comenzó a sentir una rara sensación de vacío,
como si a su culo le faltara algo y una gran necesidad de que le volvieran a
llenar el vacío.
La pija de Minoru no necesitaba paja, la
sola vista del culito abierto de Kenji lo ponía a mil y el deseo porque ese
chico al que amaba fuera suyo hacía el resto. Había llegado el momento de
desflorar a su mujer. Desflorar?, quitar la flor? Si, pero la flor del culito
de Kenji caería como la flor del cerezo, sin marchitarse, bella y llena de
significado, entregada por amor, no mancillada sin honor por el puro deseo
carnal. Minoru sintió la necesidad de hacer una reverencia sobre ese bello
cuerpo que se le entregaba, luego apoyó su glande en el esfínter de Kenji. La
tibieza del glande puso a Kenji a temblar de emoción. Minoru dio su primer,
pequeño empujón. Kenji gimió, ya no de placer sino de dolor. La pija de Minoru
era bastante más gruesa que el plug. Minoru se detuvo, se la sacó. Kenji giró
la cabeza -hazme, tuyo amor, no importa si lloro, no importa si me duele.
Minoru besó a su valiente chiquito. Esta vez no se detuvo, luego de lubricarlo
nuevamente clavó su grueso glande en el ojetito de Kenji y siguió avanzando,
Kenji gemía y entre lágrimas rogaba -por favor sigue mi amor-. Cuando su
tronco quedó completamente dentro del chico, Minoru se tendió sobre la
espalda del nene y quedó en silencio. El dolor de a poco fue cediendo. Kenji ya
no sufría, sólo sentía esa extraña sensación que le transmitía la carne tibia
de Minoru dentro de su culito.
Minoru arrancó un mete y saca cortito
suave, medido. Kenji al principio sentía raro, como con ganas de defecar, pero
a medida que su culito se fue dilatando y mojando, el mete y saca le
comenzaba a generar una sensación muy especial, algo que por supuesto nunca
había sentido, como una suave electricidad que inundaba su esfínter y subía,
curiosamente sin tocar sus genitales, hasta su ombligo, una sensación única,
que lo llenaba de gozo y felicidad. Minoru hizo el mete y saca más largo y ya
Kenji no pudo seguir mudo, su primer ahh, le sacó una sonrisa al concentrado
Minoru, su primer mmmm, llenó de felicidad su corazón. Pasó sus brazos
por debajo del cuerpo de Kenji y con su cuerpo completamente apoyado sobre la
espalda de Kenji, comenzó a besarle, entre gemidos, el cuello y el lóbulo de la
oreja.
Kenji pensaba, qué estoy sintiendo?, es
tan bello!, me siento en una nube. Pensaba en su padre, que no entendía,
pensaba en su madre, que sabía, comprendía y consolaba, pensaba en ese profesor
de la secundaria que fue su primer amor, jamás confesado, jamás vivido, pero
que terminó de hacerlo dar cuenta de su homosexualidad, pensaba en sus queridas
amigas, algunas lo sabían, y en la sana envidia que sentía de sus pechos o de
sus conchitas que las hacían deseables a los hombres y que terminaron de
hacerlo dar cuenta que él, más que "gay", era una nena por dentro,
aunque no fuera afeminado. Y ahora, sin conchita, o tal vez con una conchita
devenida en culito, un bello hombre, un chico por el que sentía mucho más que
simple deseo, le estaba haciendo el amor, lo estaba penetrando, lo estaba
cogiendo, y descubría que eso que sólo había imaginado hasta entonces, era más
bello que lo que había fantaseado!
Minoru pensaba, qué estoy viviendo?, es
tan bello!, me siento en una nube. Pensaba en todas sus fugaces novias,
comparaba, nunca, ni con la bellísima y dulce Ume, había logrado sentir algo
más que un cierto placer animal. Y ahora con este chico, un chico!, sentía una
felicidad y una paz que lo llenaban completamente. Pensaba en sus padres, lo
hubieran entendido? Oto san habría siquiera imaginado que sobre esos tatamis,
que él mismo había puesto para que su hijo jugara mientras la luna lo cuidaba a
través de los ventanales, su primogénito y único hijo estaría descubriendo su
homosexualidad sobre las dos blancas lunas del culito de un bello muchacho?
Mejor no pensar más, la tibia espalda de Kenji, el pequeño fuego que nacía de
su culito, lo devolvieron al presente, se apretó más sobre su amado y sólo se
dedicó a sentir lo que su cuerpo le transmitía. Y lo que los cuerpos se
transmitían era tan intenso, la energía que manaba de esa unión, de esa fusión
entre el virginal culito de Kenji y su ardiente pija los llenaba tanto que los
dos deseaban que los relojes se detuvieran y que ese instante durara para
siempre. Fue largo, pero a la media hora de subir y bajar acompasadamente, de
besar, de compartir gemidos, de chapoteo de jugos compartidos, de concha
mojada, de pija devenida en fuente inagotable de preseminal, Minoru sintió
llegar su semen y sus gemidos se convirtieron casi en gritos, Kenji sintió
llegar el semen de Minoru, su culito, aunque dilatadísimo, sintió cómo la pija
de su amado se engrosaba, cerró los ojos y llevó toda su atención a su culito,
percibió los estertores de ese palo maravilloso y la calma que sobrevino. Luego
la habitación quedó en silencio, sólo la respiración agitada de Minoru se
elevaba sobre el delicado sonido de la nieve contra la ventana. Unos instantes
después, sintió nacer un tibio manantial debajo de su ombligo, su sensibilidad
era tal que podía sentir la leche de Minoru dentro suyo, la sensación en su
pancita se convirtió en suave fuego que se expandió a toda su pelvis, como si
un pequeño sol hubiera anidado dentro de él y lo llenara de vida, de vida
luminosa y eterna. Manaron lágrimas de sus ojos, unas pocas. Su cuerpo le
confirmaba lo que su corazón le había dictado, se sentía plenamente mujer,
mujer de Minoru, para siempre.
Minoru se quedó en silencio sobre la
espalda de Kenji, relajado, feliz como nunca había sido, su cuerpo le
confirmaba lo que su corazón le había dictado, era homosexual, y no deseaba más
que vivir junto a Kenji, ese putito delicioso que le había hecho caer todas sus
barreras, todas sus defensas culturales de macho alfa. Su pija se fue
durmiendo de a poco hasta que abandonó el culito de su amado. Se bajó, se
abrazaron en silencio, acariciándose mutuamente y en minutos se quedaron
dormidos.
A alguna hora de la noche, Kenji se
despertó. Ver a Minoru durmiendo a su lado le sacó una sonrisa. Se incorporó
para ir al baño. Qué raro sentía su culito!, caminó despacio para apreciar esa
sensación de apertura, de cremosidad en cada movimiento, era raro tener el culo
roto. Volvió enseguida a la tibieza del futón, la noche estaba muy fría, donde
su amor seguía durmiendo plácidamente. Su mano, curiosa, fue al encuentro de la
pija de Minoru, la recorrió despacio con la yema de sus dedos, la rodeó, la
acarició, recordó las sensaciones que esa pija había sembrado en su culito y le
dieron ganas de volver a tenerla dentro. Comenzó a pajearla despacito,
disfrutando de cada detalle de la erección que estaba provocando, Minoru gimió,
Kenji se asustó, retiró su mano, qué pensaría Minoru de él? Su amor seguía
durmiendo, sería mejor imitarlo.
El fuerte reflejo del sol sobre la nieve
lo despertó. A través de la puerta abierta del cuarto pudo ver a Minoru,
vestido con una yukata negra, canturreando en la cocina, desde donde llegaba el
olor a la sopa de miso y al té verde. Al pie del futón vio una yukata roja,
prolijamente doblada. Se la puso, y sintiendo al caminar el culito aún abierto
fue al encuentro de Minoru. Lo abrazó por detrás.
Minoru se dio vuelta, así parados la
cabeza de Kenji llegaba a su pecho, y luego de un suave beso lo saludó con un
"ohaio gozaimasu Yukiko chan", Yukiko?, eso era un nombre de mujer!,
y muy significativo: niña de la felicidad!, niña de la alegría! Acaso Minoru
había leído su corazón? Kenji pasó al olvido, aceptó con emoción su nuevo
nombre. De ahora en más, para su Minoru san, ella sería Yukiko chan. No dijo
nada, pero el fuerte abrazo y las lágrimas fueron más que suficiente para que
Minoru entendiera. Le levantó la carita y lo besó, y lo volvió a besar, y lo volvió
a besar, y cada beso animaba un poco más su pija. Desanudó la yukata, tomó a
Yukiko de las nalgas y lo levantó. El sólo sentir la suavidad de las nalgas de
Yukiko en sus manos fue suficiente para que su pija se pusiera a mil. Yukiko se
colgó de su cuello y rodeó su cintura con sus piernas. En esa posición la llevó
a la mesa de la cocina y la depositó suavemente, con su culito al borde de la
mesa y sus piernas arriba. Miró en derredor y encontró la botella de aceite, le
metió un dedito aceitado en el ojetito y luego se untó con ese aceite de cocina
su pija dura y sedienta de la carne de su nena. Yukiko levantó la cabeza y pudo
ver cómo el glande de su Minoru se perdía dentro de su cuerpo. Dolía, sí, pero
mucho menos. Además, no era lo mismo sentir que VER y sentir, no era sólo esa
deliciosa sensación que nacía de su esfínter devenido en vagina sino ver la
pija de su amado entrando en él, era muy intenso, tan intenso que su pene que
nunca había dado señales de vida, comenzó a levantarse. Yukiko-Kenji hacía meses
que no se masturbaba, ya creía que su pene era simplemente esa cosa para hacer
pis; en el último año solamente había expulsado algo de semen en algún sueño
húmedo, cuando se despertaba luego de haber soñado con su profesor, con el
calzoncillo mojado. Y ahora su pija cobraba vida! Minoru lo notó y se la
comenzó a acariciar y pajear despacito mientras su cadera embestía sin piedad
su culito que ya había lubricado abundantemente y hacían de cada embestida una
inyección de placer. Los dos gemían, los dos gozaban y se miraban ya no con
sólo amor sino con un inmenso morbo. Minoru, enloquecido, era un furibundo
ariete destrozando la puerta de ese castillo cultural que era la innata
pero no deseada virilidad de su amado, pulverizando cualquier rastro de macho que
aún quedara en Yukiko. La pija de Yukiko, ironía de su ambiguo ser, dura como
jamás había estado, comenzaba a rezumar líquido preseminal.
Dos gritos se confundieron en la pequeña
cocina, el de Yukiko al eyacular una impresionante cantidad de semen, y el de
Minoru, que impulsado con las contracciones del esfínter de su amada al
eyacular, no pudo contener su leche e inundó por segunda vez la vagina de
Yukiko. En el vientre de Yukiko estallaron dos soles que con su calor inundaron
todos los rincones de su cuerpo, toda su energía cósmica acumulada y toda la
energía de su hombre en su ser, creía que se iba a desmayar de placer, levantó
lo ojos y se cruzó con la mirada de amor de Minoru, que lo seguía bombeando
pero ahora despacito y que lo hizo bajar de a poco del éxtasis en el que
estaba. Charcos de semen mojaban su pecho, cubrían el esternón como una laguna
y bajaban por su cuello.
Minoru, feliz de ver el placer en la cara
de su chico, casi sin pensarlo, sólo por sentimiento, le sacó la verga
despacito, se inclinó sobre el gran charco de semen del pecho y comenzó a
lamerlo, así como su semen estaba dentro de Yukiko, el semen de Yukiko debía
estar dentro suyo, la energía y el poder de su amor no debía irse por el
inodoro, debían habitar en él, como la de él ya habitaba en Yukiko. Yukiko
pensó en apartarlo, pero cuando vio la cara de gozo y la mirada de amor de su
esposo sintió curiosidad y quiso también probar su semen. Minoru apartó su mano
pero, entendiendo su deseo, dejó de lamerlo y con sus labios y su boca llenos
del blanco manjar lo besó para compartirle esa leche y luego susurrarle al oído
que esa noche le daría de beber la suya.
Ese domingo los chicos no salieron del
futón, salvo para comer o beber algo ligero. El culito de Yukiko, convertido
para siempre en vagina de hombre, fue feliz una y otra vez y una y otra vez
llenó de placer a Minoru.
El lunes, en la camioneta de Minoru fueron
a buscar los objetos personales de Yukiko a su departamento en un suburbio
cercano al centro de Sapporo.
Para los vecinos de Minoru, Kenji, el
amigo que compartía la casa con Minoru, se fue convirtiendo en una figura
común. Los veían juntos sobre el pequeño tractor, juntos recogiendo los
vegetales del invernáculo, juntos comprando cosas en el supermercado. Kenji san
se convirtió en uno más del barrio y por su amable carácter, se fue haciendo
querer por todos. Los vecinos estaban felices porque ya Minoru no estaba solo,
que tuviera un amigo que lo ayudara. Claro, en su inocencia provinciana,
no pasaba siquiera por su imaginación que Kenji y Minoru fueran otra cosa
distinta que amigos, no podían imaginarse que en ese cuarto de amplios
ventanales, Kenji, devenido en Yukiko le ofrecía su amor a Minoru todas las
tardes y todas las noches. Sólo la bella luna de Hokkaido lo sabe, pero la luna
es una amiga muy discreta.
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