Por tsver00@gmail.com
Mi historia es muy parecida a la de
cualquiera, a mitad de los 30 años, viviendo en la ciudad de México,
heterosexual en público, travesti privado en el closet. Desde muy joven supe
que ése sería mi dilema. No la bisexualidad, porque jamás me interesaron los
hombres, me interesaban las mujeres y también el ser mujer.
Mi vida pública como hombre iba bien,
tenía mis novias y mis aventuras y las disfrutaba; sólo a veces mi lado
travesti emergía y tenía que atenderlo a solas. Gracias a Dios somos la
generación del Internet y uno puede leer y ver cualquier cosa que imagine. Así,
a los 21 años que empecé a trabajar y vivir por mi cuenta, tuve muy rápidamente
mi colección de juguetes, ropita, me rasure todo el vello púbico y armé una
buena cantidad de fotos, revistas y videos travestis, junto con una buena
colección de pornografía hardcore, con la que a veces me masturbaba viendo a la
chica siendo cogida por todos sus orificios en dobles penetraciones o
gangbangs, y otras me masturbaba con un buen juguete en mi ano y pensando que
yo era la chica. Pronto descubrí que cuando me vestía de mujer quería ser
humillada, ultrajada, dominada, mi sueño era ser abusada por dos o tres
hombres.
Regresaba tarde a mi departamento después
del trabajo y casi siempre por la Calzada de Tlalpan, que en ese tiempo estaba
llena de prostitutas travestis, daba y daba vueltas para verlas, no para
subirlas al auto, sino fantaseando ser una de ellas para que unos adolescentes
de fiesta me subieran a su coche y me obligaran a mamarles la verga y me
cogieran sin piedad. Me penetraran por el ano y la boca y hasta me hicieran una
doble penetración anal y luego recoger el semen que hubiera caído al piso o
vestiduras del auto con la lengua.
Gozaba mi vida como hombre, pero la
urgencia de ser poseída como mujer crecía. Así empecé a revisar los anuncios de
clasificados de Aviso Oportuno, de esa forma conocí los servicios de Roberta,
una mujer madura, de unos 45 años que se especializaba en servicios de
transformación. Le llame miles de veces y colgaba, hasta que una mañana de
sábado me decidí e hice una cita. Le explique que quería ser transformada, le
di mi altura 1.80 metros y 80 kilos. Le dije también que quería ser sometida,
violada y tratada como puta. Me instalé en el Hotel Castillo, justo sobre la
Calzada de Tlalpan y Churubusco, donde tantas prostitutas travestis había en la
noche.
Roberta llegó a la habitación tras una
espera de 1 hora que a mí me parecieron años. Me vio, me pidió que me
desnudara, me pidió que diera la vuelta. Me bautizó como Andrea, así te
llamarás cuando estés conmigo me dijo; yo voy a ser Braulio, tu macho. Sacó
unas medias rojas, un liguero, brassier con rellenos postizos, peluca y me
maquilló, luego me puso zapatillas de tacón y me dijo, ahora te voy a coger.
Ella no se desvistió, sobre su ropa, muy masculina, pantalón de mezclilla y
camisa baquera, se colocó un strap-on con un pene de goma de buen tamaño, sabía
que me dolería, a pesar de mis largas noches de prácticas a solas, mi ano ya
sabía lo que vendría.
Me dijo, aquí mandó yo, te voy a gozar y
si te duele no me importa. Me puso boca arriba, puso mis piernas en sus
hombros, me beso las nalgas, me dio unos pellizcos, me mordió las tetillas del
pecho y empezó a insultarme. Puta, perra, cogelona, putita de mierda. Yo estaba
prendida, me sentí mujer. Luego me untó aceite y lubricante y con las “patitas
al aire” me metió su verga postiza hasta el fondo, empezó a bombearme, me dolió
pero lo estaba gozando. Empujaba fuerte y rápido. Luego me puso en cuatro y
empezó a penetrarme por atrás, me agarraba fuerte de la cintura para que no
huyera de una cogida fuerte que me estaba dando. Me puso de lado, me hizo que
le mamara la verga llena de mis fluidos, directo de mi ano a mi boca (por
fortuna en la mañana me había lavado y estaba limpiecita). Me sentí actriz
porno mamando la verga que me cogía. Me hizo añicos, cuando le decía que parara
me jalaba la peluca, me decía “no te quejes puta, esto es lo que querías”. Me
hizo como quiso unos 30 minutos, luego me vendo los ojos y me volvió a coger
con las piernas al hombro. Mi pidió que dijera su nombre de hombre, Braulio,
Braulio!!! Decía yo entre dolor y excitación.
Me dijo me vengo, y recuerdo que me baño
con una botella de yogurt que saco de sorpresa, me la embarro por la cara como
si fuera su semen, lleno su verga de silicón y me hizo limpiarla con la lengua
y labios. Así me dejo, abierta, con el ano palpitando, pero feliz. Me dijo que
era una de sus mejores putas. Se fue y sólo en el cuarto saqué fotos de
travestis siendo cogidos por varios hombres al mismo tiempo y me masturbé de
forma deliciosa mientras mi ano tenía un juguete de los míos.
Este fue mi primer encuentro como travesti
fuera del closet. Roberta (disfrazada de Braulio) me haría muchas cosas más
llevando algunas veces a otra amiga también jugando el papel de hombre con su
verga postiza. Luego me haría la propuesta de presentarme con un cliente suyo
que le gustaba desvirgar putitas travestis como yo. Pero esa es otra historia.
Por lo pronto escribo esta historia porque ha renacido en mí el deseo de ser
mujer de rato y encontrar a dos o más machos que me quieran humillar y
ultrajar.
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