Por
Aifa
Abrazados
nos entregamos y nos suspendemos en ese mundo etéreo.
Una
pequeña muerte nos dejará un último suspiro que llevará nuestros nombres.
No
es extraño contemplar la misma imagen una y otra vez en esos pequeños momentos
en que se nos permite sentirnos plena y satisfecha con la vida.
En
la cama, enredada entre las sábanas y apoyada sobre el hombro derecho de mi
Amo, lugar habitual de cuando se regresa de una travesía orgásmica de aquellas
que literalmente te hace morir en pequeñas dosis y de la cual te aferras a
ellas como si ahí estuviera la esencia de la vida.
No
es casual el encuentro de los cuerpos que se preparan anticipadamente,
ilusionados para dar libertad a los instintos para gozar del poder y la
rendición al mismo tiempo.
Siempre
lo espero ansiosa cumpliendo fielmente las condiciones susurradas con
anterioridad al oído:
- “Espérame
desnuda, caliente y húmeda”-
Y
así lo espero.
Así
al llegar puede comprobar mi obediencia como el más sublime de los regalos.
Me
cubre con sus brazos, me besa con furia e introduce su pene duro en mí caliente
vagina y sin darme respiro me hace de inmediato suya.
Gimo
y grito incrédulo al sentirlo dentro con fuego y prisa derramando toda la
humedad que guardo entre mis piernas.
Cuando
está a punto de sucumbir al orgasmo, mi Amo se detiene dejándome en medio
de un viaje tan excitada como desconcertada.
La
cama en silenciosa complicidad nos recibe generosa, esperando que el calor de
nuestros cuerpos enredados la colme de recuerdos, de aquellos recuerdos que de
solo imaginar haría sonrojar a más de alguno.
De
bruces y sin demora amarra mis manos a la espalda, cubre sus ojos con un suave
antifaz y su lengua empieza el húmedo recorrido por todos los pliegues y
rincones sin permitir que cambiar de posición.
Entonces
toma y levanta mis caderas, entreabre mis piernas y acariciando las nalgas
procede a castigarla, una palmada, otra y otra más, que me hace gemir y gritar
entre una mezcla de dolor y un placer infinito, agradeciendo la firmeza y
seguridad de me otorga mi Amo.
Mientras
recorre mi cuerpo con manos seguras, prepara el camino y me penetra como lo
merezco, como una puta perra caliente, me enviste salvajemente para que
sepa que solamente tengo un dueño al que le debo ciega obediencia.
Lubrica
mi ano, humedece mi vagina, disfruta comprobando como deseo ser suya de
inmediato, sin palabras lo pido, lo imploro, lo ruego, lo suplico.
Entonces
prepara su pene, esa viril arma que atraviesa todas las barreras, siento cómo
se desliza dentro de mí, lo atrapo y lo comprimo otorgándole el mismo placer
que él me regala.
Entra
y sale de mi ano complaciente y mojado que oprime y aprieta su miembro para
obtener y estrujar hasta sus últimas gotas.
Una
contorsión profunda tensa el cuerpo de mi Amo y con los músculos apretados,
pienso que va a estallar de placer.
Entre
el miedo y las ganas de renunciar, me dejo llevar, me aferró a las sábanas, una
intensa explosión que parte en el ano, continua por la vagina, por el clítoris,
sigue por el estómago terminando en el cerebro, hace que estalle todo mi cuerpo
en miles de brillantes estrellas que me dejan sin respiración.
Mi
Amo estalla al unísono conmigo, siento sus gritos, sus gemidos y su caliente
leche que llena y quema todos mis rincones.
Es
aquí, justo en este instante en que nuestros cuerpos se alzan y bailan al mismo
ritmo, al compás de la pasión, en un estallido de gargantas comenzamos a
temblar sin razón y desvanecernos lentamente hasta quedar suspendidos en el
aire deslizándonos suavemente por nuestras pieles cayendo en un estado de
sopor.
Mi
Amo no respira ni yo tampoco. Hemos terminado juntos el viaje al confín del
universo con apenas una gota de vida, por breves momentos yacemos inmóviles,
una pequeña muerte nos deja un último suspiro que llevará nuestros nombres.
Abrazados
nos entregamos y nos suspendemos en ese mundo etéreo, sintiendo que vamos a
explotar mientras flotamos, perdiendo la noción del tiempo y el espacio.
Ese
desvanecimiento orgásmico nos deja inconexos y vulnerables durante varios
minutos pensando que hace poco rato atrás éramos dioses con un poder supremo.
Vivir
la sensación de una pequeña muerte justo en la curva ascendente del placer es
una emoción difícil de describir, salvo decir que es una bella y hermosa
agonía.
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