Anónimo
Estaba harto de
las mujeres con las que salía y se acostaba. Siempre eran chicas jóvenes, de su
edad o menos. Muchas acababan de comenzar la universidad y deseaban vivir
experiencias nuevas, teniendo sexo sin parar. Iban de amantes fogosas,
sensuales y provocativas, incluso decían ser bisexuales. Pero al final, todas
resultaban iguales. Mas recatadas de lo que se esperaba, reacias a hacer
determinadas cosas y siempre exigentes, pidiendo lo máximo de los hombres con
los que se acostaban, pero sin luego darles a ellos lo que tanto deseaban.
Federico Reyes ya estaba harto de todo eso.
A sus veintidós
años, el hombre estaba cansado de las chicas jovencitas. No es que todas fuesen
igual, pero la gran mayoría se parecían peligrosamente las unas a las otras. Él
estaba hastiado de ese tipo de ligues, todas, además, idénticas a nivel físico.
Delgadas, siempre tenían que estar delgadas. El hombre deseaba abundancia, que
las mujeres tuvieran cuerpos voluptuosos y curvilíneos con su buen para de tetas
y esplendidos y redondos culos. Y no solo eso, que fueran ardientes en la cama,
que le hicieran gozar cumpliendo todos sus deseos. No buscaba una esclava
sexual, pero, si al menos una amante compenetrada, que al igual que él, le
entregase placer. Eso era lo que más quería. De momento, no había encontrado a
ninguna así y no esperaba hallarla por bastante. Aunque nunca se sabe. Puede
que esa amante tan deseada y perfecta, esté en el lugar más inesperado. Incluso
cerca de donde vive.
Reyes, así era
como solían decirle sus amigos y como más prefería que le llamasen, regresaba a
casa una tranquila tarde, después de haber salido a tomar un café con una
compañera de clase. Era guapa y no se parecía en nada a las muchachas con las
que solía liarse, pero, al final, resultó ser como el resto. Cansado, se
despidió amablemente de ella y decidió volver a casa con la vana promesa de
llamarla, aunque lo dudaba.
Entró por el
portal del bloque de apartamentos, donde vivía con sus padres, y caminó hacia
las escaleras. El piso estaba en la primera planta así que no había que
utilizar el ascensor. Pero, de todos modos, tenía que pasar por su lado. Y fue
allí, cuando la vio.
Era una mujer más
o menos de su estatura. Tenía el pelo largo y de un rubio muy brillante. Su
piel era clara y poseía un porte fuerte a la vez que sereno. Se la notaba ya
entrada en edad madura, aunque no lo aparentaba para nada. Su cuerpo nada tenía
que envidiar al de chicas más jóvenes. Más bien, eran ellas quienes sentirían
celos. Unas perfectas curvas delineaban una espléndida figura femenina,
destacando unas rotundas caderas junto con un magnifico busto y unas piernas
largas y bonitas. Era todo lo que buscaba en una amante y lo tenía justo ahí.
Al principio,
quedó extasiado por semejante belleza, quedando tan cohibido que ni tan
siquiera reparó en que hacía aquella mujer con el ascensor abierto. Cuando notó
sus ojos verdes observándolo de forma escrutadora, Reyes volvió a la realidad.
—¿Ocurre algo?
—preguntó algo extrañada la misteriosa dama con la que se acababa de encontrar.
Reyes observó
que, al lado de ella, había varias bolsas de la compra y ante esto, halló la
excusa perfecta para justificar su extraño comportamiento.
—Veo que tiene
muchas bolsas que llevar arriba —indicó—. ¿Quiere que la ayude?
La mujer, al oír
esto, sonrió divertida.
—¿Así que deseas
ayudarme? —dijo con una voz que sonaba elegante y erótica a partes iguales.
El chico tragó
algo de saliva, preguntándose si esa excusa surtiría efecto. Para su suerte,
así iba a ser.
—Claro, échame
una mano. Son muchas, no me vendrá mal que alguien cargue al menos con dos para
subir hasta mi piso.
Aliviado, cogió
una bolsa en cada mano y entró en el ascensor con ella.
Reyes no dejaba
de preguntarse porque había decidido ayudar a esa mujer. Podía haber pasado de largo,
pero, en vez de eso, prefirió ayudarla. Un rápido vistazo a ella, le hizo saber
por qué.
Sabía quién era.
Se llamaba Amparo Carreño y vivía en la quinta planta. La había visto alguna
que otra vez, siempre desde la distancia. Esta era la primera vez que se
encontraba cerca de ella y que incluso había intercambiado unas palabras.
Estaba casada, con dos niños pequeños, aunque, pese a haber tenido hijos,
seguía siendo toda una belleza. No sabía con exactitud qué edad tendría, pero
no le echaba más de cuarenta. Y estaba tremenda.
Allí dentro, el
silencio resultaba incómodo. Se miraban el uno al otro sin saber que decirse.
Al final, fue Amparo quien rompió aquella quietud.
—Así que tú eres
el hijo de los Reyes —comentó de forma casual—. Los del primero A.
—Sí, soy su hijo
—aseguró nervioso el muchacho—. Y usted vive en el quinto, ¿no?
—Exacto, con mi
marido y mis dos hijos —le informó ella.
Al final, el
ascensor se detuvo y las puertas se abrieron. Primero salió Amparo y detrás,
cargando con las dos bolsas, Reyes. Juntos, fueron hasta la puerta del piso
donde residía la mujer y está la abrió con sus llaves.
Ya dentro, Reyes
se sentía como un intruso. El salón era amplio y justo a su izquierda, estaba
la cocina. Al lado, había una puerta que seguramente llevaría a los dormitorios
y el baño.
—Por aquí —le
llamó Amparo.
Sorteando los
juguetes que había esturreados por el suelo, llegaron a la cocina. Reyes dejó
las bolsas que cargaba encima de la mesa y cuando se dio la vuelta, se topó con
la mujer, quien lo miraba con una bellísima sonrisa enmarcada en su rostro. Era
una expresión muy bonita, una perfecta curva conformada por unos labios
pintados en rojo, los cuales se veían muy carnosos. Eso, unidos a los ojos
verdes, que parecían dos preciosas esmeraldas, y su piel clara, hacían que su
rostro pareciese una obra de arte.
—Gracias por
ayudarme con esto —dijo con un suave hilo de voz.
—No hay de que
—contestó él algo incómodo mientras se rascaba la cabeza. Era un tic nervioso
que tenía cuando se alteraba.
Ella le seguía
mirando, con esa pletórica sonrisa en su rostro que parecía agitarlo mucho.
Tenía que irse, pues si pasaba más rato con ella, no tenía ni idea de cómo se
podría poner. Nunca una mujer lo había alterado tanto
—¿Quieres algo?
—le preguntó Amparo—. ¿Te apetece algo de beber, un refresco quizás?
Negó con la
cabeza.
—Gracias, pero
mejor me vuelvo a casa. No quiero molestar.
Al decir esto,
Amparo miró a Reyes atónita, como si acabara de decir algo ofensivo. Ante esto,
Reyes creyó que a lo mejor podría haberla molestado, pero pese a la reacción,
ella seguía igual. Tranquila y serena.
—Vamos hombre, no
molestas —comentó la mujer con calma—. Ahora mismo estoy sola y tú te has
molestado en ayudarme. Creo que estoy en deuda contigo.
Sabía que aquello
era una batalla perdida. Además, en el fondo pensaba que sería de muy mal gusto
rechazar su oferta. Sin embargo, sabía que Amparo le alteraba demasiado y
no tenía ni idea de que podía pasar si seguía a solas con ella.
—Siéntate en el
sofá mientras meto todo esto y saco unos refrescos para beber.
Decidió hacerle
caso. Caminó hacia el salón, evitando los juguetes para no resbalarse, y llegó
al sofá. Era de cuero negro muy oscuro y parecía cómodo. Se sentó, dejándose
caer sobre el respaldo de forma algo brusca. Debía reconocerlo, estaba
nervioso. Miró a un lado y a otro. Esta no era su casa. Aquí vivía Amparo con
su marido e hijos, haciendo su vida normal de mujer casada. Él era un invasor,
un desconocido que aún no tenía ni idea de porque estaba allí. Aunque si lo
sabía, pero no deseaba reconocerlo.
—¿Lo quiere de
cola el refresco? —preguntó la lejana voz de Amparo desde la cocina—. ¿O
prefieres de naranja? Las dos están fresquitas de todas maneras.
—De cola está
bien —respondió Reyes.
—Perfecto.
La vio venir y era
un gran espectáculo. Llevaba una chaqueta de tela verde clara debajo de la cual
se atisbaba una camiseta blanca. Más abajo, llevaba una falda de color lila con
flores bordadas. Era larga, hasta un poco por debajo de la rodilla, pero dejaba
lo suficiente a la vista como para empezar a fantasear. Calzaba unas bonitas
sandalias de color amarillo limón. Se sentó a su lado y le ofreció el refresco.
Reyes estaba paralizado por la magnífica visión.
—Gra...gracias
—dijo a duras penas, intentando ocultar su nerviosismo.
Con manos un poco
temblorosas, abrió la lata y bebió. El refrescante liquido recorrió su garganta
y alivió la euforia tan intensa que tenía. Pero cada vez que la miraba, un gran
escalofrío recorría su cuerpo.
—Pon la tele si
te apetece ver algo —le sugirió Amparo.
—No tengo ganas
—dijo Reyes—. Ahora mismo no es que pongan nada interesante.
Ambos se echaron
a reír ante este comentario, pero al hacerlo, lo que se notaba era la
incomodidad que había entre ellos. Se miraron y sonrieron con cierto reparo. Parecían
una parejita de jovenzuelos en su primera cita.
—¿Cómo te llamas?
—preguntó de forma repentina Amparo.
—Federico, aunque
todos me conocen por mi apellido, Reyes —respondió él.
—Yo soy Amparo
—se presentó ella.
La mujer extendió
la mano para que se apretasen en forma de cordial saludo. Reyes quedó algo
paralizado ante esto, pero al notarla expectante, decidió no decepcionarla. La
tomó y el contacto con su piel le quemó, tan suave y tersa. Tras el apretón,
volvieron a quedar de nuevo en silencio. Esta vez, fue el chico quien decidió
iniciar otra conversación.
—Ya sabía tu
nombre —dijo—. Mi madre habla siempre de todos los vecinos y, además, ya te
había visto alguna que otra vez.
—Ya, yo también
—agregó la mujer tras beber un sorbo de su refresco, el cual era de naranja.
Reyes bebió
también del suyo. El corazón le latía con fuerza en su interior, pero ya no se
notaba tan tenso como antes. Se iba calmando poco a poco. Le agradaba estar con
Amparo. Era simpática y divertida. Lo estaba pasando bien con ella y lo cierto,
es que no quería que aquello se acabase.
—¿Qué estás
estudiando? — le preguntó de improviso.
—Medicina.
—En serio, ¿vas a
ser médico? —Amparo parecía sorprendida ante lo que le acaba de contestar
Reyes.
—Bueno, la verdad
es que aún no lo tengo muy claro —dijo algo apesadumbrado el chico—. Pero ya
estoy en el último año y lo más probable es que sea eso a lo que me dedique,
aunque ya veremos, ¡con lo que cuesta ahora encontrar trabajo!
—Te entiendo
—comentó la mujer—. Yo estudié enfermería, pero no hallé trabajo en ningún
sitio y tuve que trabajar al final de camarera. Luego, conocí a mi marido, me
casé con él, tuve a mis hijos y esto es lo que tengo ahora.
Parecía
resignada. Por su forma de hablar, sobre todo al final, se dejaba entrever
tristeza y decepción por su vida. Reyes no dudaba de que Amparo no fuese feliz,
pero como todos, ella también tendría sueños y anhelos por cumplir.
—Pero tú eres
joven —continuó la mujer de forma repentina—. Tienes toda tu vida por delante y
se nota que eres seguro de ti mismo y decidido. Es evidente que si no aquí,
seguro que en el extranjero encontrarás algo relacionado con lo que has
estudiado. Serás un gran médico.
Se miraron
fijamente. Todo quedó en silencio otra vez. Uno incómodo, uno que deseaba que
no se estableciese. Entonces, volvió a sentir su mano acariciando la suya. Sus
dedos rozaban su piel con suavidad, con calma, como si quisiera sentir que
estaba allí. Notaba sus uñas largas y de color nacarado rayando cada poro. La
respiración se le atragantó por unos instantes, más cuando miró ese par de
esferas verdosas que eran sus ojos. Notó una inesperada corriente, un fugaz
relámpago, electrocutando su ser. Apartó su mano de la de ella y Amparo
preguntó.
—¿Estás bien? —Su
voz sonaba suave y cálida—. Pareces nervioso.
—No es nada. Creo
que debería de irme.
Una tormenta
parecía a punto de desatarse en aquel salón. Una tempestad peligrosa y de la
que debía de escapar rápido. De lo contrario, sus vientos huracanados, sus
potentes ráfagas de aire y su copiosa e intensa lluvia le atraparían. Tenía que
huir, pero justo cuando iba a hacerlo, ella se acercó más. Ahí fue cuando supo
que ya no habría escapatoria.
Ambos se miraron
por lo que debió ser un periodo de tiempo eterno, aunque en verdad, tan solo
debía haber pasado medio minuto. Su mirada era hipnótica, parecía haberle
hechizado con esta. Ahora, estaba a su completa merced.
—¿Por qué me has
querido ayudar con las bolsas? —preguntó Amparo.
—Pe…pensé que
debía…hacerlo. —Las palabras se atragantaban en su boca. Se encontraba muy
nervioso—. Es lo que hace un buen vecino, ayudar a otros.
—¿Seguro?
Sus ojos lo
escaneaban de forma precisa, analizando cada detalle de sus expresiones, las
cuales, le estaban delatando. Mentía como un bellaco. Ella sonrió al notar
esto.
—Vaya, ¿pensaba
que tal vez sería porque querías acostarte conmigo?
Cuando escuchó
esto, se quedó sin habla. Amparo, por su parte, continuó hablando como si nada
le importase.
—No sé, es lo que
pensé en un principio. —Se la notaba completamente despreocupada, como si
aquello no le molestase en lo más mínimo— En fin, ¿por qué si no iba un chaval
tan joven como tú a ayudarme?
Reyes agachó su
cabeza para no sentir su mirada. Se sentía muy avergonzado con todo aquello.
Nunca había actuado de una manera tan oportunista, siempre que ligaba lo hacía
usando todo su encanto y astucia, pero nunca con embustes o trampas. Se decía
que así no era como actuaba un caballero. Aunque en estos tiempos, cada vez
parecía que a las chicas les gustaban menos los caballeros.
Mientras se
sentía cada vez más inmundo, notó como Amparo le cogía del mentón. Con un leve
movimiento, levantó su cabeza y se encontró de nuevo con esos preciosos ojos.
Esos dos orbes verdes claros le atraparon en un estado de éxtasis del cual no
quería salir. Se negaba a hacerlo. Y la cosa aumentó de intensidad cuando ella
le besó.
Sus labios eran
suaves, dulces y magníficos. Eran los mejores que jamás había besado. Al
principio, se sintió un poco extraño con todo aquello, pero el chico no tardó
en reaccionar y se lanzó a por ella. La abrazó con fuerza con sus brazos y
apretó con mayor vigor sus labios, intensificando el beso. La intensa calidez
de la saliva de ella se mezcló con la suya cuando su lengua ingresó en su boca.
El beso se hizo cada vez más salvaje, pero entonces, Amparo se separó de forma
repentina, dejando que un pequeño hilillo transparente cayera de la comisura de
su boca.
—¿Te gusto?
—preguntó de forma cándida.
—Eres preciosa
—respondió con decisión Reyes.
—¿Te gustaría
follar conmigo?
—Amparo —dijo el
chico decidido mientras la miraba a sus preciosos ojos—, llevo queriendo
follarte desde que te vi por primera vez.
No hicieron falta
más palabras. Con el corazón a punto de salirle por el pecho y la polla más
dura que nunca, Reyes se dejó llevar, agarrado de la mano por Amparo hasta su
habitación. Una vez allí, se sentó sobre la cama, pudiendo ver cómo estaba la
mujer. Radiante y perfecta, como una diosa venida a capturar su alma.
—Espera aquí —le
dijo ella—. Enseguida vuelvo.
Su cabeza se
hallaba inmersa en una gran discusión sobre qué estaba haciendo. Por un lado,
no dejaba de pensar en aquella imposible situación. Estaba muy emocionado ante
lo que iba a acontecer. Iba a acostarse con una mujer de mayor edad que la
suya, pero que, sin ninguna duda, tenía pinta de ser toda una experta en el
sexo. Pero por otro, no dejaba de pensar en las repercusiones si se descubría
lo que estaba a punto de hacer. Los vecinos extenderían la noticia, sus padres
se enterarían, habría un divorcio entre Amparo y su marido y este podría ir en
su busca para vengarse. Incluso, pensaba que sus progenitores lo mandarían a la
calle por deshonrar a la familia. Era mayor de edad, así que se lo podían
permitir. Siguió en esas cavilaciones cuando Amparo regresó a la habitación.
Entonces, todo se esfumó de forma instantánea.
Reyes abrió tanto
sus ojos ante lo que contemplaba que casi parecían a punto de salírsele de sus
orbitas. Amparo llevaba un precioso juego de lencería color negro, compuesto de
un sujetador semitransparente, unas finas braguitas y un liguero unido a unas
medias. Aquellas prendas contrastaban con gran fuerza con la claridad de su
piel. Las copas del sujetador atrapaban dos voluminosas y redondas tetas y
cuando la vio darse la vuelta, se percató de que tenía un culo de perfecta
simetría. Todo el conjunto, unido al largo pelo rubio suelto y sus ojos verdes
brillantes, convertían a Amparo en la mujer más hermosa que los ojos de Reyes
jamás habían contemplado.
—¿Qué tal estoy?
—preguntó la mujer con cierta timidez.
—Perfecta —respondió
sin dudarlo Reyes.
Amparo fue
directamente a él y se colocó encima de su cuerpo. El chico quedó maravillado
al tener el espléndido cuerpo de la mujer sobre él.
—Tócame —le pidió
ella.
No lo dudó. Sus
manos recorrieron la tersa piel de la mujer, tan delicada y única. Fueron
deslizándose por el espléndido cuerpo, palpando su calidez hasta que estas
llegaron al maravilloso trasero de Amparo. En cada palma, atrapó sus magníficas
nalgas, apretándolas con fuerzas. Mientras, ella había deslizado las suyas por
debajo de la camiseta del chico, tocando su torso. Su pelo se erizó cuando notó
aquellas largas uñas rozándole con finura. Se besaban con deseo y hambre,
ansiosos del placer que tanto buscaban. Hasta que Reyes se separó para pedirle
lo que tanto quería.
—¿Me enseñas las
tetas?
Amparo quedó
encantada por la petición. No le hizo falta ni responderle. Con una amplia
sonrisa de satisfacción en su cara, la mujer se desabrochó su sujetador,
dejando al descubierto sus preciosos senos. Reyes quedó boquiabierto cuando las
vio. Tan grandes, redondas y blancas. Estaban un poco caídas, pero aún se
mantenían firmes.
—Aquí las tienes
—le ofreció muy deseosa.
El chico llevó
sus manos hasta estas con deleite. Se sentía como un niño descubriendo el mundo
por primera vez. Acarició las tetas con suavidad, recreándose en su forma y
dureza. Sentía los rosados pezones duros contra sus palmas. Al tiempo que las
palpaba, se volvió a besar con Amparo, quien le recibió con su juguetona
lengua, la cual se introdujo de nuevo en su boca, registrando cada centímetro
de su interior. El beso se tornó húmedo e intenso a la vez que Reyes le
pellizcaba los pezones, arrancando un súbito gemido de la boca de la mujer.
—Oh Federico,
¡esto me encanta!
—Reyes, mejor
llámame Reyes —se apresuró a decirle.
Disfrutaba con el
placer de la mujer. Se notaba que era dulce y apasionada. Se dijo que la iba a
corresponder en todo lo que desease.
Así, bajó su
cabeza hasta ese par de turgentes pechos y comenzó a besarlos y chuparlos. Su
lengua recorrió cada centímetro de esas maravillas, pasando por sus pezones,
los cuales no podrían estar más duros. Se llevó uno a la boca, lo cual hizo que
Amparo aumentara la intensidad de sus gemidos. Reyes mordisqueó con suavidad el
empitonado botón, haciendo que la mujer se estremeciera. De hecho, empezó a
notar como acomodaba su entrepierna sobre su muslo izquierdo, comenzando a
mecerse sobre esta. A Reyes no le hizo falta mucho esfuerzo para deducir que
era lo que hacía: estaba restregando su húmedo coño contra su pierna. Dada la
situación, decidió dejar que la situación siguiera.
Siguió chupando
sus pezones, disfrutando de aquellas maravillosas tetas a la vez que Amparo
refregaba su sexo, gozando de manera intensa. Al final, Reyes notó todo el
cuerpo de la mujer tensándose mientras alzaba su cabeza hacia el techo
emitiendo un fuerte grito. El chico esperó que los vecinos no se enterasen por
el ruido del tremendo orgasmo.
Cuando por fin
todo terminó, la mujer quedó derrengada sobre él como un peso muerto. Podía
notar sus pechos aplastados contra su torso, su piel algo húmeda por el sudor y
su mojado coño sobre su pierna. Reyes estaba alucinado a la vez que afortunado
por lo ocurrido. Acarició el pelo de Amparo con placidez. Entonces, ella alzó
su cabeza y le miró.
—¿Has disfrutado?
—preguntó.
—Muchísimo
—respondió ella—. Ahora es tu turno.
Lo besó con
fuerza y lo colocó bocarriba sobre la cama. Tras esto, le quitó su camiseta y
empezó a besar el torso del chico. Reyes tembló de emoción al sentir lo
preciados labios de Amparo sobre su piel, descendiendo con suaves besos.
También sentía su cálida lengua dejando estelas de brillante saliva y gimió con
fuerza cuando la mujer chupó sus pezones, dejándolos tan duros como los tenía
ella.
Amparo siguió su
camino hasta que por fin llegó al lugar que tanto ansiaba alcanzar, la
entrepierna de Reyes. Posó su mano encima del inflado paquete y sintió la gran
dureza de la polla del chico. Él cerró sus ojos y dejó escapar un leve suspiro
cuando la mujer comenzó a acariciarla por encima del pantalón. Pero cuando
sintió su miembro estremeciéndose, producto de la excitación que sentía, la
detuvo.
—¿Qué pasa?
—preguntó ella con sorpresa.
Reyes la miró
algo turbado. Tenía muchas ganas de disfrutar, pero sabía que, si Amparo
continuaba, acabaría estallando. Y quería estar al cien por cien por ella.
—Es que estoy muy
excitado y me puedo correr enseguida —dijo entrecortado.
Ella sonrió de
manera simpática ante semejante comentario. Sin dudarlo, llevó sus manos al
pantalón y comenzó a desabrocharlo.
—No temas cariño
—expresó con complicidad—. Mi intención es que te corras, que disfrutes mucho.
Entendiendo esto,
Reyes no opuso resistencia. Con la respiración contenida, vio como Amparo le
retiraba el pantalón y los calzoncillos, revelando su larga polla, empalmada y
dura como una estaca de madera.
—Vaya, es más
grande que la de mi marido —dijo con traviesa ternura.
Sin dudarlo,
Amparo se tragó la polla hasta la mitad y empezó a mamársela. Reyes dejó
escapar otro gemido mientras sentía el plácido calor húmedo envolviendo su sexo
a la vez que la mano de la mujer presionaba con fuerza la base. La otra,
acariciaba sus testículos, haciéndole cosquillas. Miró esos verdosos ojos y no
se despegó de ellos.
Amparo mamaba con
decisión la dura polla, chupando y lamiendo con la única intención de que Reyes
se corriera. Y no era algo en lo que fuese a tardar demasiado. El chico
entrecerró sus ojos y empezó a notar su cuerpo tensándose poco a poco. Todo iba
creciendo en su interior y su pene comenzó a sufrir espasmos. En un abrir y
cerrar de ojos, Reyes estalló, dejando que un desgarrador grito le acompañase
en tan tremendo estallido. La mujer, al notar el sabroso semen en su boca, no
dudó en beber. Aquella salada corrida salió disparada en varios chorros que se
derramaron por el paladar de Amparo, saboreándolo con mucho gusto.
Reyes fue
recuperándose con lentitud de la gran corrida que acababa de tener. Para él, se
había quitado un gran peso de encima. Respiró profundo y luego, miró a Amparo,
quien relamía su polla ya no tan erecta.
—¿Mejor?
—preguntó mientras succionaba su glande con deleite.
—Ya lo creo —dijo
el chico muy emocionado.
La mujer se
volvió a tumbar sobre el muchacho y le besó. Sintieron el contacto de sus
pieles y el calor de sus cuerpos. Con sus manos, se tocaban con mesura,
disfrutando del sentir intenso de ese ardiente deseo que no parecía
desvanecerse, sino aumentar.
—¿Qué quieres que
te haga ahora? —Por su voz, se percibía que Amparo andaba ansiosa de más
acción.
Reyes pudo sentir
aquel par de maravillosas tetas aplastadas contra su pecho, bien extendidas y
con sus pezones clavados en su piel. Él se movió un poco, haciendo que la mujer
se incorporase y provocando que esas dos maravillas quedasen colgando. Llevó
sus manos hacia estas y comenzó a tocarlas. Estuvo recreándose en ellas,
disfrutando de su suave tacto y entonces, miró a la mujer.
—Me gustaría que
me hicieses una cubana.
Una malévola
sonrisa surgió en el rostro de Amparo.
—Así que deseas
meter tu linda polla entre mis tetas, ¿eh? —comentó juguetona—. ¿Quieres que te
la estruje bien estrujada con este par de amigas?
Cuando la vio
señalándose a sus pechos, a Reyes se le puso otra vez bien dura. La mujer se
percató de esto enseguida y llevó su mano hasta ahí. Apretando bien fuerte el
pene, inició una lenta masturbación para terminar de endurecerlo.
—¡Ya estás otra
vez empalmado! —exclamó impresionada—. Que rápido os recuperáis los chicos
jóvenes.
Reyes no podía
creer que estuviera a punto de hacer realidad una de sus fantasías más
deseadas. Hasta ese momento, ninguna de las chicas con las que había estado le
había permitido llevarla a cabo, bien por tener pechos pequeños o simplemente
por negarse. Pero esta mujer cerca de los cuarenta se lo iba a hacer con total
tranquilidad, llegando incluso a desearlo. Mientras cavilaba en esto, Amparo le
quitó el pantalón y los zapatos para estar más cómodo.
—Ven, siéntate en
el borde de la cama —le pidió con amabilidad.
Le hizo caso.
Ella se puso de rodillas frente a él, con una almohada colocada debajo para no
hacerse daño.
—Acércate más
—dijo Amparo.
El chico se movió
un poco, dejando medio culo fuera de la cama. Tras esto, ella cogió el
endurecido pene y comenzó a mover su mano arriba y abajo, provocando mucha
excitación en Reyes.
—Que dura está
—comentó muy excitada mientras seguía pajeándolo.
Escupió sobre la
polla y extendió toda la saliva desde el glande hasta el tronco, para dejarla
bien lubricada. Acto seguido, Amparo se alzó y atrajo el pene hasta la altura
de sus pechos. Una vez allí, comenzó a restregar la punta contra sus pezones.
Primero contra uno y luego contra otro. El chico gimió con fuerza ante esto,
cuando sentía en su glande clavándose estas puntiagudas carnosidades.
—Chico, estás
como una moto —dijo con sorpresa Amparo mientras seguía restregando la polla
contra sus tetas. Se dio cuenta de que iba dejando rastros de líquido pre
seminal sobre su piel, quedando como brillantes estelas.
Reyes gozaba como
nunca de todo aquello, pero lo mejor estaba por llegar. Amparo agarró su polla
y la colocó en su canalillo. Él tuvo que adelantarse un poco más para estar más
cerca. Miró su miembro y luego, miró a Amparo. Ella sonrió de forma pícara y
sin dudarlo, agarró sus pechos y estrujó con ellos el empalmado sexo del
muchacho. Este gimió con fuerza, cerrando sus ojos en el proceso. Podía sentir
su polla aplastada por esas maravillosas masas de carne. Era una experiencia
increíble.
—Abre los ojos
cariño.
Los abrió y ante
él, tenía la imagen más erótica que jamás hubiera imaginado.
Amparo lo miraba
con sus brillantes ojos verdosos. Se la veía pletórica. Más abajo, pudo ver su
polla atrapada entre las dos tetas. La mujer se movía de arriba a abajo,
deslizando el ardoroso pene entre estas, añadiendo más placer al que ya había.
Podía ver como el líquido transparente dejaba perdido el canalillo de ella.
Volvieron a mirarse al tiempo que él ya bufaba por el placer causado.
—Vamos, fóllate
mis tetas —dijo suplicante Amparo.
Reyes le hizo
caso sin dudar. Se incorporó un poco y agarrándola de los hombros, movió sus
caderas de adelante hacia atrás, pasando su polla entre esos pechos que tanto
le encantaban. Era un espectáculo grandioso, algo único.
—¿Te gusta
cariño? —preguntó Amparo.
—Sí, ¡me encanta!
—dijo eufórico Reyes—. ¡Esto es un sueño hecho realidad!
Cerró de nuevo
sus ojos y siguió moviéndose, sintiendo el suave tacto de las tetas en su
polla. No dejó de moverse, gimiendo y respirando de forma desacompasada, hasta
que ya no pudo aguantarlo más. Entre fuertes estertores, se corrió, aunque no
llegó a ver como su polla expulsaba chorros y chorros de semen, pues permanecía
con los ojos cerrados. Tan solo sintió las fuertes y placenteras contracciones
de su miembro al tiempo que sentía como le faltaba el aire y sus fuerzas
parecían abandonarle. Ante esto, se vio obligado a sentarse y notó como la mano
de Amparo agarraba su polla y la sacaba de entre sus tetas. Para cuando todo
había concluido, Reyes estaba agotado.
Cuando por fin
levantó sus parpados, el chico se halló ante la instantánea más morbosa de su
vida. Amparo tenía sus tetas y su rostro llenos de semen. También tenía en el
cuello y se veía como el pegajoso líquido comenzaba a gotear. Se imaginaba que
los disparos de la cara y cuello fueron de las primeras corridas mientras que
lo que había en sus tetas en gran abundancia eran del resto, que seguramente se
llenó ella misma al coger su pene y apuntarlo hacia esa zona.
—¿Qué tal estoy?
—preguntó la mujer.
—Hermosa —fue lo
que le respondió Reyes.
Acto seguido, el
chico se clavó de rodillas sobre el suelo y comenzó a besarla. El salado sabor
del semen inundó su boca y el tacto pegajoso del líquido, junto con su intenso
olor, le envolvió por completo. Pero poco le importaba llenarse o degustar el
propio sabor de su corrida. De hecho, hasta le estaba gustando. La hizo levantarse
y juntos, se acostaron en la cama. Él de lado, ella bocarriba. Continuaron
besándose y tocándose con lujuria. Con sus dedos, Reyes recogía un poco de su
semen y se lo daba a Amparo, quien los chupaba para tragárselo.
—¿Te gusta el
sabor de mi semen? —preguntaba ansioso el chico.
—Está muy rico
—le respondía ella divertida—. ¿Y a ti?
—Nunca lo había
probado —Reyes puso un gesto de desagrado, pero enseguida se relajó— Sabe raro,
pero es curioso.
Siguieron
besándose y Reyes continuó limpiando a Amparo de semen, lamiendo su piel y
tragándose su propia corrida. Pese a su sabor extraño, no le importaba
degustarla. Continuaron así, hasta que el chico llevó su mano a la entrepierna
de la mujer. Una vez allí, sintió el calor emanando por debajo de las
braguitas.
—Amparo, estás
muy caliente.
—Ya lo creo.
Con suavidad,
comenzó a masturbarla. Ella cerró los ojos cuando el chico acarició con sus
dedos por encima de la tela, adivinando las formas de su vagina. Todo era al
principio suave, pero enseguida, la cosa se tornó más intensa. Reyes apartó la
braguita y con sus dedos, abrió los labios vaginales, para acto seguido,
zambullirlos en esa calidad humedad que emanaba de su agujero. Los gritos de
Amparo quedaron en un momento acallados por la boca de su amante, quien puede
que fuera joven, pero demostraba destreza y empeño en lo que hacía. Mientras se
besaban con fogosidad, el chico buscó el clítoris y, sin dudarlo, lo frotó
entre sus dedos, logrando que el placer se multiplicase. De un momento a otro,
Amparo comenzó a convulsionarse, corriéndose en un placentero orgasmo. Pero
aquello no había hecho más que empezar.
Tras dejarla
descansar un poco, Reyes volvió a la carga. Besaba sus pechos a la vez que
reiniciaba su ataque en el coño de la mujer con sus dedos. Muy pronto, enterró
dos de ellos dentro del conducto vaginal, sintiendo el calor remanente dentro.
Amparo se retorcía, tanto por esos dos intrusos dentro de ella como del leve
mordisco que el chico le estaba dando en uno de sus pezones. Con su lengua,
humedeció sus labios resecos y abrió su boca para dejar escapar cuantos
suspiros y gritos podía. Reyes describía círculos en el interior de la húmeda
cueva, sintiendo las contracciones que sufría. Le gustaba. Estaba calentita y
mojada. Se imaginaba su polla dentro y le volvía loco. Pero él, deseaba otra
cosa de la mujer.
Siguió así hasta
que Amparo tuvo otro arrollador orgasmo. Contempló el glorioso momento en que
ella llegaba al éxtasis más intenso. Vio como cerraba sus ojos, como abría su
boca para dejar escapar un gran y sonoro grito a la vez que arqueaba su espalda
y erguía sus pechos. Toda la tensión en su cuerpo se liberó a través de una
espectacular explosión de humedad que empapó la mano del chico. Pudo sentir,
gracias a sus dedos, las fuertes contracciones del coño. Quedó totalmente
maravillado.
Sacó sus dedos de
dentro ella y los olió. La fuerte fragancia femenina le atrajo y chupó sus
dedos, sintiendo el sabor amargo y fresco de los fluidos vaginales. Así sabía
una mujer de verdad, una en la madurez de su vida. Miró esa entrepierna, donde
se veía la braga apartada y el coño rosado y mojado expuesto. Sin dudarlo,
agachó su cabeza y hundió su lengua en aquella chorreante cavidad.
Flujos
procedentes de la vagina inundaron su paladar y con suma pericia, introdujo su
lengua lo más que pudo. El chillido que emitió Amparo le animó a seguir
atacando y, en un abrir y cerrar de ojos, le estaba comiendo el coño. Fue
lento, pausado, disfrutando del placer de degustar semejante maravilla. Su
lengua recorría cada pliegue, golpeteaba con su punta el abultado clítoris y se
introducía cada vez más en aquel suculento manjar. La mujer no pudo resistirse
por más tiempo y acabó teniendo otro tremendo orgasmo que sacudió su cuerpo
entero. Reyes sintió todos los fluidos expulsados impactando en su rostro y él
los bebió con ansia.
Siguió lamiendo
la bendita raja de Amparo por un rato más, logrando que la mujer tuviera otro
grandioso clímax. Una vez terminó, Reyes buscó la boca de la preciada dama a la
que acababa de complacer y le obsequió con un gran beso. Amparo chupó la lengua
del chico, lamió sus labios y literalmente todo su rostro, saboreando los
fluidos con los que lo había mojado. Estuvieron así por un pequeño rato hasta
que, ya más calmados, Amparo le preguntó.
—¿Vas a follarme?
—Por supuesto —le
respondió el muchacho con una amplia sonrisa—. Pero no de la forma que crees.
La mujer puso una
gran mueca de sorpresa al escuchar esto. No tenía ni idea de que era lo que el
chico desearía, pero prefería que él se lo descubriese.
—Date la vuelta
—ordenó Reyes con ansia.
Amparo le hizo
caso y se puso a cuatro patas con el trasero en pompa, siguiendo sus
indicaciones. Cuando la vio en esa postura, su polla y, literalmente todo su
cuerpo, temblaron de emoción. No podía creer que tuviera a semejante mujer en
tan excitante posición. Y lo mejor, a su merced para todo lo que quisiera. Ante
estas circunstancias, llevó sus manos hasta aquellas redondas y pálidas nalgas,
acariciándolas con mesura, recreándose en su suavidad.
—¿Te gusta mi
culito? —preguntó la mujer con ese incitante tono de voz que tanto le ponía.
—Sí, es perfecto
—contestó él mientras tragaba saliva—. Es el mejor culo que he tocado en mi
vida.
Amparo se echó a
reír ante esto. Reyes besó y lamió cada cachete y lo meneó con su mano, haciendo
que temblase con histrionismo.
—¿Me lo quieres
follar? —fue lo siguiente que ella le preguntó.
Vio que la mujer
le estaba mirando con la cabeza girada de lado, observándole con detenimiento
con sus verdosos ojos. Estaba preciosa, impresionante y esperando una
respuesta. Él besó de nuevo su culo y le dio un par de cachetadas, haciendo que
las nalguitas volviesen a temblar. Ella gimió gustosa ante esto. Le divirtió su
reacción y decidió mordisquear un poco de esa tierna carne. Al hacerlo, Amparo
gimió gustosa. Se notaba que le iba mucho la marcha.
—Claro que quiero
follártelo —contestó al final—. De hecho, mi mayor fantasía es penetrar el
ojete a una mujer y correrme dentro de este.
—Um, vaya
—comentó sorprendida—. ¿Y no lo has hecho antes?
Reyes negó con la
cabeza.
—Ninguna de las
chicas con las que he estado me lo ha permitido —dijo el muchacho apenado—. Me
encantaría que tú me lo permitieses, si quieres, claro.
Amparo sonrió de
forma tierna al oír esto. Le gustaba Reyes. Era perverso y joven, pero cálido y
cariñoso en el fondo. A ella le encantaban las relaciones ardientes e intensas,
repletas de mucha fuerza y pasión, como a toda mujer, pero también le gustaba
que estuvieran llenas de dulzura y amor. En su caso, un amor que ya no recibía.
—¡Claro que
puedes, tesoro! —exclamó—. Jamás te negaría algo así. —Tras decir esto, lo miró
fijamente a los ojos, haciendo que el chico temblase agitado—. Vamos, taládrame
por dentro.
Emocionado al oír
esto, Reyes agarró las braguitas de Amparo y las bajó. Ella puso sus piernas
rectas para facilitarle el deslizamiento por estas y así, poder quitárselas.
Tras esto, el muchacho llevó de nuevo sus manos a las blancas nalgas y, tras
acariciarlas y besarlas un poco más, las abrió. Así, pudo ver la húmeda vagina
sonrosada, conformada ahora como una raja envuelta por sus labios, de los
cuales goteaban fluidos. Con dos dedos, abrió estos y pudo pasar su lengua,
saboreando la intensa fragancia de mujer y haciéndola gritar a ella. Luego,
miró más arriba y halló el ojete, un agujerito oscuro que le llamaba con
desesperación. Sin dudarlo, hundió su lengua dentro de esta e hizo gritar aún
más fuerte a Amparo
—¡Oh Carlos!
—aulló enardecida—. ¡Esto es maravilloso!
Su lengua se
adentró con mucha facilidad en el agujero anal de la mujer. Eso le llevó a
pensar que no era la primera vez que se lo penetraban. No le molestaba, en
verdad, pues así le resultaría más fácil penetrarla. Mientras su lengua seguía
explorando el interior del ano y dilatándolo, Reyes comenzó a masturbar el
coñito de Amparo, frotando su clítoris de forma intensa.
—¡Ah, Dios! ¡Me
voy a correr!
Y no tardó en
hacerlo. Mientras con su lengua sentía fuertes contracciones en el culo, sus
dedos volvieron a empaparse con los flujos expulsados. Amparo gemía impasible
mientras trataba de buscar algo de aire.
—Joder Carlos, me
vas a matar —dijo jadeante.
—No es mi
intención hacerlo —respondió él divertido.
—Ya, pero eres
tan joven y lleno de energía —expresó con satisfacción la mujer—. Hacía mucho
que no hallaba un amante tan increíble.
—Pues esto no ha
hecho más que empezar —le anunció con malevolencia el chico.
Sin previo aviso,
introdujo su dedo índice en el ano. Para su sorpresa, entró con suma facilidad.
—Amparo, sé que
voy a ser demasiado indiscreto, pero, debo preguntártelo. —Se notaba que Reyes
estaba algo cortado ante esto, pero decidió continuar—. ¿Has practicado sexo
anal antes?
Ella se carcajeó
un poquito ante las reticencias del muchacho por hacer la cuestión, pero no
dudó en responder.
—Mi marido solía
darme por detrás. De hecho, le encantaba. —Esto último lo dijo con un toque de
nostalgia—. Pero, esos tiempos hace mucho que pasaron.
Percibía
decepción en sus palabras y aunque por un instante, pensó en abrazarla, decidió
que la llama no se apagase. Sacó su dedo, dejó caer algo de saliva sobre el
ojete e introdujo dos de golpe. Amparo tembló del súbito ataque.
—Madre mía,
podría meter tres o cuatro dedos y aun habría sitio para más— comentó muy
excitado.
—¡Méteme mejor tu
polla ya! — le incitó ella—. Necesitó esa lanza en mi trasero bien ensartada y
que me destroces con ella.
Poseído por la
excitación incitada por la mujer, Reyes no perdió más tiempo. Sin dudarlo,
llevó su polla hasta el culo de la mujer y la introdujo dentro. Amparo tembló
cuando sintió aquella dura barra de carne adentrándose por su ano. El chico
pensó que la cosa se pondría difícil pero cuando vio cómo su glande se embutía
en ese culito con facilidad, se dio cuenta de que no iba a ser muy duro. Fue
introduciéndose cada vez más.
—Sigue cariño,
sigue —le decía Amparo.
—¿Te duele?
—preguntó él con algo de preocupación.
—No, no me duele
—le informó ella—. Estoy más que acostumbrada a esto. ¡Y me encanta!
A él también le
estaba encantando. Aunque el coño de una mujer podía ser apretado y caliente,
la sensación de estar en el culo de Amparo era algo único. Era estrecho, lo
cual permitía que el roce fuera mayor, causándole aún más placer.
—Vamos tesoro,
comienza a darme por culo.
Aquella petición
fue más que suficiente. Sin perder más tiempo, la agarró por la cintura y
comenzó a moverse de atrás hacia delante, perforando con su dura polla para
luego retroceder y volver a acometer con más ansiosas ganas.
—¡Así es Carlos!
Sigue, no te pares —gemía Amparo mientras esa polla la sodomizaba sin piedad—.
¡Dame más, más!
Reyes se movía
con mayor intensidad al mismo tiempo que Amparo se inclinaba, hundiendo su
rostro contra la almohada para ahogar los fuertes gritos que emitía. El
muchacho bufaba mientras se esforzaba por darle estocadas más fuertes. Se puso
en cuclillas y fue inclinándose sobre la mujer, quien no dejaba de gemir.
—Dios mío, ¡esto
es maravilloso! — farfullaba ella en su intensa agonía sexual—. No pares
cariño, por lo que más quieras, ¡no te detengas!
—¡Esto es la hostia!
— profirió él.
Se colocó sobre
su espalda y movía las caderas al tiempo que ella levantaba su trasero para
facilitar el movimiento. Acoplados de ese modo, gozaban como nunca ante habían
hecho.
El chico llevó
sus manos hasta los pechos de la mujer y los apretó con gula. Hundió su cabeza
en el largo y revuelto pelo de su amante, aspirando el embriagador aroma a
mujer madura que despedía. Pellizcó sus pezones con suavidad, haciendo que se
pusiesen más duros. Podía notar como rebotaban con suntuosidad en sus palmas
con cada envite que daba.
Al mismo tiempo,
Amparo llevó su mano hasta su húmedo coño, por donde discurría una cascada de
flujos. Se comenzó a masturbar, y entre eso y esa polla embistiendo su trasero,
se volvió a correr. Reyes sintió como las contracciones de la cavidad anal
apretaban su polla, añadiendo más placer al ya recibido. Eso le encantó.
—Vamos cariño,
córrete —le invitaba con presteza Amparo, mientras se recuperaba de su orgasmo.
—No, ¡hasta que
no lo vuelvas a hacer tú!
La mujer quedó
maravillada con esas palabras. Como se notaba que era un chico deseoso de
complacerla en todo.
Sin dudarlo,
Reyes se volvió a incorporar y la agarró con firmeza de las caderas para darle
estocadas más intensas y profundas. Comenzó a sentir como poco a poco su polla
se preparaba para la deliciosa venida, pero decidió que iba a aguantar hasta
que Amparo se corriese. Inclinándose un poco mientras no dejaba de empujar, el
muchacho introdujo su mano derecha en la entrepierna de la mujer con intención
de acariciar su sexo hasta que se corriese. Cuando Amparo sintió el tirón del
brazo envolviendo su barriga y los suaves toques allí abajo, se alegró mucho.
Decidió dejarse llevar.
De esa manera,
follándole el culo y masturbando su vagina, la mujer comenzó a tener otro
orgasmo, que invadía su cuerpo, haciendo que gozara como nunca. Reyes no se
quedaba lejos y ya estaba a las puertas de su ansiosa venida. Empezó a temblar
y contuvo la respiración. Quería resistir lo máximo que pudiera, aunque ese
culito lo estaban acercando al final.
—Amparo, no
aguanto más —advirtió fatigado.
—No te retengas,
córrete. Yo lo haré contigo.
Escuchar esto,
fue suficiente. Dio un último empujón, clavando su polla en lo más profundo de
la mujer y comenzó a correrse. Gritó con fuerza mientras su miembro expulsaba
copiosos chorros de semen que inundaban el culito de su madura amante. Amparo,
al sentir ese torrente de cálido líquido dentro de ella, también se vino,
empapando la mano del muchacho con más flujos templados. Los gemidos emitidos
fueron poderosos y la cama, que no había dejado de traquetear desde el inicio
de la actividad sexual, parecía a punto de romperse. Cuando por fin terminaron,
se quedaron allí tirados, él encima de ella, sudorosos y cansados.
Recuperando la
consciencia, Reyes decidió salirse del culo de Amparo. Tras sacar su pene, vio
como este estaba manchado con resto de semen y luego, miró el ojete de la
mujer. Se hallaba aun dilatado y de su interior caían chorretones del espeso
líquido que había expulsado no hacía mucho. Satisfecho por lo ocurrido, se
acostó de lado, abrazándola con fuerza y quedando a espaldas de ella. Cerró sus
ojos y permaneció así, tranquilo y en paz.
No pasó mucho
rato hasta que Amparo lo despertó. Confuso, Reyes vio que ahora ella estaba
frente a él, observándole con sus preciosos ojos. Le acarició en el rostro y le
dio un suave beso en su boca.
—¿Que, como te
encuentras? —preguntó de forma cálida y encantadora.
Era maravillosa
en todos los sentidos. Caliente, presta a explorar hasta donde nunca imaginaría
y vibrante. Con ella había realizado sus más deseadas fantasías, cosa que con
otras chicas jamás habría podido llevar a cabo. Le gustaba de verdad.
—Muy bien
—respondió satisfecho.
Amparo sonrió con
dulzura al escuchar esto, pero muy pronto, la expresión de su cara se tornó
seria. No mucho, pero si lo suficiente para preocuparle.
—Perfecto, pues
ya es hora de que te marches.
Lo dijo de forma
tan cortante y directa que llegó incluso a dolerle. ¿Así que esto era todo tras
un par de horas del sexo más increíble y magnifico que jamás habían tenido? Era
hora de volver a la normalidad y hacer como si esto nunca hubiera pasado.
Vio como la mujer
se levantaba y comenzaba a recoger la ropa, pasándosela para que se la pusiese.
Luego, recogió su sujetador y bragas para, a continuación, salir de la
habitación. Confuso por todo esto, Reyes se limitó a vestirse.
Tras esto, se
dirigió al comedor y miró a todo con cierta extrañeza, pues sabía claramente
que lo estaba echando. Todo volvería a la normalidad y este asunto sería
olvidado. En cierta forma, no parecía nada malo. Era lo correcto, pero para él
no podía ser así. Algo había dentro que le hacía desear que aquello no
terminase aquí. ¿Acaso se había enamorado de Amparo? Sonaba absurdo, aunque era
la primera vez que sentía algo así. Con las anteriores chicas con quienes se
acostó jamás experimento nada parecido. Ahora, en cambio, con esta mujer sentía
ese anhelo de no dejarla escapar. Estaba confuso y dolido a partes iguales. No
comprendía como podía haber caído en esta situación.
—¿Ocurre algo?
Cuando se dio la
vuelta, halló a Amparo justo en la entrada del pasillo. Ambos se quedaron
mirando, sin saber que decirse. Reyes se fijó en que llevaba puesto un albornoz
que cubría hasta un poco por encima de sus pies. Además, se había recogido el
pelo. A pesar de cómo estaba, se la veía preciosa. Prosiguieron con el incómodo
momento hasta que al final, fue Amparo quien decidió hablar.
—Oye, si te pasa
algo, dímelo.
Deseaba decírselo,
pero temía que se enfadase. Era evidente que ella no quería nada serio, pues
estaba casada y eso era algo que él debía haber previsto. Pero no fue así y
ahora estaba pagando las consecuencias. Al no ver respuesta de su parte, Amparo
se le acercó hasta colocarse justo frente a él. Ambos estaban muy cerca y
podían sentir el aliento del uno en el otro.
—Venga, dime.
Ella parecía
dispuesta a que le diese una respuesta. Reyes estaba algo reticente, pero en el
fondo, sabía que lo mejor era hablarlo.
—Amparo, he
disfrutado mucho esta tarde. Me ha encantado estar contigo, pero me parece que
deseo que esto ocurra más veces.
Ante su
confesión, Amparo quedó algo confusa.
—¿Qué insinúas?
No hacía falta
que le explicase nada, pues ya lo sabía, pero quería escucharlo de su boca.
—Creo…creo….
—Agachó el cabeza avergonzado, pero ella le cogió del mentón para que la mirase—
Creo que me he enamorado de ti.
Se sorprendió al
ver que no reaccionaba de mala manera. De hecho, Amparo le sonrió de forma
tierna. Incluso le dio un pequeño piquito.
—No te niego que
a mí también me ha gustado mucho todo esto —dijo ella—, pero cariño, estoy
casada y tengo dos hijos. No podría arriesgarme por una relación.
Sabía que así
era, aunque percibía algo. Ella ocultaba mucho más de lo que le decía.
—Ya, pero ¿eres
feliz con el hombre con el que te casaste?
La pregunta la
pilló desprevenida y quien ahora bajó su rostro, mirando hacia otro lado, fue
ella. Reyes sabía que acababa de acertar en sus presunciones.
—No me equivoco.
Cierta tensión
percibió cuando aquellos ojos verdes le miraron. No supo si su comentario le
había o no molestado y tenía miedo de haberla ofendido. Pero no fue así. De
hecho, Amparo parecía dispuesta a querer hablar de ello.
—Mi marido ya no
me desea —le confesó entristecida—. Antes, yo era su mayor objeto de deseo,
pero ahora, no quiere tener sexo conmigo. Me ignora por completo y sé que
muchas noches que se va de juerga con los amigos, es para irse de putas.
—¿Y por qué
sigues con él? —le preguntó a continuación el chico.
Ella se quedó callada
por un momento y Reyes vio como una lágrima se derramaba de su ojo. Quiso secársela
con un dedo, pero Amparo no se lo permitió. Le agarró la mano y ambos notaron
la incomodidad.
—Sigo con él por
mis hijos —le contestó al final, con la voz algo agrietada.
—Sin embargo, te
liaste conmigo.
Amparo sonrió
divertida ante esta frase.
—Sí, eso es
verdad —reconoció la mujer—. Eres un chaval guapo y joven. Cuando te vi
observándome, supe que te había llamado bastante la atención y al ver que te
ofrecías para ayudarme con la compra, no pude evitar decirte que sí, que te
necesitaba.
Ese “te necesitaba”,
sabía perfectamente a que hacía referencia.
—No te negaré que
si quise ayudarte fue con esa intención— expresó algo reticente el chico—.
¡Pero es que estás tan buena!
Los dos se
echaron a reír ante esta frase. Luego, volvieron a mirarse.
—Reyes, eres muy
encantador, pero esta aventura es muy arriesgada y no estoy preparada para
dejar mi matrimonio. Menos, por alguien como tú.
Esas palabras le
sentaron como un cubo de agua fría pero no podía negar que llevaba razón. Esta
relación era imposible.
—Algún día
encontraras a una chica que te hará muy feliz. Tanto en el plano sentimental
como en el sexual.
Aquello le animó
un poco. Puede que encontrase a otra, pero mientras, ¿qué? Esa era la cuestión
y no hallaba una respuesta grata. Estaba claro, que tendría que esperar.
—Vamos, no pongas
esa cara desangelada —le animó ella.
—¿Por qué me iba
a sentir mejor? —preguntó.
—Tengo 37 años,
cariño, y mi marido me desatiende —le contó—. ¿Sabes que necesito? Una buena
polla.
Reyes la miró
estupefacto. No es que hiciera falta explicarse mejor pues la mujer le estaba
dejando bien claro que querían seguir viéndose. Si, puede que no pudieran
acabar juntos, pero eso no parecía significar que no pudieran seguir viéndose.
—¿Estás segura de
que quieres seguir con esto? —preguntó algo nervioso.
Ella asintió con
claridad.
—Por supuesto
—dijo muy animada—. Después de lo bien que me lo has hecho pasar, quiero
repetir.
Se quedó sin
palabras. Ya podría habérselo dicho antes. Así se podría haber ahorrado tanto
drama.
—He disfrutado mucho
con este encuentro y tengo ganas de más. —Se acercó a su oreja y le susurró—.
Además, no te has corrido aun en mi coñito.
Fue imaginarse
eso y un leve respingo recorrió su espalda. Y notó como su polla se volvía a
poner de nuevo dura.
—¿Cómo vamos a hacer
para vernos? —le preguntó el chico.
—Pásame tu móvil
—le sugirió Amparo—. Te pondré en mi lista de contactos bajo un nombre falso y
te llamaré yo cuando vea el momento indicado, diciéndote donde quedamos y a qué
hora.
—¿Cómo dónde?
—preguntó Reyes confuso.
—Aquí en mi casa
no podemos liarnos, sería muy arriesgado —se explicó ella—. Sabes lo chismosos
que son los vecinos.
—Tiene razón.
Una vez todo
estaba listo, Reyes salió. Se besó en la puerta con Amparo como pequeña
despedida y se fue al ascensor.
Mientras bajaba,
no dejaba de pensar en lo que le había pasado en aquel día. Se sentía muy
afortunado. Había logrado por fin encontrar a la amante perfecta. Le doblaba en
edad, pero, aun así, era mejor que muchas de las chicas con la que había
estado. De momento, seguirían manteniendo su relación de forma clandestina,
aunque era obvio que, con el paso del tiempo, aquello se desvanecería. Pero de
mientras, no dudaría en aprovechar el momento y disfrutar.
Eso sí, cuando
estuviera delante del marido de Amparo más le valdría disimular. Siempre se lo
encontraba en el portal cada mañana, mientras uno iba a la universidad y el
otro al trabajo. Sabía que, si le miraba, una inevitable sonrisa de burla se le
dibujaría en el rostro, debido al hecho, de que estaba tirándose a su esposa.
Una amante diferente a las habituales, pero una amante perfecta.
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