Por
Dulce Naranja
Diría
que nunca he sido una persona de grandes ambiciones por lo que mi trabajo de
oficinista me reportaba prácticamente todo lo que necesitaba. Un puesto fijo,
unas tareas monótonas y un sueldo decente a final de mes. Desde que dejé la
universidad había trabajado en la compañía en la que realicé prácticas. Mi
escalada en la pirámide empresarial fue nula ya que casi con 30 años seguía en
el mismo cubículo en el que empecé casi una década atrás. Entre mis tareas
estaba realizar informes y labores administrativas para mis jefes, enviar
correos a gente más importante que yo y hacer pausas para tomar café cada dos
horas.
Nuestra
empresa contaba con pequeños cubos de trabajo que constaban de dos mesas de
oficina colocadas en L con sus respectivos equipos informáticos y unas pequeñas
mamparas a la altura de los monitores que nos aislaban ligeramente de la
bulliciosa planta de trabajo. Allí trabajábamos en equipos de dos. Durante
varios años trabajé con José, un entrañable padre de familia algo adicto al
juego que se había marchado de la compañía con una oferta de la competencia
bajo el brazo unas semanas atrás. Nuestro cubo, ahora ocupado exclusivamente
por mis pertenencias, se encontraba en la esquina de una gran sala cuadrada con
unos ventanales que daban a un parque empresarial gigantesco. Trabajábamos en
la esquina opuesta a la puerta de entrada por lo que a nuestra espalda teníamos
una pared con percheros para toda la planta. Un anodino lunes de mayo me
encontraba encendiendo el ordenador cuando Julián, el jefe de recursos humanos,
entró en la sala seguido de una joven. Ambos se dirigieron a mi cubo mientras
colgaba mi chaqueta en el perchero que tenía a mi espalda completamente ajeno a
la que sería mi nueva compañera de cubo. Cuando llegaron a nuestro puesto,
Julián mostró amablemente a mi nueva compañera su puesto de trabajo y sin mediar
palabra se marchó con el mismo silencio que con el que había llegado. Sin saber
muy bien cómo reaccionar ambos nos quedamos de pie, uno frente a otro,
esperando una presentación oficial. Tendí mi mano y me presenté a lo que ella
respondió con un suave apretón y dos besos.
Su
nombre era Paula y tenía 23 años. Casi recién licenciada había entrado en la
compañía para cubrir el puesto de mi compañero. Tenía una preciosa melena rubia
de pelo liso que le pasaba la mitad de la espalda con creces. Bajo un ligero maquillaje
se hacían ver unos preciosos ojos azules y unos labios finos. Tenía una voz
especialmente dulce y unas manos suaves con una manicura cuidada. Llevaba unos
tacones negros que la colocaban casi a mi altura y una falda de tubo casi por
las rodillas que cubría unas finas medias negras. Bajo una americana a juego
con la falda llevaba una blusa blanca que, a pesar de estar cerrada por unos
botones ajustados al milímetro, dejaba intuir unos grandes pechos sujetos por
ropa interior negra que se transparentaba ligeramente.
Tras
las presentaciones oficiales cada uno ocupó su puesto y pasamos el resto de la
mañana trabajando, haciendo alguna pausa para charlar y conocernos mejor. Desde
el primer momento me pareció una chica dulce, educada y profesional. Durante la
pausa para el café nos acercamos a la cafetería de la planta alta para
despejarnos del clima de la sala de trabajo. Allí hablamos largo y tendido
sobre su reciente época universitaria, las entrevistas que había hecho hasta
llegar al puesto y sobre lo mal que le caía nuestro jefe. También pude saber un
poco más sobre el cabrón de su ex y cómo había cortado con ella unos meses
antes. Durante el descanso no paraba de mirar sus preciosos ojos intentando que
mi vista no se desviara demasiado hacia su sujetador negro el cual se intuía
entre los botones de la blusa. Tras el descanso volvimos a nuestro puesto y el
día prosiguió con normalidad.
Las
siguientes semanas mi relación con Paula fue más y más cercana. A los pocos
días de llegar intercambiamos números de teléfono e incluso algún mensaje fuera
de horario de oficina. Aprovechábamos para hacer los descansos juntos lo que
daba lugar a un claro coqueteo, al menos por mi parte. Fue entonces cuando
propuse a Paula quedar fuera de la oficina para cenar y conocernos mejor. Con
una mueca de sorpresa y tras los 5 segundos más largos de mi vida ella aceptó
con una única condición: ella elegía restaurante.
Eran
las 8 de la tarde del sábado y, tal como acordamos, la cena sería a las 10.
Minutos antes de la cita recibiría un único mensaje de Paula. Una dirección.
Comencé a ducharme no con poco nerviosismo. Dejé el móvil en el lavabo para
mirar la pantalla a través de la mampara en caso de recibir algún mensaje.
Cuando el agua caliente comenzó a recorrer mi cuerpo intenté concentrarme en la
ducha, pero no hacía más que pensar en Paula. Imaginaba cómo sería su cuerpo
completamente desnudo sobre el mío, cómo serían sus preciosos pechos sin
aquella blusa y cómo sabrían sus labios. Apenas tras un par de minutos comencé
a tener una brutal erección que fui incapaz de controlar. Como un preludio de
lo que podría ocurrir deslicé mi mano por mi abdomen y me masturbé con el agua
sobre mis hombros y la imagen de Paula entre mis sienes. Tras la ducha y
sorprendentemente agotado salí del baño para secarme cuando recordé el mensaje
que debía recibir. Volví rápidamente al baño para coger el teléfono y
desbloqueé la pantalla con torpeza para ver que no había llegado ningún
mensaje. Con el móvil en la mano fui a la habitación y comencé a vestirme. Me
puse ropa interior negra y ajustada, unos pantalones azules con zapatos a juego
y una camisa blanca. Mientras me ponía los calcetines noté la vibración del
móvil y lo desbloqueé casi temblando. Eran las 21:15 y Paula me había enviado
la dirección del restaurante. Consulté en mi teléfono la calle y apenas era un
trayecto de 4 kilómetros. Terminé de vestirme y solicité un coche en la puerta
de casa. 15 minutos más tarde estaba de camino a nuestra cita y me encontraba
como un flan. Llegué a la puerta del restaurante en unos minutos que se
hicieron más que eternos y me decidí a entrar para esperarla en la barra. Era
un local amplio y luminoso con plantas cubriendo las columnas. La mayoría de las
mesas eran para 2 o 4 comensales, aunque al fondo de un largo pasillo pude ver
una gran sala con un par de mesas corridas. Me senté en la barra y pedí una
cerveza para esperar a Paula con algo entre las manos. Había olvidado mi reloj
por lo que no sabía qué hora era si no sacaba el móvil; cosa que evité a toda
costa para no mostrar mi claro nerviosismo. 22:00. Paula no llega y mi talón
juguetea arriba y abajo en el taburete del bar. 22:02. Siento una vibración en
mi pantalón. Me acaba de llegar un correo lleno de publicidad. 22:07. Nervioso
por si aquella cita había sido una broma de mal gusto y conteniendo las ganas
de largarme de allí giro mi cabeza hacia la puerta y veo entrar a Paula en el
local.
Lleva
unos preciosos tacones negros con pequeñas piedras brillantes sobre unas finas
medias que dejan ver los dedos de sus pies. Por encima de las rodillas lleva
una falda negra y ajustada con un estampado geométrico apenas perceptible.
Mientras levanto la mirada pude ver una sencilla blusa blanca con un amplio
escote que dejaba ver parte de su precioso pecho decorado con un fino colgante
dorado. Sus labios iban pintados en un rojo potente y su melena iba recogida
con un apretado moño. En su mano derecha agarraba un pequeño bolso negro con
brillantes a juego con sus tacones. Intenté esconder mi cara de asombro todo lo
que pude y simulé normalidad mientras se acercaba y nos dábamos dos besos más
largos de lo habitual.
Con
mi cerveza más que apurada abandoné la copa en la barra e invité a Paula hacia
el puesto del camarero que nos guiaría a nuestra mesa. Seguimos obedientes a un
chico alto y con moño que vestía una camisa blanca con tirantes negros y un
elegante delantal. Nos invitó a sentarnos en una mesa redonda situada casi al
final del local decorada con un mantel gris y un exquisito jarrón con una
sencilla flor blanca que retiró en cuanto nos sentamos. Nos entregó las cartas
dándonos la bienvenida y nos dejó a solas. La agradable luz del local y la
falta de clientes a nuestro alrededor hizo más fácil que nos sintiéramos
cómodos por lo que la conversación comenzó a fluir. Propuse pedir una botella
de vino tinto a lo que Paula accedió encantada. Tras un breve debate sobre los
platos que pediríamos nos decantamos por unos entrantes y un par de platos
principales. Nuestro camarero se acercó a tomar la comanda tras la cual sorprendí
a Paula mirándome directamente. Intenté no sonrojarme más de la cuenta y se
hizo un silencio incómodo mientras el camarero regresaba con el vino. Paula me
sonreía con picardía mientras probaba el vino. Si quería ponerme nervioso lo
estaba consiguiendo.
El
resto de la cena fue muy agradable y relajada. Hablamos de nuestros gustos y
aficiones los cuales sorprendentemente compartíamos. Amante de la naturaleza y
la gastronomía, Paula adoraba los deportes de aventura y experimentar con
nuevos tipos de comida. Durante la sobremesa y mientras esperábamos los postres
Paula jugueteaba con la tercera copa de vino en la que había dejado marcado su
carmín. Comenzamos entonces a hablar de nuestras exparejas y algunos periodos
algo traumáticos del pasado. Poco a poco acabamos hablando de lo excitante que
puede ser que te pillen follando en un lugar público como me pasó en aquella
cala de Menorca o lo divertido que puede ser experimentar con tus compañeras de
piso tras una noche de borrachera como le ocurrió a ella en sus años
universitarios. En un par de ocasiones noté cómo la mirada de Paula se derretía
y me miraba casi con deseo. Juraría que pude ver cómo se mordía el labio
inferior mientras hablábamos sobre aquella vez que me bañé desnudo en el mar
con un ligue de verano, pero lo atribuí al vino o a mi imaginación. Al final de
la velada, y antes de pagar la cuenta, casi instintivamente nuestros pies se
rozaron bajo la mesa lo que sorprendentemente produjo que las mejillas de Paula
se sonrojaran por primera vez en toda la noche. Parece ser que en ese preciso
instante había perdido el control por unos segundos, pero rápidamente lo
recuperó apartando su pie y yendo al baño con una sonrisa mientras me miraba
sobre el hombro y movía sus caderas dejando ver su precioso culo. Intenté
relajarme mientras pagaba al camarero y respiré un par de veces antes de su
vuelta del aseo. A su llegada unos minutos más tarde se sentó en la mesa y me
propuso ir a tomar una copa a algún local cercano. Acepté sin dudar. Ella se
levantó, se inclinó sobre mi hombro y me dijo al oído:
-
Date prisa, no querrás que se acabe la noche ya…
Acto
seguido metió su mano en el bolsillo de mi pantalón y se dirigió a la puerta
dándome la espalda. Me levanté nervioso y pude ver cómo de mi bolsillo asomaba
un delicado tanga de encaje negro el cual escondí rápidamente.
Nada
más salir del local Paula estaba esperando en la puerta con cierta impaciencia.
-
¿No te habrás puesto nervioso? Vamos, conozco un sitio donde podemos tomar una
última copa.
Asentí
sonrojado y la seguí 5 metros hasta que se detuvo en el siguiente portal.
-
Hemos llegado – dijo sonriendo mientras sacaba un llavero del bolso.
Abrió
la puerta y entramos hasta el ascensor. Tras pulsar el botón del cuarto piso,
Paula se abalanzó sobre mí y me mordió la oreja mientras pasaba sus manos
por mis hombros. Poco a poco se apartó y noté sus labios pasar a milímetros de
mis mejillas. Casi cuando estaba a punto de besarme bajé mis manos a su cadera
y ella se apartó levantando la ceja derecha y con una sonrisa ladeada se dio la
vuelta. Habíamos llegado al cuarto.
Llegamos
a la puerta de su apartamento y trate de evitar que se notara lo abultado que
tenía el pantalón casi sin éxito. Estaba completamente descontrolado y Paula lo
sabía. Ella abrió la puerta y me agarró la mano haciéndome pasar detrás de
ella. Cerré de un portazo y me dejé llevar hasta el pequeño salón. Era un
apartamento de una sola habitación con un recibidor y una cocina americana
integrada en el salón. Paula me sentó en el sofá y sin mediar palabra se metió
en la habitación cerrando tras de sí una puerta corredera. Me desabroché un botón
de la camisa y esperé nervioso observando la delicada decoración del lof de
Paula. La mayoría de los muebles eran de color blanco o gris. El sofá, frente a
la televisión, tenía un par de cojines los cuales aparté buscando un poco de
aire. El tiempo pasaba lento y apenas escuchaba nada dentro de su cuarto.
La
puerta corredera se abrió y me dio un vuelco el corazón al ver a Paula. Se
quedó unos segundos apoyada en el umbral con la mano derecha colocada sobre la
cadera mientras me miraba sonriendo y se mordía el labio. Llevaba un body de
encaje color burdeos con preciosos dibujos florales. De los hombros bajaban dos
finos tirantes que se unían en su escote el cual contenía sus enormes pechos.
Los dibujos del encaje apenas dejaban ver bajo la tela, pero fui capaz de
intuir unos pequeños y marcados pezones en los que tenía colocados dos
piercings. En el espejo de la habitación colocado detrás de ella pude ver la
espalda de Paula la cual estaba descubierta y cruzada por diversas y delicadas
cintas del body terminadas en forma de tanga.
Sin
mediar palabra ella comenzó a andar hacia mí y yo me levanté rápidamente.
Apenas llevaba un segundo en pie cuando Paula me empujó suavemente al sofá de
nuevo y se inclinó sobre mí. Fue su apretado escote lo último que vi sobre mi
cara antes de besarla y cerrar los ojos con fuerza. Inmediatamente me quité la
camisa mientras ella, sin despegar sus labios de los míos, comenzó a
desabrocharme el cinturón y los pantalones. Ya sin camisa, nuestras lenguas
comenzaron a jugar mientras ella terminaba de desabrocharme los botones del
pantalón y yo me quitaba torpemente los zapatos. De un rápido movimiento me
quitó los pantalones junto con la ropa interior quedando completamente desnudo
con Paula de rodillas frente a mí. Inmediatamente me agarró con la mano derecha
y apartó un pequeño mechón de pelo de su frente con la izquierda para sacar su
lengua y lamerme de abajo a arriba. Tras la primera lamida se introdujo mi pene
en su boca la cual estaba completamente húmeda. Me comía con ganas, subiendo y
abajo, casi sin mirarme a los ojos. Por la base de mi pelvis comenzó a correr
un pequeño hilo de saliva mientras ella gemía cada vez que me metía en su boca.
Cada vez llegaba un poco más profundo y sus gemidos eran cada vez más largos.
Cuando casi consiguió metérsela en la boca por completo aguantó unos segundos
antes de sacarla del todo casi tosiendo. Mi polla estaba completamente empapada,
pero fueron pocos los segundos que duró fuera antes de que se la volviera a
meter en la boca. Mientras con la mano derecha me agarraba por la base, con la
izquierda se soltó el moño. Aproveché entonces para agarrarla del pelo con mi
mano derecha mientras jadeaba. Ella sonrió y me miró con más de la mitad de mi
polla dentro de su boca. Siguió comiéndome del mismo modo, empapándome de
arriba abajo mientras con los ojos me pedía más. Estaba disfrutando de aquel momento,
pero yo también quería probarla. Me incorporé mientras ella se quedaba de
rodillas casi suplicando más y la pedí que se pusiera a cuatro patas.
Obediente, Paula se colocó en el sofá colocando su pelo por el lado derecho de
la cabeza mientras miraba hacia atrás esperando a que hiciese con ella lo que
quisiera. Con su mano derecha abrió el body y dejó salir sus preciosas tetas
las cuales estaban decoradas con dos preciosos piercings de color granate. Me
coloqué tras ella mientras arqueaba la espalda y desabroché su body al tiempo
que ella se acariciaba y pellizcaba el pezón derecho. El sonido de los broches
me erizó la piel e hizo que Paula se acercara a mi cara. Ante mí pude ver su
delicada entrepierna perfectamente rasurada con un sugerente piercing en el
clítoris al cual me lancé sin dudar. Estaba totalmente húmeda antes de posar
siquiera mis labios sobre ella. Se dejó hacer mientras lamía arriba y abajo con
los ojos cerrados. Con mis manos agarré sus nalgas permitiéndome meter mi
lengua dentro de ella. Estaba completamente desatado, sólo quería comerme a
Paula aquella noche. Pasé mi lengua sobre su piercing y jugué con él con
delicadeza. Cada vez que lo rozaba ella gemía y se estremecía lo que me hacía
volver a por más. En un par de ocasiones aproveché para morder con delicadeza
sus muslos. Mi lengua entró por completo dentro de ella y la moví en su
interior. Paula podía notarme dentro de ella y me encantaba. Mi mano derecha
permaneció en su nalga la cual azoté instintivamente en un par de ocasiones
provocando una ligera risa acompañada de un gemido. Introduje los dedos corazón
y anular de mi mano izquierda dentro de ella provocando un gemido aún mayor y
que empezara, de nuevo, a pellizcarse el pezón esta vez con más fuerza. Comencé
a masturbarla despacio, jugando con mis dedos dentro de ella. Rápidamente, y
escuchando sus gemidos, pude saber qué es lo que más le gustaba. Mis dedos
pasaron de dos a tres y ella con una rápida mirada lo agradeció. Seguí masturbándola,
moviendo mis dedos y ella se giró para tumbarse boca arriba. Por primera vez
pude ver claramente sus preciosas tetas y mi mano derecha, ahora libre, se fue
directa a jugar con ellas. Agarré su pezón izquierdo mientras ella ponía su
mano sobre la mía y la apretaba con fuerza. Mi mano izquierda, aún dentro de
Paula, siguió jugando mientras mi lengua y mis labios se encargaban de su
piercing. Lamí con delicadeza haciendo sonar las bolas metálicas con mis
dientes. Con cada paso de mi lengua ella se mojaba un poco más y el dulce sabor
de Paula impregnó por completo mis labios. Mis dedos cada vez se movían más y
más rápido estimulando todos y cada uno de los centímetros de su piel. Sin
parar de moverlos, introduje su piercing en mi boda por completo y lo mojé todo
lo que pude mientras la punta de mi lengua lo movía arriba y abajo. Mis labios
sellados hicieron que ella se mojara cada vez más y mi saliva corrió hacia mis
dedos haciendo que entraran aún más dentro de ella. Paula me agarró del pelo
mientras echaba la cabeza hacia atrás. Me miró unos instantes sonrientes al
verme tumbado sobre ella comiéndola con ganas. Quería que se corriera en mi
boca mientras mi lengua estaba dentro de ella. Cuando pensé que estaba a punto
de hacerlo se incorporó y me agarró de la mano llevándome a su habitación casi
a rastras aún con el body puesto. Sobre su cama tenía colocado un cabecero de
hierro forjado con luces blancas enroscadas las cuales estaban encendidas. Apagó
la luz de la habitación y mientras me tumbaba en la cama ella se acercó a la
mesita de noche. Sacó una larga cinta de seda de color negro y me obligó a
colocar las manos sobre mi cabeza. Obedecí.
Paula
se colocó sobre mí y con sus tetas sobre mi cara me ató las muñecas a las
barras del cabecero. El tacto de la tela y el frío metal hicieron que deseara
ser suyo toda la noche. A partir de ahora mandaba ella. La habitación estaba
sólo iluminada por las pequeñas bombillas que subían y bajaban de las barras de
la cama. A pesar de ello pude ver su precioso cuerpo envuelto en la penumbra.
Sin quitarse el body y manteniendo sus preciosos pechos fuera se inclinó sobre
mí y me mordió la oreja izquierda apoyándose en el cabecero. Deslizó su mano
derecha por mi abdomen y agarró mi pene con delicadeza para introducirlo en su
interior suavemente. Dejó caer su peso sobre mi cadera mientras ella se
incorporaba y sonreía. Entré hasta el fondo de Paula con suavidad. Estaba
completamente empapada y con cada subida y bajada de su cadera mi pelvis
comenzó a humedecerse ligeramente. Sólo podía mirar aquellos preciosos ojos
mirándome mientras gemíamos de placer al unísono. Ella con las manos se
agarraba los pechos mientras subía y bajaba despacio, saliendo de ella casi por
completo para después entrar de nuevo hasta el fondo. Podíamos sentirnos el uno
al otro. Sus movimientos fueron cada vez más rápidos haciendo que incluso
quisiera deshacer el nudo de mis muñecas, pero ella me las agarró con fuerza
mientras me sonreía y me besaba. Me dejé hacer. Paula siguió follándome
mientras me comía los labios, subiendo su culo arriba y abajo con fuerza. Me
introducía dentro de ella casi con rabia. Volvió a incorporarse y se dio la
vuelta. Se puso a cuatro patas de nuevo mostrándome su culo en una preciosa
perspectiva. Cubierta con la luz tenue de la habitación Paula comenzó a
masturbarse mientras me miraba sobre el hombro. Gemía e introducía sus dedos
rápidamente mientras yo sólo podía mirar. Estaba jugando conmigo y lo estaba
haciendo muy bien. Me moría por volver dentro de ella y que fuera mi polla y no
sus dedos lo que la hicieran gemir de placer, pero no entraba dentro de sus
planes. Al menos de momento. Casi riéndose paró de masturbarse y se inclinó
sobre mi cadera. Agarró mi pene y lo pasó por su húmedo piercing sin llegar a
introducirlo. Me empapó por completo, pero no dejaba que entrara dentro.
Mientras gemía y jugaba conmigo su sonrisa la delató segundos antes de
introducirse mi polla poco a poco en su interior. Pude ver sus ojos, su pelo,
su preciosa lencería de encaje color burdeos y su culo frente a mí mientras
volvía a follarme como antes. Echando su pelo hacia atrás empezó a subir y
bajar su cadera con fuerza. En más de una ocasión redujo el ritmo haciéndome
sentir más dentro de ella. Se incorporó pudiendo ver su preciosa espalda
abierta y las finas tiras color burdeos que la cruzaban. Dejó caer su pelo
hacia atrás mientras subía y bajaba gimiendo con fuerza y pellizcándose los
pezones. Sus embestidas fueron cada vez más fuertes y rápidas hasta que bajó su
mano derecha al piercing de su clítoris. Comenzó así a masturbarse rápidamente
conmigo dentro de ella sin dejar de moverse arriba y abajo. Me mordí el labio
ante la visión de Paula a punto de correrse y ella me miró instantes antes. Con
un gemido largo y profundo noté las contracciones de su pelvis y cómo entraba
más dentro de ella que nunca. Paula se corrió conmigo dentro y se dejó caer por
completo para sentirme hasta el último momento quedándose apoyada en mi cadera
con unos espasmos que delataban sucesivas oleadas de placer. Pasados unos
instantes volvió a subir y bajar con calma con pequeños gemidos por cada roce
de nuestra piel. Siguió masturbándose con delicadeza y me miró con los ojos
entreabiertos y una mueca casi de cansancio para ofrecerme sus dedos empapados
los cuales lamí sin rechistar.
Paula
se reincorporó y se dio la vuelta de nuevo. Sin desatarme se tumbó sobre la
cama con su cara en mi pelvis y sonriendo me agarró con fuerza. Yo moví mi
cadera, quería correrme con ella, pero no sabía si Paula estaba por la labor.
Con una sonrisa pícara me masturbó muy despacio provocando en mí una
desesperación brutal. Se incorporó y comenzó a colocarse de nuevo el body. Se
lo abrochó y con delicadeza contuvo sus pechos de nuevo en su interior. Creo
que mi cara hizo que ella sintiera casi lástima de mí. No podía creer que me
dejara así.
-
¿Quieres correrte?
Asentí
como si me hubiera entrenado para ello.
-
Pues más vale que seas bueno y no hagas ruido…
Paula
se tumbó de nuevo en la cama y volvió a comerme con las mismas ganas que en el
sofá. Escasos segundos después estaba a punto de explotar, pero me mantuve en
silencio todo lo que pude. Ella lo sabía y se introdujo mi polla en su boca por
completo mientras me miraba a los ojos. Tras repetir el movimiento un par de
veces arqueé la espalda y subí la pelvis mientras cerraba los ojos. Me corrí en
la garganta de Paula. Ella se quedó quieta y yo descargué durante varios
segundos dentro de ella. Cuando abrí los ojos la vi sonriendo mientras sus labios
estaban empapados y por la comisura de sus labios gotas blanquecinas caían
sobre mi pelvis. Finalmente se incorporó y un par de pequeñas gotas cayeron
sobre su apretado escote y parte del encaje de su lencería. Ella se relamió los
labios, sonrió, se desnudó y se fue a la ducha. Sin desatarme.
Quince
minutos más tarde salió del baño con una toalla y el pelo empapado. Fue al
salón y dejó mi ropa sobre la cama. Me desató y me ofreció una toalla para
ducharme. Dejé caer el agua sobre mí intentando analizar lo que acababa de
ocurrir e intentando no parecer desesperado por repetir en cuanto la viera de
nuevo. Tras secarme y vestirme ella me estaba esperando, aún con la toalla,
sentada en el sofá. Ni me ofreció quedarme a dormir ni se lo pedí, simplemente
se levantó para acompañarme a la puerta y me besó con rabia agarrándome la
entrepierna con fuerza. Mientras cerraba la puerta y avanzaba hacia el ascensor
ella se despidió de mí:
-
Nos vemos el lunes.
La
puerta sonó a mi espalda y pensé lo largo que iba a ser el fin de semana
esperando verla de nuevo. Por suerte aún tenía sus braguitas en mi bolsillo.
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