Friday, August 24, 2018

Nueva en la oficina



Por Dulce Naranja

Diría que nunca he sido una persona de grandes ambiciones por lo que mi trabajo de oficinista me reportaba prácticamente todo lo que necesitaba. Un puesto fijo, unas tareas monótonas y un sueldo decente a final de mes. Desde que dejé la universidad había trabajado en la compañía en la que realicé prácticas. Mi escalada en la pirámide empresarial fue nula ya que casi con 30 años seguía en el mismo cubículo en el que empecé casi una década atrás. Entre mis tareas estaba realizar informes y labores administrativas para mis jefes, enviar correos a gente más importante que yo y hacer pausas para tomar café cada dos horas.
Nuestra empresa contaba con pequeños cubos de trabajo que constaban de dos mesas de oficina colocadas en L con sus respectivos equipos informáticos y unas pequeñas mamparas a la altura de los monitores que nos aislaban ligeramente de la bulliciosa planta de trabajo. Allí trabajábamos en equipos de dos. Durante varios años trabajé con José, un entrañable padre de familia algo adicto al juego que se había marchado de la compañía con una oferta de la competencia bajo el brazo unas semanas atrás. Nuestro cubo, ahora ocupado exclusivamente por mis pertenencias, se encontraba en la esquina de una gran sala cuadrada con unos ventanales que daban a un parque empresarial gigantesco. Trabajábamos en la esquina opuesta a la puerta de entrada por lo que a nuestra espalda teníamos una pared con percheros para toda la planta. Un anodino lunes de mayo me encontraba encendiendo el ordenador cuando Julián, el jefe de recursos humanos, entró en la sala seguido de una joven. Ambos se dirigieron a mi cubo mientras colgaba mi chaqueta en el perchero que tenía a mi espalda completamente ajeno a la que sería mi nueva compañera de cubo. Cuando llegaron a nuestro puesto, Julián mostró amablemente a mi nueva compañera su puesto de trabajo y sin mediar palabra se marchó con el mismo silencio que con el que había llegado. Sin saber muy bien cómo reaccionar ambos nos quedamos de pie, uno frente a otro, esperando una presentación oficial. Tendí mi mano y me presenté a lo que ella respondió con un suave apretón y dos besos.
Su nombre era Paula y tenía 23 años. Casi recién licenciada había entrado en la compañía para cubrir el puesto de mi compañero. Tenía una preciosa melena rubia de pelo liso que le pasaba la mitad de la espalda con creces. Bajo un ligero maquillaje se hacían ver unos preciosos ojos azules y unos labios finos. Tenía una voz especialmente dulce y unas manos suaves con una manicura cuidada. Llevaba unos tacones negros que la colocaban casi a mi altura y una falda de tubo casi por las rodillas que cubría unas finas medias negras. Bajo una americana a juego con la falda llevaba una blusa blanca que, a pesar de estar cerrada por unos botones ajustados al milímetro, dejaba intuir unos grandes pechos sujetos por ropa interior negra que se transparentaba ligeramente.
Tras las presentaciones oficiales cada uno ocupó su puesto y pasamos el resto de la mañana trabajando, haciendo alguna pausa para charlar y conocernos mejor. Desde el primer momento me pareció una chica dulce, educada y profesional. Durante la pausa para el café nos acercamos a la cafetería de la planta alta para despejarnos del clima de la sala de trabajo. Allí hablamos largo y tendido sobre su reciente época universitaria, las entrevistas que había hecho hasta llegar al puesto y sobre lo mal que le caía nuestro jefe. También pude saber un poco más sobre el cabrón de su ex y cómo había cortado con ella unos meses antes. Durante el descanso no paraba de mirar sus preciosos ojos intentando que mi vista no se desviara demasiado hacia su sujetador negro el cual se intuía entre los botones de la blusa. Tras el descanso volvimos a nuestro puesto y el día prosiguió con normalidad.
Las siguientes semanas mi relación con Paula fue más y más cercana. A los pocos días de llegar intercambiamos números de teléfono e incluso algún mensaje fuera de horario de oficina. Aprovechábamos para hacer los descansos juntos lo que daba lugar a un claro coqueteo, al menos por mi parte. Fue entonces cuando propuse a Paula quedar fuera de la oficina para cenar y conocernos mejor. Con una mueca de sorpresa y tras los 5 segundos más largos de mi vida ella aceptó con una única condición: ella elegía restaurante.
Eran las 8 de la tarde del sábado y, tal como acordamos, la cena sería a las 10. Minutos antes de la cita recibiría un único mensaje de Paula. Una dirección. Comencé a ducharme no con poco nerviosismo. Dejé el móvil en el lavabo para mirar la pantalla a través de la mampara en caso de recibir algún mensaje. Cuando el agua caliente comenzó a recorrer mi cuerpo intenté concentrarme en la ducha, pero no hacía más que pensar en Paula. Imaginaba cómo sería su cuerpo completamente desnudo sobre el mío, cómo serían sus preciosos pechos sin aquella blusa y cómo sabrían sus labios. Apenas tras un par de minutos comencé a tener una brutal erección que fui incapaz de controlar. Como un preludio de lo que podría ocurrir deslicé mi mano por mi abdomen y me masturbé con el agua sobre mis hombros y la imagen de Paula entre mis sienes. Tras la ducha y sorprendentemente agotado salí del baño para secarme cuando recordé el mensaje que debía recibir. Volví rápidamente al baño para coger el teléfono y desbloqueé la pantalla con torpeza para ver que no había llegado ningún mensaje. Con el móvil en la mano fui a la habitación y comencé a vestirme. Me puse ropa interior negra y ajustada, unos pantalones azules con zapatos a juego y una camisa blanca. Mientras me ponía los calcetines noté la vibración del móvil y lo desbloqueé casi temblando. Eran las 21:15 y Paula me había enviado la dirección del restaurante. Consulté en mi teléfono la calle y apenas era un trayecto de 4 kilómetros. Terminé de vestirme y solicité un coche en la puerta de casa. 15 minutos más tarde estaba de camino a nuestra cita y me encontraba como un flan. Llegué a la puerta del restaurante en unos minutos que se hicieron más que eternos y me decidí a entrar para esperarla en la barra. Era un local amplio y luminoso con plantas cubriendo las columnas. La mayoría de las mesas eran para 2 o 4 comensales, aunque al fondo de un largo pasillo pude ver una gran sala con un par de mesas corridas. Me senté en la barra y pedí una cerveza para esperar a Paula con algo entre las manos. Había olvidado mi reloj por lo que no sabía qué hora era si no sacaba el móvil; cosa que evité a toda costa para no mostrar mi claro nerviosismo. 22:00. Paula no llega y mi talón juguetea arriba y abajo en el taburete del bar. 22:02. Siento una vibración en mi pantalón. Me acaba de llegar un correo lleno de publicidad. 22:07. Nervioso por si aquella cita había sido una broma de mal gusto y conteniendo las ganas de largarme de allí giro mi cabeza hacia la puerta y veo entrar a Paula en el local.
Lleva unos preciosos tacones negros con pequeñas piedras brillantes sobre unas finas medias que dejan ver los dedos de sus pies. Por encima de las rodillas lleva una falda negra y ajustada con un estampado geométrico apenas perceptible. Mientras levanto la mirada pude ver una sencilla blusa blanca con un amplio escote que dejaba ver parte de su precioso pecho decorado con un fino colgante dorado. Sus labios iban pintados en un rojo potente y su melena iba recogida con un apretado moño. En su mano derecha agarraba un pequeño bolso negro con brillantes a juego con sus tacones. Intenté esconder mi cara de asombro todo lo que pude y simulé normalidad mientras se acercaba y nos dábamos dos besos más largos de lo habitual.
Con mi cerveza más que apurada abandoné la copa en la barra e invité a Paula hacia el puesto del camarero que nos guiaría a nuestra mesa. Seguimos obedientes a un chico alto y con moño que vestía una camisa blanca con tirantes negros y un elegante delantal. Nos invitó a sentarnos en una mesa redonda situada casi al final del local decorada con un mantel gris y un exquisito jarrón con una sencilla flor blanca que retiró en cuanto nos sentamos. Nos entregó las cartas dándonos la bienvenida y nos dejó a solas. La agradable luz del local y la falta de clientes a nuestro alrededor hizo más fácil que nos sintiéramos cómodos por lo que la conversación comenzó a fluir. Propuse pedir una botella de vino tinto a lo que Paula accedió encantada. Tras un breve debate sobre los platos que pediríamos nos decantamos por unos entrantes y un par de platos principales. Nuestro camarero se acercó a tomar la comanda tras la cual sorprendí a Paula mirándome directamente. Intenté no sonrojarme más de la cuenta y se hizo un silencio incómodo mientras el camarero regresaba con el vino. Paula me sonreía con picardía mientras probaba el vino. Si quería ponerme nervioso lo estaba consiguiendo.
El resto de la cena fue muy agradable y relajada. Hablamos de nuestros gustos y aficiones los cuales sorprendentemente compartíamos. Amante de la naturaleza y la gastronomía, Paula adoraba los deportes de aventura y experimentar con nuevos tipos de comida. Durante la sobremesa y mientras esperábamos los postres Paula jugueteaba con la tercera copa de vino en la que había dejado marcado su carmín. Comenzamos entonces a hablar de nuestras exparejas y algunos periodos algo traumáticos del pasado. Poco a poco acabamos hablando de lo excitante que puede ser que te pillen follando en un lugar público como me pasó en aquella cala de Menorca o lo divertido que puede ser experimentar con tus compañeras de piso tras una noche de borrachera como le ocurrió a ella en sus años universitarios. En un par de ocasiones noté cómo la mirada de Paula se derretía y me miraba casi con deseo. Juraría que pude ver cómo se mordía el labio inferior mientras hablábamos sobre aquella vez que me bañé desnudo en el mar con un ligue de verano, pero lo atribuí al vino o a mi imaginación. Al final de la velada, y antes de pagar la cuenta, casi instintivamente nuestros pies se rozaron bajo la mesa lo que sorprendentemente produjo que las mejillas de Paula se sonrojaran por primera vez en toda la noche. Parece ser que en ese preciso instante había perdido el control por unos segundos, pero rápidamente lo recuperó apartando su pie y yendo al baño con una sonrisa mientras me miraba sobre el hombro y movía sus caderas dejando ver su precioso culo. Intenté relajarme mientras pagaba al camarero y respiré un par de veces antes de su vuelta del aseo. A su llegada unos minutos más tarde se sentó en la mesa y me propuso ir a tomar una copa a algún local cercano. Acepté sin dudar. Ella se levantó, se inclinó sobre mi hombro y me dijo al oído:
- Date prisa, no querrás que se acabe la noche ya…
Acto seguido metió su mano en el bolsillo de mi pantalón y se dirigió a la puerta dándome la espalda. Me levanté nervioso y pude ver cómo de mi bolsillo asomaba un delicado tanga de encaje negro el cual escondí rápidamente.
Nada más salir del local Paula estaba esperando en la puerta con cierta impaciencia.
- ¿No te habrás puesto nervioso? Vamos, conozco un sitio donde podemos tomar una última copa.
Asentí sonrojado y la seguí 5 metros hasta que se detuvo en el siguiente portal.
- Hemos llegado – dijo sonriendo mientras sacaba un llavero del bolso.
Abrió la puerta y entramos hasta el ascensor. Tras pulsar el botón del cuarto piso, Paula se abalanzó sobre mí y me mordió la oreja mientras pasaba sus manos por mis hombros. Poco a poco se apartó y noté sus labios pasar a milímetros de mis mejillas. Casi cuando estaba a punto de besarme bajé mis manos a su cadera y ella se apartó levantando la ceja derecha y con una sonrisa ladeada se dio la vuelta. Habíamos llegado al cuarto.
Llegamos a la puerta de su apartamento y trate de evitar que se notara lo abultado que tenía el pantalón casi sin éxito. Estaba completamente descontrolado y Paula lo sabía. Ella abrió la puerta y me agarró la mano haciéndome pasar detrás de ella. Cerré de un portazo y me dejé llevar hasta el pequeño salón. Era un apartamento de una sola habitación con un recibidor y una cocina americana integrada en el salón. Paula me sentó en el sofá y sin mediar palabra se metió en la habitación cerrando tras de sí una puerta corredera. Me desabroché un botón de la camisa y esperé nervioso observando la delicada decoración del lof de Paula. La mayoría de los muebles eran de color blanco o gris. El sofá, frente a la televisión, tenía un par de cojines los cuales aparté buscando un poco de aire. El tiempo pasaba lento y apenas escuchaba nada dentro de su cuarto.
La puerta corredera se abrió y me dio un vuelco el corazón al ver a Paula. Se quedó unos segundos apoyada en el umbral con la mano derecha colocada sobre la cadera mientras me miraba sonriendo y se mordía el labio. Llevaba un body de encaje color burdeos con preciosos dibujos florales. De los hombros bajaban dos finos tirantes que se unían en su escote el cual contenía sus enormes pechos. Los dibujos del encaje apenas dejaban ver bajo la tela, pero fui capaz de intuir unos pequeños y marcados pezones en los que tenía colocados dos piercings. En el espejo de la habitación colocado detrás de ella pude ver la espalda de Paula la cual estaba descubierta y cruzada por diversas y delicadas cintas del body terminadas en forma de tanga.
Sin mediar palabra ella comenzó a andar hacia mí y yo me levanté rápidamente. Apenas llevaba un segundo en pie cuando Paula me empujó suavemente al sofá de nuevo y se inclinó sobre mí. Fue su apretado escote lo último que vi sobre mi cara antes de besarla y cerrar los ojos con fuerza. Inmediatamente me quité la camisa mientras ella, sin despegar sus labios de los míos, comenzó a desabrocharme el cinturón y los pantalones. Ya sin camisa, nuestras lenguas comenzaron a jugar mientras ella terminaba de desabrocharme los botones del pantalón y yo me quitaba torpemente los zapatos. De un rápido movimiento me quitó los pantalones junto con la ropa interior quedando completamente desnudo con Paula de rodillas frente a mí. Inmediatamente me agarró con la mano derecha y apartó un pequeño mechón de pelo de su frente con la izquierda para sacar su lengua y lamerme de abajo a arriba. Tras la primera lamida se introdujo mi pene en su boca la cual estaba completamente húmeda. Me comía con ganas, subiendo y abajo, casi sin mirarme a los ojos. Por la base de mi pelvis comenzó a correr un pequeño hilo de saliva mientras ella gemía cada vez que me metía en su boca. Cada vez llegaba un poco más profundo y sus gemidos eran cada vez más largos. Cuando casi consiguió metérsela en la boca por completo aguantó unos segundos antes de sacarla del todo casi tosiendo. Mi polla estaba completamente empapada, pero fueron pocos los segundos que duró fuera antes de que se la volviera a meter en la boca. Mientras con la mano derecha me agarraba por la base, con la izquierda se soltó el moño. Aproveché entonces para agarrarla del pelo con mi mano derecha mientras jadeaba. Ella sonrió y me miró con más de la mitad de mi polla dentro de su boca. Siguió comiéndome del mismo modo, empapándome de arriba abajo mientras con los ojos me pedía más. Estaba disfrutando de aquel momento, pero yo también quería probarla. Me incorporé mientras ella se quedaba de rodillas casi suplicando más y la pedí que se pusiera a cuatro patas. Obediente, Paula se colocó en el sofá colocando su pelo por el lado derecho de la cabeza mientras miraba hacia atrás esperando a que hiciese con ella lo que quisiera. Con su mano derecha abrió el body y dejó salir sus preciosas tetas las cuales estaban decoradas con dos preciosos piercings de color granate. Me coloqué tras ella mientras arqueaba la espalda y desabroché su body al tiempo que ella se acariciaba y pellizcaba el pezón derecho. El sonido de los broches me erizó la piel e hizo que Paula se acercara a mi cara. Ante mí pude ver su delicada entrepierna perfectamente rasurada con un sugerente piercing en el clítoris al cual me lancé sin dudar. Estaba totalmente húmeda antes de posar siquiera mis labios sobre ella. Se dejó hacer mientras lamía arriba y abajo con los ojos cerrados. Con mis manos agarré sus nalgas permitiéndome meter mi lengua dentro de ella. Estaba completamente desatado, sólo quería comerme a Paula aquella noche. Pasé mi lengua sobre su piercing y jugué con él con delicadeza. Cada vez que lo rozaba ella gemía y se estremecía lo que me hacía volver a por más. En un par de ocasiones aproveché para morder con delicadeza sus muslos. Mi lengua entró por completo dentro de ella y la moví en su interior. Paula podía notarme dentro de ella y me encantaba. Mi mano derecha permaneció en su nalga la cual azoté instintivamente en un par de ocasiones provocando una ligera risa acompañada de un gemido. Introduje los dedos corazón y anular de mi mano izquierda dentro de ella provocando un gemido aún mayor y que empezara, de nuevo, a pellizcarse el pezón esta vez con más fuerza. Comencé a masturbarla despacio, jugando con mis dedos dentro de ella. Rápidamente, y escuchando sus gemidos, pude saber qué es lo que más le gustaba. Mis dedos pasaron de dos a tres y ella con una rápida mirada lo agradeció. Seguí masturbándola, moviendo mis dedos y ella se giró para tumbarse boca arriba. Por primera vez pude ver claramente sus preciosas tetas y mi mano derecha, ahora libre, se fue directa a jugar con ellas. Agarré su pezón izquierdo mientras ella ponía su mano sobre la mía y la apretaba con fuerza. Mi mano izquierda, aún dentro de Paula, siguió jugando mientras mi lengua y mis labios se encargaban de su piercing. Lamí con delicadeza haciendo sonar las bolas metálicas con mis dientes. Con cada paso de mi lengua ella se mojaba un poco más y el dulce sabor de Paula impregnó por completo mis labios. Mis dedos cada vez se movían más y más rápido estimulando todos y cada uno de los centímetros de su piel. Sin parar de moverlos, introduje su piercing en mi boda por completo y lo mojé todo lo que pude mientras la punta de mi lengua lo movía arriba y abajo. Mis labios sellados hicieron que ella se mojara cada vez más y mi saliva corrió hacia mis dedos haciendo que entraran aún más dentro de ella. Paula me agarró del pelo mientras echaba la cabeza hacia atrás. Me miró unos instantes sonrientes al verme tumbado sobre ella comiéndola con ganas. Quería que se corriera en mi boca mientras mi lengua estaba dentro de ella. Cuando pensé que estaba a punto de hacerlo se incorporó y me agarró de la mano llevándome a su habitación casi a rastras aún con el body puesto. Sobre su cama tenía colocado un cabecero de hierro forjado con luces blancas enroscadas las cuales estaban encendidas. Apagó la luz de la habitación y mientras me tumbaba en la cama ella se acercó a la mesita de noche. Sacó una larga cinta de seda de color negro y me obligó a colocar las manos sobre mi cabeza. Obedecí.
Paula se colocó sobre mí y con sus tetas sobre mi cara me ató las muñecas a las barras del cabecero. El tacto de la tela y el frío metal hicieron que deseara ser suyo toda la noche. A partir de ahora mandaba ella. La habitación estaba sólo iluminada por las pequeñas bombillas que subían y bajaban de las barras de la cama. A pesar de ello pude ver su precioso cuerpo envuelto en la penumbra. Sin quitarse el body y manteniendo sus preciosos pechos fuera se inclinó sobre mí y me mordió la oreja izquierda apoyándose en el cabecero. Deslizó su mano derecha por mi abdomen y agarró mi pene con delicadeza para introducirlo en su interior suavemente. Dejó caer su peso sobre mi cadera mientras ella se incorporaba y sonreía. Entré hasta el fondo de Paula con suavidad. Estaba completamente empapada y con cada subida y bajada de su cadera mi pelvis comenzó a humedecerse ligeramente. Sólo podía mirar aquellos preciosos ojos mirándome mientras gemíamos de placer al unísono. Ella con las manos se agarraba los pechos mientras subía y bajaba despacio, saliendo de ella casi por completo para después entrar de nuevo hasta el fondo. Podíamos sentirnos el uno al otro. Sus movimientos fueron cada vez más rápidos haciendo que incluso quisiera deshacer el nudo de mis muñecas, pero ella me las agarró con fuerza mientras me sonreía y me besaba. Me dejé hacer. Paula siguió follándome mientras me comía los labios, subiendo su culo arriba y abajo con fuerza. Me introducía dentro de ella casi con rabia. Volvió a incorporarse y se dio la vuelta. Se puso a cuatro patas de nuevo mostrándome su culo en una preciosa perspectiva. Cubierta con la luz tenue de la habitación Paula comenzó a masturbarse mientras me miraba sobre el hombro. Gemía e introducía sus dedos rápidamente mientras yo sólo podía mirar. Estaba jugando conmigo y lo estaba haciendo muy bien. Me moría por volver dentro de ella y que fuera mi polla y no sus dedos lo que la hicieran gemir de placer, pero no entraba dentro de sus planes. Al menos de momento. Casi riéndose paró de masturbarse y se inclinó sobre mi cadera. Agarró mi pene y lo pasó por su húmedo piercing sin llegar a introducirlo. Me empapó por completo, pero no dejaba que entrara dentro. Mientras gemía y jugaba conmigo su sonrisa la delató segundos antes de introducirse mi polla poco a poco en su interior. Pude ver sus ojos, su pelo, su preciosa lencería de encaje color burdeos y su culo frente a mí mientras volvía a follarme como antes. Echando su pelo hacia atrás empezó a subir y bajar su cadera con fuerza. En más de una ocasión redujo el ritmo haciéndome sentir más dentro de ella. Se incorporó pudiendo ver su preciosa espalda abierta y las finas tiras color burdeos que la cruzaban. Dejó caer su pelo hacia atrás mientras subía y bajaba gimiendo con fuerza y pellizcándose los pezones. Sus embestidas fueron cada vez más fuertes y rápidas hasta que bajó su mano derecha al piercing de su clítoris. Comenzó así a masturbarse rápidamente conmigo dentro de ella sin dejar de moverse arriba y abajo. Me mordí el labio ante la visión de Paula a punto de correrse y ella me miró instantes antes. Con un gemido largo y profundo noté las contracciones de su pelvis y cómo entraba más dentro de ella que nunca. Paula se corrió conmigo dentro y se dejó caer por completo para sentirme hasta el último momento quedándose apoyada en mi cadera con unos espasmos que delataban sucesivas oleadas de placer. Pasados unos instantes volvió a subir y bajar con calma con pequeños gemidos por cada roce de nuestra piel. Siguió masturbándose con delicadeza y me miró con los ojos entreabiertos y una mueca casi de cansancio para ofrecerme sus dedos empapados los cuales lamí sin rechistar.
Paula se reincorporó y se dio la vuelta de nuevo. Sin desatarme se tumbó sobre la cama con su cara en mi pelvis y sonriendo me agarró con fuerza. Yo moví mi cadera, quería correrme con ella, pero no sabía si Paula estaba por la labor. Con una sonrisa pícara me masturbó muy despacio provocando en mí una desesperación brutal. Se incorporó y comenzó a colocarse de nuevo el body. Se lo abrochó y con delicadeza contuvo sus pechos de nuevo en su interior. Creo que mi cara hizo que ella sintiera casi lástima de mí. No podía creer que me dejara así.
- ¿Quieres correrte?
Asentí como si me hubiera entrenado para ello.
- Pues más vale que seas bueno y no hagas ruido…
Paula se tumbó de nuevo en la cama y volvió a comerme con las mismas ganas que en el sofá. Escasos segundos después estaba a punto de explotar, pero me mantuve en silencio todo lo que pude. Ella lo sabía y se introdujo mi polla en su boca por completo mientras me miraba a los ojos. Tras repetir el movimiento un par de veces arqueé la espalda y subí la pelvis mientras cerraba los ojos. Me corrí en la garganta de Paula. Ella se quedó quieta y yo descargué durante varios segundos dentro de ella. Cuando abrí los ojos la vi sonriendo mientras sus labios estaban empapados y por la comisura de sus labios gotas blanquecinas caían sobre mi pelvis. Finalmente se incorporó y un par de pequeñas gotas cayeron sobre su apretado escote y parte del encaje de su lencería. Ella se relamió los labios, sonrió, se desnudó y se fue a la ducha. Sin desatarme.
Quince minutos más tarde salió del baño con una toalla y el pelo empapado. Fue al salón y dejó mi ropa sobre la cama. Me desató y me ofreció una toalla para ducharme. Dejé caer el agua sobre mí intentando analizar lo que acababa de ocurrir e intentando no parecer desesperado por repetir en cuanto la viera de nuevo. Tras secarme y vestirme ella me estaba esperando, aún con la toalla, sentada en el sofá. Ni me ofreció quedarme a dormir ni se lo pedí, simplemente se levantó para acompañarme a la puerta y me besó con rabia agarrándome la entrepierna con fuerza. Mientras cerraba la puerta y avanzaba hacia el ascensor ella se despidió de mí:
- Nos vemos el lunes.
La puerta sonó a mi espalda y pensé lo largo que iba a ser el fin de semana esperando verla de nuevo. Por suerte aún tenía sus braguitas en mi bolsillo.


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