Este relato es de mi familia, un poco fantasioso, ciencia ficción,
drama, incestuoso, dominación.
Somos una familia rica y con secretos hijo: León Kennedy de 21 años,
buen físico, rubio y lindo, terrorista y asesino, mamá: Ana Kennedy de 37 años,
buen físico pechos firmes y culo duro, empresaria y economista, hija: Brenda Kennedy
de 9 años, linda y rubia, estudiante de medicina. Una chiquilla de 9 años,
educada en una institución desde los 6 para ser esclava, entra en esa condición
de la
mano de su propia familia.
Poco antes de cumplir los 9 años, la mamá dio órdenes al internado
donde se encontraba desde los 6
para que volviese a casa. Aquello le alegró enormemente a Brenda, ya
que aquel internado era muy
estricto. Les obligaban a llevar una ropa muy austera, sin permitirles
prendas interiores.
Teníamos que ducharnos con agua casi fría tanto en invierno como
verano, dormíamos en jergones y, a la menor desobediencia éramos azotadas en las
nalgas desnudas. Si la infracción era muy grave, te encerraban en una celda
diminuta con las extremidades atadas en una postura, siempre diferente pero
siempre incomoda. Teníamos que realizar mucho ejercicio físico, a veces
agotador. Nunca había vacaciones ni visitas de los padres.
Años después supe que la cultura impartida fue de ínfima calidad y
deformada hacia la inculcación del
concepto de que unos privilegiados tienen el papel de dominar y el
resto el de someterse. Pero eso lo aprendí años más tarde y ya me es
indiferente el haberlo descubierto, es más, sería más feliz de lo que soy de no
haberlo sabido nunca, ya que esa idea a veces me reconcome. Mi ignorancia era
tal que, ahora que mi actual ama: Mi madre me hace escribir este relato,
recuerdo que palabras que debo emplear no las había escuchado nunca a mis 9
años. Palabras como follar, sodomizar, puta, tetas, culo, mear, coprofagia,
zoofilia, semen, etc... que ahora se emplean en el entorno de mi vida de forma
continua.
Todo aquello, decían, era para imprimirnos sentido de la disciplina
y dotar a nuestros cuerpos de fortaleza para afrontar los duros avatares que
pudieran surgir en nuestras vidas. El caso es que aquel internado constituía un
lugar triste y amenazador lleno de muchachas, desde los 3 a los 16 años,
totalmente faltas de personalidad y de sentido crítico. Como no se admite a
ninguna con edad superior a los 10 años, poca rebeldía entraba en el lugar. Si
alguna de esa edad entraba con algo de ella era rápidamente suprimida.
En la estación me esperaban mi madre Ana de K., de 37 años, y mi
hermano León K., de 21. Mi alegría por verlos se esfumó cuando noté en ellos
una actitud un tanto distante y poco afectuosa.
Apenas un par de besos en las mejillas como dos leves roces. Tampoco
hubo una conversación muy interesada por mis asuntos durante el viaje del
aeropuerto a casa.
Cuando llegamos a casa me enteré de que mi antigua habitación había
sido ocupada por mi madre para poner una especie de estudio y que yo ocuparía otra en el sótano.
Cuando la vi no podía dar crédito a mis ojos. El sótano se había remodelado y
la distribución era diferente a como yo la recordaba. El caso es que la habitación
que se me asignaba era un cubículo de apenas 1,5 m por 2m con una puerta de
reja metálica, con una delgada y dura colchoneta de gimnasio por todo
mobiliario.
Ante mi estupor mi madre dijo que era para continuar la espartana educación
del colegio y que no
Adquiriese hábitos de relajo. La maldita educación del internado fue
la que se impuso para que yo no expusiese la más mínima reclamación, aunque
estaba convencida de que era una broma y de que al día siguiente, el de mi 10º cumpleaños,
se aclararía todo.
Con el cansancio del viaje y mis costumbres del internado no me costó
mucho dormir esa noche. Me
Despertaron mi madre y mi hermano felicitándome por mi cumpleaños en
un tono bastante poco festivo a mi parecer y me condujeron hacia otra sala del sótano
donde supuse me esperarían los regalos. Entrando en la sala nuevamente quedé
estupefacta porque allí no había un sólo regalo, sino una serie de armarios
vitrina conteniendo cosas que yo, debido al estricto control de conocimientos
del internado, no pude identificar, pero que me parecieron un tanto siniestros,
al igual que la cantidad de cadenas que colgaban del techo y las argollas en la
pared y otros sitios.
Del resto de mobiliario identifiqué obviamente una recia mesa de
madera del mismo tamaño que el suelo de mi habitación, otras más bajitas y
pequeñas, un potro de gimnasio de patas más bajas de lo corriente, un largo travesaño
de sección triangular tendido horizontalmente entre dos soportes y un recinto
alicatado, como de ducha pero más grande, con una letrina de tipo taza turca en
el medio y un lavabo y un bidet a un costado.
También distinguí una cruz en forma de aspa cuya utilidad se me
escapaba al igual que todo el resto de aparatos que había por allí. Vi que las mesas estaba todas dotadas
de inquietantes argollas en sus bordes y había varios grandes espejos de cuerpo
entero distribuidos por las paredes.
Como mi familia permanecía callada dándome tiempo a ver aquello, el
silencio se me hizo tenso y, para romperlo expresé mi necesidad de ir al baño y de desayunar.
No te preocupes me dijo mamá, aquí podrás atender todo. Primero vas
a hacer tus necesidades ahí en
esta taza turca.
Bueno, pero dejadme sola.
No, queremos verlo.
Ah! No, ni hablar.
Nada más decirlo mi madre me arreó una sonora bofetada que me dejó
atontada y confusa por aquella
conducta.
Mira nena, te voy a dejar clara una cosa, me dijo mi madre. A partir
de hoy serás nuestra esclava sexual.
Para eso te han preparado en el internado y aquí te
perfeccionaremos. Obedecerás todo lo que te digamos sin chistar o serás
castigada de forma que te parecerá insoportable. Aunque serás castigada de
todas formas cuando nos plazca. Ahora mea y caga donde se te ha dicho.
Mamá me despojó de la pijama dejándome totalmente desnuda a la vista
de mi de mi hermano y
tremendamente humillada y sofocada de vergüenza me agaché sobre el
oscuro agujero para hacer mis
necesidades delante de ellos. En aquella situación de exhibición mis
esfínteres se negaron a funcionar y no conseguía evacuar por ninguno de mis dos agujeros.
En vista de ello mi madre se acercó a la pared, tomo una fusta y
descargó dos tremendos golpes en mi
espalda. Aquello fue contraproducente para mis ganas de colaborar,
que desaparecieron totalmente, ante mi impotencia y terror de volver a sufrir
nuevamente la caricia de la fusta.
Esta vez intervino mi hermano, quien abriendo la bragueta de su
pantalón orino sobre mi diciendo: Tal vez el sonido y la tibieza de mis aguas la animen. Pero ni así.
Bien, dijo mi madre, tomaremos medidas más drásticas. Me aterré pensando en la
fusta.
Al ver mi cara de pavor cuando la volvió a levantar me dijo: No te
preocupes, no te voy a golpear otra vez, pero tan hostil como la ves será el
instrumento que más adores con el tiempo cuando lo compares con otros
artefactos. Un escalofrió me recorrió toda la columna vertebral y rompí a
llorar. León, tápale la boca a la llorona e inmovilizala. Comencé a gritar
asegurando que iba a mear y cagar, que lo haría enseguida si se iban porque no
estaba acostumbrada a hacerlo en público y me encontraba inhibida. Mamá no me hizo
ningún caso. Me colocó un ancho collar metálico
forrado interiormente, y me trabó a él las muñecas mediante unas esposas y unos
mosquetones. Después me introdujo en la boca una enorme bola de goma que casi
me desencaja la mandíbula y me la sujeto en la nuca mediante unas correas. Después
experimenté, por primera vez en mi vida experimente la gran abundancia en que volvería
a repetirse, la difusión de un fluido en mis intestinos. Inmediatamente me
dieron la vuelta acostándome sobre la mesa y León volvió a sujetarme firmemente
mientras mamá me aflojaba la mordaza un poco y me introducía un embudo por la
comisura por el que empezó a verter agua que yo no podía sino tragar ya que de
lo contrario me ahogaba.
Mientras me sometían a la ingesta de agua noté unos espasmos
dolorosos en mi barriga que iban a más.
Terminada mi bebida me condujeron a la cruz con forma de aspa donde
me ataron –comprendí ya para que servía, mamá me insertó una cosa en el ano que me dolió mucho y
que después no conseguía empujar afuera y ellos se sentaron delante de mí en sendas butacas
haciendo comentarios sobre mi cuerpo y su modelación.
Cuando mis dolores ventrales se hicieron insoportables y comencé a
sudar a raudales, a expeler mocos por mi nariz y baba por la comisura de los labios ellos no hicieron
caso y siguieron hablando de mis atributos, comentando mis tetas, mis piernas, mi culo, etc... Sin
duda para no aburrirse del espectáculo mamá desabrochó la bragueta de mi
hermano y comenzó a friccionar su pene.
Debió llegar un momento en que mi expresión denotaba que estaba a
punto de morir, porque me soltaron y me llevaron a la letrina turca, donde mamá
me sacó la cosa del culo e inmediatamente solté
violentamente todo lo que albergaba mi cuerpo, creo que hasta los
pulmones se me iban. Me salpiqué todos los muslos y los pies e inmediatamente empecé
a orinar como una descosida. Ellos sonreían mientras me observaban muy
interesados.
A continuación, con la disculpa de mi suciedad por las salpicaduras,
me ducharon con agua fría de una manguera, después subí con ellos a la cocina a desayunar. Ellos
desayunaron en la mesa y yo tuve que hacerlo en el suelo, me dieron un plato de lentejas y una cuchara de
madera diciéndome que mi dieta sería muy estricta para conservar mi cuerpo en
las debidas condiciones de uso, expresión que me dio mucho que pensar.
Tampoco me explicaron por qué tenía que beber el agua de un botijo a
distancia dejándola caer en mi
boca y tragándola según entraba en ella sin cerrar los labios,
cuando yo jamás había utilizado ese
recipiente en mi vida y me atragantaba, tosía, se me iba por la
nariz o se me derramaba por los pechos.
Mi madre me advirtió que tenía que aprender a beber de ese cacharro en
una semana porque su agujero seria progresivamente limado y ensanchado para que saliese más
caudal, así que si no sabía hacerlo ahora, que el orificio era estrecho, menos
cuando fuese más grande. Si no aprendía seria castigada severamente, así que
puse la mayor aplicación sin saber que objeto tenía el desarrollo de
aquella habilidad.
Una vez terminado el desayuno volvimos a bajar los tres al sótano.
Mientras mi hermano se disponía
algunas cosas, mamá me tumbaba sobre la mesa grande sujetando mis
muñecas y cuello a las argollas
de su borde.
Me ató los tobillos a los muslos y me puso una barra metálica unida
a estos por encima de las rodillas. La barra se estiraba deslizándose una parte en el interior de la otra.
La estiraron al máximo posible, tanto que temí que los tendones de mis ingles se desgarrasen. A final
colocaron bajo mis riñones, que ellos llamaron “grupa”, una especie de grueso y duro cojín que elevó mi
pubis exponiéndolo a mi madre de manera muy descarada y obscena. Me volvía a
morir de vergüenza de que mi mamá viese tan claramente mis partes íntimas.
Peor fue cuando se dedicaron a examinar mi cuerpo comentando mamá
que habían fabricado uno
perfecto y que poco trabajo de remodelación habría que hacer. Insertó
un aparato en mi vagina que
separó mis labios y estuvieron metiendo dentro de mi intimidad otra
serie de aparatos que ofrecían unos datos de los que mi hermano tomaba nota.
Solamente me enteré de que habían medido temperatura y profundidad de algo, pero
midieron más cosas, desde luego.
Hicieron lo mismo con mi ano después de voltearme sin soltarme más
que las muñecas y el cuello. Al
final León anuncio: Después del tratamiento, que no será muy largo,
les puedo asegurar que conseguiremos una dilatación del coño sin peligro de
rasgadura cuatro veces superior a la que tiene sin perder un ápice de su presión
y elasticidad. Si queremos más ya no lo puedo asegurar. En cuanto al ano, se
puede lograr tres veces más, igualmente sin pérdida de elasticidad. No entendí bien
el asunto, pero León y Ana se pusieron muy contentos. Pese a que no tenía
mordaza, mi educación y el temor a la fusta me aconsejaron abstenerme de
formular pregunta alguna.
Después de la toma de medidas antropométricas, se dedicó mamá a
rasurarme el poquito vello que tenía en el monte de Venus y en el entorno del
ano. Tras terminar me aplicó una crema que, según informó a mi hermano, después
de dos meses de aplicación semanal haría que la depilación del pubis fuera permanente.
Ante mi asombro también me rasuró el resto del cuerpo, incluyendo mi cabeza y
mis cejas. La total ausencia de cualquier vello que me daba mayor sensación de
desnudez e impudicia, y la forzada postura de exhibición que tenía acentuaron
mi humillación y mi vergüenza a extremos infinitos. Extremos tales que en
ninguna pesadilla habría podido imaginar. Jamás hubiera concebido que mi propia
familia a quien recordaba sumamente amorosa, acogedora y protectora pudiera
hacerme aquello, tanto que estaba segura de tener una pesadilla y me despertaría
de nuevo en el internado.
Me despierto y veo que en la cama estaban las niñas desnudas me
levanto y encuentro las ropa de las
niñas tirada, las junto y las escondo, en ese instante tocan la
puerta abro hay estaba María la madre que venía a limpiar mi casa, me pregunta cómo se comportaron sus niñas
le digo que bien ella va al cuarto y las encuentran desnudas y se despiertan, entonces yo voy a mi cuarto
y me llevo mis cosas para salir,
María me pregunta porque estaban desnudas le digo que en mi casa debían
andar desnudas ella se
sorprende y le digo que si quiere trabajar que se saque la ropa y
que ande desnuda ella obedece se
desnuda, las niñas y la madre estaban desnudas María tenía pechos
firmes, nalgas parada, y una linda
cintura. cierto días las nenas ya tenían confianza jugaban de mano
conmigo la madre nos miraba mientras comía y limpiaba, yo rosaba mi mano y
bulto por el culo de las niñas hasta que niña me dijo tengo hambre, quiero
leche, la madre mira que me bajo el cierre y empezó a chupar, María se quedó
asombrada yo le dije que se está alimentando entonces viene su hermana Daniela
y las dos niñas me la chupan su madre miraba y no decía nada hasta que eyaculé
dentro de las boca de las dos.
Llamé a María para que viniera y le pregunté qué sintió cuando vio
que sus hija me la chuparan, no dijo nada, entonces le dije que si ellas hacían
todo lo yo quería le regalaría muchas cosas, entonces María me dice que está de
acuerdo la beso en la boca y le doy una nalgada le aviso que yo quiero que ella
les enseñe cosas de sexo a sus hijas me dice que le va a enseñar algunas cosas
entonces me voy a comprar a la ciudad le digo a Laura que ella está cargo de mi
casa que les enseñe a las hermanas a ser obediente, le digo a Micaela que venga
conmigo que vamos a la ciudad y me dice no tengo ropa le digo no importa vamos
igual ella dudaba entonces le digo a María que venga conmigo también, ya en el
camioneta le dije a María si quería comprar consoladores para las niñas y me
dijo que si, entonces ella me dice que si yo la dejo que vivan en mi casa ella
y sus hijas serán mis sumisas para siempre, yo digo que sí y le digo a Micaela
soy tu nuevo papi la levanto y se agacha mientras yo manejo mica me la chupaba
desnuda y su mamá se pajeaba mientras nos veía...
Seguiré después.
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