Por RoberXL
Es último viernes de mes y Caridad, mi mujer,
ya sabe lo que toca. Seguro que lo tiene todo preparado. Esta mañana habrá
comprado una botella de sidra, vino blanco o Lambrusco, y también algo para
picar, seguramente frutos secos, fruta deshidratada, biscotes para tomar salmón
ahumado o atún, algún queso fuerte... Llevamos 9 años casados y este momento es
algo que ambos esperamos con avidez. Mañana no hay que madrugar.
Pongo una música no demasiado relajante ya que
no quiero que se duerma, con poco volumen para no despertar a los críos.
Poco a poco nos relajamos, nos reímos,
bromeamos, nos acordamos de anécdotas. Pronto nos iremos de viaje los dos
solos. Cinco días al año de descanso en los que dejamos de ser papá y mamá. Los
críos se quedan con mi suegra...
Esta noche tengo dispuesto algo especial, algo
que hace tiempo que no hacemos. Leer un relato erótico. Le digo que me acompañe
al dormitorio. Allí he extendido una toalla sobre la cama, encendido el
ordenador y preparado el aceite para darle a Caridad uno de esos masajes que
tan bien sabe agradecer.
Caridad tiene 43 años, estudios superiores y
desde hace poco ha retomado su trabajo en la farmacia de su propiedad. A pesar
de sus dos embarazos se mantiene bastante bien, es bajita y manejable, 1’60 m
aproximadamente y 50 kilos, creo. En fin, una morenita de ojos azules con un
buen culito y un par de tetas que ya quisieran muchas jovencitas. Curiosamente
lo más excitante de empezar a salir con Caridad fue descubrir que tras aquella
apariencia de chica reservada y formal se escondía una viciosa sexual.
Paradójicamente Caridad se había criado en el seno de una rigurosa familia y
había recibido una represora educación religiosa. Como ella misma me confesó en
una ocasión no había nada tan turbador como saludar a la monja de portería con
el sabor a polla aún en la boca.
La observé mientras se desvestía, me encanta
hacerlo, sobre todo cuando se desprende del sujetador y sus formidables tetas
saltan de alegría.
Se tumbó y comenzó a leer…
Nunca habría imaginado aquel cambio. Desde las
vacaciones en la playa del año pasado, Caridad es otra en la intimidad.
Me llamo Roberto y tengo 40 años, tres menos
que mi mujer. Comenzamos a salir jóvenes, a los 25 años, aunque ambos habíamos
tenido relaciones más o menos serias con anterioridad. Aunque, al principio
Caridad me hizo creer que su experiencia sexual era muy limitada, cuando vio
que lo nuestro iba en serio no dudó en revelarme que Pedro, su primer novio, la
había acostumbrado a disfrutar de casi todo tipo de prácticas.
Lamentablemente, el paso de los años, los
hijos, las obligaciones, etc. hizo que nuestra vida sexual fuese a menos con no
pocas épocas de apatía y pereza.
Caridad mide 1.60, es como se suele decir “del
montón”. Es delgada, morena y sus formas están muy bien proporcionadas. Tiene
las tetas muy bien puestas, vamos que levantaría pasiones y pollas por la calle
de no ser porque es exageradamente tímida y discreta en público. Por suerte,
sus magníficas tetas no han perdido ni un ápice de su atractivo a pesar de los
embarazos y lactancias.
Como es habitual siempre había sido yo quien
más apetito sexual tenía, haciéndome Caridad pensar en algunas ocasiones que yo
era una especie de obseso. Cuando manteníamos una conversación relacionada con
el sexo, Caridad solía agobiarse. Durante un tiempo, tenía suerte si teníamos
sexo una vez cada dos semanas, mientras que cuando éramos novios no pasaran más
de tres o cuatro días. Nos habíamos ido enfriando.
Todo esto cambió después del segundo embarazo.
No es que se volviese más explosiva, pero después tener nuestro primer hijo
ella comenzó a ser mucho más pasional y espontánea. Eran indicios que debían
haberme hecho sospechar el cambio que se produciría…
El verano pasado fuimos a la playa, a un
pueblecito del sur de España. Habíamos alquilado un apartamento a buen precio
en una urbanización cercana a la playa. Caridad ya había empezado animar las
vacaciones comentando que tenía muchas ganas de organizar una noche para
nosotros y quedarnos de juerga hasta las tantas. No la tomé en serio porque ese
tipo de frases se dicen sin pensar.
El segundo día de vacaciones me quedé
boquiabierto cuando vi a mi mujer salir del baño. Se había puesto una camisa de
tirantes y una falda de flores con mucho vuelo, una que a mí me gusta mucho y
que ella se pone poco. Es curioso, que inmediatamente yo empezase a pensar en
subirle aquella falda.
― Estás guapísima ―comenté.
― Sabía que te iba a gustar ―me dijo.
Me quedé mirándola... “¡Menudo escote!”.
Caridad se dio cuenta y sin ningún disimulo se
las apretó para que realzaran aún más. Literalmente se salían de la escueta
camisa.
― “¿Así mejor?” ―preguntó.
― Claro ―respondí― y si te quitases el
sujetador, ¡ya ni te cuento...!
No se lo pensó.
Increíble, Caridad siempre había sido comedida
en su forma de vestir, y más para salir a la calle. Creía que era sólo un
farol, que realmente no pensaba salir sin sujetador. Le planteé mi duda.
― ¿De verdad vas a salir así? ―sonreí.
― ¿Te parece mal? ―rebotó mi pregunta.
― Por mí perfecto.
Salimos de nuestra urbanización para ir a cenar
a un restaurante que está a unos 10 minutos andando justo en el lado opuesto de
aquel pequeño pueblo. Según íbamos andando, me fijé en cómo se le meneaban las
tetas a mi mujer, también se marcaba claramente la punta de sus pezones. No fui
el único que se dio cuenta. Cuando nos cruzamos con un grupo de muchachos todos
la miraron de arriba abajo. Teniendo en cuenta la diferencia de edad aquello
resultaba muy halagador, al menos para ella. Caridad sonrió abiertamente y
saludó a uno de los chavales.
― Ciao ―lo saludó con coquetería. Vi claramente
como echaba los hombros hacia atrás para alardear de escote.
El muchacho le devolvió el saludo con la mano.
Pude ver en los amigotes la misma cara de asombro que debía tener yo.
― ¿Lo conoces? ―la interrogué sorprendido.
― Claro, de nuestro hotel. ―me reprochó ella y
añadió― Estaba en el patio esta mañana, que no te fijas en nada.
― Tú sí que te fijas, ¿eh? ―le recriminé yo.
― Anda, no digas tonterías ―exclamó― Podría ser
su madre.
― Pues no creo que él mire así a su madre...
―miré atrás y le eché un último vistazo al chaval, ¿su madre…?
― De eso nada, seguro que esta noche se la
menea a tu salud… ―dije con sarcasmo.
― ¡Qué bruto eres!
Con el calentón que llevaba, la cena transcurrió
lenta y tediosa para mí, ansiaba volver a casa cuanto antes. En cambio, el
camarero estaba encantado, el condenado no perdía ocasión de mirar el escote de
mi mujer cada vez que se acercaba a nuestra mesa. Caridad iba realmente
provocativa aquella noche.
Sin embargo, cuando llegamos a casa y acostamos
a los peques, Caridad se metió en el baño y yo desesperé en el salón con cada
minuto de espera.
― ¡Mucho ruido y pocas nueces! ―pensé.
No sé qué narices estaría haciendo mi mujer, el
caso es que apareció cuando ya estaba a punto de tirar abajo la puerta del
baño. Iba en bragas, se abalanzó sobre mí y sin mediar palabra comenzó a
revolverse como una serpiente al tiempo que me comía la boca. Aquella
desconocida voracidad de mi mujer hizo que se me pusiera durísima.
― Ya pensaba que me ibas a dejar con las ganas
―le susurré al oído.
― ¿Te gustaba cómo iba vestida? ―preguntó.
― Mucho. Por mí nos habríamos ahorrado el
restaurante. Te habría cenado a ti. ―confesé a la vez que comenzaba a sobarle
el culo y el coñito por encima de las bragas.
De rodillas en el sofá se quitó las bragas a
toda prisa y empezó a masturbarse en mis narices. Esta vez fui yo quien se
abalanzó sobre ella. Mientras nos besábamos con desesperación yo acariciaba
todo su cuerpo, también las tetas, el culo y su húmedo coño… Estábamos los dos
ardiendo. Comencé a meterle un dedo. Gimió de inmediato y empecé a meter y
sacar el dedo contemplando el placer en sus hermosos ojos azules. Ella
sollozaba sin parar, entonces metí otro dedo más en su sexo, cuya humedad iba a
más.
Le dije que levantara una pierna. Así la tenía
completamente abierta y expuesta, masturbándola a placer. Su respuesta fue
comenzar a gemir. Su sexo literalmente chorreaba. Enfebrecido ya, le metí 3
dedos sin contemplaciones. A ella no pareció importarle, al contrario, cada vez
gemía más y más fuerte.
― ¡Aaaaaaaaaagh! ―gritó agarrando mi mano y
apretándola contra su sexo. Sí, se estaba corriendo.
Cuando se le pasó Caridad me miró un instante y
en un arrebato, con verdadera urgencia, me bajó la cremallera me sacó la polla
y comenzó a chupármela. Casi me da un infarto. Esa no era mi seria y formal
esposa, me la habían cambiado. No me la chupaba como habitualmente hacía,
despacio, con cautela evitando hacerme daño con los dientes. No, esa noche se
metía cuanto rabo podía en la boca, intentando tragar mi pollón como una víbora
engulle a un ratón. Dio un par de arcadas, yo notaba claramente como mi cipote chocaba
con su úvula, pero ella no se rendía… y como salivaba… se le estaba haciendo la
boca agua a la zorrita.
Jugueteaba con mi rabo haciendo cosas
maravillosas. Me estaba poniendo a cien. Entonces, la agarré la cabeza y
comencé a menear las caderas, copulando en su boca. Caridad no tardó en empezar
a sofocarse ya que mi polla había alcanzado unas dimensiones y una dureza
superiores a lo habitual. Estábamos disfrutando de lo lindo, nunca me habían
hecho una mamada así, mi mujer estaba realmente caliente. En el fragor de la
batalla, Caridad perdió el equilibrio, apoyó las manos en el suelo estirando el
cuello y de pronto aprecié como mi miembro le entraba en la garganta.
― ¡Oooh, Dios! ¡Joder! ―bramé como un animal
viendo mi pubis aproximarse aún más a su nariz. Fue la apoteosis. Tengo la
polla bastante grande y era la primera vez que la hundía tanto en la boca de
una mujer, de mi mujer. No sé si está bien o mal, pero no pude evitar sentir
cierto orgullo y satisfacción, aunque a decir verdad el mérito era totalmente
suyo.
Literalmente asfixiada, la pobre no tardó en
clavarme las uñas. Rápidamente se la saqué permitiéndole recobrar el aliento.
Si normalmente Caridad se habría enfurecido por
hacerle algo así, aquella noche no dijo nada. Lo curioso es que entonces me
atreví a exigirle.
― Abre la boca.
Ella no protestó ni contestó, sólo abrió la
boca y se la hice tragar casi entera una segunda. Fue sobrecogedor, realmente
espectacular. Después dejé que ella continuase chupándomela a su antojo. Lo
hacía con tal ímpetu que pronto tuve que pedirle que parara. No quería correrme
sin follar a aquella “desconocida”. Su saliva hacía brillar todo mi miembro.
― Me la has dejado reluciente ―dije.
― Quiero que me folles ―replicó.
Caridad nunca me había demandado sexo de forma
tan explícita, y pensé que me gustaba muchísimo esa nueva versión de mi mujer.
De pronto, miré hacia la puerta de entrada y me
fijé en la cristalera que había justo al lado. Ambos estábamos desnudos y se me
ocurrió probar algo nuevo. La llevé de la mano y la obligué a girarse hacia el
cristal. Así, exhibida hacia la calle con una de mis manos entre sus piernas,
fui besando su espalda.
Sería la 1 de la madrugada y no se veía a
nadie. Igualmente, la situación era terriblemente excitante. Caridad comenzó a
jadear intensamente. Por lo visto, también le excitaba aquella indecencia.
Empujé a mi mujer contra el cristal y cuando
sus tetas rozaron el frío cristal un escalofrío la recorrió entera, aunque
quizá fuese que en ese mismo instante noto mi polla penetrar en ella. Se la
metí sin ninguna dificultad, tenía el sexo mojadísimo.
Esa situación era muy perturbadora. Caridad se
sentía liberada convertida en una extraña cualquiera en un lugar desconocido.
Estaba de vacaciones. Allí no tenía que ser una persona ejemplar, no tenía que
ser una mujer respetable y sensata. No, esa mujer se había quedado lejos, en la
ciudad, y durante una semana ella haría lo que le diera la gana. De hecho,
aquella tarde ya había sido una de esas mujeres que disfrutan llamando la
atención de los hombres luciendo con descaro sus encantos. Una calientapollas.
Todo parecía irreal para ella o peor aún, una
locura. Una mujer follada en público por un tío con una buena polla.
Caridad gemía fuera de sí cuando vimos a
alguien pasar. Ella intentó apartarse, pero no se lo permití. Empujándola con
fuerza logré mantenerla en su sitio.
― ¡Quieta! ―la reprendí. En cuanto a zumbarle
de nuevo el placer hizo que dejase de oponer resistencia.
No vi a nadie. No debía habernos visto.
Caridad comenzó a sobarse las tetas. Separó las
piernas y comenzó a gemir más fuerte. Cada uno a su manera, ambos disfrutábamos
de la mayor erección de mi vida. Yo tuve que hacer un gran esfuerzo para
mantener la calma y aguantar dándole verga a Caridad.
De pronto me fijé en que mi mujer tenía los
ojos abiertos y la mirada fija. Fue entonces cuando lo vi medio escondido tras
uno de los árboles del patio.
― ¿Es él? ―quise asegurarme.
― Creo que… sí… ―atinó a decir mi mujer
mientras recibía mis embestidas.
― Me alegro. Que vea la clase de mujer que eres
―la reproché.
― Y qué clase de mujer soy. ―preguntó.
― La más puta que haya visto en su vida, eso
seguro. ―me jacté.
― ¡Aaah!... ¡Aaah!... ¡Aaah!... ―sollozaba mi
mujer mientras yo la penetraba con ganas, lanzada hacia un nuevo orgasmo.
Escuchar mis acusaciones la excitó otro poquito. Para una mujer esa mezcla de
culpa y desvergüenza es un coctel irresistible.
― Acaríciate las tetas. Esta noche se la
meneará pensando en ellas y en cuanto te gusta mi polla.
Agarré a Caridad del pelo. Ni se inmutó. La
ensarté con fuerza, pero resistía. No me creía lo que estaba ocurriendo, estaba
follando a mi mujer como un bruto sin civilizar y a ella le encantaba. La
agarré de los brazos y se los puse el alto aplastando sus tetazas contra la
ventana.
― ¡Ooooooooogh! ―se quejó Caridad al sentir el
frio cristal tocar sus duros pezones.
― ¡Aaaah! ¡Aaaah! ¡Aaaah! ¡Aaaah! ¡Aaaah!
¡Aaaah! ¡Aaaah!
Mi mujer tuvo el orgasmo más brutal que yo
había visto en mi vida. Su orgasmo actuó como catalizador para mí y tuve que
contenerme, mi verga era ya uno de esos fuegos artificiales que ascienden en el
cielo en medio de la noche. Un cohete a punto de estallar en la oscuridad de su
coño.
― ¡Oogh! ¡Oogh! ¡Oogh! ¡Oogh! ―gruñía Caridad
al ser ensartada en pleno éxtasis.
― Aún sigue ahí. El espectáculo le está
gustando ¿eh? ―le murmuré al oído, y dejé de moverme para decirle― ¿Sabes qué
está deseando ver el muchacho?
Caridad jadeaba sin decir nada, con la cabeza
contra la ventana y los ojos fijos en la sombra tras el árbol.
― Te he hecho una pregunta ―insistí.
― Yo creo que ya ha tenido bastante ―renegó mi
esposa― Córrete en mi boca.
Ipso facto, Caridad se arrodilló impaciente y
apartándose el pelo de la cara engulló de nuevo mi rabo.
― ¡Ooogh! ¡Joder! ―exclamé impresionado― ¡Qué
bien la chupas!
― Glups, chups, glups, chups ―mi mujer no
dejaba de hacer ruiditos mientras chupaba.
― Tiene que estar flipando ―le dije a Caridad.
― ¡Aprende chaval! ¡Esto es lo que a ellas le
gusta! ―cuando de pronto mi rabo se tensó bruscamente en la boca de mi mujer.
― ¡Aaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaagh! ―exclamé.
― Ummm Ummm Ummm…―la oí sollozar, complacida
con cada nueva dosis de semen que iba recibiendo. No dejó de lamer mi inflado
capullo mientras que yo eyaculaba una y otra vez. Fue delirante…
Nos tendimos en el suelo completamente extasiados.
Estaba impresionado. Impresionado y encantado con el cambio de mi mujer.
― Joder nena, ha sido la ostia ―confesé.
Ella sonrió. Entre sus labios no logré ver ni
rastro de mi esperma.
― Sí, si lo llego a saber no había pedido
postre… ¡Ja! ¡Ja! ¡Ja! ―se echó a reír― Ahora a descansar para mañana.
― ¿Para mañana? ―dije pasmado. Ya estaba
pensando en abrirse otra vez de piernas. Yo flipaba.
― Para ir a la playa, idiota ―se burló mi mujer
al darse cuenta del malentendido. Sólo entonces me acordé de nuestro joven
espectador, pero cuando miré por la ventana no lo vi.
― Se acaba de ir ―dijo mi mujer.
― ¡Vaya tela! A ver qué cara pones cuando te lo
vuelvas a encontrar ―le dije a mi mujer.
― ¿Crees que nos habrá hecho fotos? ―me
preguntó inquieta.
Me costó quedarme dormido. Efectivamente,
aquello fue sólo el comienzo de esta historia.
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