Saturday, July 21, 2018

Vacaciones de todo



Por RoberXL

Es último viernes de mes y Caridad, mi mujer, ya sabe lo que toca. Seguro que lo tiene todo preparado. Esta mañana habrá comprado una botella de sidra, vino blanco o Lambrusco, y también algo para picar, seguramente frutos secos, fruta deshidratada, biscotes para tomar salmón ahumado o atún, algún queso fuerte... Llevamos 9 años casados y este momento es algo que ambos esperamos con avidez. Mañana no hay que madrugar.
Pongo una música no demasiado relajante ya que no quiero que se duerma, con poco volumen para no despertar a los críos.
Poco a poco nos relajamos, nos reímos, bromeamos, nos acordamos de anécdotas. Pronto nos iremos de viaje los dos solos. Cinco días al año de descanso en los que dejamos de ser papá y mamá. Los críos se quedan con mi suegra...
Esta noche tengo dispuesto algo especial, algo que hace tiempo que no hacemos. Leer un relato erótico. Le digo que me acompañe al dormitorio. Allí he extendido una toalla sobre la cama, encendido el ordenador y preparado el aceite para darle a Caridad uno de esos masajes que tan bien sabe agradecer.
Caridad tiene 43 años, estudios superiores y desde hace poco ha retomado su trabajo en la farmacia de su propiedad. A pesar de sus dos embarazos se mantiene bastante bien, es bajita y manejable, 1’60 m aproximadamente y 50 kilos, creo. En fin, una morenita de ojos azules con un buen culito y un par de tetas que ya quisieran muchas jovencitas. Curiosamente lo más excitante de empezar a salir con Caridad fue descubrir que tras aquella apariencia de chica reservada y formal se escondía una viciosa sexual. Paradójicamente Caridad se había criado en el seno de una rigurosa familia y había recibido una represora educación religiosa. Como ella misma me confesó en una ocasión no había nada tan turbador como saludar a la monja de portería con el sabor a polla aún en la boca.
La observé mientras se desvestía, me encanta hacerlo, sobre todo cuando se desprende del sujetador y sus formidables tetas saltan de alegría.
Se tumbó y comenzó a leer…
Nunca habría imaginado aquel cambio. Desde las vacaciones en la playa del año pasado, Caridad es otra en la intimidad.
Me llamo Roberto y tengo 40 años, tres menos que mi mujer. Comenzamos a salir jóvenes, a los 25 años, aunque ambos habíamos tenido relaciones más o menos serias con anterioridad. Aunque, al principio Caridad me hizo creer que su experiencia sexual era muy limitada, cuando vio que lo nuestro iba en serio no dudó en revelarme que Pedro, su primer novio, la había acostumbrado a disfrutar de casi todo tipo de prácticas.
Lamentablemente, el paso de los años, los hijos, las obligaciones, etc. hizo que nuestra vida sexual fuese a menos con no pocas épocas de apatía y pereza.
Caridad mide 1.60, es como se suele decir “del montón”. Es delgada, morena y sus formas están muy bien proporcionadas. Tiene las tetas muy bien puestas, vamos que levantaría pasiones y pollas por la calle de no ser porque es exageradamente tímida y discreta en público. Por suerte, sus magníficas tetas no han perdido ni un ápice de su atractivo a pesar de los embarazos y lactancias.
Como es habitual siempre había sido yo quien más apetito sexual tenía, haciéndome Caridad pensar en algunas ocasiones que yo era una especie de obseso. Cuando manteníamos una conversación relacionada con el sexo, Caridad solía agobiarse. Durante un tiempo, tenía suerte si teníamos sexo una vez cada dos semanas, mientras que cuando éramos novios no pasaran más de tres o cuatro días. Nos habíamos ido enfriando.
Todo esto cambió después del segundo embarazo. No es que se volviese más explosiva, pero después tener nuestro primer hijo ella comenzó a ser mucho más pasional y espontánea. Eran indicios que debían haberme hecho sospechar el cambio que se produciría…
El verano pasado fuimos a la playa, a un pueblecito del sur de España. Habíamos alquilado un apartamento a buen precio en una urbanización cercana a la playa. Caridad ya había empezado animar las vacaciones comentando que tenía muchas ganas de organizar una noche para nosotros y quedarnos de juerga hasta las tantas. No la tomé en serio porque ese tipo de frases se dicen sin pensar.
El segundo día de vacaciones me quedé boquiabierto cuando vi a mi mujer salir del baño. Se había puesto una camisa de tirantes y una falda de flores con mucho vuelo, una que a mí me gusta mucho y que ella se pone poco. Es curioso, que inmediatamente yo empezase a pensar en subirle aquella falda.
― Estás guapísima ―comenté.
― Sabía que te iba a gustar ―me dijo.
Me quedé mirándola... “¡Menudo escote!”.
Caridad se dio cuenta y sin ningún disimulo se las apretó para que realzaran aún más. Literalmente se salían de la escueta camisa.
― “¿Así mejor?” ―preguntó.
― Claro ―respondí― y si te quitases el sujetador, ¡ya ni te cuento...!
No se lo pensó.
Increíble, Caridad siempre había sido comedida en su forma de vestir, y más para salir a la calle. Creía que era sólo un farol, que realmente no pensaba salir sin sujetador. Le planteé mi duda.
― ¿De verdad vas a salir así? ―sonreí.
― ¿Te parece mal? ―rebotó mi pregunta.
―  Por mí perfecto.
Salimos de nuestra urbanización para ir a cenar a un restaurante que está a unos 10 minutos andando justo en el lado opuesto de aquel pequeño pueblo. Según íbamos andando, me fijé en cómo se le meneaban las tetas a mi mujer, también se marcaba claramente la punta de sus pezones. No fui el único que se dio cuenta. Cuando nos cruzamos con un grupo de muchachos todos la miraron de arriba abajo. Teniendo en cuenta la diferencia de edad aquello resultaba muy halagador, al menos para ella. Caridad sonrió abiertamente y saludó a uno de los chavales.
― Ciao ―lo saludó con coquetería. Vi claramente como echaba los hombros hacia atrás para alardear de escote.
El muchacho le devolvió el saludo con la mano. Pude ver en los amigotes la misma cara de asombro que debía tener yo.
― ¿Lo conoces? ―la interrogué sorprendido.
― Claro, de nuestro hotel. ―me reprochó ella y añadió― Estaba en el patio esta mañana, que no te fijas en nada.
― Tú sí que te fijas, ¿eh? ―le recriminé yo.
― Anda, no digas tonterías ―exclamó― Podría ser su madre.
― Pues no creo que él mire así a su madre... ―miré atrás y le eché un último vistazo al chaval, ¿su madre…?
― De eso nada, seguro que esta noche se la menea a tu salud… ―dije con sarcasmo.
― ¡Qué bruto eres!
Con el calentón que llevaba, la cena transcurrió lenta y tediosa para mí, ansiaba volver a casa cuanto antes. En cambio, el camarero estaba encantado, el condenado no perdía ocasión de mirar el escote de mi mujer cada vez que se acercaba a nuestra mesa. Caridad iba realmente provocativa aquella noche.
Sin embargo, cuando llegamos a casa y acostamos a los peques, Caridad se metió en el baño y yo desesperé en el salón con cada minuto de espera.
― ¡Mucho ruido y pocas nueces! ―pensé.
No sé qué narices estaría haciendo mi mujer, el caso es que apareció cuando ya estaba a punto de tirar abajo la puerta del baño. Iba en bragas, se abalanzó sobre mí y sin mediar palabra comenzó a revolverse como una serpiente al tiempo que me comía la boca. Aquella desconocida voracidad de mi mujer hizo que se me pusiera durísima.
― Ya pensaba que me ibas a dejar con las ganas ―le susurré al oído.
― ¿Te gustaba cómo iba vestida? ―preguntó.
― Mucho. Por mí nos habríamos ahorrado el restaurante. Te habría cenado a ti. ―confesé a la vez que comenzaba a sobarle el culo y el coñito por encima de las bragas.
De rodillas en el sofá se quitó las bragas a toda prisa y empezó a masturbarse en mis narices. Esta vez fui yo quien se abalanzó sobre ella. Mientras nos besábamos con desesperación yo acariciaba todo su cuerpo, también las tetas, el culo y su húmedo coño… Estábamos los dos ardiendo. Comencé a meterle un dedo. Gimió de inmediato y empecé a meter y sacar el dedo contemplando el placer en sus hermosos ojos azules. Ella sollozaba sin parar, entonces metí otro dedo más en su sexo, cuya humedad iba a más.
Le dije que levantara una pierna. Así la tenía completamente abierta y expuesta, masturbándola a placer. Su respuesta fue comenzar a gemir. Su sexo literalmente chorreaba. Enfebrecido ya, le metí 3 dedos sin contemplaciones. A ella no pareció importarle, al contrario, cada vez gemía más y más fuerte.
― ¡Aaaaaaaaaagh! ―gritó agarrando mi mano y apretándola contra su sexo. Sí, se estaba corriendo.
Cuando se le pasó Caridad me miró un instante y en un arrebato, con verdadera urgencia, me bajó la cremallera me sacó la polla y comenzó a chupármela. Casi me da un infarto. Esa no era mi seria y formal esposa, me la habían cambiado. No me la chupaba como habitualmente hacía, despacio, con cautela evitando hacerme daño con los dientes. No, esa noche se metía cuanto rabo podía en la boca, intentando tragar mi pollón como una víbora engulle a un ratón. Dio un par de arcadas, yo notaba claramente como mi cipote chocaba con su úvula, pero ella no se rendía… y como salivaba… se le estaba haciendo la boca agua a la zorrita.
Jugueteaba con mi rabo haciendo cosas maravillosas. Me estaba poniendo a cien. Entonces, la agarré la cabeza y comencé a menear las caderas, copulando en su boca. Caridad no tardó en empezar a sofocarse ya que mi polla había alcanzado unas dimensiones y una dureza superiores a lo habitual. Estábamos disfrutando de lo lindo, nunca me habían hecho una mamada así, mi mujer estaba realmente caliente. En el fragor de la batalla, Caridad perdió el equilibrio, apoyó las manos en el suelo estirando el cuello y de pronto aprecié como mi miembro le entraba en la garganta.
― ¡Oooh, Dios! ¡Joder! ―bramé como un animal viendo mi pubis aproximarse aún más a su nariz. Fue la apoteosis. Tengo la polla bastante grande y era la primera vez que la hundía tanto en la boca de una mujer, de mi mujer. No sé si está bien o mal, pero no pude evitar sentir cierto orgullo y satisfacción, aunque a decir verdad el mérito era totalmente suyo.
Literalmente asfixiada, la pobre no tardó en clavarme las uñas. Rápidamente se la saqué permitiéndole recobrar el aliento.
Si normalmente Caridad se habría enfurecido por hacerle algo así, aquella noche no dijo nada. Lo curioso es que entonces me atreví a exigirle.
― Abre la boca.
Ella no protestó ni contestó, sólo abrió la boca y se la hice tragar casi entera una segunda. Fue sobrecogedor, realmente espectacular. Después dejé que ella continuase chupándomela a su antojo. Lo hacía con tal ímpetu que pronto tuve que pedirle que parara. No quería correrme sin follar a aquella “desconocida”. Su saliva hacía brillar todo mi miembro.
― Me la has dejado reluciente ―dije.
― Quiero que me folles ―replicó.
Caridad nunca me había demandado sexo de forma tan explícita, y pensé que me gustaba muchísimo esa nueva versión de mi mujer.
De pronto, miré hacia la puerta de entrada y me fijé en la cristalera que había justo al lado. Ambos estábamos desnudos y se me ocurrió probar algo nuevo. La llevé de la mano y la obligué a girarse hacia el cristal. Así, exhibida hacia la calle con una de mis manos entre sus piernas, fui besando su espalda.
Sería la 1 de la madrugada y no se veía a nadie. Igualmente, la situación era terriblemente excitante. Caridad comenzó a jadear intensamente. Por lo visto, también le excitaba aquella indecencia.
Empujé a mi mujer contra el cristal y cuando sus tetas rozaron el frío cristal un escalofrío la recorrió entera, aunque quizá fuese que en ese mismo instante noto mi polla penetrar en ella. Se la metí sin ninguna dificultad, tenía el sexo mojadísimo.
Esa situación era muy perturbadora. Caridad se sentía liberada convertida en una extraña cualquiera en un lugar desconocido. Estaba de vacaciones. Allí no tenía que ser una persona ejemplar, no tenía que ser una mujer respetable y sensata. No, esa mujer se había quedado lejos, en la ciudad, y durante una semana ella haría lo que le diera la gana. De hecho, aquella tarde ya había sido una de esas mujeres que disfrutan llamando la atención de los hombres luciendo con descaro sus encantos. Una calientapollas.
Todo parecía irreal para ella o peor aún, una locura. Una mujer follada en público por un tío con una buena polla.
Caridad gemía fuera de sí cuando vimos a alguien pasar. Ella intentó apartarse, pero no se lo permití. Empujándola con fuerza logré mantenerla en su sitio.
― ¡Quieta! ―la reprendí. En cuanto a zumbarle de nuevo el placer hizo que dejase de oponer resistencia.
No vi a nadie. No debía habernos visto.
Caridad comenzó a sobarse las tetas. Separó las piernas y comenzó a gemir más fuerte. Cada uno a su manera, ambos disfrutábamos de la mayor erección de mi vida. Yo tuve que hacer un gran esfuerzo para mantener la calma y aguantar dándole verga a Caridad.
De pronto me fijé en que mi mujer tenía los ojos abiertos y la mirada fija. Fue entonces cuando lo vi medio escondido tras uno de los árboles del patio.
― ¿Es él? ―quise asegurarme.
― Creo que… sí… ―atinó a decir mi mujer mientras recibía mis embestidas.
― Me alegro. Que vea la clase de mujer que eres ―la reproché.
― Y qué clase de mujer soy. ―preguntó.
― La más puta que haya visto en su vida, eso seguro. ―me jacté.
― ¡Aaah!... ¡Aaah!... ¡Aaah!... ―sollozaba mi mujer mientras yo la penetraba con ganas, lanzada hacia un nuevo orgasmo. Escuchar mis acusaciones la excitó otro poquito. Para una mujer esa mezcla de culpa y desvergüenza es un coctel irresistible.
― Acaríciate las tetas. Esta noche se la meneará pensando en ellas y en cuanto te gusta mi polla.
Agarré a Caridad del pelo. Ni se inmutó. La ensarté con fuerza, pero resistía. No me creía lo que estaba ocurriendo, estaba follando a mi mujer como un bruto sin civilizar y a ella le encantaba. La agarré de los brazos y se los puse el alto aplastando sus tetazas contra la ventana.
― ¡Ooooooooogh! ―se quejó Caridad al sentir el frio cristal tocar sus duros pezones.
― ¡Aaaah! ¡Aaaah! ¡Aaaah! ¡Aaaah! ¡Aaaah! ¡Aaaah! ¡Aaaah!
Mi mujer tuvo el orgasmo más brutal que yo había visto en mi vida. Su orgasmo actuó como catalizador para mí y tuve que contenerme, mi verga era ya uno de esos fuegos artificiales que ascienden en el cielo en medio de la noche. Un cohete a punto de estallar en la oscuridad de su coño.
― ¡Oogh! ¡Oogh! ¡Oogh! ¡Oogh! ―gruñía Caridad al ser ensartada en pleno éxtasis.
― Aún sigue ahí. El espectáculo le está gustando ¿eh? ―le murmuré al oído, y dejé de moverme para decirle― ¿Sabes qué está deseando ver el muchacho?
Caridad jadeaba sin decir nada, con la cabeza contra la ventana y los ojos fijos en la sombra tras el árbol.
― Te he hecho una pregunta ―insistí.
― Yo creo que ya ha tenido bastante ―renegó mi esposa― Córrete en mi boca.
Ipso facto, Caridad se arrodilló impaciente y apartándose el pelo de la cara engulló de nuevo mi rabo.
― ¡Ooogh! ¡Joder! ―exclamé impresionado― ¡Qué bien la chupas!
― Glups, chups, glups, chups ―mi mujer no dejaba de hacer ruiditos mientras chupaba.
― Tiene que estar flipando ―le dije a Caridad.
― ¡Aprende chaval! ¡Esto es lo que a ellas le gusta! ―cuando de pronto mi rabo se tensó bruscamente en la boca de mi mujer.
― ¡Aaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaagh! ―exclamé.
― Ummm Ummm Ummm…―la oí sollozar, complacida con cada nueva dosis de semen que iba recibiendo. No dejó de lamer mi inflado capullo mientras que yo eyaculaba una y otra vez. Fue delirante…
Nos tendimos en el suelo completamente extasiados. Estaba impresionado. Impresionado y encantado con el cambio de mi mujer.
― Joder nena, ha sido la ostia ―confesé.
Ella sonrió. Entre sus labios no logré ver ni rastro de mi esperma.
― Sí, si lo llego a saber no había pedido postre… ¡Ja! ¡Ja! ¡Ja! ―se echó a reír― Ahora a descansar para mañana.
― ¿Para mañana? ―dije pasmado. Ya estaba pensando en abrirse otra vez de piernas. Yo flipaba.
― Para ir a la playa, idiota ―se burló mi mujer al darse cuenta del malentendido. Sólo entonces me acordé de nuestro joven espectador, pero cuando miré por la ventana no lo vi.
― Se acaba de ir ―dijo mi mujer.
― ¡Vaya tela! A ver qué cara pones cuando te lo vuelvas a encontrar ―le dije a mi mujer.
― ¿Crees que nos habrá hecho fotos? ―me preguntó inquieta.
Me costó quedarme dormido. Efectivamente, aquello fue sólo el comienzo de esta historia.


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