Thursday, July 19, 2018

Hombre pierde su virginidad



Por LeMorbusier

Un hombre virgen desesperado, una mujer madura voluntariosa y un choque que dejó tras de sí un rastro blanco de semen...así da gusto estrenarse. En fin, sólo he tardado 32 años de nada. Pero al menos, la mujer era del tipo que me gustaba y creo que cumplí.

Hace unos cuantos meses, subí un anuncio en una página especializada solicitando por una gordita y, suerte la mía, una respondió. Estuvimos en una suerte de tira y afloja durante más de tres meses hasta que, al fin, me citó en su casa.

Mientras me acercaba a su casa por mi cabeza pasaron toda clase de pensamientos, desde los negativos a los nefastos: ¿Sería ella gordita como decía y, además, un adefesio? ¿Sería yo quien le decepcionaría a ella con mi aspecto desgarbado? ¿Podría mantener el tipo y no correrme sólo por la emoción?
Me abrió la puerta y la primera duda se desvaneció de inmediato: una mujer de carácter, normalita, como cualquiera que te puedas encontrar por la calle, pero con el deseo por delante.
Dos besazos y una caricia discreta a mi entrepierna. Empezamos bien.

La segunda duda desapareció tan rápido como me ofreció pasar y alabó mi aspecto. Ella quería a alguien más alto que ella, así que supongo que eso influiría.

Tras una conversación corta en la penumbra de su hogar, me guio a una salita con una camilla y me ofreció hacer todo lo que yo deseara. Aunque yo fuese un triste chico sin demasiada imaginación para estas cosas (aún).

La desnudé poco a poco mientras ella, sugerente, acariciaba su cuerpo contra mis partes, hasta que acabamos los dos desnudos, ella mojada como un pantano y yo empalmado como un pino.

A mi petición, se tumbó en la camilla y, sin mediar palabra, hundí mi cabeza entre sus piernas.
Siempre había esperado que un pubis oliera peor pero lo que encontré, ese salado característico, esa nota de agrio suavizado por la higiene y ese enloquecedor aroma hicieron que mi lengua y labios se movieran solos.

Jadeó y gimió y no me dejó parar, ni siquiera cuando yo necesitaba respirar fuera de ese mar de carne trémula. Ya excitada, tras un par de minutos de placer oral, me lamió un poco mi pene y me guio, entre velas, hacia su dormitorio, lugar en el que se abrió de piernas y me dejó penetrarla.

Y no me perderé en una larga enumeración de "mete-saca-mete-saca": aguanté. Aguanté mucho.
Aguanté muchísimo más de lo que esperaba que aguantara.

Tal era mi pesimismo hacia mí mismo en el caso de que se diera una eyaculación precoz, que asumía que me correría enseguida. Pero no. Le di una y otra vez. Por delante, por detrás, a cuatro patas, encima yo, encima ella, de lado, sentados, disfrutando de su piel suave y su tacto blandito, de su enorme culo y su hueco empapado.
Me he masturbado cientos de veces, he usado masturbadores y algunos lubricantes.
Pero nunca noté nada más deslizante que su raja, nada más satisfactorio que su cuerpo.

Sudé hasta chorrear y, por fin, me corrí dentro de ella, para su satisfacción como para la mía.
La limpié y la volví a devorar por debajo a su petición y saboreé el amargo de mi propio semen.
No me desagradó y a ella le satisfizo que continuara hasta que ella misma alcanzó el orgasmo a base de labios, lengua y dedos.
Me sorprendió lo delicada que se volvió mientras saboreaba el placer después de la guerra que me dio y que le di.

Descansamos un poco, charlamos, bebimos y comimos. Incluso jugamos a que me masturbara con una naranja (no comentaré mucho de esto, aparte de que mi erección no se había relajado en ningún instante).
Y, poco después, continuamos hasta que volví a correrme en su interior, para que ella fuese la que se comiera mi semen esta vez con sumo gusto.

De nuevo, otro descanso, nos contamos anécdotas (siendo las suyas mucho más calientes que las mías, para qué negarlo), se vistió con un vestido de lo más sexy, le pedí que hablara conmigo mientras estaba encima mío (me apasionaba su contacto y calor) y, sin pretenderlo yo, me encontré con mi pene de nuevo en su interior.

Fueron un par de horas y en ningún momento mis bajos dieron señal de cansancio, no así el resto de mi cuerpo, muy poco acostumbrado a este ajetreo.

Sólo una advertencia a los novatos como yo: haced calentamiento antes de empezar a realizar movimientos pélvicos.
Yo acabé con una articulación dolorida durante un par de días y una herida debajo de la lengua por la pasión con la que rechupé todo su cuerpo. Y eso, que tenía que contarlo.

No me sorprende que la gente desee tanto el sexo.


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