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Por "EL BÁRQUIDA"ElBarquida@gmail.com
6. EL ALMA SE SERENA
Cuando Elena se quedó más tranquila, tras
cortar la llamada telefónica, se volvió hacia el durmiente, contemplándole
arrobada y largamente una vez más. Entonces era inmensamente feliz; como nunca
lo fuera. Él la amaba; la amaba prácticamente desde siempre y ella le amaba
desde siempre, sin el prácticamente.
Arrimó aún más su hombre a su casi desnudo
cuerpo, pues de la raída camisa que se pusiera y no la tapaba sino hasta poco
más allá del pubis, a esas alturas de la noche apenas si quedaba nada,
acurrucándose cuanto pudo contra ese amado cuerpo.
Así, su mente divagó hacia el futuro. Lo que
tenía entonces más claro que el agua es que nunca más se separaría de él. Que
vivirían juntos, en pareja conyugal, mientras en ambos alentara un soplo de
vida.
¿Dónde? Estaba también claro que sería donde
él residía. Su trabajo le ataba allí irremisiblemente. Pero el caso de ella era
distinto. Cierto que la librería la tenía allí, donde vivía junto a sus padres,
pero eso no significaba que no pudiera abrir otra librería donde Víctor debía
estar. Disponía de un buen equipo de colaboradores, pues eso eran más que
empleados, y para todos ellos la librería era cosa tan propia como para ella
misma, pues entre todos la sacaron adelante y llevaban el negocio en sus
propias venas. Sí, la librería saldría adelante sin exigir su cotidiana
presencia, y abrir una más sólo significaría expandir su negocio de
librería-editorial. Incluso podría llevarse con ella alguno de sus buenos
colaboradores.
Y desde esa perspectiva su mente voló más
lejos. Para empezar, la prole se ampliaría al menos en un vástago más; eso sí,
concebido de manera menos original que la actual hija en común. A la antigua
usanza vamos, recibiendo su vagina el semen fertilizante directamente de
origen, con lo que, seguro, resultaría mucho más gratificante la inseminación.
Aunque, a decir verdad, uno más desde luego que se le iba a hacer corto,
insuficiente. Tampoco significaba la cosa que ella deseara resultar una “coneja
paridora”, pero se dice que no hay dos sin tres, ni seguramente que sin
cuatro... ¡O quién sabe sin cuantos! Bueno, a lo que no creía estar muy
dispuesta era a rebasar la media docena… Aunque… Bueno, mejor no pensar ahora
en tales “récords”, casi dignos de un “Guinness”.
Volvió su mente a sus padres, preguntándose
cómo tomarían eso de que a su hija se le multiplicaran casi a destajo los hijos
de “Padre Desconocido”. Que la tomaran por una “pilingui” más bien que no,
aunque puede que sí por algo peor en opinión de ellos, pues su convivencia con
Víctor todo ese tiempo seguro que se haría sospechosa. Y cualquiera sabe para
cuántos conocidos más. Pero bueno, ese sería el problema de los demás, no de
ellos dos, Víctor y ella misma…
Estas elucubraciones y visiones del próximo
futuro llegaron a su fin cuando empezó a pensar que había posturas más
apetecibles con las que acogerse al ser querido. Y sin casi moverse de la
posición tomada, pasó una pierna sobre el cuerpo de Víctor, buscando unir su
“conejito” a la “cosita” de su hermano. Lo logró, pero encontró un tanto
flácida la “cosita”, y eso tampoco era plan. Luego decidió encaramarse algo más
sobre ese cuerpo ahora inerte para pasar una vez y otra su “cosita” sobre la
del “Bello Durmiente”, “cosita” masculina que, como quién no quiere la cosa,
empezó a responder que era una vida mía o, mejor dicho, suya, de la gozosa
Elena, pues menudo “sobo” que le arreó a la referida “cosita”, que entró en
“plan” que para qué las prisas en encajársela mejor, aunque respetando la
“inmunidad” de la gozosa “cosita” por aquello de no despertar al durmiente. Que
descanse, que descanse, se decía pues le reservaba inminentes “trabajos
forzados”, luego más valía que descansara, no se le fuera a “rilar” en medio
del “trabajo”….
Así, descansada y feliz como se sentía, Morfeo
no tardó en acogerla entre sus suaves y oníricos brazos.
7.- BAJO EL SIGNO DE VENUS
La luz de casi el medio día bañaba el cuerpo
desnudo de Elena cuando la mujer abrió los ojos. Alzó los brazos por encima de
su cabeza y, flexionándolos hacia dentro, se estiró, perezosa, cual larga era,
haciendo que sus piernas quedaran casi rígidas al desperezarse cual gata que
acabara de despertar al nuevo día. Recordando los dulces sucesos de la noche
anterior, giró la cabeza buscando el lugar donde anoche quedara su querido
hermano más dormido que un leño. Y entonces le vio, erguido sobre su codo
izquierdo en tanto la mano derecha, cerrada en un puño, se apoyaba en la
mejilla del mismo lado, como sosteniéndola, en tanto que sus ojos la miraban
llenos de amor, de cariño. Ella entonces se volvió hacia él, aunque más propio
sería decir que se fue izando sobre su hermano hasta quedar encaramada sobre
él, obligándole a tenderse sobre el suelo hasta apoyar en tal sitio la espalda.
Elena, subida por completo sobre Víctor, maniobró hasta que su coñito quedó en
contacto con la feroz “tranca” del hermanito. Entonces, empezó a rozar
briosamente la “herramienta” masculina con su sexo, su “cuquita” que enseguida
comenzó a tornarse inagotable manantial de los más íntimos fluidos femeninos,
inundando con el olor de sus feromonas el ambiente, con lo que Víctor inició el
viaje al universo de los mil y un aromas embriagadores.
Aunque el amoroso hermano de Elena tampoco se
estuvo quieto desde que su queridísima hermanita iniciara la “maniobra de
aproximación al objetivo”, planeada cual si fuera el mejor estratega militar
del mundo, pues sus manos al instante se habían apoderado de aquello dos odres
de vino y miel que eran los dos maravillosos senos de la mujer que le traía
loco de remate. Los manoseaba, los estrujaba una vez y otra y ni se sabe
cuántas veces más, aplicándoles boca y lengua alternativamente, besando,
lamiendo y succionando cada una de ellas y a cada momento, casi a cada segundo.
Elena, cada vez más enervada, más encendida, se movía sobre la “tranca” de
Víctor como si fuera una sierra de vaivén, friccionando su encharcada “cosa”
contra aquella maravilla de ariete demoledor de murallas que tenía debajo. Como
posesa, gritaba.
¡Sí hermanito, chúpame las tetas, chúpame toda!
¡Lámeme, chúpame!... ¡Muérdeme si quieres, pero no pares mi amor, no pares!
¡Por Dios no pares ahora! ¡Hazme gozar, cielo mío, cariño mío! ¡Amor mío!
De pronto, Elena detuvo su vaivén sobre aquél
embravecido “ariete” para ir trepando por el cuerpo amado, por el torso
idolatrado, dejando tras de sí un reguero de saliva y jugos íntimos en perfecta
ligazón de divinas ambrosías, hasta alcanzar la boca de su hermano-amante,
donde clavó anhelante la parte más íntimamente femenina de su cuerpo, en demanda
de las ardientes caricias de esa boca y su deliciosa lengua
¡Chúpate mi feminidad cariño mío, méteme
dentro tu lengua incomparable, mi amor, mi cielo, mi vida entera! ¡Házmelo,
vida mía, házmelo con esa lengua tuya que me trae loca!
¿Y qué iba a hacer el rendido Víctor más que
atender, solícito, la deliciosa demanda del amor de sus amores? Pues eso, que
con toda dedicación se entregó a la tarea de hacer gozar a su hermanita tal y
como ella le suplicaba casi más que le pedía. Y así, primero besó ese coño
incomparable, sonrosadito, divino, que ante él se abría mostrando sus labios
carnosos hasta casi estar inflamados de lujuriosa pasión, para después pasar la
lengua sobre esos labios vaginales que abrían paso a la más perfecta vagina de
que Víctor jamás disfrutara. Y tras esos labios, el botoncito del placer
femenino, el capullito reventón del más bello y deseable clítoris que en el
mundo pueda darse, que chupó, succionó y atrapó en su lengua, entonces casi
retráctil cual lengua de camaleón. Elena disfrutaba como loca, chillando,
aullando casi que mejor se diría, del enloquecedor placer que aquella lengua,
para ella lo más maravilloso del mundo, le producía un segundo sí y al
siguiente más aún.
¡Así mi vida, así! ¡Aaahhh… Aaaahhh…! ¡Sigue,
sigue amor, sigue cariño mío!... ¡Aaahhh… Aaaahhhh!... ¡Me matas, Víctor mío,
hermanito querido!... ¡Me estás matando de gusto, de placer infinito!...
Pero lo ya excelsamente maravilloso para
Elena fue cuando la lengua de su hermano entró en su cuevecita del placer, horadándola,
hundiéndose en ella casi hasta las amígdalas, al tiempo que se movía hábilmente
en tales profundidades, hurgando, repasando todos y cada uno de los más
recónditos rincones casi hasta el fondo de tan golosa vagina, hasta donde la
camaleónica lengua era capaz de llegar, esforzada al máximo.
El tiempo se le agotaba a Elena, pues notaba
claramente que el volcán de sus más íntimos placeres estaba a punto de la más
maravillosa erupción, pues su tronco tendía a erguirse dominador, arqueándose a
su vez la juncal espalda. Pero no era ella sola la que estaba a punto de
alcanzar el cénit de aquél gran “trabajo” de lengua, pues también sentía los
estertores del cuerpo de su pareja, que se tensaba al arquearse también la
espalda masculina.
Entonces Elena se alzó rompiendo el gozoso
contacto al tiempo que exclamaba
¡No acabes aún cariño! ¡Aguanta cielo,
aguanta! ¡Sólo un momento, de verdad mi amor, sólo un momento, un momento sólo!
Elena, a toda velocidad, desanduvo el camino
antes andado, hasta bajarse a la altura de la candente virilidad de su hermano;
la tomó con una mano y en un decir se la introdujo dentro, empezando de
inmediato a “galopar” como jinete sobre caballo o toro salvaje, mientras
gritaba entre jadeos de placer
¡Ahora mi amor, ahora! ¡Vamos querido, vente
conmigo que estoy ya a punto de caramelo!
A continuación, entre aullidos de puro gusto,
siguió clamando
¡Ya mi amor, ya! ¡Vente, vente que no aguanto
más!... ¡Aaahhh… Aaahhh!… ¡Me vengo Víctor! Meee veengooo, aalmaaa… Miiiaaa!...
¡Ya, ya, ya estoyyy aquííí!… ¡Siiigueeee eeempuuujaandooo miii aaaamoooorrrr,
maaachooo miiiooo!
Víctor y Elena acabaron juntos, al unísono,
quedando ella derrumbada sobre él, pero sin dejar escapar al “pajarito” de su
amorosa “jaula”, pues le mantuvo retenido apretándose contra el pubis de su
hermano.
Aquello sólo duró el poco tiempo que precisó
para reponerse un poco de la “paliza” que también representó aquel primer coito
mantenido con su hermano. Por lo que tan pronto se sintió un tanto repuesta
buscó la vivificación del “pajarito” mediante un suave, medido movimiento de
vaivén, cadera adelante, cadera atrás en lento pero sostenido movimiento que
tranco sí, tranco también se hacía más y más intenso, despertando de vez en vez
la dormida virilidad de Víctor hasta sentirla gloriosa en su interior. Entonces
susurró al oído de su hermano
Víctor, mi amor, cambiemos de postura;
giremos los dos para que yo quede debajo y tú encima. Toma tú la iniciativa de
la situación cariño mío.
Giraron los dos como Elena deseaba sin dejar
que el pene de Víctor saliera del “conejito”, efectivamente, él tomó el control
de la íntima relación desde ese momento, dedicando a su amante hermana, a su
mujer, un suave, delicado, mete-saca que poco a poco la llevaba a las más altas
cotas del cariño, pero también del placer.
Elena colaboraba al 100% con el vaivén que
las caderas de su hermano iban imponiendo, coordinando el propio vaivén de sus
caderas al de su amor, al de Víctor, mientras sus piernas se alzaron, atrapando
entre ellas las caderas y muslos del hermano-marido, al tiempo que sus talones
se clavaban en los glúteos masculinos presionando sobre ellos, ayudando así esa
máxima penetración que tanto la enloquecía. Y los murmullos de placer, los
jadeos entrecortados, los gemidos y grititos producto del goce supremo llenaron
la habitación. Elena empezó a gritar de gusto, pero esos gritos se trocaron en
alaridos de candente pasión erótica cuando Víctor, poco a poco, fue imprimiendo
más y más vigor y velocidad a las embestidas de aquel esplendoroso mete-saca,
haciendo que su virilidad entrara y saliera de la intimidad de Elena con
respetable vigor y velocidad, intimidad que a esas alturas de la “película”
estaba enfangada con los fluidos aluviones de sus más preciosos jugos.
Los grados de la temperatura erótica se
fueron incrementando paulatinamente hasta alcanzar el nivel en que el hierro
funde, con lo que el cortejo de alaridos por parte de Elena, bufidos y berridos
por parte de Víctor y por parte de ambos los entrecortados jadeos, los gemidos
balbucientes y los amortiguados murmullos de placer se multiplicaron por
enésimos factores hasta que las placenteras sacudidas que hacían temblar todo
el cuerpo de Elena al discurrir por su columna vertebral los excelsos goces
precursores del inmediato orgasmo rompieron en el fondo de su vagina en una
sinfonía de múltiples placeres que la llevaban al paraíso del gozo supremo
¡AAAHHH!... ¡AAAAHHH!... ¡AAAGGG!... ¡MEE
VEENGOOO!… ¡MEEE VEENGOOO, AMOR MÍO!... ¡ AAAGGG AAAY… AAAY… AAAY!...
Víctor se vio transportado al Séptimo Cielo
de los más gloriosos placeres que pueda dar el sexo al ver la salvaje forma en
que su amada hermanita, su “Putita Hermana” disfrutaba de ese segundo orgasmo
del día, primero de esa segunda sesión de sexo casi salvaje. Pero no por eso
decreció el vigor, fuerza e intensidad de las embestidas con que regalaba el
cuerpo de la mujer amada. Ni mucho menos, pues lo que originó esa casi inmensa
dicha fue un incremento de la pasión del mete-saca, así como de la velocidad de
este, ambas cosas que enloquecían de dicha a su “Putita Hermana”, haciéndola
vibrar de enervamiento sexual, en incandescente deseo de que aquello no acabara
nunca
¡Dame, fuerte Víctor, hermanito, cariño mío,
fuerte, fuerte! ¡Así, cielo mío, así! ¡Aaaahhhh…. Aaaahhhh! ¡Qué gusto me das
vida mía, mi amor…! ¡Aaaahhhh… Aaaahhhh! ¡Sigue… Sigue!… ¡Así, cielo, así…!
¡Aaaahhhh… Aaaahhhh! ¡Qué bien me lo haces! ¡No pares, cielo mío!… ¡Empuja vida
mía, amor mío, empuja fuerte…¡AAAHHH! ¡¡AAAHHH! ¡AAAHHH!!
El hermanito también vibraba de deseos de
disfrutar él, pero mucho más de que ella disfrutara, pues el disfrute de la tan
amada hermana constituía su mayor disfrute. Verla así le enervaba, le encendía
hasta el infinito lo que le producía un ansia suprema por hacer lo que su
hermana le demandaba: Incrementar hasta el infinito el vigor, la fuerza, y la
velocidad del increíble mete saca. En efecto, la polla del hermanito entraba y salía
del coño de la hermanita incesante e incansablemente, haciendo que sus
testículos se estrellaran una vea y otra en el culo femenino, en ese punto
donde acaba la vagina junto al canalillo que lleva hasta el ano.
Esa renovada forma de entrar en la vagina de
Elena, hizo que el segundo orgasmo de esa segunda tanda sexual de la tarde, ya
más que de la mañana, rompiera en la vagina de la hermanita con denodada fuerza
inundándola de enervante dicha que la llevaba a la misma Gloria. No, para Elena
empezaba a estar claro que para entrar a disfrutar del Cielo Prometido no era
necesario morir, con una tarde de amor sazonado con el maravilloso sexo de su
hermano era suficiente
Pero como el horno estaba lo suficientemente
caliente, ese segundo orgasmo de la segunda tanda sexual, tercero de la
mañana-tarde, no llegó solo, sino acompañado en una catarata, más o
menos, de orgasmos encadenados con lo que también en su vagina rompió un
tercero.
Y cuando a los pocos minutos Elena barruntaba
la llegada del cuarto, Víctor empezó a clamar entre berridos, bufidos de búfalo
en celo
¡Hermanita no aguanto más! ¡Lo siento pero
creo que voy a acabar en segundos!
Sí hermanito, acaba ya; vente, mi amor, vente
conmigo que también estoy por acabar, por venirme en instantes… ¡Vamos valiente,
TOORO MIOO, acompáñame, “vente” conmigo ¡Aaaahhhh! ¡Aaaahhhh! ¡Me corro
amor mío, me COOORROOO! ¡MEEE…COOORROOO, CARIÑO MÍO! ¡Dame tu semilla, inúndame
con ella! ¡EMBARÁZAME, PRÉÑAME AMOR MÍO, VIDA MIA, CARIÑO MIO!... ¡¡¡TOOOROOO
MIIIOOO!!!...
Los dos. Elena y Víctor, Víctor y Elena,
explotaron juntos cual dos erupciones volcánicas que simultáneamente estallan,
quedando ambos ahítos de amor, llenos, exultantes de mutuo cariño conyugal y
Elena totalmente inundada de fertilizante esperma de su hermano que con toda su
alma deseaba que fructificara en el fértil campo de sus entrañas. También
estaban más que cansados agotados, extenuados tras aquellas dos gloriosas
sesiones, incomparables e inacabables. Víctor cayó derrengado en el pecho de
Elena que le recibió con el inusitado, rendido amor que le profesaba. Él había
caído agotado como pocas veces antes lo estuviera, por lo que al momento pasaba
a los mórbidos brazos de Morfeo. Con uno de los pezones de Elena en la boca,
atrapado casualmente al caer sobre el pecho femenino, talmente parecía un niño
que se durmiera mientras mamaba. Elena mesó el pelo a su hermano unos minutos,
en tanto le miraba arrobada, dulcemente enamorada de él hasta las trancas, para
al poco besar sus mejillas y sus labios con la debida suavidad para no
despertar con sus besos a su hombre. Luego se acurrucó junto a él, abrazándole
tan fuerte que más juntita a él casi no podía estar ya. Descansó su cabeza en
la parte alta del pecho masculino, bajo el omóplato izquierdo, y pocos minutos
después también dormía, en uno de los sueños más tranquilos y felices que en su
vida disfrutara.
8. LA GRAN NOTICIA
Cuando Víctor despertó, casi pasada ya la
media tarde, lo primero que experimentó fue el hambre de lobo que le dominaba.
Inmediatamente después, al verse en el suelo y desnudo por completo, recordó la
mañana precedente y lo maravillosa que fue. Con la vista buscó a su hermana,
pero no la encontró. Iba ya a levantarse cuando ella apareció con su rostro
iluminado por una alegre al tiempo que amorosa sonrisa de oreja a oreja. Iba
enteramente vestida, lo que denotaba que haría cierto tiempo que estaba
despierta. Se acercó a su hermano, dándole un piquito en los labios al tiempo
que le decía
¡Venga dormilón, que ya llevo yo levantada un
rato no pequeño! Dúchate y vístete, que tenemos que salir. Supongo que tendrás
hambre, ¿verdad?
¡Y de qué manera! ¡Me comería un buey con
habas.
Pues, querido hermanito, te tendrás que
conformar con un “tente en pie” en la cafetería de aquí al lado, pues papá y
mamá nos esperan para cenar, y no te vas a presentar para no probar bocado. ¡A
ver cómo les justificas que has comido después de las seis de la tarde! Luego
al “tente en pie” y con el coche a casa de papá y mamá.
¿Sabes hermanita? Lo de ir con papá y mamá no
urge en absoluto. Yo tengo un plan mejor que ese que dices. Comemos ahora un
poco más decentemente de lo que dices; luego volvemos a casa, nos metemos los
dos en la cama a recuperar tiempos perdidos y luego, a las nueve y pico o las
diez, vamos a casa de nuestros padres.
¡Ya! ¡Hermanito, eres un “salido”! ¡Vamos, un
hombre! ¡Y, como todos, siempre pensando en lo mismo! Anda, anda, “salido!, más
que “salido”, que para la “recuperación” que dices, y yo suscribo, ya tendremos
tiempo luego, a la noche. Porque que lo tengas claro: Se te acabó la vida de
soltero. Desde hoy viviremos juntos y dormiremos juntos cada noche, porque
vamos a ver, ¿eres o no eres mi marido? ¿soy o no soy tu mujer?
Cariño, eso para mí ya no cabía duda desde
anoche y así será, pero sigo pensando que mi plan es mejor que el tuyo. Y con
el añadido nocturno que dices, que lo uno no quita para lo otro.
Que no, pesado; que no. Que, aparte de los de
los papás, yo también quiero salir de aquí de inmediato pues quiero hacer algo
cuanto antes: Presentarte a una persona muy importante
¡Elena! ¡A ver si me tendré que poner
celoso…. Porque, no será tu último novio, ¿verdad? Porque te advierto, aunque
hace algún tiempo que no me lío a trompazos con ningún tío, eso no significa
que no esté preparado a hacerlo en cualquier momento…
¡Mira que serás tonto, hermanito! Yo no tengo
más novio que el que siempre quise tener, tú tontorrón, más que tontorrón, tú.
Que, además de “salido”, me estás resultando tontorrón. Es a mi hija a quien
quiero que conozcas, y lo quiero ya, cuanto antes. Por eso tengo prisa por
llegar pronto a casa de papá y mamá.
¿Sabes hermanita? Veo que tienes razón, que
tu plan es mejor que el mío. Sí, también yo tengo ganas de conocer a tu hija.
De verdad Elena, de verdad. Voy a querer mucho a esa niña, a tu hija. Como si
fuera mi propia hija. Te lo prometo.
De eso, de que la querrás como si fuera hija
tuya, de tus propios genes, estoy absolutamente segura. Luego, a la ducha y en
un momento te quiero listo para que salgamos
Sobre una hora más tarde, en el coche de
Elena y con ella al volante, los dos hermanos se encaminaban a la casa de sus
padres. A poco de ponerse en marcha, Elena le hablaba a su hermano
Víctor, te decía que quería que conocieras a
mi hija, pero antes deseo explicarte algo: Dos meses y pico antes de que te
marcharas hace ya seis años, una noche estuvimos en el cine. Tú te sentabas con
Ana y yo, unas cuantas filas más adelante, estaba con un tío del que ni me
acuerdo. Aquella noche y en aquel cine, Ana te hizo una “fela” de las que hacen
época, pero tan pronto como le soltaste la “carga” en la boca ella se levantó y
se vino hacia mí. ¿Lo recuerdas?
Un tanto hosco, Víctor respondió
Sí. Lo recuerdo perfectamente.
Vaya, me alegro. Y, ¿Sabes lo que entonces
hicimos ella y yo?
No pero me lo imagino: Daros un “morreo”. Y…
¿Sabes, lo que esa noche realmente hubiera querido hacer? Mandar a Ana a hacer
puñetas y al tío cabrito aquel a patadas de tu lado y ocupar yo su lugar junto
a ti para ser yo el beneficiario de tus favores.
Elena se rio con ganas antes de decir
¡Veo que de verdad te acuerdas, y eso es lo
importante. Pues no cariño, esa noche el tipo aquel no disfrutó de favor alguno
por mi parte. No estaba yo de humor entonces para permitir que nadie me
“metiera mano”; estaba mucho más interesada en lo que pasaba entre Ana y tú. Y
no cariño mío, no nos morreamos Ana y yo aquella noche. Cierto que ella me
abrió su boca y yo le abrí la mía, pero el morreo se limitó a pasar de boca
toda la “carga” que vertiste en la suya, de la de ella a la mía. Sí hermanito,
todo tu esperma con sus “bichitos” recientes y calentitos.
Saboreé "aquello" en mi boca, le di vueltas para saborearlo
mejor; degustarla más bien diría. Pero no la tragué; ni una gota siquiera. La
guardé allí y, si recuerdas, me marché enseguida. Me fui corriendo a casa y
allí solté todo ese semen en un tubo de esos esterilizados que se usan para
recoger muestras de laboratorio. Metí el frasquito en el congelador de casa y
un par de días después me dirigí a una clínica especializada en fertilización
“in vitro! Allí me extrajeron unos óvulos que fertilizaron con tu semilla.
Luego, durante un mes largo, previamente a que tú te marcharas, me fueron
implantando los embriones que resultaron válidos. Los dos primeros no arraigaron,
pero tres días antes de tu marcha me implantaron un tercero que sí arraigo.
Quedé embazada y parí nueve meses después, De esto hace cinco años más menos.
Elena calló y Víctor quedó serio, en silencio
y con la mirada perdida en un punto del horizonte que, diríase, sólo él veía.
El rostro inexpresivo, sin sombra de disgusto pero tampoco de agrado, aunque
traslucía perfectamente el estado de emoción y, sobre todo, de tensión que a su
alma entonces atenazaba. Elena, al tiempo que conducía, lanzaba miradas a su
hermano casi a hurtadillas. En esas miradas se reflejaba la emoción y tensión
que entonces la embargaba: Estaba más que menos aterrorizada ante las
consecuencias que su acción unilateral podía acarrearle para con su amado
hermano, pues le daba pánico la posibilidad de que él reaccionara ante eso no
ya de manera simplemente negativa, sino de puro rechazo ante esa paternidad
obligada y tramada a traición. Entonces estaba segura de haberse equivocado, y
quizás definitivamente. Sí, eso era muy fuerte para decirlo así, casi de
sopetón; seguramente si hubiera sabido ser más sensata… Pero… ¿Cuándo en su
vida había sido ella sensata?... Y así quedó, como reo que espera el fallo
definitivo que decidirá su vida o su muerte. Al fin, Víctor abrió la boca,
habló, aunque sin mirar a su hermana, con la vista prendida o perdida en ese
punto ignoto del horizonte que parecía conocer sólo él
Así que tengo una hija desconocida… Que soy
el padre de tu hija, que ella es mi hija….
Víctor hablaba sin inflexión alguna en la
voz, como si narrara un aburrido texto… Y Elena estaba pasando las de Caín, con
el alma en vilo y la boca cerrada, pues era incapaz de articular palabra
alguna: Su faringe se negaba a emitir sonido alguno y los ojos le escocían de
tanto “tragarse” las lágrimas que desde que acabara de hablar a gritos le
exigían libertad para desparramarse por su rostro.
Quería hablar, romperse en lágrimas de
arrepentimiento e implorarle perdón a su hermano, dispuesta a humillarse ante
él hasta lo indecible para que él la perdonara y la mantuviera a su lado.
Aunque fuera como “Su PUTA hermana” y no “Su putita hermana”, pero no podía.
Algo la mantenía allí, quieta, callada y anhelante
Por fin Víctor se volvió hacia ella y la
“Putita hermana” vio brillar los ojos de su hermano, pero sin encontrar en
ellos nada más que emoción y, sobre todo, cariño; tal vez fuera mejor decir
arrobamiento.
¡Nuestra hija, Elena; la hija de ambos, de
los dos! ¡Dios, y cómo podré agradecerte esta hija nuestra!
Ahora sí que Elena rompió a llorar, pero a reír
también, pues esas lágrimas lo eran de alegría por el gran peso que se acababa
de quitar de encima. ¡Víctor aceptaba la paternidad de esa hija! Y… ¡De qué
manera!... ¡Dándole a ella las gracias, cuando ella no sabría ni qué hacer para
agradecer a su hermanito que acogiera así a la hija de ambos! ¡Sí, él era su
marido y ella su mujer, pues Víctor se lo acababa de confirmar!
Si no hubiera sido por la rápida reacción de
Víctor, el choque frontal con otro vehículo hubiera sido inapelable, pues Elena
se había desentendido del volante al intentar lanzarse en brazos de su hermano.
Este entonces, jocoso, le dijo
¡Tranquila hermanita o nuestra hija queda
huérfana de padre y madre en un santiamén!
Víctor había tomado con una mano el volante
abandonado por Elena, maniobrando para recuperar la mano derecha y salir del
carril contrario. Pero en esta maniobra por poco no colisiona con otro vehículo
que venía por ese mismo carril; suerte que este otro coche maniobró bien y les
pudo adelantar por la derecha sin tocarse. Elene entonces, aprovechando que por
su derecha no había ningún otro coche inminente, aceleró y Víctor de llevar al
automóvil hasta la acera, frenando allí por fin
¡Ay, Dios mío! ¡Poco más y nos matamos! ¡Pero
aquí estabas tú, mi amor, para salvar la situación!
Elena se había lanzado en brazos de su
hermano, besándole, abrazándole… Era feliz, se sentía dichosa, contenta…. Era
como si viviera un sueño… ¡Víctor, su hermano, su marido, aceptaba del mejor
grado el ser el padre de su hija! ¡No le había afeado el haberle manipulado, el
haber tomado la decisión de hacerle engendrar en ella una criatura!
¿De verdad cariño que no te importa que me
apoderara así de tu esperma, que me hiciera embarazar por ti así, sin decirte
nada, sin que siquiera lo supieras?
Pero hermanita, qué mayor maravilla puede
haber para mí que engendrar vida en ti. Y qué más da cómo fue: Lo importante es
que me hiciste el padre de tu hija. Y lo que somos nosotros tres, tú, yo y
nuestra hija querida hermanita: Una familia porque hay un padre, una madre y
una hija a la que los dos cuidaremos. Pero es más: No creo que la niña deba
carecer de hermanos y hermanas. ¿Qué opinas al respecto hermanita?
Que nada deseo más que darte nuevos hijos,
hermanitos y hermanitas para nuestra hija. Te quiero con toda mi alma, hermano
y marido mío. Como la hermana tuya que soy pero como la mujer que también soy.
Casi diría que este amor por ti me duele de tanto como te quiero. Te juro
Víctor, que sin ti no puedo vivir. Hasta ahora mi vida ha sido un árido páramo
desértico que tú has convertido, desde ayer, en ubérrimo Paraíso en la Tierra.
Te adoro hermano y esposo mío.
Un nuevo beso lleno de dulce pasión, de
absoluta entrega mutua, cerró esas palabras pues, sin más, el coche reemprendió
la marcha llegando al poco a la casa de los padres de ambos.
Como era de esperar, papá y mamá
monopolizaron a Víctor tan pronto como la pareja entró en la casa, por lo que
no fue sino al rato cuando el padre pudo conocer a su hija, pero no como su padre,
sino como su tío, pues los abuelos de la niña no dejaban a Víctor ni a sol ni a
sombra. En un momento, socarronamente, Elena llegó a decir
Papi, mami, a este paso haréis que le coja
celos a Víctor, pues me estáis reduciendo a un cero a la izquierda desde que mi
hermanito regresó al hogar paterno…
Y claro, ante este comentario las risas
florecieron que eran de oírse. A tener en cuenta que, no obstante a lo que
Elena decía, ni un momento se había separado de su hermano, prendida a él con
un brazo que se apoyaba en el de Víctor, en tanto con su otro brazo sostenía a
su hija, la hija de Víctor y Elena, que ella se la acercaba lo más posible a su
padre, a Víctor, que a su vez colmaba de besos a su hija y sobrina, pues ambas
cosas era la niña a un tiempo. Y de señalar será que la niña tomó inmediato
cariño al que entonces sólo conocía como su tío, demostrado por los frecuentes
besitos en el rostro del tiíto y los no menos frecuentes abrazos con esos
bracitos que embelesaban a su padre. Bueno, lo cierto sería decir que a Víctor
su hija le traía embelesado desde que la vio por vez primera y que Elena no
cabía en sí misma del gozo y orgullo que producía ver así a padre e hija. Sí,
todo saldría bien, y ella con su hermano constituirían un matrimonio con más
dulzura que entre todas las confiterías de la ciudad juntas.
Transcurrió la cena entre la general alegría
y a eso de las doce de la noche Víctor dijo que se marchaba a su apartamento.
Entonces Elena dijo que los días que su hermano estuviera con ellos, ella
pasaría las noches en casa de su hermano: Llevaba mucho tiempo sin verle y
prefería irse con Víctor para charlar los dos un rato antes de irse a dormir.
Aquella noche la niña se quedó con los abuelos, pero cuando se presentaron en
la casa paterna al siguiente día, en la casa de Víctor, que ya era el primer
hogar de los dos, había una habitación preparada para la niña, con su camita,
su armario, su cómoda y estanterías donde poner muñecos, juguetes y algún
libro, cuentos en general, por lo que cuando se marcharon fue con la niña, eso
sí, dormidita.
Y así pasaron los días que Víctor pudo estar
en la localidad paterna y donde tanto él como su hermana nacieran. Había ido
allí aprovechando unos días de vacaciones que se acabaron y tenía que regresar
al trabajo diario, pues el dinero no lo regalan, sino que hay que ganarlo cada
día.
Como tenían previsto los dos hermanos, se
marcharon los tres juntos, Víctor, Elena y su hija, pues desde unos días antes
Elena venía hablando a sus padres de que pensaba expandir su negocio de
librería abriendo una segunda, y dónde mejor que en la capital de la Nación
toda cuenta que allí vivía su hermano, con lo que tendría gratis el alojamiento
Esto se fue repitiendo a lo largo de los
cinco o seis días siguientes, pero al final Elena planteó a sus padres que ella
quería que su hija pasara las noches con ella: Estaba acostumbrada a tenerla en
casa, en la habitación de al lado cada noche, y que no se hacía a dormir sin
tenerla cerca de ella; que así no venía durmiendo bien, se despertaba
sobresaltada por las noches y tal. No era así, claro, pues en forma pasaba
ninguna noche mal, sino todo lo contrario tras la sesión de amor que su
hermano-marido la prodigaba a diario; sí, a diario, pues si al final dormía
poco no era precisamente por añoranza de la niña. En realidad la idea era de
Víctor, deseoso del cariño de aquella hija que realmente no conocía. La
niña le había acogido bien, era naturalmente cariñosa, pero él deseaba que el
cariño de su hija hacia él, el natural cariño que los hijos profesan a sus
padres, se asentara y arraigara normalmente en su hija. Y para eso la diaria
convivencia, el sentirse la niña querida y segura con su madre y el hombre que
le empezarían a decir que era su padre, era imprescindible, pues el roce, el
sentirse querido/a, es lo que crea la correspondencia a ese cariño que por
entonces la niña no podía sentir en forma natural pues durante sus cinco años
de vida nunca conoció a su padre.
Para regresar al lugar que le viera nacer
donde sus padres y su hermana todavía habitaban, Víctor había aprovechado unos
días de vacaciones que, como todo en esta vida, llegaron “A sé acabar e
consumir” por lo que debía volver al trabajo. Pero no marchó solo pues con él
iban Elena y la hija de ambos. La excusa para irse Elena con su hermano fue lo
que ya antes pensara hacer: Expandir su negocio abriendo una nueva librería y
en qué sitio mejor que donde vivía su hermano, pues él le brindaba alojamiento
a ella y a su hija.
Pero la noche última que la pareja cenó con
sus padres, cuando ya se despedían, en un aparte con su hija, Doña Elena, la
muy respetable y tradicional madre de los dos hermanos, le dijo
Ten cuidado hija. Bueno, tened cuidado los
dos, Víctor y tú.
¿A qué te refieres mamá?
Mira hija, yo no quiero inmiscuirme en
vuestra vida, la de Víctor y la tuya; ya sois mayorcitos, él con veintiocho y
tú con veintiséis. Pero hay cosas en las que hay que ser muy juiciosos. A los
dos o tres días de llegar Víctor la niña, tu hija, me dijo que tú le habías
dicho que su tío Víctor era su papá. Ella estaba muy contenta de tener por fin
un papá, y yo pensé que era bonito que tu hermano quisiera proteger así a su
sobrina. Pero desde entonces empecé a fijarme en cosas en las que antes no
me fijaba, y así me di cuenta de que vuestra relación iba más allá de lo
que las fraternales suponen: Veía entonces cómo os mirabais, cómo os tomabais
de la mano, cómo os enlazabais por la cintura casi que de continuo… Más
parecíais novios, recién casados incluso, que simples hermanos… No me equivoco
¿verdad?
Doña Elena dijo esto último mientras soltaba
un suspiro con el que aceptaba lo inaceptable. Elena le sostuvo la mirada, pero
sin desafío en sus ojos al tiempo que era consciente, pues le resultaba
evidente, lo que a su madre le costaba tragar esas “piedras de molino”. Al fin,
armada de valor, se confesó con su madre.
Sí mamá, él y yo nos queremos, nos amamos
exactamente igual que vosotros dos, papá y tú, os amáis. Y como vosotros,
nosotros también dormimos juntos y hacemos el amor. Pero mamá, en nuestra unión
no hay nada innoble, nada sucio, nada obsceno y menos aún degenerado, pues es
sólo eso, amor, amor sincero de hombre y mujer, de mujer y hombre. Igual que tú
eres la esposa y mujer de papá, yo soy la esposa y mujer de Víctor. E igual que
papá es tu esposo y marido, Víctor es mi esposo y marido. Y tendremos hijos;
mejor dicho, tendremos más hijos, pues la niña, tu nieta, es hija de Víctor y
mía. Y a nuestros hijos trataremos de criarles y educarles como vosotros nos
criasteis y educasteis a nosotros dos, en la decencia y la honradez… ¡Y
esperemos que entre ellos no cunda el ejemplo de sus padres! –Aquí, Elena se rio,
haciendo reír también a su madre- Trata de comprendernos mamá, y trata de que
papá nos comprenda también. No nos culpéis, ni nos despreciéis, ni dejéis de aceptarnos
junto a vosotros…
Doña Elena se despidió de sus hijos y los vio
marchar aquella noche sabiendo que en tiempo no los vería… Ni tampoco a su
nieta.
Se sentía extraña. Desde luego, la relación
incestuosa que ellos mantenían no le gustaba un pelo, pero tampoco la
abominaba. Se sorprendía al comprobar que, realmente, les comprendía. Que dos
hermanos se enamoraran de aquella manera podía ser cualquier cosa menos normal.
Si le dijeran que era antinatural no sería ella quien tal cosa desmintiera,
pero al propio tiempo tampoco lo encontraba tan inmoral, tan aberrante, pues el
amor nunca puede ser inmoral ni aberrante porque el enamorado y la enamorada no
son responsables de su enamoramiento: Este llega porque sí, porque la
Naturaleza lo impone y el sujeto del enamoramiento no puede luchar contra ese
fenómeno por entero natural y absolutamente propio de los seres humanos. Sí, su
hija tenía razón, ellos dos, su hija y su hijo, se amaban tal y como ella y su
marido se amaban, luego si el amor entre sus hijos era aberrante el de ella
misma y su marido también lo sería. O… ¿Es que la Naturaleza puede ser
aberrante?
Sí, los vio marchar y se dijo que todo eso se
lo tenía que hacer comprender a su marido…. Pero esa noche no; estaba cansada
y, lo que era peor, alterada. Sí, esa noche buscaría a su marido y se lo
llevaría al “huerto”; y el amor que se profesaban reverdecería aquella noche
como cada noche reverdeciera años atrás, cuando los dos, Víctor padre y Elena
madre, eran mucho más jóvenes, tanto como ahora lo eran sus hijos Víctor y
Elena.
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