Sunday, July 30, 2017

Amante madura


Por Miguel Bravo

Estaba harto de las mujeres con las que salía y se acostaba. Siempre eran chicas jóvenes, de su edad o menos. Muchas acababan de comenzar la universidad y deseaban vivir experiencias nuevas, teniendo sexo sin parar. Iban de amantes fogosas, sensuales y provocativas, incluso decían ser bisexuales. Pero al final, todas resultaban iguales. Mas recatadas de lo que se esperaba, reacias a hacer determinadas cosas y siempre exigentes, pidiendo lo máximo de los hombres con los que se acostaban pero sin luego darles a ellos lo que tanto deseaban. Federico Reyes ya estaba harto de todo eso.
A sus veintidós años, el hombre estaba cansado de las chicas jovencitas. No es que todas fuesen igual, pero la gran mayoría se parecían peligrosamente las unas a las otras. Él estaba hastiado de ese tipo de ligues, todas además, idénticas a nivel físico. Delgadas, siempre tenían que estar delgadas. El hombre deseaba abundancia, que las mujeres tuvieran cuerpos voluptuosos y curvilíneos con su buen para de tetas y esplendidos y redondos culos. Y no solo eso, que fueran ardientes en la cama, que le hicieran gozar cumpliendo todos sus deseos. No buscaba una esclava sexual, pero, si al menos una amante compenetrada, que al igual que él, le entregase placer. Eso era lo que más quería. De momento, no había encontrado a ninguna así y no esperaba hallarla por bastante. Aunque nunca se sabe. Puede que esa amante tan deseada y perfecta, esté en el lugar más inesperado. Incluso cerca de donde vive.
Reyes, así era como solían decirle sus amigos y como más prefería que le llamasen, regresaba a casa una tranquila tarde, después de haber salido a tomar un café con una compañera de clase. Era guapa y no se parecía en nada a las muchachas con las que solía liarse, pero, al final, resultó ser como el resto. Cansado, se despidió amablemente de ella y decidió volver a casa con la vana promesa de llamarla, aunque lo dudaba.
Entró por el portal del bloque de apartamentos, donde vivía con sus padres, y caminó hacia las escaleras. El piso estaba en la primera planta así que no había que utilizar el ascensor. Pero de todos modos, tenía que pasar por su lado. Y fue allí, cuando la vio.
Era una mujer más o menos de su estatura. Tenía el pelo largo y de un rubio muy brillante. Su piel era clara y poseía un porte fuerte a la vez que sereno. Se la notaba ya entrada en edad madura, aunque no lo aparentaba para nada. Su cuerpo nada tenía que envidiar al de chicas más jóvenes. Más bien, eran ellas quienes sentirían celos. Unas perfectas curvas delineaban una espléndida figura femenina, destacando unas rotundas caderas junto con un magnifico busto y unas piernas largas y bonitas. Era todo lo que buscaba en una amante y lo tenía justo ahí.
Al principio, quedó extasiado por semejante belleza, quedando tan cohibido que ni tan siquiera reparó en que hacía aquella mujer con el ascensor abierto. Cuando notó sus ojos verdes observándolo de forma escrutadora, Reyes volvió a la realidad.
—¿Ocurre algo? —preguntó algo extrañada la misteriosa dama con la que se acababa de encontrar.
Reyes observó que, al lado de ella, había varias bolsas de la compra y ante esto, halló la excusa perfecta para justificar su extraño comportamiento.
—Veo que tiene muchas bolsas que llevar arriba —indicó—. ¿Quiere que la ayude?
La mujer, al oír esto, sonrió divertida.
—¿Así que deseas ayudarme? —dijo con una voz que sonaba elegante y erótica a partes iguales.
El chico tragó algo de saliva, preguntándose si esa excusa surtiría efecto. Para su suerte, así iba a ser.
—Claro, échame una mano. Son muchas, no me vendrá mal que alguien cargue al menos con dos para subir hasta mi piso.
Aliviado, cogió una bolsa en cada mano y entró en el ascensor con ella.
Reyes no dejaba de preguntarse porque había decidido ayudar a esa mujer. Podía haber pasado de largo pero, en vez de eso, prefirió ayudarla. Un rápido vistazo a ella, le hizo saber por qué.
Sabía quién era. Se llamaba Amparo Carreño y vivía en la quinta planta. La había visto alguna que otra vez, siempre desde la distancia. Esta era la primera vez que se encontraba cerca de ella y que incluso había intercambiado unas palabras. Estaba casada, con dos niños pequeños, aunque, pese a haber tenido hijos, seguía siendo toda una belleza. No sabía con exactitud qué edad tendría, pero no le echaba más de cuarenta. Y estaba tremenda.
Allí dentro, el silencio resultaba incómodo. Se miraban el uno al otro sin saber que decirse. Al final, fue Amparo quien rompió aquella quietud.
—Así que tú eres el hijo de los Reyes —comentó de forma casual—. Los del primero A.
—Sí, soy su hijo —aseguró nervioso el muchacho—. Y usted vive en el quinto, ¿no?
—Exacto, con mi marido y mis dos hijos —le informó ella.
Al final, el ascensor se detuvo y las puertas se abrieron. Primero salió Amparo y detrás, cargando con las dos bolsas, Reyes. Juntos, fueron hasta la puerta del piso donde residía la mujer y esta la abrió con sus llaves.
Ya dentro, Reyes se sentía como un intruso. El salón era amplio y justo a su izquierda, estaba la cocina. Al lado, había una puerta que seguramente llevaría a los dormitorios y el baño.
—Por aquí —le llamó Amparo.
Sorteando los juguetes que había esturreados por el suelo, llegaron a la cocina. Reyes dejó las bolsas que cargaba encima de la mesa y cuando se dio la vuelta, se topó con la mujer, quien lo miraba con una bellísima sonrisa enmarcada en su rostro. Era una expresión muy bonita, una perfecta curva conformada por unos labios pintados en rojo, los cuales se veían muy carnosos. Eso, unidos a los ojos verdes, que parecían dos preciosas esmeraldas, y su piel clara, hacían que su rostro pareciese una obra de arte.
—Gracias por ayudarme con esto —dijo con un suave hilo de voz.
—No hay de que —contestó él algo incómodo mientras se rascaba la cabeza. Era un tic nervioso que tenía cuando se alteraba.
Ella le seguía mirando, con esa pletórica sonrisa en su rostro que parecía agitarlo mucho. Tenía que irse, pues si pasaba más rato con ella, no tenía ni idea de cómo se podría poner. Nunca una mujer lo había alterado tanto
—¿Quieres algo? —le preguntó Amparo—. ¿Te apetece algo de beber, un refresco quizás?
Negó con la cabeza.
—Gracias pero mejor me vuelvo a casa. No quiero molestar.
Al decir esto, Amparo miró a Reyes atónita, como si acabara de decir algo ofensivo. Ante esto, Reyes creyó que a lo mejor podría haberla molestado, pero pese a la reacción, ella seguía igual. Tranquila y serena.
—Vamos hombre, no molestas —comentó la mujer con calma—. Ahora mismo estoy sola y tú te has molestado en ayudarme. Creo que estoy en deuda contigo.
Sabía que aquello era una batalla perdida. Además, en el fondo pensaba que sería de muy mal gusto rechazar su oferta. Sin embargo, sabía que Amparo le alteraba demasiado  y no tenía ni idea de que podía pasar si seguía a solas con ella.
—Siéntate en el sofá mientras meto todo esto y saco unos refrescos para beber.
Decidió hacerle caso. Caminó hacia el salón, evitando los juguetes para no resbalarse, y llegó al sofá. Era de cuero negro muy oscuro y parecía cómodo. Se sentó, dejándose caer sobre el respaldo de forma algo brusca. Debía reconocerlo, estaba nervioso. Miró a un lado y a otro. Esta no era su casa. Aquí vivía Amparo con su marido e hijos, haciendo su vida normal de mujer casada. Él era un invasor, un desconocido que aún no tenía ni idea de porque estaba allí. Aunque si lo sabía, pero no deseaba reconocerlo.
—¿Lo quiere de cola el refresco? —preguntó la lejana voz de Amparo desde la cocina—. ¿O prefieres de naranja? Las dos están fresquitas de todas maneras.
—De cola está bien —respondió Reyes.
—Perfecto.
La vio venir y era un gran espectáculo. Llevaba una chaqueta de tela verde clara debajo de la cual se atisbaba una camiseta blanca. Más abajo, llevaba una falda de color lila con flores bordadas. Era larga, hasta un poco por debajo de la rodilla pero dejaba lo suficiente a la vista como para empezar a fantasear. Calzaba unas bonitas sandalias de color amarillo limón. Se sentó a su lado y le ofreció el refresco. Reyes estaba paralizado por la magnífica visión.
—Gra...gracias —dijo a duras penas, intentando ocultar su nerviosismo.
Con manos un poco temblorosas, abrió la lata y bebió. El refrescante liquido recorrió su garganta y alivió la euforia tan intensa que tenía. Pero cada vez que la miraba, un gran escalofrío recorría su cuerpo.
—Pon la tele si te apetece ver algo —le sugirió Amparo.
—No tengo ganas —dijo Reyes—. Ahora mismo no es que pongan nada interesante.
Ambos se echaron a reír ante este comentario pero al hacerlo, lo que se notaba era la incomodidad que había entre ellos. Se miraron y sonrieron con cierto reparo. Parecían una parejita de jovenzuelos en su primera cita.
—¿Cómo te llamas? —preguntó de forma repentina Amparo.
—Federico, aunque todos me conocen por mi apellido, Reyes —respondió él.
—Yo soy Amparo —se presentó ella.
La mujer extendió la mano para que se apretasen en forma de cordial saludo. Reyes quedó algo paralizado ante esto, pero al notarla expectante, decidió no decepcionarla. La tomó y el contacto con su piel le quemó, tan suave y tersa. Tras el apretón, volvieron a quedar de nuevo en silencio. Esta vez, fue el chico quien decidió iniciar otra conversación.
—Ya sabía tu nombre —dijo—. Mi madre habla siempre de todos los vecinos y además, ya te había visto alguna que otra vez.
—Ya, yo también —agregó la mujer tras beber un sorbo de su refresco, el cual era de naranja.
Reyes bebió también del suyo. El corazón le latía con fuerza en su interior, pero ya no se notaba tan tenso como antes. Se iba calmando poco a poco. Le agradaba estar con Amparo. Era simpática y divertida. Lo estaba pasando bien con ella y lo cierto, es que no quería que aquello se acabase.
—¿Qué estás estudiando? — le preguntó de improviso.
—Medicina.
—En serio, ¿vas a ser médico? —Amparo parecía sorprendida ante lo que le acaba de contestar Reyes.
—Bueno, la verdad es que aún no lo tengo muy claro —dijo algo apesadumbrado el chico—. Pero ya estoy en el último año y lo más probable es que sea eso a lo que me dedique, aunque ya veremos, ¡con lo que cuesta ahora encontrar trabajo!
—Te entiendo —comentó la mujer—. Yo estudié enfermería pero no hallé trabajo en ningún sitio y tuve que trabajar al final de camarera. Luego, conocí a mi marido, me casé con él, tuve a mis hijos y esto es lo que tengo ahora.
Parecía resignada. Por su forma de hablar, sobre todo al final, se dejaba entrever tristeza y decepción por su vida. Reyes no dudaba de que Amparo no fuese feliz, pero como todos, ella también tendría sueños y anhelos por cumplir.
—Pero tú eres joven —continuó la mujer de forma repentina—. Tienes toda tu vida por delante y se nota que eres seguro de ti mismo y decidido. Es evidente que si no aquí, seguro que en el extranjero encontrarás algo relacionado con lo que has estudiado. Serás un gran médico.
Se miraron fijamente. Todo quedó en silencio otra vez. Uno incómodo, uno que deseaba que no se estableciese. Entonces, volvió a sentir su mano acariciando la suya. Sus dedos rozaban su piel con suavidad, con calma, como si quisiera sentir que estaba allí. Notaba sus uñas largas y de color nacarado rayando cada poro. La respiración se le atragantó por unos instantes, más cuando miró ese par de esferas verdosas que eran sus ojos. Notó una inesperada corriente, un fugaz relámpago, electrocutando su ser. Apartó su mano de la de ella y Amparo preguntó.
—¿Estás bien? —Su voz sonaba suave y cálida—. Pareces nervioso.
—No es nada. Creo que debería de irme.
Una tormenta parecía a punto de desatarse en aquel salón. Una tempestad peligrosa y de la que debía de escapar rápido. De lo contrario, sus vientos huracanados, sus potentes ráfagas de aire y su copiosa e intensa lluvia le atraparían. Tenía que huir, pero justo cuando iba a hacerlo, ella se acercó más. Ahí fue cuando supo que ya no habría escapatoria.
Ambos se miraron por lo que debió ser un periodo de tiempo eterno, aunque en verdad, tan solo debía haber pasado medio minuto. Su mirada era hipnótica, parecía haberle hechizado con esta. Ahora, estaba a su completa merced.
—¿Por qué me has querido ayudar con las bolsas? —preguntó Amparo.
—Pe…pensé que debía…hacerlo. —Las palabras se atragantaban en su boca. Se encontraba muy nervioso—. Es lo que hace un buen vecino, ayudar a otros.
—¿Seguro?
Sus ojos lo escaneaban de forma precisa, analizando cada detalle de sus expresiones, las cuales, le estaban delatando. Mentía como un bellaco. Ella sonrió al notar esto.
—Vaya, ¿pensaba que tal vez sería porque querías acostarte conmigo?
Cuando escuchó esto, se quedó sin habla. Amparo, por su parte, continuó hablando como si nada le importase.
—No sé, es lo que pensé en un principio. —Se la notaba completamente despreocupada, como si aquello no le molestase en lo más mínimo— En fin, ¿por qué si no iba un chaval tan joven como tú a ayudarme?
Reyes agachó su cabeza para no sentir su mirada. Se sentía muy avergonzado con todo aquello. Nunca había actuado de una manera tan oportunista, siempre que ligaba lo hacía usando todo su encanto y astucia, pero nunca con embustes o trampas. Se decía que así no era como actuaba un caballero. Aunque en estos tiempos, cada vez parecía que a las chicas les gustaban menos los caballeros.
Mientras se sentía cada vez más inmundo, notó como Amparo le cogía del mentón. Con un leve movimiento, levantó su cabeza y se encontró de nuevo con esos preciosos ojos. Esos dos orbes verdes claros le atraparon en un estado de éxtasis del cual no quería salir. Se negaba a hacerlo. Y la cosa aumentó de intensidad cuando ella le besó.
Sus labios eran suaves, dulces y magníficos. Eran los mejores que jamás había besado. Al principio, se sintió un poco extraño con todo aquello, pero el chico no tardó en reaccionar y se lanzó a por ella. La abrazó con fuerza con sus brazos y apretó con mayor vigor sus labios, intensificando el beso. La intensa calidez de la saliva de ella se mezcló con la suya cuando su lengua ingresó en su boca. El beso se hizo cada vez más salvaje, pero entonces, Amparo se separó de forma repentina, dejando que un pequeño hilillo transparente cayera de la comisura de su boca.
—¿Te gusto? —preguntó de forma cándida.
—Eres preciosa —respondió con decisión Reyes.
—¿Te gustaría follar conmigo?
—Amparo —dijo el chico decidido mientras la miraba a sus preciosos ojos—, llevo queriendo follarte desde que te vi por primera vez.
No hicieron falta más palabras. Con el corazón a punto de salirle por el pecho y la polla más dura que nunca, Reyes se dejó llevar, agarrado de la mano por Amparo hasta su habitación. Una vez allí, se sentó sobre la cama, pudiendo ver como estaba la mujer. Radiante y perfecta, como una diosa venida a capturar su alma.
—Espera aquí —le dijo ella—. Enseguida vuelvo.
Su cabeza se hallaba inmersa en una gran discusión sobre qué estaba haciendo. Por un lado, no dejaba de pensar en aquella imposible situación. Estaba muy emocionado ante lo que iba a acontecer. Iba a acostarse con una mujer de mayor edad que la suya, pero que sin ninguna duda, tenía pinta de ser toda una experta en el sexo. Pero por otro, no dejaba de pensar en las repercusiones si se descubría lo que estaba a punto de hacer. Los vecinos extenderían la noticia, sus padres se enterarían, habría un divorcio entre Amparo y su marido y este podría ir en su busca para vengarse. Incluso, pensaba que sus progenitores lo mandarían a la calle por deshonrar a la familia. Era mayor de edad, así que se lo podían permitir. Siguió en esas cavilaciones cuando Amparo regresó a la habitación. Entonces, todo se esfumó de forma instantánea.
Reyes abrió tanto sus ojos ante lo que contemplaba que casi parecían a punto de salírsele de sus orbitas. Amparo llevaba un precioso juego de lencería color negro, compuesto de un sujetador semitransparente, unas finas braguitas y un liguero unido a unas medias. Aquellas prendas contrastaban con gran fuerza con la claridad de su piel. Las copas del sujetador atrapaban dos voluminosas y redondas tetas y cuando la vio darse la vuelta, se percató de que tenía un culo de perfecta simetría. Todo el conjunto, unido al largo pelo rubio suelto y sus ojos verdes brillantes, convertían a Amparo en la mujer más hermosa que los ojos de Reyes jamás habían contemplado.
—¿Qué tal estoy? —preguntó la mujer con cierta timidez.
—Perfecta —respondió sin dudarlo Reyes.
Amparo fue directamente a él y se colocó encima de su cuerpo. El chico quedó maravillado al tener el espléndido cuerpo de la mujer sobre él.
—Tócame —le pidió ella.
No lo dudó. Sus manos recorrieron la tersa piel de la mujer, tan delicada y única. Fueron deslizándose por el espléndido cuerpo, palpando su calidez hasta que estas llegaron al maravilloso trasero de Amparo. En cada palma, atrapó sus magníficas nalgas, apretándolas con fuerzas. Mientras, ella había deslizado las suyas por debajo de la camiseta del chico, tocando su torso. Su pelo se erizó cuando notó aquellas largas uñas rozándole con finura. Se besaban con deseo y hambre, ansiosos del placer que tanto buscaban. Hasta que Reyes se separó para pedirle lo que tanto quería.
—¿Me enseñas las tetas?
Amparo quedó encantada por la petición. No le hizo falta ni responderle. Con una amplia sonrisa de satisfacción en su cara, la mujer se desabrochó su sujetador, dejando al descubierto sus preciosos senos. Reyes quedó boquiabierto cuando las vio. Tan grandes, redondas y blancas. Estaban un poco caídas pero aún se mantenían firmes.
—Aquí las tienes —le ofreció muy deseosa.
El chico llevó sus manos hasta estas con deleite. Se sentía como un niño descubriendo el mundo por primera vez. Acarició las tetas con suavidad, recreándose en su forma y dureza. Sentía los rosados pezones duros contra sus palmas. Al tiempo que las palpaba, se volvió a besar con Amparo, quien le recibió con su juguetona lengua, la cual se introdujo de nuevo en su boca, registrando cada centímetro de su interior. El beso se tornó húmedo e intenso a la vez que Reyes le pellizcaba los pezones, arrancando un súbito gemido de la boca de la mujer.
—Oh Federico, ¡esto me encanta!
—Reyes, mejor llámame Reyes —se apresuró a decirle.
Disfrutaba con el placer de la mujer. Se notaba que era dulce y apasionada. Se dijo que la iba a corresponder en todo lo que desease.
Así, bajó su cabeza hasta ese par de turgentes pechos y comenzó a besarlos y chuparlos. Su lengua recorrió cada centímetro de esas maravillas, pasando por sus pezones, los cuales no podrían estar más duros. Se llevó uno a la boca, lo cual hizo que Amparo aumentara la intensidad de sus gemidos. Reyes mordisqueó con suavidad el empitonado botón, haciendo que la mujer se estremeciera. De hecho, empezó a notar como acomodaba su entrepierna sobre su muslo izquierdo, comenzando a mecerse sobre esta. A Reyes no le hizo falta mucho esfuerzo para deducir que era lo que hacía: estaba restregando su húmedo coño contra su pierna. Dada la situación, decidió dejar que la situación siguiera.
Siguió chupando sus pezones, disfrutando de aquellas maravillosas tetas a la vez que Amparo refregaba su sexo, gozando de manera intensa. Al final, Reyes notó todo el cuerpo de la mujer tensándose mientras alzaba su cabeza hacia el techo emitiendo un fuerte grito. El chico esperó que los vecinos no se enterasen por el ruido del tremendo orgasmo.
Cuando por fin todo terminó, la mujer quedó derrengada sobre él como un peso muerto. Podía notar sus pechos aplastados contra su torso, su piel algo húmeda por el sudor y su mojado coño sobre su pierna. Reyes estaba alucinado a la vez que afortunado por lo ocurrido. Acarició el pelo de Amparo con placidez. Entonces, ella alzó su cabeza y le miró.
—¿Has disfrutado? —preguntó.
—Muchísimo —respondió ella—. Ahora es tu turno.
Lo besó con fuerza y lo colocó bocarriba sobre la cama. Tras esto, le quitó su camiseta y empezó a besar el torso del chico. Reyes tembló de emoción al sentir lo preciados labios de Amparo sobre su piel, descendiendo con suaves besos. También sentía su cálido lengua dejando estelas de brillante saliva y gimió con fuerza cuando la mujer chupó sus pezones, dejándolos tan duros como los tenía ella.
Amparo siguió su camino hasta que por fin llegó al lugar que tanto ansiaba alcanzar, la entrepierna de Reyes. Posó su mano encima del inflado paquete y sintió la gran dureza de la polla del chico. Él cerró sus ojos y dejó escapar un leve suspiro cuando la mujer comenzó a acariciarla por encima del pantalón. Pero cuando sintió su miembro estremeciéndose, producto de la excitación que sentía, la detuvo.
—¿Qué pasa? —preguntó ella con sorpresa.
Reyes la miró algo turbado. Tenía muchas ganas de disfrutar pero sabía que si Amparo continuaba, acabaría estallando. Y quería estar al cien por cien por ella.
—Es que estoy muy excitado y me puedo correr enseguida —dijo entrecortado.
Ella sonrió de manera simpática ante semejante comentario. Sin dudarlo, llevó sus manos al pantalón y comenzó a desabrocharlo.
—No temas cariño —expresó con complicidad—. Mi intención es que te corras, que disfrutes mucho.
Entendiendo esto, Reyes no opuso resistencia. Con la respiración contenida, vio como Amparo le retiraba el pantalón y los calzoncillos, revelando su larga polla, empalmada y dura como una estaca de madera.
—Vaya, es más grande que la de mi marido —dijo con traviesa ternura.
Sin dudarlo, Amparo se tragó la polla hasta la mitad y empezó a mamársela. Reyes dejó escapar otro gemido mientras sentía el plácido calor húmedo envolviendo su sexo a la vez que la mano de la mujer presionaba con fuerza la base. La otra, acariciaba sus testículos, haciéndole cosquillas. Miró esos verdosos ojos y no se despegó de ellos.
Amparo mamaba con decisión la dura polla, chupando y lamiendo con la única intención de que Reyes se corriera. Y no era algo en lo que fuese a tardar demasiado. El chico entrecerró sus ojos y empezó a notar su cuerpo tensándose poco a poco. Todo iba creciendo en su interior y su pene comenzó a sufrir espasmos. En un abrir y cerrar de ojos, Reyes estalló, dejando que un desgarrador grito le acompañase en tan tremendo estallido. La mujer, al notar el sabroso semen en su boca, no dudó en beber. Aquella salada corrida salió disparada en varios chorros que se derramaron por el paladar de Amparo, saboreándolo con mucho gusto.
Reyes fue recuperándose con lentitud de la gran corrida que acababa de tener. Para él, se había quitado un gran peso de encima. Respiró profundo y luego, miró a Amparo, quien relamía su polla ya no tan erecta.
—¿Mejor? —preguntó mientras succionaba su glande con deleite.
—Ya lo creo —dijo el chico muy emocionado.
La mujer se volvió a tumbar sobre el muchacho y le besó. Sintieron el contacto de sus pieles y el calor de sus cuerpos. Con sus manos, se tocaban con mesura, disfrutando del sentir intenso de ese ardiente deseo que no parecía desvanecerse, sino aumentar.
—¿Qué quieres que te haga ahora? —Por su voz, se percibía que Amparo andaba ansiosa de más acción.
Reyes pudo sentir aquel par de maravillosas tetas aplastadas contra su pecho, bien extendidas y con sus pezones clavados en su piel. Él se movió un poco, haciendo que la mujer se incorporase y provocando que esas dos maravillas quedasen colgando. Llevó sus manos hacia estas y comenzó a tocarlas. Estuvo recreándose en ellas, disfrutando de su suave tacto y entonces, miró a la mujer.
—Me gustaría que me hicieses una cubana.
Una malévola sonrisa surgió en el rostro de Amparo.
—Así que deseas meter tu linda polla entre mis tetas, ¿eh? —comentó juguetona—. ¿Quieres que te la estruje bien estrujada con este par de amigas?
Cuando la vio señalándose a sus pechos, a Reyes se le puso otra vez bien dura. La mujer se percató de esto enseguida y llevó su mano hasta ahí. Apretando bien fuerte el pene, inició una lenta masturbación para terminar de endurecerlo.
—¡Ya estás otra vez empalmado! —exclamó impresionada—. Que rápido os recuperáis los chicos jóvenes.
Reyes no podía creer que estuviera a punto de hacer realidad una de sus fantasías más deseadas. Hasta ese momento, ninguna de las chicas con las que había estado le había permitido llevarla a cabo, bien por tener pechos pequeños o simplemente por negarse. Pero esta mujer cerca de los cuarenta se lo iba a hacer con total tranquilidad, llegando incluso a desearlo. Mientras cavilaba en esto, Amparo le quitó el pantalón y los zapatos para estar más cómodo.
—Ven, siéntate en el borde de la cama —le pidió con amabilidad.
Le hizo caso. Ella se puso de rodillas frente a él, con una almohada colocada debajo para no hacerse daño.
—Acércate más —dijo Amparo.
El chico se movió un poco, dejando medio culo fuera de la cama. Tras esto, ella cogió el endurecido pene y comenzó a mover su mano arriba y abajo, provocando mucha excitación en Reyes.
—Que dura está —comentó muy excitada mientras seguía pajeándolo.
Escupió sobre la polla y extendió toda la saliva desde el glande hasta el tronco, para dejarla bien lubricada. Acto seguido, Amparo se alzó y atrajo el pene hasta la altura de sus pechos. Una vez allí, comenzó a restregar la punta contra sus pezones. Primero contra uno y luego contra otro. El chico gimió con fuerza ante esto, cuando sentía en su glande clavándose estas puntiagudas carnosidades.
—Chico, estás como una moto —dijo con sorpresa Amparo mientras seguía restregando la polla contra sus tetas. Se dio cuenta de que iba dejando rastros de líquido pre seminal sobre su piel, quedando como brillantes estelas.
Reyes gozaba como nunca de todo aquello pero lo mejor estaba por llegar. Amparo agarró su polla y la colocó en su canalillo. Él tuvo que adelantarse un poco más para estar más cerca. Miró su miembro y luego, miró a Amparo. Ella sonrió de forma pícara y sin dudarlo, agarró sus pechos y estrujó con ellos el empalmado sexo del muchacho. Este gimió con fuerza, cerrando sus ojos en el proceso. Podía sentir su polla aplastada por esas maravillosas masas de carne. Era una experiencia increíble.
—Abre los ojos cariño.
Los abrió y ante él, tenía la imagen más erótica que jamás hubiera imaginado.
Amparo lo miraba con sus brillantes ojos verdosos. Se la veía pletórica. Más abajo, pudo ver su polla atrapada entre las dos tetas. La mujer se movía de arriba a abajo, deslizando el ardoroso pene entre estas, añadiendo más placer al que ya había. Podía ver como el líquido transparente dejaba perdido el canalillo de ella. Volvieron a mirarse al tiempo que él ya bufaba por el placer causado.
—Vamos, fóllate mis tetas —dijo suplicante Amparo.
Reyes le hizo caso sin dudar. Se incorporó un poco y agarrándola de los hombros, movió sus caderas de adelante hacia atrás, pasando su polla entre esos pechos que tanto le encantaban. Era un espectáculo grandioso, algo único.
—¿Te gusta cariño? —preguntó Amparo.
—Sí, ¡me encanta! —dijo eufórico Reyes—. ¡Esto es un sueño hecho realidad!
Cerró de nuevo sus ojos y siguió moviéndose, sintiendo el suave tacto de las tetas en su polla. No dejó de moverse, gimiendo y respirando de forma desacompasada, hasta que ya no pudo aguantarlo más. Entre fuertes estertores, se corrió, aunque no llegó a ver como su polla expulsaba chorros y chorros de semen, pues permanecía con los ojos cerrados. Tan solo sintió las fuertes y placenteras contracciones de su miembro al tiempo que sentía como le faltaba el aire y sus fuerzas parecían abandonarle. Ante esto, se vio obligado a sentarse y notó como la mano de Amparo agarraba su polla y la sacaba de entre sus tetas. Para cuando todo había concluido, Reyes estaba agotado.
Cuando por fin levantó sus parpados, el chico se halló ante la instantánea más morbosa de su vida. Amparo tenía sus tetas y su rostro llenos de semen. También tenía en el cuello y se veía como el pegajoso líquido comenzaba a gotear. Se imaginaba que los disparos de la cara y cuello fueron de las primeras corridas mientras que lo que había en sus tetas en gran abundancia eran del resto, que seguramente  se llenó ella misma al coger su pene y apuntarlo hacia esa zona.
—¿Qué tal estoy? —preguntó la mujer.
—Hermosa —fue lo que le respondió Reyes.
Acto seguido, el chico se clavó de rodillas sobre el suelo y comenzó a besarla. El salado sabor del semen inundó su boca y el tacto pegajoso del líquido, junto con su intenso olor, le envolvió por completo. Pero poco le importaba llenarse o degustar el propio sabor de su corrida. De hecho, hasta le estaba gustando. La hizo levantarse y juntos, se acostaron en la cama. Él de lado, ella bocarriba. Continuaron besándose y tocándose con lujuria. Con sus dedos, Reyes recogía un poco de su semen y se lo daba a Amparo, quien los chupaba para tragárselo.
—¿Te gusta el sabor de mi semen? —preguntaba ansioso el chico.
—Está muy rico —le respondía ella divertida—. ¿Y a ti?
—Nunca lo había probado —Reyes puso un gesto de desagrado pero enseguida se relajó— Sabe raro pero es curioso.
Siguieron besándose y Reyes continuó limpiando a Amparo de semen, lamiendo su piel y tragándose su propia corrida. Pese a su sabor extraño, no le importaba degustarla. Continuaron así, hasta que el chico llevó su mano a la entrepierna de la mujer. Una vez allí, sintió el calor emanando por debajo de las braguitas.
—Amparo, estás muy caliente.
—Ya lo creo.
Con suavidad, comenzó a masturbarla. Ella cerró los ojos cuando el chico acarició con sus dedos por encima de la tela, adivinando las formas de su vagina. Todo era al principio suave, pero enseguida, la cosa se tornó más intensa. Reyes apartó la braguita y con sus dedos, abrió los labios vaginales, para acto seguido, zambullirlos en esa calidad humedad que emanaba de su agujero. Los gritos de Amparo quedaron en un momento acallados por la boca de su amante, quien puede que fuera joven, pero demostraba destreza y empeño en lo que hacía. Mientras se besaban con fogosidad, el chico buscó el clítoris y, sin dudarlo, lo frotó entre sus dedos, logrando que el placer se multiplicase. De un momento a otro, Amparo comenzó a convulsionarse, corriéndose en un placentero orgasmo. Pero aquello no había hecho más que empezar.
Tras dejarla descansar un poco, Reyes volvió a la carga. Besaba sus pechos a la vez que reiniciaba su ataque en el coño de la mujer con sus dedos. Muy pronto, enterró dos de ellos dentro del conducto vaginal, sintiendo el calor remanente dentro. Amparo se retorcía, tanto por esos dos intrusos dentro de ella como del leve mordisco que el chico le estaba dando en uno de sus pezones. Con su lengua, humedeció sus labios resecos y abrió su boca para dejar escapar cuantos suspiros y gritos podía. Reyes describía círculos en el interior de la húmeda cueva, sintiendo las contracciones que sufría. Le gustaba. Estaba calentita y mojada. Se imaginaba su polla dentro y le volvía loco. Pero él, deseaba otra cosa de la mujer.
Siguió así hasta que Amparo tuvo otro arrollador orgasmo. Contempló el glorioso momento en que ella llegaba al éxtasis más intenso. Vio como cerraba sus ojos, como abría su boca para dejar escapar un gran y sonoro grito a la vez que arqueaba su espalda y erguía sus pechos. Toda la tensión en su cuerpo se liberó a través de una espectacular explosión de humedad que empapó la mano del chico. Pudo sentir, gracias a sus dedos, las fuertes contracciones del coño. Quedó totalmente maravillado.
Sacó sus dedos de dentro ella y los olió. La fuerte fragancia femenina le atrajo y chupó sus dedos, sintiendo el sabor amargo y fresco de los fluidos vaginales. Así sabía una mujer de verdad, una en la madurez de su vida. Miró esa entrepierna, donde se veía la braga apartada y el coño rosado y mojado expuesto. Sin dudarlo, agachó su cabeza y hundió su lengua en aquella chorreante cavidad.
Flujos procedentes de la vagina inundaron su paladar y con suma pericia, introdujo su lengua lo más que pudo. El chillido que emitió Amparo le animó a seguir atacando y, en un abrir y cerrar de ojos, le estaba comiendo el coño. Fue lento, pausado, disfrutando del placer de degustar semejante maravilla. Su lengua recorría cada pliegue, golpeteaba con su punta el abultado clítoris y se introducía cada vez más en aquel suculento manjar. La mujer no pudo resistirse por más tiempo y acabó teniendo otro tremendo orgasmo que sacudió su cuerpo entero. Reyes sintió todos los fluidos expulsados impactando en su rostro y él los bebió con ansia.
Siguió lamiendo la bendita raja de Amparo por un rato más, logrando que la mujer tuviera otro grandioso clímax. Una vez terminó, Reyes buscó la boca de la preciada dama a la que acababa de complacer y le obsequió con un gran beso. Amparo chupó la lengua del chico, lamió sus labios y literalmente todo su rostro, saboreando los fluidos con los que lo había mojado. Estuvieron así por un pequeño rato hasta que, ya más calmados, Amparo le preguntó.
—¿Vas a follarme?
—Por supuesto —le respondió el muchacho con una amplia sonrisa—. Pero no de la forma que crees.
La mujer puso una gran mueca de sorpresa al escuchar esto. No tenía ni idea de que era lo que el chico desearía, pero prefería que él se lo descubriese.
—Date la vuelta —ordenó Reyes con ansia.
Amparo le hizo caso y se puso a cuatro patas con el trasero en pompa, siguiendo sus indicaciones. Cuando la vio en esa postura, su polla y, literalmente todo su cuerpo, temblaron de emoción. No podía creer que tuviera a semejante mujer en tan excitante posición. Y lo mejor, a su merced para todo lo que quisiera. Ante estas circunstancias, llevó sus manos hasta aquellas redondas y pálidas nalgas, acariciándolas con mesura, recreándose en su suavidad.
—¿Te gusta mi culito? —preguntó la mujer con ese incitante tono de voz que tanto le ponía.
—Sí, es perfecto —contestó él mientras tragaba saliva—. Es el mejor culo que he tocado en mi vida.
Amparo se echó a reír ante esto. Reyes besó y lamió cada cachete y lo meneó con su mano, haciendo que temblase con histrionismo.
—¿Me lo quieres follar? —fue lo siguiente que ella le preguntó.
Vio que la mujer le estaba mirando con la cabeza girada de lado, observándole con detenimiento con sus verdosos ojos. Estaba preciosa, impresionante y esperando una respuesta. Él besó de nuevo su culo y le dio un par de cachetadas, haciendo que las nalguitas volviesen a temblar. Ella gimió gustosa ante esto. Le divirtió su reacción y decidió mordisquear un poco de esa tierna carne. Al hacerlo, Amparo gimió gustosa. Se notaba que le iba mucho la marcha.
—Claro que quiero follártelo —contestó al final—. De hecho, mi mayor fantasía es penetrar el ojete a una mujer y correrme dentro de este.
—Um, vaya —comentó sorprendida—. ¿Y no lo has hecho antes?
Reyes negó con la cabeza.
—Ninguna de las chicas con las que he estado me lo ha permitido —dijo el muchacho apenado—. Me encantaría que tú me lo permitieses, si quieres, claro.
Amparo sonrió de forma tierna al oír esto. Le gustaba Reyes. Era perverso y joven, pero cálido y cariñoso en el fondo. A ella le encantaban las relaciones ardientes e intensas, repletas de mucha fuerza y pasión, como a toda mujer, pero también le gustaba que estuvieran llenas de dulzura y amor. En su caso, un amor que ya no recibía.
—¡Claro que puedes, tesoro! —exclamó—. Jamás te negaría algo así. —Tras decir esto, lo miró fijamente a los ojos, haciendo que el chico temblase agitado—. Vamos, taládrame por dentro.
Emocionado al oír esto, Reyes agarró las braguitas de Amparo y las bajó. Ella puso sus piernas rectas para facilitarle el deslizamiento por estas y así, poder quitárselas. Tras esto, el muchacho llevó de nuevo sus manos a las blancas nalgas y, tras acariciarlas y besarlas un poco más, las abrió. Así, pudo ver la húmeda vagina sonrosada, conformada ahora como una raja envuelta por sus labios, de los cuales goteaban fluidos. Con dos dedos, abrió estos y pudo pasar su lengua, saboreando la intensa fragancia de mujer y haciéndola gritar a ella. Luego, miró más arriba y halló el ojete, un agujerito oscuro que le llamaba con desesperación. Sin dudarlo, hundió su lengua dentro de esta e hizo gritar aún más fuerte a Amparo
—¡Oh Carlos! —aulló enardecida—. ¡Esto es maravilloso!
Su lengua se adentró con mucha facilidad en el agujero anal de la mujer. Eso le llevó a pensar que no era la primera vez que se lo penetraban. No le molestaba, en verdad, pues así le resultaría más fácil penetrarla. Mientras su lengua seguía explorando el interior del ano y dilatándolo, Reyes comenzó a masturbar el coñito de Amparo, frotando su clítoris de forma intensa.
—¡Ah, Dios! ¡Me voy a correr!
Y no tardó en hacerlo. Mientras con su lengua sentía fuertes contracciones en el culo, sus dedos volvieron a empaparse con los flujos expulsados. Amparo gemía impasible mientras trataba de buscar algo de aire.
—Joder Carlos, me vas a matar —dijo jadeante.
—No es mi intención hacerlo —respondió él divertido.
—Ya, pero eres tan joven y lleno de energía —expresó con satisfacción la mujer—. Hacía mucho que no hallaba un amante tan increíble.
—Pues esto no ha hecho más que empezar —le anunció con malevolencia el chico.
Sin previo aviso, introdujo su dedo índice en el ano. Para su sorpresa, entró con suma facilidad.
—Amparo, sé que voy a ser demasiado indiscreto pero, debo preguntártelo. —Se notaba que Reyes estaba algo cortado ante esto pero decidió continuar—. ¿Has practicado sexo anal antes?
Ella se carcajeó un poquito ante las reticencias del muchacho por hacer la cuestión, pero no dudó en responder.
—Mi marido solía darme por detrás. De hecho, le encantaba. —Esto último lo dijo con un toque de nostalgia—. Pero, esos tiempos hace mucho que pasaron.
Percibía decepción en sus palabras y aunque por un instante, pensó en abrazarla, decidió que la llama no se apagase. Sacó su dedo, dejó caer algo de saliva sobre el ojete e introdujo dos de golpe. Amparo tembló del súbito ataque.
—Madre mía, podría meter tres o cuatro dedos y aun habría sitio para más— comentó muy excitado.
—¡Méteme mejor tu polla ya!— le incitó ella—. Necesitó esa lanza en mi trasero bien ensartada y que me destroces con ella.
Poseído por la excitación incitada por la mujer, Reyes no perdió más tiempo. Sin dudarlo, llevó su polla hasta el culo de la mujer y la introdujo dentro. Amparo tembló cuando sintió aquella dura barra de carne adentrándose por su ano. El chico pensó que la cosa se pondría difícil pero cuando vio cómo su glande se embutía en ese culito con facilidad, se dio cuenta de que no iba a ser muy duro. Fue introduciéndose cada vez más.
—Sigue cariño, sigue —le decía Amparo.
—¿Te duele? —preguntó él con algo de preocupación.
—No, no me duele —le informó ella—. Estoy más que acostumbrada a esto. ¡Y me encanta!
A él también le estaba encantando. Aunque el coño de una mujer podía ser apretado y caliente, la sensación de estar en el culo de Amparo era algo único. Era estrecho, lo cual permitía que el roce fuera mayor, causándole aún más placer.
—Vamos tesoro, comienza a darme por culo.
Aquella petición fue más que suficiente. Sin perder más tiempo, la agarró por la cintura y comenzó a moverse de atrás hacia delante, perforando con su dura polla para luego retroceder y volver a acometer con más ansiosas ganas.
—¡Así es Carlos! Sigue, no te pares —gemía Amparo mientras esa polla la sodomizaba sin piedad—. ¡Dame más, mas!
Reyes se movía con mayor intensidad al mismo tiempo que Amparo se inclinaba, hundiendo su rostro contra la almohada para ahogar los fuertes gritos que emitía. El muchacho bufaba mientras se esforzaba por darle estocadas más fuertes. Se puso en cuclillas y fue inclinándose sobre la mujer, quien no dejaba de gemir.
—Dios mío, ¡esto es maravilloso!— farfullaba ella en su intensa agonía sexual—. No pares cariño, por lo que más quieras, ¡no te detengas!
—¡Esto es la hostia!— profirió él.
Se colocó sobre su espalda y movía las caderas al tiempo que ella levantaba su trasero para facilitar el movimiento. Acoplados de ese modo, gozaban como nunca ante habían hecho.
El chico llevó sus manos hasta los pechos de la mujer y los apretó con gula. Hundió su cabeza en el largo y revuelto pelo de su amante, aspirando el embriagador aroma a mujer madura que despedía. Pellizcó sus pezones con suavidad, haciendo que se pusiesen más duros. Podía notar como rebotaban con suntuosidad en sus palmas con cada envite que daba.
Al mismo tiempo, Amparo llevó su mano hasta su húmedo coño, por donde discurría una cascada de flujos. Se comenzó a masturbar, y entre eso y esa polla embistiendo su trasero, se volvió a correr. Reyes sintió como las contracciones de la cavidad anal apretaban su polla, añadiendo más placer al ya recibido. Eso le encantó.
—Vamos cariño, córrete —le invitaba con presteza Amparo, mientras se recuperaba de su orgasmo.
—No, ¡hasta que no lo vuelvas a hacer tu!
La mujer quedó maravillada con esas palabras. Como se notaba que era un chico deseoso de complacerla en todo.
Sin dudarlo, Reyes se volvió a incorporar y la agarró con firmeza de las caderas para darle estocadas más intensas y profundas. Comenzó a sentir como poco a poco su polla se preparaba para la deliciosa venida ,pero decidió que iba a aguantar hasta que Amparo se corriese. Inclinándose un poco mientras no dejaba de empujar, el muchacho introdujo su mano derecha en la entrepierna de la mujer con intención de acariciar su sexo hasta que se corriese. Cuando Amparo sintió el tirón del brazo envolviendo su barriga y los suaves toques allí abajo, se alegró mucho. Decidió dejarse llevar.
De esa manera, follándole el culo y masturbando su vagina, la mujer comenzó a tener otro orgasmo, que invadía su cuerpo, haciendo que gozara como nunca. Reyes no se quedaba lejos y ya estaba a las puertas de su ansiosa venida. Empezó a temblar y contuvo la respiración. Quería resistir lo máximo que pudiera, aunque ese culito lo estaban acercando al final.
—Amparo, no aguanto más —advirtió fatigado.
—No te retengas, córrete. Yo lo haré contigo.
Escuchar esto, fue suficiente. Dio un último empujón, clavando su polla en lo más profundo de la mujer y comenzó a correrse. Gritó con fuerza mientras su miembro expulsaba copiosos chorros de semen que inundaban el culito de su madura amante. Amparo, al sentir ese torrente de cálido líquido dentro de ella, también se vino, empapando la mano del muchacho con más flujos templados. Los gemidos emitidos fueron poderosos y la cama, que no había dejado de traquetear desde el inicio de la actividad sexual, parecía a punto de romperse. Cuando por fin terminaron, se quedaron allí tirados, él encima de ella, sudorosos y cansados.
Recuperando la consciencia, Reyes decidió salirse del culo de Amparo. Tras sacar su pene, vio como este estaba manchado con resto de semen y luego, miró el ojete de la mujer. Se hallaba aun dilatado y de su interior caían chorretones del espeso líquido que había expulsado no hacía mucho. Satisfecho por lo ocurrido, se acostó de lado, abrazándola con fuerza y quedando a espaldas de ella. Cerró sus ojos y permaneció así, tranquilo y en paz.
No pasó mucho rato hasta que Amparo lo despertó. Confuso, Reyes vio que ahora ella estaba frente a él, observándole con sus preciosos ojos. Le acarició en el rostro y le dio un suave beso en su boca.
—¿Que, como te encuentras? —preguntó de forma cálida y encantadora.
Era maravillosa en todos los sentidos. Caliente, presta a explorar hasta donde nunca imaginaría y vibrante. Con ella había realizado sus más deseadas fantasías, cosa que con otras chicas jamás habría podido llevar a cabo. Le gustaba de verdad.
—Muy bien —respondió satisfecho.
Amparo sonrió con dulzura al escuchar esto pero muy pronto, la expresión de su cara se tornó seria. No mucho pero si lo suficiente para preocuparle.
—Perfecto, pues ya es hora de que te marches.
Lo dijo de forma tan cortante y directa que llegó incluso a dolerle. ¿Así que esto era todo tras un par de horas del sexo más increíble y magnifico que jamás habían tenido? Era hora de volver a la normalidad y hacer como si esto nunca hubiera pasado.
Vio como la mujer se levantaba y comenzaba a recoger la ropa, pasándosela para que se la pusiese. Luego, recogió su sujetador y bragas para, a continuación, salir de la habitación. Confuso por todo esto, Reyes se limitó a vestirse.
Tras esto, se dirigió al comedor y miró a todo con cierta extrañeza, pues sabía claramente que lo estaba echando. Todo volvería a la normalidad y este asunto sería olvidado. En cierta forma, no parecía nada malo. Era lo correcto, pero para él no podía ser así. Algo había dentro que le hacía desear que aquello no terminase aquí. ¿Acaso se había enamorado de Amparo? Sonaba absurdo, aunque era la primera vez que sentía algo así. Con las anteriores chicas con quienes se acostó jamás experimento nada parecido. Ahora, en cambio, con esta mujer sentía ese anhelo de no dejarla escapar. Estaba confuso y dolido a partes iguales. No comprendía como podía haber caído en esta situación.
—¿Ocurre algo?
Cuando se dio la vuelta, halló a Amparo justo en la entrada del pasillo. Ambos se quedaron mirando, sin saber que decirse. Reyes se fijó en que llevaba puesto un albornoz que cubría hasta un poco por encima de sus pies. Además, se había recogido el pelo. A pesar de como estaba, se la veía preciosa. Prosiguieron con el incómodo momento hasta que al final, fue Amparo quien decidió hablar.
—Oye, si te pasa algo, dímelo.
Deseaba decírselo pero temía que se enfadase. Era evidente que ella no quería nada serio, pues estaba casada y eso era algo que él debía haber previsto. Pero no fue así y ahora estaba pagando las consecuencias. Al no ver respuesta de su parte, Amparo se le acercó hasta colocarse justo frente a él. Ambos estaban muy cerca y podían sentir el aliento del uno en el otro.
—Venga, dime.
Ella parecía dispuesta a que le diese una respuesta. Reyes estaba algo reticente pero en el fondo, sabía que lo mejor era hablarlo.
—Amparo, he disfrutado mucho esta tarde. Me ha encantado estar contigo pero me parece que deseo que esto ocurra más veces.
Ante su confesión, Amparo quedó algo confusa.
—¿Qué insinúas?
No hacía falta que le explicase nada, pues ya lo sabía pero quería escucharlo de su boca.
—Creo…creo…. —Agachó la cabeza avergonzado pero ella le cogió del mentón para que la mirase— Creo que me he enamorado de ti.
Se sorprendió al ver que no reaccionaba de mala manera. De hecho, Amparo le sonrió de forma tierna. Incluso le dio un pequeño piquito.
—No te niego que a mí también me ha gustado mucho todo esto —dijo ella—, pero cariño, estoy casada y tengo dos hijos. No podría arriesgarme por una relación.
Sabía que así era, aunque percibía algo. Ella ocultaba mucho más de lo que le decía.
—Ya pero, ¿eres feliz con el hombre con el que te casaste?
La pregunta la pilló desprevenida y quien ahora bajó su rostro, mirando hacia otro lado, fue ella. Reyes sabía que acababa de acertar en sus presunciones.
—No me equivoco.
Cierta tensión percibió cuando aquellos ojos verdes le miraron. No supo si su comentario le había o no molestado y tenía miedo de haberla ofendido. Pero no fue así. De hecho, Amparo parecía dispuesta a querer hablar de ello.
—Mi marido ya no me desea —le confesó entristecida—. Antes, yo era su mayor objeto de deseo pero ahora, no quiere tener sexo conmigo. Me ignora por completo y sé que muchas noches que se va de juerga con los amigos, es para irse de putas.
—¿Y por qué sigues con él? —le preguntó a continuación el chico.
Ella se quedó callada por un momento y Reyes vio como una lágrima se derramaba de su ojo. Quiso secársela con un dedo, pero Amparo no se lo permitió. Le agarró la mano y ambos notaron la incomodidad.
—Sigo con él por mis hijos —le contestó al final, con la voz algo agrietada.
—Sin embargo, te liaste conmigo.
Amparo sonrió divertida ante esta frase.
—Sí, eso es verdad —reconoció la mujer—. Eres un chaval guapo y joven. Cuando te vi observándome, supe que te había llamado bastante la atención y al ver que te ofrecías para ayudarme con la compra, no pude evitar decirte que sí, que te necesitaba.
Ese “te necesitaba”, sabía perfectamente a que hacía referencia.
—No te negaré que si quise ayudarte fue con esa intención— expresó algo reticente el chico—. ¡Pero es que estás tan buena!
Los dos se echaron a reír ante esta frase. Luego, volvieron a mirarse.
—Reyes, eres muy encantador, pero esta aventura es muy arriesgada y no estoy preparada para dejar mi matrimonio. Menos, por alguien como tú.
Esas palabras le sentaron como un cubo de agua fría pero no podía negar que llevaba razón. Esta relación era imposible.
—Algún día encontraras a una chica que te hará muy feliz. Tanto en el plano sentimental como en el sexual.
Aquello le animó un poco. Puede que encontrase a otra pero mientras, ¿qué? Esa era la cuestión y no hallaba una respuesta grata. Estaba claro, que tendría que esperar.
—Vamos, no pongas esa cara desangelada —le animó ella.
—¿Por qué me iba a sentir mejor? —preguntó.
—Tengo 37 años, cariño, y mi marido me desatiende —le contó—. ¿Sabes que necesito? Una buena polla.
Reyes la miró estupefacto. No es que hiciera falta explicarse mejor pues la mujer le estaba dejando bien claro que querían seguir viéndose. Si, puede que no pudieran acabar juntos, pero eso no parecía significar que no pudieran seguir viéndose.
—¿Estás segura de que quieres seguir con esto? —preguntó algo nervioso.
Ella asintió con claridad.
—Por supuesto —dijo muy animada—. Después de lo bien que me lo has hecho pasar, quiero repetir.
Se quedó sin palabras. Ya podría habérselo dicho antes. Así se podría haber ahorrado tanto drama.
—He disfrutado mucho con este encuentro y tengo ganas de más. —Se acercó a su oreja y le susurró—. Además, no te has corrido aun en mi coñito.
Fue imaginarse eso y un leve respingo recorrió su espalda. Y notó como su polla se volvía a poner de nuevo dura.
—¿Cómo vamos a hacer para vernos? —le preguntó el chico.
—Pásame tu móvil —le sugirió Amparo—. Te pondré en mi lista de contactos bajo un nombre falso y te llamaré yo cuando vea el momento indicado, diciéndote donde quedamos y a qué hora.
—¿Cómo dónde? —preguntó Reyes confuso.
—Aquí en mi casa no podemos liarnos, sería muy arriesgado —se explicó ella—. Sabes lo chismosos que son los vecinos.
—Tiene razón.
Una vez todo estaba listo, Reyes salió. Se besó en la puerta con Amparo como pequeña despedida y se fue al ascensor.
Mientras bajaba, no dejaba de pensar en lo que le había pasado en aquel día. Se sentía muy afortunado. Había logrado por fin encontrar a la amante perfecta. Le doblaba en edad, pero aun así, era mejor que muchas de las chicas con la que había estado. De momento, seguirían manteniendo su relación de forma clandestina aunque era obvio que con el paso del tiempo, aquello se desvanecería. Pero de mientras, no dudaría en aprovechar el momento y disfrutar.
Eso sí, cuando estuviera delante del marido de Amparo más le valdría disimular. Siempre se lo encontraba en el portal cada mañana, mientras uno iba a la universidad y el otro al trabajo. Sabía que si le miraba, una inevitable sonrisa de burla se le dibujaría en el rostro, debido al hecho, de que estaba tirándose a su esposa. Una amante diferente a las habituales, pero una amante perfecta.


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