Por: No interesa quien escribe esta historia, es solamente una historia…
María José hoy ve las cosas con otra
perspectiva, aunque sea una joven de poco más de veinte, aun lleva a flor de
piel la locura, la adrenalina y la vergüenza de haber pertenecido al ‘club de
las chicas de tangas negras’.
Ella apenas tenía catorce años, llegando a
los quince, vivía en la opulencia de una clase alta, colmada de dinero,
rodeándose de chicas de su mismo nivel, era todo lo que su círculo de vida le
permitía saber. No tenía de que preocuparse, los sirvientes de la casa lo
hacían todo por ella, personas mayores que la trataban ‘como la señorita de la
casa’ y a los que no se les permitía que la tutearan, por el contrario, ella en
su malacrianza era quien solía burlarse de la humildad de las personas de su
entorno.
Y en ese entorno de vida, donde todo
sobraba, donde todo lo tenía con pedirlo, donde no sabía lo que era sufrir,
padecer, o simplemente no tener algo, su vida comenzó a ser monótona y
predecible, porque sin saberlo, por tenerlo todo, no tenía nada, su alma estaba
vacía.
Sus padres costeaban un carísimo colegio
inglés, top de top, donde convivía con niñas de su misma clase social, donde
enseñaban buenas costumbres, varios idiomas, doble turno, donde la monotonía de
sus uniformes de pollera y camisas color té con leche, con esas camperas coloradas
solo la hacía una más entre muchas, nada especial, una entre tantas.
Había un denominador común en ese colegio,
chicas, adolescentes hastiadas de la opulencia, hastiadas de ser encuadradas en
un mundo perfecto, hastiadas de ser niñas modelos, robotizadas, estructuradas.
María José sabía de la rebelión, sabía que
había chicas, compañeras que estaban en algo raro, no sabía bien de que se
trataba, solo se comentaba por lo bajo que había una especie de club secreto,
como una secta en la cual era muy difícil entrar, ser parte. Era un secreto a
voces, cosas que se decían en voz baja en los recreos, cosas de niñas que
querían cambiar su vida.
Si una virtud tenía la protagonista de esta
historia era su persistencia, su obstinación, su terquedad cuando algo se le
ponía entre ceja y ceja.
Así se movió con sigila como un experto
detective hasta que al fin logró contactarse con una de las chicas que pertenecían
a ese grupo secreto, al fin estableció una amistad que le permitió tener
certeza de ese algo desconocido para ella.
Fue entonces cuando lo escuchó por primera
vez de los labios de su nueva amiga, casi un susurro, EL CLUB DE LAS CHICAS DE
TANGAS NEGRAS
Su ingreso no fue fácil, tuvo que pasar
algunas pruebas, como ritos para ser digna de ingresar, algún aplazo en un
examen, un desplante ante un profesor, amonestaciones por rebelde, y solo
cuando fue digna, fue aceptada.
Sandra, la amiga que le daba las
instrucciones para ingresar, la llevó al baño del colegio, levantó su pollera y
le enseño la colaless negra que usaba, le dijo que debía conseguirse una
pequeña parecida, también mencionó las iniciales de su nombre, deberían estar
bordadas con hilo rosa tal cual ella la tenía, y que debería llevarla sin usar
para la noche de su ingreso, solo eso.
María José fue personalmente a algunas
casas de lencería y compró varios modelos, ella se excitó con todo eso, con esa
previa, más por la intriga, por la emoción de pertenecer que por lo que
era en sí, porque en eso momento no tenía idea de que se trataba, solo le
sonaba muy sexi, muy loco, muy transgresor. Ella misma se encargó de bordar en
el frente MJSA, María José Sánchez Avellaneda.
Cuando esa tarde se la mostró a Sandra y
esta le dijo que tendría su noche de iniciación y la interiorizó de detalles, como
el lugar, y la hora, María José no cabía en su cuerpo de la emoción que tenía.
Ese sábado por la tarde estaba llena de
dudas, de preguntas, fue caminando rapidito a la casa de Andrea, una chica de
los cursos superiores, que la veía como muy bonita, ya con un envidiable cuerpo
de mujer. Andrea la recibió, un tanto parca y fría y le dijo
Vos sos la nueva… trajiste lo que tenías
que traer?
María José asintió tímidamente con la
cabeza, entonces fueron a la planta alta, a un altillo donde se enteraría que
era el lugar de reuniones del club de las chicas de tangas negras. Ese lugar se
le haría familiar, entendería en poco tiempo que Andrea era la mente de todo,
quien lo había creado, la que daba las directivas, tenía un par de chicas que
la secundaban, pero Andrea era la dueña de un mundo de locuras.
Rebelde por naturaleza, como una yegua
indomable, lejos de la vigilia de sus padres, había tomado ese lugar de la casa
como un bunker.
La joven niña se sintió excitada y asustada
al mismo tiempo, pero hizo fuerzas, le había costado mucho ‘ser parte’ y no
renunciaría por una simple incertidumbre.
Fue Andrea quien tomó la palabra, y le dio
la bienvenida, le narró de qué se trataba el club secreto, tuvo que hacer unos
juramentos de lealtad, silencio y fidelidad, y al fin se acomodó a un costado,
a media sombra, tratando de pasar desapercibida.
Ese primer día ella solo pretendía escuchar
sin imaginar que se convertiría en centro de atención, se entregó al rito de
iniciación cuando Andrea le ordenó que se desnudara desde la cintura hacia
abajo, sintió una terrible vergüenza, ella tenía demasiados complejos con sus
piernas flacas como alambre, y más cuando la mayoría de las niñas ya empezaban
a tener cuerpecitos de mujer, ella ni pechos tenía aun. Hizo caso, la hicieron
recostar, la abrieron de piernas, sintió mucho temor, pensó que sería
penetrada, pero solamente aplicaron agua y crema sobre su sexo para depilarla
por completo. Luego le indicaron que se colocara la tanga negra con sus
iniciales, y le explicaron que era obligación de los miembros del club vivir
depiladas y usas esas tangas durante todo el día. Ella aceptó con gusto, al fin
estaba dentro…
En el siguiente mes, María José asistió a
cada reunión, siempre depilada y con su prenda íntima que la identificaba como
parte del grupo, pronto descubrió que el club de las chicas de tangas negras
era un secreto club sexual, sus compañeras debatían todo tema que estuviera
relacionado con el sexo, miraban alguna película pornográfica, otras veces
leían algún texto, o simplemente contaban anécdotas, luego se armaban debates
que se hacían interminables.
Decían prepararse para un futuro, como ser
las mejores putas con un hombre, trataban de entender que era lo que le gustaba
a un hombre, las mayores, quienes ya habían chupado alguna pija, contaban la
experiencia, María José solía quedarse son los ojos exorbitados, con la boca entreabierta
solo imaginando la situación, tratando de saborear en su mente el sabor de un
semen que desconocía.
Solían hacer juegos, las mayores enseñaban
a las menores, estuvieron los días de besos, para aprender a besar, para María
José sería la primera vez que alguien la besaría en la boca y no le molestó que
fuera otra chica, ella estaba aprendiendo e imaginaba que era un chico y eso la
excitó terriblemente, se sintió humedecerse, sintió otra lengua jugando con su
lengua, probo otros labios y otros, y otros más hasta hastiarse.
Hablaban de penes, de tamaños, de amores,
de frustraciones, de la primera vez, de menstruaciones y de hormonas.
Algunos días charlaban de cómo masturbarse,
como tocarse, porque aunque pareciera ridículo muchas no se animaban a
explorarse y María José aprendió mucho de esa situación.
Pero no todas fueron rosas en el camino de
nuestra joven amiga, ella estaba muy feliz por el solo hecho de pertenecer,
pero tomaba algunas cosas un poco a la ligera, sin darle importancia, jamás se
había vuelto a rasurar desde esa primera vez y solo usaba la colaless negra
para las reuniones, se le hacía un tanto molesta y había regresado a los
tradicionales culotes que tan bien le calzaban.
Una tarde estando en el colegio en pleno
recreo, fue al baño a orinar, cuando salió se encontró con cuatro de las chicas
del club, notó que la estaban esperando y no solo era casualidad, la tomaron
por la fuerza y en instantes levantaron su pollera para comprobar que ella no
era fiel a lo jurado.
Fue suspendida por dos meses, con la
advertencia de que ante un nuevo fallo sería expulsada del club, María José
imploró y hasta lloró pidiendo perdón, pero no tuvo suerte.
Aprendió la lección, nunca más tendría
vellos en su vagina, nunca más usaría esos culotes que tanto adoraba…
Al regresar al club, encontró cosas nuevas,
una de las chicas mayores había ido a un sex shop y había comprado unos penes
de plástico, en varias formas y varios tamaños, sin dudas era lo más cercano
que tenía a un hombre verdadero y empezaron con una nueva experiencia, aprender
a lamerlos, aprender a comerlos.
Pasados los quince, María José se excitaba
demasiado, le encantaba volar con su imaginación en locas historias platónicas,
esos penes de fantasías la calentaban como a pocas, se hizo una experta en chuparlos,
en practicar gargantas profundas e incluso fue ejemplo de sus amigas. Nunca se
animó a meterse uno en su vagina frente a las chicas del club, como otras si lo
hicieron, pero no dudó en llevarse algunos a su domicilio y para poder
disfrutarlos entre sus piernas, para lograr los orgasmos más bonitos que
pudiera imaginar.
Sin dudas el club de las chicas de las
tangas negras había cambiado su vida, vivía pendiente de esas reuniones y se
sentía cada día más confiada en sí misma, sabiendo cuan puta se estaba
volviendo, cuan adicta al sexo, solo necesitaba un chico y se angustiaba por
ello, no se sentía bonita ni mucho menos, en verdad no lo era y se resignaba a
la autosatisfacción
El club entró en crisis, Andrea había
crecido, tenía pareja, un muchacho con el que estaba noviando, de golpe todo lo
que había creado se había puesto en su contra, ahora le parecía un tonto juego
de chiquillas calientes, parecía avergonzarse de toda esa estupidez y empezaron
las discusiones con el resto de las chicas. María José estaba desanimada, no
podía entender en su loca cabecita que era lo que estaba pasando, no podía
entender como Andrea había cambiado tanto, y día a día presenciaba los
continuos enfrentamientos con Jorgelina, quien de alguna manera era la segunda al
mando.
Todo terminó de la peor manera, las dos
chicas a golpes de puños, Andrea la echó de su casa, a ella y a todas las
estúpidas pendejas que formaban ese club de mierda, según sus propias palabras.
Jorgelina se erigió como la nueva líder
natural del club, y ella tomó la posta que había dejado la fundadora, un
departamento de los tantos que disponían sus padres se transformó en el nuevo
lugar de reuniones.
Sin darse cuenta, poco a poco la heredera
del mandato le dio una nueva fisonomía al club, Jorgelina era una chica sádica,
dictatorial, que disfrutaba con el dolor y el castigo corporal, rápidamente se
hizo de un par de laderas para mantener todo sobre control, María José, empezó
a tener reales juegos lésbicos con las otras chicas, fue obligada a insertarse
objetos delante do todas, y fue castigada a nalgadas cuando se negó a
Su situación, como la de muchas chicas se
vio complicada, no podía hablar, solo debía obedecer y el terror que infundía
Jorgelina era como una sombra que la perseguía donde fuera, el club de las
chicas de las tangas negras, ese lugar al que había luchado tanto por
pertenecer, se había vuelto la peor de sus pesadillas…
Jorgelina se alimentaba de su propio
veneno, se enamoró de su poder, una chica que se asumía como lesbiana, que
preparaba a las demás para ser como ella, María José fue obligada en más de una
oportunidad a lamerle la concha, solo para darle placer, lo triste es que María
José parecía ser una de las pocas que se animaba a desafiarla y una de las que
más era castigada en consecuencia.
Jorgelina sabía que María José era
casi la única que osaba discutir sus directivas, por eso a nadie le extrañó
cuando ella la eligió conejillo de indias para su nueva locura.
En una de las reuniones ella trajo una caja
de madera, la abrió y dentro había siete consoladores ordenados de menor a
mayor, los cuales se iban engrosando hasta llegar a uno de temibles
dimensiones. Entonces se lo dio a María José, y le dijo que sería la primera
que los metería en su culo, uno por día de menor a mayor, no importaba como, no
importaba el dolor, solo debía estirar pacientemente su esfínter, día a día,
empezando por el más pequeño, en la próxima reunión, ella debería mostrar su
culo desfigurado y enseñar al resto, como una buena perra como se comía todo el
de mayor tamaño.
Sandra, aquella amiga que la hizo entrar al
club y que también parecía prisionera de la situación le sugirió que no lo
hiciera, esto iba demasiado lejos, pero María José y su terquedad no le
permitían dar el brazo a torcer y rendirse.
Esa fue la peor semana de su vida, cada día
al llegar del colegio, solo se encerraba en su cuarto, con un poco de
lubricante, sacando el primer juguete para colocárselo en su culito, al
principio fue fácil, pero con el correr de los días el trabajo pareció
complicarse.
Faustino Sánchez Avellaneda era un
prestigioso médico del pueblo, hacía tiempo que venía observando raras
conductas en su hija, estaba cambiada y para mal, siempre contrariada, siempre
de mal carácter, cada vez más encerrada en su mundo, más introvertida, incluso
notó algunas marcas de daño físico que asumió que ella misma se provocaba.
Siempre había sido una excelente alumna, pero últimamente las casas no andaban
bien, aprobaba con lo justo y había recibido quejas del colegio. Su esposa
decía que eran cosas de la edad, pero para Faustino había algo más que
berrinches de la adolescencia.
Y la última semana había sido peor que de
costumbre, pasando demasiado tiempo en su cuarto, él le daba todas las
libertades y jamás se metía en su habitación pero la historia iba demasiado
lejos.
Cuando el doctor decidido atropelló en el
cuarto de su hija jamás había imaginado encontrarse con lo que se encontró, a
su querida hija en cuclillas, mete y saca un enorme consolador de su culo,
María José estaba tan concentrada que no notó la presencia de su padre y no
supo si fueron segundos, minutos, horas, días o años que él la estuvo
observando, solo supo que un segundo era suficiente para quererse morir…
La situación se salió de control, esa casa
pareció una guerra campal y los sirvientes solo escucharon sin saber qué hacer,
María José lloró como chiquilla por la situación más vergonzante que le tocaba
atravesar…
Todo salió a la luz, no fue de
inmediato, pero el club de las chicas de las tangas negras salió de su
ostracismo, Jorgelina, Sandra, Andrea y todas las chicas fueron cayendo una a
una, el revuelo en el colegio entre padres y autoridades fue infernal,
acusaciones, responsabilidades, cada uno tratando de llevar agua para su
molino, la podredumbre de una sociedad aristocrática perfecta salió a la
superficie.
La situación tomó tal dimensión que la
prensa amarillista del lugar pronto se hizo eco de lo que ocurría y fue noticia
de primera plana, casi nadie quería dar la cara y el que hablaba era para echar
nafta al fuego.
Al poco tiempo, todo quedó en el
recuerdo, la noticia pronto fue tapada por nuevas noticias y la historia pasó a
ser una chismosa anécdota más entre tantas.
Pero para María José sería una marca de por
vida, ir del cielo al infierno, haber pertenecido a EL CLUB DE LAS CHICAS DE TANGAS
NEGRAS
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NEGRAS’ a DULCES.PLACERES@LIVE.COM
NO a la pedofilia
NO al amor filial
SOLO MAYORES DE EDAD
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