Por Sandra Rosalía
Durante toda mi vida, he sentido una gran
admiración por la enorme belleza de los caballos. Sin ser ninguna experta, me
impacta todo aquello relacionado con las cuestiones hípicas, y en particular,
lo referente a los apareamientos entre estos animales; admirando con enorme
curiosidad sexual, la pujanza del enorme pene del macho, y la gran resistencia
de la hembra para soportar los embates; y al final, observar cuando el caballo
extrae su enorme órgano sexual, chorreando una cantidad increíble de semen, fuera
de la vagina de la yegua...
“Wow...”
No obstante, tal espectáculo, solo lo
había observado en filmes de documentales ecuestres; hasta que cierta vez, tuve
el impulso de buscar verlos tener sexo en vivo, presentándose la oportunidad
circunstancialmente.
Esto ocurrió así: Cierta tarde de verano,
mi esposo y yo, asistimos a un rancho a la celebración de una gran boda. Una
vez en la reunión, que se llevaba a cabo en la hermosa residencia, tuve el
impulso de salir a tomar un poco de aire, e invité a mi esposo; y sin pensarlo
mucho, dirigimos nuestros pasos hacia las caballerizas, introduciéndonos dentro
de ellas; y una vez ahí, observé a los preciosos ejemplares encerrados,
tocándolos cariñosamente, a la vez que le decía a mi esposo:
- Nunca he visto a estos animalitos tener
sexo en vivo...
Lo expresé lo suficientemente alto, con la
intención de ser escuchada por el encargado; quien amablemente, nos había
permitido la entrada, sabedor de que éramos unas personas tenidas en alta
estima por el dueño del rancho y de los caballos. Este hombre, el caballerango,
se encontraba alrededor de los 35 años, y casualmente, esa tarde-noche, se
encontraba trabajando dentro de las caballerizas.
Mi esposo, se encontraba al tanto de
cierta fantasía sexual secreta, que yo evocaba de manera frecuente; en donde
imaginaba, ver coger a estos animalitos, para luego ser tomada por un
imaginario trabajador, el cual tremendamente caliente por el espectáculo de los
animalitos, y por mi presencia como observadora, me propinaba fuerte cogida
similar a la que el caballo le pegaba a la yegua, todo en mi fantasía; siendo
yo, luego penetrada por otros 3 o 4 empleados del imaginario lugar, los cuales,
se aproximaban cerca, a presenciar la soberana cogida, atizada por el capataz,
montado como una bestia sobre su hembra (yo), al igual que el caballo;
solicitando ellos, el permiso
pertinente para darme también, y
concediéndoles yo tal favor, todo dentro de mi febril imaginación.
Cuando algunas noches, yo era poseída por
mi esposo, procedía a imaginarme de nuevo todo aquello, explotando a gritos de
los fuertes orgasmos; a la vez que le contaba todo a mi marido; quien
disfrutaba intensamente ante lo ardiente de mi fantasía erótica.
No obstante, aquella noche en el rancho de
la boda, mi esposo, a pesar de ser una persona liberal, se sintió un tanto
preocupado por mi osadía, y quedamente dijo:
-Ya vámonos de regreso Sandra, de seguro
nos están buscando.
Sin embargo, yo ya había llegado hasta
ahí, y no pensaba regresarme tan rápido; aunque debo decirlo, que tampoco iba
con la idea, en ese momento, de hacer nada sexual, y mucho menos nada con los
animales; pero de alguna manera, me estaba gustando el emocionante juego, de
ver la disimulada excitación nerviosa del caballerango, debido a mi deseo expresado
en voz elevada, de observar a los caballos teniendo sexo. Mi atractiva y
elegante vestimenta, ejercía un magnetismo sobre el hombre.
Después de deambular un rato entre las
caballerizas, viendo y tocando a los caballos, mi esposo animado por mi fantasía,
y ante la posibilidad de poderla llevar a cabo, discretamente le pregunto al
caballerango, si acaso no estaban por aparear y preñar a alguna yegua;
informándonos el trabajador, que cierto día lo iban a realizar, invitándonos
tímidamente este hombre, a observar -si así lo deseábamos- dicho proceso. Me
había dado cuenta, como el hombre, evitaba verme a los ojos; a pesar de que yo
sabía perfectamente bien, que había escuchado toda la charla sostenida por
nosotros acerca de ello.
La cita quedo concertada. Con solo pensar
en la próxima visita al rancho, con el fin de ver a los caballos y ante la
posibilidad de ser cogida por el caballerango (y quizá otros hombres también);
constantemente, durante los días previos, mis bragas sufrían las acometidas de los
fluidos vaginales empapándolas. El hombre aquel, el caballerango, había sido
suficientemente de mi agrado físico, y durante las noches, imaginaba la posible
escena a tener lugar, humedeciéndome de sudor; mientras era acometida por
varios orgasmos. Yo comprendía, que para que tal fantasía pudiese convertirse
en algo real, yo debería ser la que encendiera el cerillo, para iniciar los
fuegos pirotécnicos sexuales.
El ansiado día por fin llego...y como
pretendíamos asistir a una fiesta cercana al rancho después del espectáculo
previsto con los caballos, fui atractivamente vestida con una falda de fina
tela, ampona y cortita, con crinolinas debajo, la cual se elevaba fácil, con la
tenue brisa; dejando ver mis medias y liguero, cubriendo mis bellas piernas,
así como unas incitantes bragas azul claro, muy trasparentes, que permitían la
vista de mi depilado monte de venus por enfrente, y la partidura de mis nalgas
por detrás; mientras yo, un tanto mortificada debido a ello, aplacaba el vuelo
impetuoso de la falda, con mis manos; ora por enfrente, ora por la retaguardia,
lográndolo parcialmente, ante el solaz de todos los ahí presentes, disfrutando
de lo que el viento, generosamente les obsequiaba.
El caballerango, y otros tres empleados,
se encontraban lívidos al ver la escena; pero no dijeron nada, y desviaban
nerviosos su mirada, de mi persona, mientras mis fuertes muslos, como de yegua
fina, eran expuestos por el vientecillo travieso. Los trabajadores sacaron a
los caballos, y yo fingí con un tono de bendita inocencia, diciendo a mi marido
en voz alta, jamás haber visto aquello a punto de ocurrir (y era cierto). Todos
los empleados se comportaban muy corteses, advirtiéndome acerca de la
posibilidad de disgustarme lo que me encontraba a minutos de atestiguar;
mientras yo, sonriendo angelicalmente, me sujetaba del brazo de mi esposo,
recargándome sobre su hombro, cual niña apenada quien busca protección,
mientras agradecía sus atenciones.
La hermosa yegua, la cual se agitaba muy
nerviosa, fue sujeta dentro del corral, a escasos dos metros de nosotros, que
nos encontrábamos de pie, y por fuera; mediante una cuerda a ambos cuartos
traseros (para evitar que pudiese patear al macho, y ocasionarle la muerte,
según me explicaron); esta información que yo desconocía, me ocasiono cierta
ansiedad y nerviosismo; además de que otro empleado, a su vez sujetaba a la
hermosa hembra, con otra cuerda por su cuello, mientras que esta, se agitaba
bufando, y expresando su molestia en contra de ello; tanta precaución, era con
el fin de que la montara fácilmente el macho y pudiera resultar preñada. El
brioso corcel, resulto ser un negro zaino, dotado de gran hermosura; fuerte y
poderoso, conducido mediante altivo caminar, por medio del caballerango.
El macho, ante la vista de la hembra,
inició a relinchar; elevando su cabeza, y mostrando sus dientes frontales, en
una especie de bizarra sonrisa, como adivinando lo que estaba servido para su
disfrute sexual. En ese instante, observé, a corta distancia, y tragando
saliva, la manera como le crecía la enorme verga, ante la vista y el olfato que
despedía le hembra por su vagina; aquel miembro, era largo e impresionantemente
grueso, y jugoso, destilando gotas de un líquido viscoso por su uretra. La
cabeza del enorme pene, era algo similar a una trompa de elefante, y entonces,
involuntariamente,
deje escapar un leve gritito de la
sorpresa y pena ante lo visto; pero lubricándose mi vagina por la imagen de poderosísima
erección.
Esta verga vigorosa, se movía como si
acaso tuviera vida propia, buscando como una boa hambrienta y ciega, el agujero
vaginal de la yegua; la cual, segundos antes, había desperdigado su fuerte
aroma femenino, mediante una abundante orinada sobre el suelo, mientras otro
trabajador, le sujetaba la cola hacia un lado; montándose el poderoso corcel
negro, encima de ella; y en eso ocurrió, que durante la fuerte y profundísima
penetración, se dejara escuchar un enorme gas saliendo del ano de la yegua,
como producto de la presión sobre el intestino a través de la vagina, del
enorme falo; al sepultarse en las suaves carnes femeninas, de golpe y porrazo;
retumbando el gas, cual bella e incitante tuba sexual, tal y como me había
ocurrido a mí, en incontables y vergonzosas ocasiones.
Los hombres evitaron hacer comentario
alguno, aunque los observé sonreír discretamente, y yo me enrojecí
verdaderamente de la pena; mientras excitada veía, la descomunal “bombiza”
propinada por el vigoroso macho a la hembra, a la vez que esta, producía una
especie de quejidos, pensando yo, si acaso le dolería (o quizá lo disfrutara).
Los chasquidos, producidos por los fluidos de ambos animales, extraídos de la
vagina, a través de la intensa metedera y sacadera del monstruoso pito del
caballo, representaban música sexual a mis oídos; y mi propio escurrimiento, ya
había empapado mis pantaletas, amenazando con filtrarse corriendo entre mis
muslos.
En escasos minutos, el macho dejo de
moverse; deslizándose la gigantesca macana de carne de lo profundo de las
entrañas de la fina yegua, y una tremenda cantidad de semen chorreó fuera de la
vagina. Yo, para ese entonces, ya no cabía de excitación; y tomada de los
maderos de la cerca, apretaba mis rodillas para estimular mi clítoris,
masturbándome, y quejándome de manera leve, al igual que lo había hecho la
hermosa yegua.
Para entonces, mi rostro centelleando
finos alfileres de sudor sobre la superficie, al igual que por mis depiladas
axilas, ya eran evidentes; y los hombres del rancho, me observaban preocupados,
suponiendo que algo me estaba afectando, menos mi marido, quien ya sabía lo que
me estaba ocurriendo: La presencia de múltiples orgasmos, sin ser tocada por
nada ni nadie; proeza que yo dominaba desde hacía algunos años. Mediante esta
habilidad, en ocasiones me masturbaba en lugares inusitados, como son mercados,
reuniones enfadosas, viajes en avión, salones de clase, y definitivamente:
conduciendo un auto, sin que nadie se percatara de ello.
El amable caballerango, se acercó conmigo,
agachándose, debido a que yo, por la intensidad de la descarga orgásmica, me
encontraba doblada un poco sobre mi abdomen, preguntando apurado si me
encontraba bien; mientras yo movía la cabeza afirmativamente, a la vez que le
respondía jadeante, y sin esperar más tiempo, girando mi mirada agónica hacia
el hombre:
- “Si...pero cójame usted por favor...se
lo suplico”.
El hombre pegó un reparo hacia atrás
sorprendido, quedando petrificado por lo que dije, sin saber que hacer o decir,
al instante en que yo me flexionaba tocando el ultimo madero atravesado de la
cerca, resguardando a los caballos, pronunciando con esta posición mi atractivo
trasero hacia él; permitiendo aflorar la parte de mis muslos descubiertas,
entre la suave tela de las medias, y de las finísimas bragas, mostrando las
tersas nalgas a través de la trasparencia de las pantaletas. Mi esposo, y los
otros tres hombres empleados del rancho, observaban aquello; mientras la
excitación iba “in crescendo” en todos ellos.
El caballerango, se prendió de mis labios,
mediante un ansioso beso, que casi me los revienta; introduciendo su lengua de
reptil, dentro de mi boca, hasta casi llegarme a la campanilla, ocasionándome
un poco de reflejo nauseoso; para luego, de nuevo girarme de nalgas hacia su
persona, dándome picones con su gran erección, sobre mis calzones con la
faldita levantada.
Rápido me bajó las pantaletas, mientras
mis enormes suspiros eróticos, invadían el ambiente; y me la introdujo tan
fuerte, como el hermoso caballo a la yegua, estando yo colocada, con las nalgas
para arriba. Debido a la pujanza de los embates del caballerango, mi cuerpo
casi se estrellaba contra la cerca, teniendo que sujetarme fuertemente a dos
manos para evitarlo; provocándome intensos orgasmos en dos ocasiones seguidas,
explotando el individuo, en un mar de leche tibia dentro de mi vagina; a la vez
que, para entonces, mis tremendos gritos de excitación, cubrían la quietud de
la tarde, llegando quizá muy lejos. Todo mi ser erótico, clamaba por
más...
Todos estaban transformados en unos
energúmenos sexuales, con sus monumentales penes segregando moco uretral en
cantidades considerables, mientras el hombre continuaba cogiéndome, a la vez
que me besaba desesperado por donde era capaz, y de pronto sentí las manos de
otro sobre mis dulces y grandes tetas, retirándome la blusa y mi fino brassier.
Como pudo, este hombre, se dio a la tarea de mamar mis erectos pezones a punto
de reventar de la excitación; era cual hermoso cachorrillo, chupando las
tetas.
Mientras tanto, otro de ellos, manoseaba
ansioso mis paradas nalgas, y un tercero succionaba ávidamente mi clítoris
hincado sobre el pasto, y yo sostenida con mis manos temblorosas, a la cerca;
mientras que yo, no atinaba de qué manera responder de tan rápido y rabioso
encuentro, con varios machos vigorosamente calientes; penetrándome uno y otro
con cierta violencia, tirando ellos de mi cabello al igual que hicieran en su
momento, con la cola de la yegua; besándome a diestra y siniestra,
embadurnándome toda. Miles de besos vestían para entonces mi cuerpo desnudo,
por todos los flancos. Mi cuerpo, destilaba baba humana, desde los cabellos,
hasta las rodillas, despegándose un hilillo, hasta casi llegar a mis botitas de
color rosa.
Finalmente, permanecí descobijada, ya que
alguno de aquellos excitados hombres, me retiro las medias, botándolas a las
manos de mi esposo, y solo quedo el liguero fijo; volando los elásticos negros
al lado de mis muslos y nalgas durante las violentas metidas. Mi ropa estaba
desperdigada sobre el verde pasto cercano, y uno de los hombres me ensartó
enloquecido por mi vagina, recostados ambos sobre la yerba, mientras este mismo,
separaba mis nalgas con violencia, y yo era atravesada simultáneamente por la
verga de otro por el agujero trasero. Ambos actuaban como pistones de un motor
de auto: Mientras un pene retrocedía, otro se introducía a una velocidad
increíble y frenética; llevándome a un estado de orgasmos permanentes. El de
atrás en mi cola, ufanándose del grosor de su pito, lo extraía de vez en
cuando, observando orgulloso, como mantenía mi hermoso culo abierto cual jarro
atolero. Este jadeando decía:
- Ay amorcito...que culito tan hermoso
tienes...
Y así mero fue como me dejó el ano:
Escurriendo atole abundante y calientito; después de convulsionar, terminando
intensamente, sobre de mi espalda; con lo cual, aplastó levemente al hombre de
abajo, quien: a pesar de sostener el peso de ambos, tampoco cejó en su tarea de
darme por mi aporreada vagina.
Otro de ellos, había introducido su parada
longaniza dentro de mi boca, y en el proceso casi me asfixia, pero encontré la
forma de seguirlo mamando, sin que me llegara tan profundo; mientras que mi
primer cogedor, el caballerango y patrón de estos enardecidos caballos humanos,
observaba la escena; apreciando yo, de soslayo, y llena de placer, como su gran
verga se iba parando de nuevo, seguramente preparándose para atizarme un
segundo palo. A él, era a quien yo deseaba más que a ninguno.
Así fue, cuando aquel individuo que me
estaba dando por el culo se vino dentro de mis tripitas fuertemente castigadas,
el caballerango inmediatamente metió de nuevo su
gran palo, al instante cuando el anterior,
se retirara, brotando un gran remante de leche espumosa fuera del trasero. El
caballerango, provoco que yo gritara como una desequilibrada, mientras que su
enormidad se deslizaba suavemente hasta topar sus ingurgitados huevos, debido a
toda la leche que el otro había aventado dentro. Suavemente tiraba de mi
cabello hacia atrás, a la vez que gritaba:
- Ándele yegua...buscaba verga
¿verdad?
Mientras que yo, sin ser capaz de
contenerme, jadeando, gritaba enviándole besos al caballerango detrás de
mí:
- ¡Si mi macho cabrón...dame
más...reviéntame el culo...!
Esa noche, su hombría toco rincones como
nadie, todas las fibras de mi ser, se sacudían mientras que su hirviente leche
empapaba cada célula vaginal y rectal. Locamente, ambos girábamos abrazados
rodando sobre la yerba: unas veces yo encima, y otras el, atizándome duro,
trenzados como dos hormigas luchando ferozmente; en uno de sus arranques, me
sentó sobre unas pacas de heno, cuidando mediante una manta debajo de mis
nalgas, que esta no me fuera a molestar, mientras sostenía mis hermosos muslos
sobre sus hombros, acometiéndome en forma brutal, rebotando sus huevos en mi
sartén; combinando su salvajismo con besos y arrumacos, diciendo palabras de
amor hacia mi persona.
Minutos antes, del segundo ataque de mi
amado caballerango, el hombre que antes se posesionara de mi vagina, también
reventó en abundante leche dentro, y el que estaba en mi boca, tomo su lugar,
metiendo y sacando su palo, provocando que yo me revolcara loca de placer,
gritando enloquecedoramente.
Al ocaso del sol, durante esa tarde
candente de verano, incrementado por el intenso calor de nuestros cuerpos,
quede tirada sobre el pasto, con una enorme cantidad de semen brotando tanto de
mi vagina como de mi floreado trasero. Lentamente me fui colocando de pie,
totalmente desgreñada y cubierta de saliva y semen por doquier, limpiándome
algunos vestigios de tierra, desparramados por todo el cuerpo y pelo; y sin
importarme nada, me bañé con agua fría mediante una manguera, cerca del corral,
en donde minutos antes, observara a los caballos coger, y luego de también
hacerlo yo; junto con todos estos animales salvajes. Antes de vestirme, y de
arreglar mi cabello, llegaron de nuevo los cuatro hombres, y sin mediar
solicitud alguna, dio inicio una nueva rebatinga sexual; terminando todos
arrojándome la leche al unísono sobre mi rostro angelical, cubriendo también
parte del cabello alborotado.
Mi esposo y yo, cogimos como desquiciados
en casa, una vez que llegamos de la fiesta a la que fuimos después de la
aventura en el rancho, recordando cada detalle de tanta verga recibida, primero
por mi amiga la yegua, y luego yo. Esa noche, y una vez perfectamente arreglada
de nuevo, todavía tuve la fortaleza de bailar y bailar hasta la madrugada. Solo
falto que yo saliera preñada también, de alguno de todos los machos aquellos,
al igual que la fina y bella hembra. FIN.
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