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Sergio
se detuvo al llegar a la esquina de la calle. Desde allí podía ver el portal
del edificio y las ventanas del piso tercero, donde sus padres vivían casi que
desde que se casaron, la casa que abandonara once años atrás… Tras “lo” de
aquella noche....
Los
recuerdos se agolparon, todos juntos, en su mente. Su padre, su madre. Y
Claudia, su hermana… ¿Se casaría por fin con aquél gilipollas de novio que
tenía? Sí; seguro que sí…
Sintió
nostalgia de aquellos años, cuando vivía con sus padres y hermana. Las
casualidades de la vida le habían devuelto al terruño; a aquella pequeña a la
par que tranquila capital provinciana. Sí, las casualidades de la vida
quisieron que la financiera abriera sucursal allí y que le enviaran a él a
montar los sistemas informáticos.
Quería
subir, volver a ver a sus padres; a saber
de su hermana, pues daba por sentado que ella allí ya no viviría, sino
con su marido, el gilipuertas, y Dios sabría dónde. Pero al propio tiempo le
daba miedo, vergüenza, más bien, aparecer tras todos esos años sin decir ni
palabra Por fin decidió ir al bar que tenía frente a él, al otro lado de la
calle, en la esquina de enfrente. Entró en el bar, pidió una cerveza en el
mostrador y fue al teléfono. Marcó el antiguo número de sus padres y, casi al
momento, respondió al otro lado una voz de mujer en la que al instante
reconoció la de Claudia, su hermana.
¿Dígame?...
¿Dígame?
¿Cla?...
¿Claudia?
Sí.
¿Quien llama, por favor?
So…
Soy… Soy… Yo… Sergio…
Al
momento el silencio en tanto que por el auricular se escuchaba la respiración
agitada de la mujer. ¡Maldita suerte la suya!... Precisamente entonces, ella,
Claudia, tenía que estar allí, en casa de sus padres
¿Dónde
estás?... ¿Desde dónde llamas?
Aquí;
aquí mismo; en el bar de la esquina…
Espérame
allí un momento, enseguida bajo…
Claudia
había colgado y Sergio también colgó. Tomó la cerveza y fue a sentarse a una
mesa, tras pedir que se la cobraran allí. Pasaron varios minutos, doce, quince,
tal vez más, cuando la vio en la puerta del local. Como en Claudia era
habitual, su vestimenta “casual”, como ahora se dice, que corresponde a lo que
antes decíamos de “sport”: Pantalón Jean con cazadora a juego que, abierta, dejaba ver una fina blusa de color rojo y
escote generoso. Completaban el atuendo unos zapatos bajos, de estilo mocasín.
Sergio
encontró a su hermana cambiada. Cambiada porque los pasados once años la habían
tratado mejor que bien, madurando, afirmando sus rotundas formas de mujer. Así,
en Claudia vio a una mujer de cautivadora belleza y cuerpo majestuoso… Alta,
casi tanto como él mismo con su algo más de 1,70 de femenina estatura. Caderas
anchas y senos pronunciados, más cercanos a grandes que a medianos. Cintura más
bien estrecha y vientre plano, aunque sin “pasarse” pues ella era mujer con
“materia donde agarrarse”, lo que tampoco significaba que en ese cuerpo sobrara
ni un sólo gramo. En fin, que a sus, más o menos, treintaicuatro “tacos”,
Claudia resultaba una mujer espléndida, casi “de bandera”, bien podría decirse…
Cuando
su hermana llegó junto a él, despreció la silla que Sergio puesto en pie le
ofrecía, para sentarse en la que había al lado.
¿Qué
tomas?
No,
nada gracias. ¿Por qué has vuelto Sergio?
Os
echaba de menos Echaba de menos a papá, a mamá. Te echaba de menos a ti…
¡A
mí!... Tiene gracia… ¿Te acuerdas de lo que me hiciste aquella noche?... Me
violaste Sergio, me violaste… En toda la línea, a conciencia…
Estaba
borracho Claudia… Lo siento… De verdad que lo siento… Y me arrepiento de ello…
Sí…
Te arrepientes… Ahora, ahora te arrepientes; entonces no.
No
Claudia; no fue así. Me arrepentí tan pronto desperté por la mañana… Me sentí
un monstruo… Un degenerado… Por eso me fui, por eso me fugué… No me sentía
capaz de mirarte a la cara… Y aún hoy apenas si me atrevo…
Te
suplicaba que me dejaras, que pararas,
pero tú seguías, y seguías… Cada vez más fuerte, más inmisericorde… Me llamaste
puta una y otra vez… ¡Puta!... ¡Puta!... ¡Puta! Al final te viniste dentro de
mí, aunque yo te decía que no, que acabaras fuera… ¿Sabes? Entonces te odié… Y
te sigo odiando…
Esto
ha sido un error. No debí volver… Perdona…Me marcharé…
Sergio
se levantó para irse, pero Claudia le detuvo
Espera,
que aún no he terminado… Creo que, después de todo, por lo menos me debes algo
de tu tiempo…
Sergio
volvió a sentarse y Claudia siguió hablando
Me
hiciste mucho daño Sergio… Mucho, mucho… Y, ¿sabes? No tanto por el hecho en sí
de la violación como por lo que vi en tus ojos desde el principio y hasta el
final. Odio Sergio, odio hacia mí… Un odio bestial… Querías hacerme daño,
golpearme allá donde más pudiera dolerme; tratándome además de puta. A la
afrenta unías la vejación. Estaba claro que te vengabas de mí, y no sabía,
todavía no sé por qué… ¿Qué te había hecho?... ¿Por qué ese odio?...
Perdona
Claudia. Por favor, perdóname… No sé qué me pasó… De repente, debí volverme
loco… No lo sé, Claudia, no lo sé… Apenas recuerdo nada de aquella noche
Claudia
pareció no oírle, ensimismada en sus propios pensamientos; sus propios
recuerdos. Sacó un cigarrillo del bolsillo del pantalón; lo encendió, aspiró y
lanzó al aire el humo en pequeñas nubecillas circulares
Te
quería muchísimo Sergio; tú lo sabes Desde muy crío eras mi “ojito derecho”.
Siempre salía en tu defensa ante papá y mamá Te mimaba Casi fui una segunda
madre para ti Pero tú me devolviste mal por bien; tu odio a cambio de mi
cariño… Dices que estabas borracho; que te volverías loco, que no te acuerdas
de nada… Es mentira Sergio, tus excusas no son sino mentiras. Sí; algo bebido
sí que estabas aquella noche Te habías puesto “morado” de alcohol antes, en la
“disco”, bebiste como nunca te vi beber Pero de borracho perdido, nada de nada…“cariño”;
estabas lo suficientemente lúcido como para saber lo que hacías. Y hacías lo
que, conscientemente, querías hacer…
De
nuevo Claudia calló para aspirar otra calada del cigarrillo. También Sergio
guardó silencio, pues para qué hablar. Lo que Claudia le decía; de lo que le
acusaba era cierto, absolutamente cierto. Sí, aquella noche sabía lo que hacía
e hizo cuanto hizo porque así lo deseaba. Sí, entonces la odiaba; y quería
castigarla, vengarse de todo cuanto antes le hiciera pasar ella, allá en la
disco donde fueran a bailar los tres, Claudia, su novio el Fabián y él mismo.
Porque allí ella se había pegado la gran “paliza” con el Fabián. Vamos, que ni
en las películas porno, pues sólo les faltó “hacérselo” allí mismo…
Pero,
¿cómo decirle a ella que le había vuelto loco de celos? ¿Cómo decirle que la
amaba desesperadamente? ¿Cómo decirle que ya en su más tierna pubertad, cuando
él contaba sus cortos doce, trece años y ella dieciséis, diecisiete, se le
había enamorado hasta las cachas? Sí, perdidamente enamorado de ella, pero a la
vez de la manera más limpia, más cándida e inocente que pueda darse, pues a lo
primero ni tan siquiera conocía el deseo sexual, porque todavía no se le había
despertado la libido de macho. Así que se enamoró de ella de modo románticamente
platónico, sin mezcla de deseo sexual alguno. Claro que aquello no duró mucho,
pues allá por sus catorce-quince años sí que notó los primeros “picores de
entrepierna” y desde entonces la forma con que miraba a su hermana fue variando
progresivamente hasta encenderle con no poca frecuencia en candente y sexual
efervescencia.
En
fin Sergio, que para qué vamos a dar más vueltas a lo que no tiene vuelta de
hoja. Tú sigues siendo la asquerosa sabandija que eras hace once años, sólo que
ahora hasta intentas mentirme y yo te sigo odiando y despreciando como aquella
noche empezara a hacerlo, eso está claro como el agua. Pero papá y mamá te
necesitan; yo ya no puedo hacer nada más por ellos, pero quizás tú sí puedas.
Papá es un pobre hombre que vive aislado de mí y de mamá. Desde que te fuiste
se encerró en sí mismo y no nos permite acceder a él. Cada mañana va a trabajar
pero ya no regresa hasta casi de noche. Y cuando vuelve es para recluirse en la
habitación que antes era tuya y que él ocupó a los pocos meses de desaparecer
tú. Desde entonces no hace vida marital con mamá. Vamos, que tú nos abandonaste
físicamente pero él también se marchó en su espíritu. Y mamá, pues se esfuerza
en hacer ver que vive con normalidad cuando más bien ni siquiera vive. Luego no
te pido, sino que te exijo, subas a casa conmigo. Si con tu presencia, con tu
regreso, aunque sólo sea durante unos días, no reaccionan, papá sobre todo, no
reaccionarán ya nunca. Y, ten en cuenta que, como papá siga así algún año más,
sin duda acaba en un siquiátrico.
Claudia
se puso en pie y al momento Sergio la siguió. Pagó la cerveza que había tomado
y los dos salieron por la puerta a la calle para, minutos después, subir juntos
en el ascensor hasta el tercer piso del edificio. Una vez allí, y cuando
salieron del ascensor, todavía Claudia dijo a su hermano que esperara en el rellano
de la entrada, pues quería entrar en casa ella sola, de momento, para ver cómo
reaccionaría su madre ante la proximidad del hijo.
Claudia
entró en casa, con la mayor naturalidad. En la cocina, como esperaba, encontró
a su madre. Se le acercó, hizo como si trajinara por aquí y por allá mientras
le hablaba de fruslerías hasta que entró en harina diciendo
Una
cosa mamá. Sergio…
No
pudo seguir, pues su madre se puso pálida al tiempo que inquiría
¿Sabes
algo de él? ¿Qué pasa con Sergio, qué ocurre con mi hijo?
Nada
mamá, no te asustes. El está bien… Está aquí…
¿Dónde
es aquí? ¿Dónde está tu hermano?
A
Claudia ya no le cupo duda de que su madre ansiaba verle; sí, su idea había
sido buena
Aquí
mamá; en la puerta… ¡Sergio, pasa hermano!
Al
momento Sergio apareció ante su madre, en el salón, hasta donde ella había
salido a buscarle, con Claudia detrás de ella. No hubo palabras entre madre e
hijo, tampoco fueron necesarias pues los abrazos, los besos y las lágrimas de
ambos, madre e hijo abrazados, dijeron mucho más que el más largo de los
discursos.
¡Hijo,
hijo querido! ¿De verdad estás bien? ¿Vienes para quedarte?
Por
partes mamá. Sí, estoy bien, muy bien. Y no, no vengo para quedarme. No puedo
quedarme mamá; de verdad que no puedo quedarme con vosotros, pero nunca más
estaréis sin noticias mías. Desde hoy nos mantendremos siempre en contacto y
casi a diario sabréis de mí.
La
madre, ávida de saber de su hijo, le hizo mil y una preguntas, con lo que supo
que él vivía en Madrid y tenía un buen puesto de trabajo que le daba para vivir
con más que decoro; casi con lujos, aunque eso sí, pocos y no suntuosos
precisamente, pero que obtenía lo suficiente para vivir bastante bien.
La
madre, al instante, se emperejiló en llamar a su marido para darle la feliz
noticia de que, al fin, su hijo Sergio estaba en casa, por unos días sólo, pero
por esos más o menos días estaría con ellos.
Porque
lo que también quedó la mar de claro para Sergio es que la reserva de hotel que
la empresa le procurara quedaría sin efecto, ya que él no tendría forma de
zafarse de vivir en casa de sus padres mientras parara en la ciudad.
A
todo eso, el medio día se había echado encima ya, de modo que no llevaría
Sergio ni media hora en casa cuando el timbre de la puerta empezó a sonar con
franca insistencia, haciendo exclamar a Dª. Claudia, que así se llamaba la
madre, al tiempo que corría a la puerta para abrirla
Ya
está aquí el niño de tu hermana. Ya verás que guapote que es tu sobrino Sergio…
Además es clavadito a ti… Y se llama como tú, Sergio. Así lo quiso tu hermana,
que llevara tu mismo nombre
Y
sí, al momento Sergio se encontró ante una especie de fotocopia de sí mismo
cuando tenía diez u once años… Lo que son las cosas de la genética, pensó, pues
el hijo de su hermana se parecía más a él mismo que a su madre. Claro, el niño
era eso, niño, varón como él, el tío del muchacho; seguro que de haber sido niña
se habría parecido más a la madre que al tío.
Además
el crío resultó ser simpatiquísimo. Tanto que enseguida se encariñó con el tío,
hasta el punto que a los pocos minutos parecía que el niño conociera a su tío
de toda la vida, andando tras de él a todas horas, hasta parecer que no sabía
el crío si lo del tío era cierto o a lo mejor lo estaba soñando.
Poco
después de que llegara a casa el crío, también llegó el padre de Sergio y
abuelo del niño, D. Sergio padre. La escena que siguió fue idéntica a lo que
pasó antes, cuando madre e hijo se encontraran tras esos once años de ausencia
de Sergio, pues también padre e hijo se precipitaron uno hacia otro acabando en
un íntimo abrazo al que tampoco los lloros a moco tendido fueron ajenos. En
fin, que por fin la ilusión, la alegría, parecían haber regresado a aquél
hogar, a aquella familia que de nuevo estaba unida. Incluso Claudia aparecía
radiante, no claro por tener a su hermano en casa, que cual si fueran bilis se
lo había tragado, sino por ver otra vez felices y alegres a su padre y a su
madre. Y eso, para ella, bien valían todas las bilis del mundo.
La
tarde así iba transcurriendo en un ambiente que mejor ya no podía ser. Una
pregunta llevaba Sergio en la punta de la lengua desde que conoció al pequeño
Sergio: Dónde estaba su padre, el aborrecido Fabián, indudable marido de su
hermana para el hermano. Pero, sin saber por qué, hasta que en un momento dado
pudo encontrar a Claudia a solas, no dijo ni preguntó nada. A ella sí se lo
planteó
¿Y
Fabián, tu marido?
Por
fin no nos casamos. Rompimos. Al mes y pico de irte tú. Le fui franca; sin
ambages le dije que estaba embarazada de otro hombre. No me dijo nada; sólo
hizo que darme un bofetón, volverme la espalda y marcharse. No he vuelto a
verle nunca más.
Sergio
se quedó de piedra, sin poder reaccionar durante al menos un minuto. Luego se
volvió hacia el pequeño mientras decía
Entonces…
Entonces… El niño es…
No
pudo seguir hablando pues Claudia le tomó de un brazo y, tirando de él con
energía, le obligó a dejar de mirar al niño para darle a ella la cara. Entonces
dijo.
El
niño es mío. Es mi hijo. Mío y de nadie más. No tiene padre y nunca lo tendrá.
Así lo dice su certificado de nacimiento: “Hijo de padre desconocido”. De un
padre que no existe.
Pero…
Pero yo… Pero él es mi…
No
hay “peros” que valgan. Es mi hijo y nada más… ¿Entendido? Tú sólo eres su tío…
Y porque eso no lo puedo evitar. Porque, vamos a ver. ¿Dónde estabas tú cuando,
sola, tuve que ir al ginecólogo para que me confirmara lo que tanto temía?
¿Dónde estabas tú cuando tuve que enfrentarme, sola, a Fabián? ¿Dónde estabas
tú durante los primeros meses de embarazo, cuando vomitaba día sí y día
también? También sola, sin nadie en quien apoyarme. ¿Dónde estabas cuando daba
a luz, entre alaridos de dolor? Dónde estabas a lo largo de estos años, cuando
con días tuve que dejar al niño en manos extrañas porque tenía que trabajar;
cuando el niño estuvo enfermo y me veía negra para atenderle; dónde estabas
cuando crecía… Vivías tu vida… Tu vida alegre y confiada… No Sergio, no tiene
padre y nunca lo tendrá…
Al
final Claudia se volvió, dándole la espalda y, con la cabeza muy alta, toda
orgullosa, hasta tal vez soberbia, se alejó de Sergio.
El
día acabó con la cena familiar, pues por esa noche sí que fue de verdad en
familia, con el padre, D. Sergio; la madre, Dª Claudia, y sus dos hijos,
Claudia y Sergio, más el pequeño, sentados juntos, a la mesa, como es lo
habitual en no pocas familias españolas al menos. Y durante aquella cena reinó
la alegría; el bullicio casi, pues D. Sergio quiso sacar unas botellas de vino,
un tinto “Rivera del Duero”, que tenía reservadas desde ni se sabe.
A
instancias del “Paterfamilias” se brindó con aquél vino y no se hable, del
"negociado" brindis, pero esta vez a instancias de madre e hija, Dª
Claudia y Claudia, por el regreso al hogar paterno del “hijo pródigo” y la
cena, en general, transcurrió la mar de animada por las conversaciones de los
comensales. Entre estas fueron de destacar las continuas intervenciones del
pequeño Sergio, el hijo de Claudia, que asediaba con preguntas a “su” tío,
recabando que le narrara aventuras que vivió durante sus años de ausencia, cosa
que el “tío” satisfizo a base de fabulosas historias heroicas “vividas” poco
menos que en los cinco continentes, “guerreando” sin cesar contra los “malos”,
con lo que la admiración del chiquillo por su “tío” llegó a niveles míticos.
Este
ambiente festivo poco a poco fue apagándose, según la noche avanzaba y avanzaba
más y más. Serían ya pasadas la una de la madrugada cuando Sergio, levantándose
con toda decisión, afirmó que se iba.
Papá,
mamá; y sin discusión que valga ya; aquí estáis justos los que la casa admite,
luego cada noche iré al hotel a dormir, pero para comer y cenar, me tendréis
aquí, entre vosotros...
Dios
y la que se armo nada más apuntar Sergio tal posibilidad; que qué atrocidad,
Dios mío, irse a casa ajena disponiendo en la ciudad de casa propia... Pero
entonces pasó que Claudia salió por donde ya nadie esperaba
Papá,
te lo digo, te lo digo muy, pero que muy, en serio. ¿Por qué no vuelves a
dormir con mamá? Ese es tu sitio, junto a mamá, y no la habitación que, de
siempre, fue de mi hermano
Papá
Sergio y mamá Claudia se miraron, con puritas ganas, pero puritas, de verdad, él
de ella, ella de él; unas ganitas, unas ganazas que para qué te cuento
Pero
es que, tras la cena, llegó el instante, en verdad, trágico del día, cuando el
pequeño Sergio IIIº, hecho en lágrimas una Magdalena, rogó y rogó y volvió
a rogar a su madre que, ésta, al menos
esa noche, le dejara dormir con su "tío" Sergio a lo que, al fin,
mamá consintió, pero con la apostilla de que sólo por esa noche, y como muy
especialísima concesión.
Así
que esa noche la pasaron juntos “tío” y “sobrino”, con el adulto abrazado al
pequeño, para mayor goce de éste. De modo que el “tío”, con aquello de tener a
su “sobrino” entre sus brazos, acariciándole los cabellos y besando sus
sonrosadas mejillas, estaba que no sabía si eso era real o era una ilusión de
su mente de “tío”. Y así, aquella noche Sergio “tío” durmió con una placidez
como años hacía que no conocía.
Pero
para Claudia la noche fue, en parte, de insomnio. Un maremágnum de sentimientos
y sensaciones se entremezclaban en su mente. Revivió aquellas ensoñaciones que
enseñorearon su sueño desde los veintiún años más o menos y que tantas noches
se repitieron, en las que se veía a sí misma tendida en su cama, desnuda, y
unas manos y labios masculinos que recorrían ese su cuerpo desnudo,
acariciándolo hasta llevarla al paroxismo del deseo sexual. Ella deseaba ese
cuerpo masculino del que sólo podía apreciar las manos y los labios y llamaba
al hombre desconocido: “Ven amor mío; tómame, hazme tuya pues te quiero y te
deseo. Ámame, cariño mío, como yo te amo a ti” Y en su sueño en verdad ella amaba
a ese ser sin cuerpo ni rostro.
Pero
luego, en su ensoñación, el secreto de aquel ser fue desvelándose al hacerse
patente el cuerpo de ese ser masculino que ella en sueños adoraba. Hasta que el
secreto quedó totalmente desvelado cuando el rostro de aquel maravilloso ser
tomó forma definida en el rostro de su hermano Sergio.
De
inmediato su mente rechazó lo que esas imágenes decían. Era monstruoso tan sólo
considerarlo; obsceno, antinatural lo que sugerían. Pero resultó que, al
parecer, aquello no era sino el grito desesperado de su subconsciente en
querencia de que el consciente aceptara la realidad que negaba haciéndola
falsamente inexistente.
La
contienda entre consciente y subconsciente acabó del lado de éste cuando
Claudia fue plenamente consciente de que amaba locamente a su hermano, con ese
amor que hace que un ser humano distinga a otro de entre todos los demás para
constituirle en el eterno compañero-compañera de su vida.
Pero
ser consciente de tal realidad no significaba que su mente la asumiera; antes
bien, la rechazaba con todas sus fuerzas, pues ella se sentía sucia al ansiar
más que desear entregarse, cual mujer que era al hombre que, en definitiva,
también su hermano era. Eso la desquiciaba, la atormentaba, al considerarse
cuando menos, una enferma y si la apuraban una degenerada.
Así
que recordó ese dicho tan español: “La mancha de la mora, con otra se quita”
con lo que acabó por aceptar el galanteo que desde meses atrás Fabián, un buen
chico dicharachero, simpático y un tanto guapete, en añadidura, con lo que en
un santiamén eran novios los dos.
Entonces,
de nuevo vino a su memoria la noche en que Sergio la violó. Al llegar a casa,
directamente se dirigió al dormitorio; al llegar allí se volvió para desear las
buenas noches a su hermano, que venía detrás de ella y entró en la habitación.
Se volvió para cerrar la puerta y se encontró, de frente, a Sergio. Se quedó
quieta ante él, inmovilizada por una especie de rara impresión. Su hermano
entonces la empujó ligeramente hacia dentro y ella, dócilmente, se dejó llevar.
Sergio entró en la habitación, cerrando con el seguro tras de él. Volvió a
empujarla hacia atrás y ella de nuevo obedeció cual niña obediente,
retrocediendo lentamente hacia los pies de la cama…
Entonces
supo lo que seguiría a continuación: Supo que su hermano la haría suya esa
noche; que la penetraría. Y se sintió a gusto ante la perspectiva Lo deseaba;
lo deseaba con toda su alma Aquellos deseos de antes reverdecieron con fuerza
inusitada. Deseaba ser suya...y que él fuera de ella Sólo eso la importaba: Ser
la mujer de su hermano y que su hermano fuera su hombre. Desde esa noche hasta
la eternidad…
Efectivamente,
Sergio se llegó hasta ella y, sacándole los tirantes del vestido por los
brazos, tiró de la tela hacia abajo con lo que el vestido se deslizó hasta el
suelo. Luego, pasando las manos hasta la espalda de ella, soltó los enganches
del sujetador sacándoselo hasta enviarlo al suelo. Seguidamente, le bajó las
bragas hasta las rodillas y la empujó hacia atrás, hasta que ella quedó tumbada
en la cama, boca arriba y con las piernas colgando hasta casi rozar el suelo.
Él se agachó para acabar de sacarle las bragas por las piernas y ella las elevó
para facilitarle la operación.
Claudia
suspiraba, jadeaba, con el corazón en la garganta, lanzado en un galope
desbocado También se notaba mojada en su femenina intimidad, inundada por sus
más íntimos fluidos corporales… Ardiendo en deseo de su hermano….
Sergio
permanecía allí, frente a ella, en silencio… Sólo sus ojos demostraban vida, al
brillar enfebrecidos mientras con la mirada devoraba su desnudez. Se fue
desembarazando de la ropa, primero de la camisa, luego de los pantalones y
calzoncillos para acabar descalzándose y arrojando lejos los calcetines.
Entretanto Claudia se había retrepado hacia el cabecero de la cama hasta quedar
con la cabeza descansando en la almohada, boca arriba y con las piernas
ligeramente abiertas, esperándole más ansiosa que tibia…
Y
sí, Sergio se llegó a ella. Se subió a la cama y fue hasta ella; se le puso
encima, poniéndose entre sus piernas, que ella abrió más para que él se
acomodara mejor. Supo que los labios, la boca de su hermano iría al encuentro
de la suya y Claudia cerró los ojos y entreabrió sus labios, presta a recibirle
entre ellos, abriéndole camino al interior de su cavidad bucal.
Come
ella esperaba, los labios, la lengua, de Sergio llegaron hasta ella Pero
también los dientes que se clavaron en los labios de su hermana, rasgándolos
hasta hacerlos sangrar, arrancando de Claudia alaridos de dolor. Entonces ella
abrió los ojos y miró a su hermano, que se había erguido sobre ella y, desde la
altura, la miraba ebrio de ansia de victoria, de desquite en realidad. Miró los
ojos fraternos y lo que vio la sobrecogió, porque lo único que aquellos ojos
expresaban era ira, rabia sorda… Pero sobre todo, odio; odio feroz. Esa visión
la asustó, terriblemente; entonces quiso zafarse de él, intentando salírsele de
debajo, pero su hermano se lo impidió sujetándola al aplastarse sobre ella.
Gimió, lloró, imploró que la dejara, que acabara con aquello, pero él, por toda
respuesta, sólo dijo
¡Puta!... ¡Puta!... ¡Puta!... ¡Puta, puta y
mil veces puta!
No
quiso seguir recordando a partir de ahí. Para qué. Para recordar los desgarros
que los dientes de él dejaron en los labios, el cuello, los senos, los pezones,
la piel del cuerpo de ella, de su vientre, sus muslos O los que causó a su
vagina al ser perforada por vez primera… Porque ella, hasta entonces, era
virgen pues en ella todavía no había entrado miembro masculino alguno, luego
fue él quien la desfloró, quien se llevó su doncellez. Claudia, en realidad, era
eso lo que quería, que su primer hombre, su único hombre fuera él, Sergio, su
hermano, pero, él no quiso ser su hombre. Era un sádico, uno de esos engendros
de la raza humana que sólo encuentran placer causando daño a sus víctimas…
Luego
no desean una mujer junto a ellos, no desean una mujer que les ame porque ellos
no aman a nadie, sólo aman hacer daño a sus víctimas. Cuando acabó dentro de
ella, se derrumbó encima, jadeante, respirando con ansia para recuperar el
normal ritmo de sus funciones.
Curiosamente,
cuando lo logró tuvo una reacción extraña, pues la volvió a besar pero en la
frente, las mejillas y por fin en los labios, pero esta vez sin violencia
alguna, con arrobo, con tierna dulzura… Como ella hubiera querido que en todo
momento hubiera sido. Claudia entonces abrió los todavía cerrados ojos y en el
rostro, en la mirada de su hermano no halló ni rastro de lo que antes viera,
sino que, incluso, diría que encontró amor, cariño, en esa otra mirada.
De
todas formas él entonces le dio sus últimos dos o tres “arreones”, pues todavía
no se había salido de ella, esta vez sí, con suavidad, casi que se diría que
llenos de mimo y cariño, amor de hombre hacia ella. Luego se salió de ella y se
levantó.
Al
instante ella, literalmente, salto de la cama y corriendo se fue hacia el baño
para no ya ducharse, sino bañarse en sales relajantes con intención de librarse
de su olor, de sus vejaciones sobre ella… Pero cuando ya había dejado atrás a
su hermano, a su espalda oyó la voz de Sergio que le decía
Claudia,
perdóname… Por Dios te lo ruego, Claudia, perdóname…
Ella
se detuvo en su carrera, se volvió hacia él y dijo
¡Vete
a la mierda Sergio!… ¡Vete a la mierda! Desde hoy te ignoro como hermano y te
odio como hombre…
A
la mañana siguiente, Sergio había desaparecido.
Y
otra vez llenó su mente una cuestión que a veces había intentado surgir, pero
que ella había abortado de raíz esos intentos. Pero esa noche fue distinto
porque ni siquiera pensó en rechazar el intento sino que directamente quiso
plantearse el asunto con meridiana claridad. ¿Amaba todavía a Sergio o le
odiaba y despreciaba, tal como aquella noche le dijera y desde entonces había
querido mantener? Y la conclusión a la que llegó fue que, a un tiempo, le amaba
y le odiaba.
Sin
duda que el cariño tanto fraternal como de mujer enamorada que sintiera por
Sergio subsistía en ella, pero también el rencor, la rabia, por lo que aquella
noche aciaga él le hizo, en un binomio casi inseparable de amor y odio.
Todos
estos pensamientos la asaltaban aquella noche de sostenido insomnio,
pensamientos, recuerdos y sensaciones que la amargaban. ¡Señor, por qué tuvo
que volver! Ella se había acostumbrado a vivir así, sin pensar en él, sin
recordar nada, ni bueno ni malo Pero ahora, su presencia, su proximidad, lo
había despertado todo. Y la tranquilidad en que había logrado acabar por vivir
se había ido al traste…
Poco
a poco, el cansancio producido por la propia tensión nerviosa en que todo el
día viviera fue venciendo a los nervios, con lo que Morfeo, tranco a tranco, se
iba apoderando de sus sentidos para darles descanso. Pero el intento tuvo poco
éxito pues el sueño reparador no vino, sustituido por una serie de pesadillas
que, intermitentemente, la hacían despertar plena de sudor y angustia.
En
esas pesadillas resucitaron aquellas ya lejanas en que sentía cómo ese ser,
invisible a excepción de manos y labios, recorría su cuerpo desnudo llenándola
de dulces sensaciones de cariño y amor; luego ese cuerpo tomaba las formas
definidas de un cuerpo masculino, hermoso y bello, que por fin resultaba ser el
de su hermano del que ella se sabía profundamente enamorada.
Entonces
Sergio la amaba dulcemente; la penetraba lleno de amor y pasión y ella se
derretía entre sus brazos, también llena de amor y pasión. Pero eso duraba un
momento, pues al instante Sergio, su hermano, se convertía en un monstruo
horrible, una especie de conjunción entre Drácula y el Hombre Lobo, que
desgarraba su cuerpo, pero también su alma, sumiéndola en una noche eterna de
sempiterno infierno…
Así,
repetidamente se dormía y despertaba para volverse a dormir y despertar. Hasta
que en una de esas veces en que angustiada se despertaba vinieron a fijar su
atención ciertos murmullos que llegaban
del exterior a su cuarto. Prestó atención, tratando de descifrar lo que aquello
era y, su rostro se empezó a abrir en una sonrisa que en momentos se tornó en
franca risa; una risa alegre, a carcajadas podría decirse, como hacía años que
no soltaba.
Y
es que en esos murmullos reconoció los jadeos, suspiros y grititos de placer
que antaño su madre lanzaba cuando con su marido, D. Sergio, hacía el amor al
regresar ambos a casa ya en la madrugada del domingo tras de cenar y luego
bailar hasta que las “ganitas” o “ganazas”, que las más de las veces más serían
las segundas que las primeras, aconsejaban regresar a casa, a la intimidad del
tálamo conyugal, so pena de ser echados del local por escándalo público.
Claudia
se sintió feliz escuchando gemir a su madre, pero también bufar a su padre,
después de tanto tiempo de no vivir ninguno de los dos. Y, por primera vez a lo
largo del día, pensó en su hermano sin resquemor alguno, hasta casi que con
cariño, cuando dijo en voz alta:
Pues
parece que el que regresaras sirvió para algo bueno, hermanito.
Claudia
se dio la vuelta en la cama y, adormecida con aquellos murmullos que en otro
tiempo no la dejaran dormir trocados en nana, se fue dejando caer en un sueño
que dejó de ser agitado para tornarse reparador, acunada además por la visión
del rostro sonriente de su padre y su madre.
También
el rostro amable de Sergio, su hermano, que le decía “Duerme hermanita, cariño
mío”. Incluso afirmaría que él estaba a su lado, velando su sueño, mientras sus
manos dulcemente acariciaban su rostro, su cabello y sus labios acariciaban el
lóbulo de su oreja y la piel de su cuello, del inicio de sus senos al tiempo
que ella le replicaba “Te quiero hermanito. Te quiero mucho. Te amo, te adoro
Sergio mío…
Los
días y las noches fueron pasando y Claudia siguió durmiendo otras muchas noches
arrullada por la nana de los murmullos amorosos de sus padres. Volvió a reír
como en otros tiempos mejores lo hacía y se tornó menos ácida con Sergio, su
hermano, al que más de una vez miraba con fijeza cuando nadie, y menos que
nadie el propio Sergio, lo advertía. En fin, que volvía a ser feliz…
Pero
el paso de los días, de las semanas también traía consigo el avance en la
función profesional que devolviera a Sergio a su “Patria Chica”, con lo que su
estancia allí poco a poco iba llegando a su inapelable término. Un día lo
comentó en casa, pero asegurando que la anterior incomunicación no se repetiría.
Que no sólo se mantendría en contacto con sus padres y hermana, sino que
siempre que pudiera iría a verles, a pasar con ellos unos días.
Así
llegó una tarde en la que al llegar a casa del trabajo, Claudia se le acercó
para, ¡Oh milagro!, besarle en la mejilla mientras le decía
Sergio
toma, tu billetera. Te la dejaste esta mañana en la mesilla de noche
El,
todavía confundido por el beso de su hermana, tomó la cartera y quiso
agradecerle que se la guardara, pero la verdad es que apenas si salió alguna palabra
inteligible, de lo sorprendido y, a qué no decirlo, nervioso que estaba.
Aquella
tarde pasó sin más pena ni gloria para acabarse con la cena, todos juntos en
torno a la mesa de la cocina, y un corto rato ante la “tele”. Sus padres fueron
los primeros en retirarse a dormir y Sergio no se quedó muy atrás en levantarse
para irse a acostar. Claudia, tras retirar las tazas en que su padre y su
hermano tomaran el sempiterno café de después de comer y cenar, fregarlas y
colocarlas en su sitio, también se fue a su cuarto.
Serían
las primeras horas de la madrugada, entre las doce de la noche y la una de la
madrugada, cuando todos en la casa dormían de tiempo ha, que Claudia, descalza
y en camisón cortito, pues ni a las rodillas le llegaba, entró en la habitación
de su hermano. Se acercó sigilosa a la cama y por un momento le miró mientras
él dormía. Con aún más sigilo se inclinó sobre él y dejó un leve y delicado
beso en sus labios, que apenas si rozó.
A
continuación dejó sobre la mesilla de noche que a su lado había una foto de
ella misma. Luego, se sentó al borde de la cama, haciendo que Sergio se
despertara. Como suele suceder, Sergio medio abrió los ojos en completa
somnolencia; miró hacia donde su hermana estaba pero sólo dijo en aquel
instante
¡Claudia,
déjame dormir, por favor!
Y
se dio la vuelta para seguir durmiendo. Pero eso sólo duró un segundo, pues de
inmediato volvió a abrir los ojos, esta vez como platos y enteramente
despierto, sin somnolencia alguna ya
¡Claudia!
¿Qué haces aquí?
Nada
de particular… Sólo deseo hablar contigo…
Y…
¿No puede ser mañana?
Pues
no. Me urge dejar en claro ciertas cosas
¡Por
Dios Claudia!...
No
me seas pejiguero hermanito. Anda, hazte a un lado y déjame sitio en la cama.
¿Sabes? Aquí hace fresco…
Mientras
esto decía Claudia abría la cama metiéndose dentro, por lo que Sergio no tuvo
más remedio que desplazarse, dejando sitio a su hermana junto a él. Ya en la
cama, Claudia tomó de la merita de noche la foto que antes allí dejara. Se la
mostró a su hermano al tiempo que le decía
No
creas que te “fisgué” nada, pero al tomar la cartera de esta mesilla de noche
se calló al suelo, con lo que no tuve más remedio que verla. Y me la guardé
para que me explicaras qué hace en tu cartera. Vamos, explícate
Sergio
bajó los ojos, no quería mirarla, y casi balbuciendo repuso
No
sé de qué te extrañas. Eres mi hermana…
¡Y
un cuerno hermanito! Los hombres en la cartera lleváis la foto de la madre,
cosa que tú no llevas, por cierto… O la foto de la novia, la esposa, la amante…
Pero no la de una hermana… Dime la verdad, ¿por qué llevas tú una mía?
Sergio
quería que la tierra se lo tragara. Se mantuvo en silencio y el rostro lo
hundió más aún en su pecho, si ello fuera posible.
¿Tendré
que adivinarlo yo?... ¿No será, Sergio, que para ti yo soy algo más que una
hermana? ¿No será que, digamos, querrías que yo fuera tu novia?... Dime Sergio,
¿es así, verdad? Me quieres como mujer, además de cómo a hermana y por eso
llevas mi foto contigo ¿Verdad?
Sergio
ya no sabía ni dónde meterse… Siguió mudo, por lo que, simplemente, asintió con
la cabeza
Claudia
suspiró. Dejó la foto sobre la mesilla y, metiéndose aún más en la cama
buscando un contacto más prieto con Sergio, le dijo
Si
me quieres, si me querías, ¿por qué me hiciste lo que me hiciste aquella noche
de hace once años? Sabes, desde que entraste en mi cuarto supe que esa noche me
harías mujer, tu mujer… Y lo deseé ansiosa… Te deseé, Sergio, te deseaba con
todo mi corazón… Porque yo también te amo a ti, mi vida, mi amor… Lo que más me
dolió fue eso, que me tomaras así, con ese salvajismo, esa brutalidad, donde ni
resquicio de amor, de cariño había… Me desgarraste mucho más el alma que la
carne, cariño mío.
Sergio
le explicó que aquella noche le había vuelto loco de celos con la “paliza” que,
ante sus propios ojos, se estaba dando con el Fabián de las narices y que el
diablo confundiera. Por eso quiso vengarse de ella… Pero al final se dio cuenta
de la monstruosidad que acababa de cometer… Demasiado tarde, claro. Desde
entonces eso le dolía en el alma, haber causado tanto daño al ser que él más
adoraba… Pero eso ya no tenía remedio… La había perdido por su locura… Castigo
mayor para su crimen no lo había…
Claudia
le escuchó en silencio. Recordaba perfectamente la “paliza” con Fabián, como
también recordaba las miradas de su hermano, sus ojos, pero sobre todo su
rostro, progresivamente desencajado, contraído, por los celos tan tremendos que
le asaltaban. Le recordaba con el dolor, el intenso sufrimiento, reflejado en
su rostro desfigurado por la ira, la rabia de los celos… Y recordaba que cuanto
más celoso y dolorido le veía ella más disfrutaba… Aquella noche fue la única
vez que eyaculó sin que sus propios deditos intervinieran al efecto, pues las
“atenciones” que su novio, el Fabián, le dedicaba nunca habían logrado llevarla
a suficiente altura para hacerla eyacular de gusto.
Miraba
a su hermano, le veía rojo de la ira despertada por los celos y entonces se
recreaba más y más en lo que a Fabián le estaba haciendo, pensando, diciéndole
sin palabras: “Mira lo que sé hacer hermanito. Mira lo que podría hacerte a ti
si tú lo quisieras; si tú me quisieras, me amaras como yo te amo a ti”. E hizo
lo que nunca antes hiciera, lo que siempre antes le había negado al Fabián, a
su novio oficial: Dar paso franco a su miembro dentro de la boca de ella,
masturbándole así hasta que él, el Fabián, se vino en la femenina boca. Ella
esa vez no sintió asco del semen que acababa de inundar su cavidad bucal pues
toda la venida, casi toda al menos, se la tragó sin mayor problema.
Pero
en su realidad, en la mente de ella, no era el miembro de Fabián lo que llenaba
su boca ni su semen el que la inundó, sino el miembro y los fluidos de Sergio,
de su hermano…
Esa
noche, el ver así a su hermano, fue decisivo en su devenir posterior, pues allí
y entonces decidió que su vida futura sólo podría ser junto a él. Eso, de
momento Sergio no lo supo; fue luego, más tarde, cuando Claudia se lo confesó,
entre besos y caricias, a su hermano.
Quizás
pueda parecer que el tiempo que pasó ensimismada en sus pensamientos fuera
prolongado, pero tal cosa más lejana de la verdad no podría estar, pues
realmente apenas si transcurrieron unos pocos instantes. Durante todo el tiempo
que duró, primero las explicaciones de Sergio, luego el ensimismamiento de
Claudia, la mujer había permanecido entre tumbada y sentada, apoyada la espalda
en el cabecero de la cama y los pies sobre la sábana que los dos ocupaban,
tumbado él, más o menos recostada ella.
Pero
al salir Claudia de su pensante mutismo se irguió para acabar sentada sobre la
cama. El borde del camisón, por lo corto, descansaba entre sus muslos y la
cama. Luego tan pronto quedó sentada sus manos tomaron ese borde y tiró del
camisón hacia arriba, haciéndole desaparecer por la cabeza para mandándolo
irremisiblemente al suelo. Luego largó la sabana que les cubría hacia el final
de la cama, acabando de enviarla al suelo con los pies, para, entonces, desnuda
por completo, volverse hacia Sergio diciéndole
Mírame
Sergio, mira mi cuerpo desnudo. ¿Todavía te gusta? ¿Todavía lo deseas? ¿Aún me
encuentras atractiva? Dímelo mi amor, dímelo… No me mientas, por favor… ¿Me
encuentras bonita?
Sergio,
en principio, le respondió con un beso que le llenó la boca con su lengua, que
entremezcló la saliva propia con la del hombre, que la enervó plena de dicha y
placer. Luego Sergio liberó la boca de Claudia para susurrarle muy bajito al
oído entre lametones en el lóbulo de la oreja y el cuello femenino
Claudia
eres la mujer más bella del universo. La más sublime diosa del Olimpo de las
Venus más hermosas. Eres la mujer más esplendorosamente bella, hermosa,
atractiva… Eres la Mujer Definitiva que hombre alguno pueda jamás soñar…
¿De
verdad me encuentras así?... ¿De verdad te gusto, cariño mío?
De
nuevo Sergio respondió a las preguntas de su hermana con la elocuencia de los
hechos, la elocuencia del beso lleno de dulce ternura a la par que ebrio de
ardorosa, candente pasión. Un beso que casi se hizo eterno, atornillado por
ambas bocas que se lamieron y mordieron mutuamente.
Las
manos de Sergio se habían ido a los senos de Claudia, acariciándolos suavemente
y haciendo que la mujer suspirara quedamente, estremeciéndose desde la punta
del pelo hasta la de los dedos de los pies. Los labios, la lengua y los dientes
del hombre descendieron hacia el cuello de su hermana, con parada en la oreja
femenina cuyo hoyito acarició con la lengua, mordisqueando suavemente el
lóbulo. Luego esos labios, esa lengua y esos dientes pasaron a prestar atención
al cuello de cisne, besándolo, lamiéndolo y mordiéndolo no tan suavemente como
hiciera con el lóbulo del oído, pues alguna marca dejaron allí, aunque sin
producir daño alguno.
Los
suspiros de Claudia se empezaron a trocar en jadeos de dicha, al tiempo que
también ella besaba, lamía y mordía el cuello y el pecho de su hermano, loca de
pasión, de deseos de hacerle feliz y dichoso a él, correspondiendo así a la
dicha que él le prodigaba
Tras
atender ese cuello debidamente, sin olvidar la nuca femenina, los bucales
cuidados masculinos se centraron en ambos senos de Claudia, que recibieron las
caricias de labios y lengua en forma de besos y lametones que a ella la alzaban
de la cama en interminables murmullos, jadeos, suspiros y grititos de divino
placer, hasta que los labios de Sergio se centraron en ambos pezoncitos, como
él decía, o pezonzazos, como decía ella. Los labios de Sergio succionaron ambos
botoncitos una vez y otra, y otra; pero cuando los dientes de su hermano
mordisquearon con suavidad pero infinita insistencia esos pezoncitos o
pezonzazos, según se mire, Claudia estalló en alaridos de placer, pues le
acababa de sobrevenir el primer orgasmo de aquella noche, el primer orgasmo que
un hombre era capaz de arrancarle.
Los
brazos buscaron afanosos el cuello de su hermano que atenazó entre ellos,
abrazándole con toda la intensidad, todo el vigor de que fue capaz en ilusorio
intento de que ambos cuerpos se fundieran en uno, de penetrar ella misma en el
cuerpo de Sergio, galvanizarse con él. Al propio tiempo la boca de Claudia
buscó la de su hermanito, comiéndosela casi que literalmente, pues los labios
masculinos quedaron un tanto tumefactos y sangrantes por mor de los dientes de
ella, que mordían enloquecidos, fuera de sí por efectos del orgasmo con que
Sergio la regalaba.
La
locura casi antropófaga de Claudia continuó por el cuello, los hombros y el
pecho de su hermano que dejó señalados. En el cénit del deseo sexual, que antes
que aplacarlo el orgasmo parecía haber encendido más y más, la mujer
literalmente saltó sobre el cuerpo masculino. Se apoderó del miembro viril de
Sergio y, sin más, lo dirigió a su femenina intimidad, introduciéndoselo de un
golpe al dejarse caer con todo el peso de su cuerpo sobre el peludo pubis
masculino, empezando a moverse como posesa de atrás adelante, de atrás adelante
una y otra vez en rítmico pero sostenido movimiento que se alternaba con otros
en giros circulares
No…
No podía más cariño mío… Dueño mío… Muévete mi amor, empuja con toda tu alma
cielo… Hazme feliz cariño… Te deseo Sergio, te deseo… ¡Dios y cómo te deseaba,
cómo deseaba esto!... ¡Vamos cariño, muévete más!... ¡Empuja cielo, empuja!...
¡Empuja fuerte, mi amor!... Más, más fuerte, más... ¡Aggg!… ¡Aggg!... Así cielo
mío… Macho mío… Así… Aggg… ¡Qué bien me lo haces! ¡Qué…aaggg…qué bien me lo
estás haciendo!... ¡Me llevas al Paraíso, macho mío!... ¿Te gusta cómo te lo
hago yo, cariño mío?... ¿Te lo hago bien cielo mío?… ¿Hago que disfrutes como
tú me haces disfrutar?
En
minutos Claudia disfrutó del segundo orgasmo de la noche al que siguieron…pues
ni se sabe cuántos más, porque se le empezaron a desarrollar en cadena; no
acababa uno de romper en su vagina cuando el siguiente ya estaba en marcha,
deslizándose a lo largo de su columna vertebral en continuada sesión de placer,
hasta que le llegó el último de aquella primera serie de la noche cuando
también su hermano se vació dentro de ella.
Como
ella misma dijera a Sergio, desde el momento en que empezaron a hacer el amor
la noche se tornó joven, pues faltaba poco para que las primeras luces del alba
iniciaran las claridades del nuevo día cuando los dos, exhaustos, sin fuerzas
que les pudieran sostener ya, cayeron en dulce sueño, abrazados los dos,
desnudos los dos, encima de la cama sin sábana ni ropa alguna que les cubriera.
Estaba
ya el sol más que alto cuando por vez primera desde que se durmieran Claudia
abrió los ojos con un conato de sobresalto, pues no se había despertado a
tiempo para ir a trabajar, pero al momento se tranquilizó. ¡Qué importaba, si
ya no volvería! Otro futuro la aguardaba, en Madrid, junto a su marido y el
hijo de ambos. La madrugada anterior, poco antes de quedarse dormidos, Sergio
había insistido en ello y ella, Claudia, más conforme no podía estar. Se irían
con él, ella y el pequeño Sergio, el hijo de ambos, y allí en Madrid
establecerían su hogar.
Madrid
era, es, la tierra de todos, la ciudad donde nadie resulta foráneo porque, como
capital de la Nación, era, es, tierra de todos los españoles y todos son
bienvenidos en Madrid. Serían una pareja más, un matrimonio más con un hijo en
común, como tantísimos hay. Y ellos dos serían marido y mujer, esposa y esposo,
y que las leyes de los hombres dijeran lo que quisieran decir… O… ¿No eran
acaso, y ante todo, un hombre y una mujer normales y corrientes, como todos los
demás hombres y mujeres del Universo?... ¡Pues eso!...
Claudia
todavía se quedó unos minutos en la cama, holgazaneando, disfrutando ya de su
nueva vida. Miró a su marido, a Sergio, que todavía dormía, y le encontró
sensacional; el hombre más guapo, más bello y viril de la tierra. Le besó amorosa,
delicadamente para no despertarle y se quedó absorta, casi embobada y
cayéndosele la baba, mientras le observaba.
Por
fin se levantó y se puso el liviano camisón con que la noche anterior entrara
en el dormitorio de Sergio. Pensó en ducharse para quitarse de encima los
restos de la “movida” de la noche precedente: Pegotes de semen en íntima
aleación con sus propios fluidos corporales, ambas sustancias esparcidas a
placer por el cuerpo de ambos, pero decidió que no, que quería retener aquellos
olores que, serían nauseabundos en sí mismos, pero que a ella la embriagaban.
Era el recuerdo físico de la noche anterior; de la primera vez que, en
realidad, hacía el amor con el ser amado, su hermano.
Salió
del dormitorio y, de todas las maneras, su primera visita fue al baño, pues se
estaba haciendo “pis” y precisaba evacuar tan pronto como fuera posible. De
allí se dirigió a la cocina, dispuesta a hacerse el desayuno y hacérselo
también a su hermano-marido. Pero cuando accedió a la cocina se encontró, de bruces,
con su madre que por allí trajinaba.
Claudia
maldijo su falta de previsión, su candidez, al no tener en cuenta que su madre
tenía que andar por casa a esas horas. Pensó en dar media vuelta pero era ya
tarde, pues Dª Claudia se había vuelto un segundo hacia ella al escuchar las
pisadas en el suelo de sus pies desnudos diciéndole
Anda
hija; siéntate a la mesa que enseguida te preparo el desayuno.
Claudia
no tuvo más remedio que entrar en la cocina y sentarse a la mesa. De todas
formas, mantuvo los ojos bajos, pues no se atrevía a mirar de frente a su
progenitora. Le parecía que en la cara llevaba escrito que la noche anterior la
había pasado haciendo el amor con su hermano. También se maldijo por no haberse
duchado y hecho desaparecer los vestigios de toda aquella noche de sexo
incestuoso.
Dª
Claudia tardó poco en servirle el desayuno, una humeante taza de café con
leche, aderezado con leche calentada al microondas y café caliente de la
cafetera, más tres madalenas. La madre volvió al office que constituía la
corrida encimera de la cocina, terminando los trajines que traía entre manos,
preparar el potaje de alubias blancas con chorizo, morcilla, oreja de cerdo y
demás que formaba la base del menú de mediodía del hogar. Acabó el pertinente
aderezo, se sirvió una taza de café y se volvió hacia su hija, apoyando el
final de la espalda en la encimera de la cocina y los pies cruzados, uno sobre
otro.
¡Uf Hija! ¡Apestas a sexo! ¡A semen y fluidos
íntimos! ¡No es por nada, pero podías haberte duchado antes de pasar por la
cocina!
Claudia
enrojeció hasta las orejas. Bajó los ojos, pero no respondió nada a su madre.
Dª Claudia tomó en sus manos la taza de café y se acercó a su hija, sentándose
a la mesa frente a ella.
¿Qué
pensáis hacer ahora tu hermano y tú?... Imagino que te irás con él... Y os
llevaréis a tu hijo, a mi nieto…
Sí,
mamá. Nos iremos juntos, con el niño. Anoche lo hablamos… (Se sonrió) Bueno,
anoche no, esta madrugada, cuando nos dormimos… Nos iremos a Madrid, a una de
esas urbanizaciones modernas de matrimonios jóvenes, donde nadie nos conozca…
Allí seremos una pareja más; un matrimonio más…
Dª
Claudia calló un momento, ensimismada en sus propios pensamientos, pero con la
mano de su hija entre las suyas propias, pues cuando se sentó frente a Claudia
y antes de preguntarle sobre los planes de futuro de ambos hijos, ya se las
cogió en gesto de apoyo y confianza. El corto mutismo entre ambas mujeres lo
rompió su hija, Claudia
Mamá,
dime la verdad, ¿qué opinas de nosotros, de Sergio y de mí?
Verdad
por verdad hija. ¿Es Sergio el padre de tu hijo?
Eso
sí que Claudia no se lo esperaba, que su madre sospechara la verdadera
paternidad de su nieto… La rojez de su rostro subió bastantes enteros e,
incapaz de articular palabra en tal trance, se limitó a afirmar con la cabeza
al tiempo que por su rostro empezaban a deslizarse las lágrimas de dolor y de
vergüenza… ¿Qué pensaría ahora su madre de ella? Las manos de Dª Claudia
apretaron con más fuerza las de su hija, en evidente signo de apoyo y consuelo
Anda
Claudia, no seas tonta… No llores… Lo hecho, hecho está… Y qué se le va ha
hacer… Tampoco es el fin del mundo, cosas peores hay… ¿De verdad os queréis
Sergio y tú?... Sabes a lo que me refiero, no sólo como hermanos
Claudia
reprimió las lágrimas, pero aún bajó más los ojos, incapaz de mirar a la cara a
su madre…
Sí
Mamá… Le quiero con locura… Y sé que él a mí me quiere si cabe más aún.
En
fin hija… Lo dicho, cosas bastante peores hay en la vida… Me preguntabas antes
que qué opinaba de vosotros dos, de mis hijos… Qué quieres que te diga, hija…
Que, ante todo, sois los hijos de mi alma… A los que parí… Y el principal deseo
de toda madre es que sus hijos sean felices y dichosos… También que sean
personas decentes y honradas… Personas decentes y honradas sí que sois, desde
luego… Y también sé que sois así felices: La imagen de esta mañana, cuando os
vi juntos, desnudos encima de la cama y abrazados, era la de una pareja que se
ama intensamente… Y que juntos son inmensamente felices
Dª.
Claudia calló de nuevo, suspirando agobiada. Parecía llevar encima un peso que
la aplanara. Por fin continuó
Mira
Claudia, si te dijera que me hace feliz veros así mentiría cual rastrera
bellaca; pero debo aceptar lo inevitable, pues a ver quién le pone freno a una
pareja de verdad enamorada… Sería como querer ponerle puertas al campo…
Claudia
se levantó y fue hasta su madre. Lloraba a lágrima viva, pero no de pena, menos
de dolor, sino de alegría enorme y, sobre todo, agradecimiento a la hacedora de
sus días. Madre e hija se abrazaron; se besaron; se acariciaron. Y Claudia
habló a su madre
Gracias
mamá por ser tan comprensiva… Por querernos tanto a Sergio y a mí. No sé si nos
merecemos los padres que tenemos…
Anda,
anda hija, no me seas zalamera. Ah, y cuidado con nuevos embarazos. Habéis
tenido suerte con el pequeño Sergio, pero al diablo mejor no tentarle; ahí
tenéis el conocido caso de la pareja de hermanos alemanes: De cuatro hijos, dos
deficientes mentales.
Pues
mamá, yo quiero tener más hijos de Sergio. Quiero que los criemos los dos
juntos; que me acompañe en los embarazos; verle cuando acabe de parir y
enseñarle a nuestros hijos, decirle: “Este es tu hijo, o tu hija, papá”… Quiero
tener lo que no pudo ser con nuestro hijo mayor
¡Señor,
Señor, qué cruz de hijos!... Si con razón se dice: “Un hijo=Enfermedad de nueve
meses y convalecencia de toda una vida”…
FIN
DEL RELATO
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