Por: Sandra Rosalía.
El hombre siempre se mantuvo detrás a
prudente distancia… Yo había percibido su mirada lasciva de soslayo,
recorriendo mi atractivo cuerpo, mientras realizaba compras en el mercado.
Según el ángulo que yo presentaba, el hombre fijaba su vista, ya fuera en mis
tetas, amenazando estas con rasgar la blusa de color verde trasparente; como
también sobre piernas y trasero.
Podía notar que: su mirada estaba cargada
de una tremenda lujuria, semejando a un lobo hambriento, observando a la
borrega resguardada dentro del corral; tan lejos y a la vez tan cerca. Mientras
lo observaba, controlándose y sufriendo, al no poderme devorar, provocaba que
se humedecieran sexualmente mis pantaletas. Esa mañana de calor infernal, yo
vestía una minifalda blanca cortita y ligera de algodón; a través de la cual,
se trasparentaban tenuemente, las bragas blancas de encaje. Una vez fuera del
comercio, y dirigiéndome al auto aparcado en el estacionamiento subterráneo,
sin esperarlo, el hombre sorpresivamente me abordó:
-Hola Sandra, dijo con voz gutural, y con
bastante familiaridad; yo soy Robert, ¿me recuerdas?
Su saludo, me ocasionó cierto sobresalto;
porque, para empezar, yo juraría que el hombre del mercado, con quien jugara
hacía apenas unos momentos, a enseñar y ser vista, era un perfecto desconocido;
además, de que suponía ya haberlo dejado atrás para siempre. Después de aquel
inesperado saludo, deseaba despedirme e irme de inmediato. En cuanto al juego
erótico de enseñar y ser vista, frecuentemente lo realizábamos mi esposo y yo,
en lugares públicos; tales como como bares y centros de baile, en donde, con la
falda corta, sentada con los muslos juntitos, mostraba disimuladamente el
triángulo de mis pantaletas a ciertos hombres; algunos de los cuales, llegaban
a abordarme cuando yo me dirigía al baño, y a quienes, en ocasiones, invitaba a
nuestra mesa, fingiendo que mi esposo y yo, solo éramos amigos. Todo quedaba en
un coqueteo, y de continuar enseñando fugazmente mis piernas y sensuales bragas
a nuestros invitados de ocasión. En cuanto a este señor Robert, se trataba de
una persona como de 50 años, quien era un médico a cargo de una amplia
compañía, en donde yo laboraba en otra área; y con quien jamás había
socializado más allá del ocasional saludo.
Ya repuesta del acercamiento de Robert, y
fingiendo una grata sorpresa por haberlo visto, di lugar con una idea erótica
que había explotado en mi mente, en aquel preciso instante: De tal manera que:
con el individuo de pie junto a mi auto, lugar hasta donde este me había
seguido, abrí la puerta del lado del pasajero; y agachándome deliberadamente,
según yo, con el fin de acomodar mis dos bolsas de mandado en el piso del auto,
le mostré toda la cara posterior de mis atractivos muslos, y hasta donde fuera
posible, mis sugestivas bragas blancas de encaje cubriéndome las nalgas. Pero
sin previo aviso, este hombre, a quien, en el trabajo, muchos consideraban un
fino y educado caballero, metió su mano por debajo de la faldita; haciéndome
pegar un respingo y un gritito, tanto del susto como de la sorpresa, tomando
atrevidamente todo mi trasero con su mano, y frotando levemente, con uno de sus
dedos, la periferia de mi ano, sobre la tela de las bragas. Su atrevimiento me
dejo helada.
Al voltear a ver a Robert, con el fin de
reclamarle su proceder, pude observar muy sorprendida, sus facciones
transfiguradas a algo semejante a un animal babeante, que despedía lumbre por
su mirada; era la viva imagen de la lujuria difícilmente contenida. ¡Quede
petrificada por su imagen!, a la vez que el individuo no me dio tiempo de nada:
Untándose fuertemente a mi trasero, procedió a besarme la parte posterior del
cuello, e hizo que mi piel se pusiera “chinita”, sintiendo a la vez, como los
pezones, se iban poniendo duros, hasta casi reventar; mientras que, a su vez,
yo percibía la erección del hombre, dando leves picones sobre mi trasero.
Luego, mediante leve forcejeo, vino a besarme los labios, girando para ello el
hombre lobo, mi cabeza hacia él, mediante un tirón de cuello brusco;
murmurándome al oído mientras mordisqueaba ávido el lóbulo de la oreja: -
¡Siempre he estado secretamente enamorado de usted! Lo cual apenas fui capaz de
entender, ya que el hombre jadeaba fuertemente debido a la gran excitación; a
la vez que: su caricia sobre mi cuello, y lóbulo de la oreja, estaban
ocasionándome un placer incontenible. Yo débilmente insistía:
- ¡Suélteme por favor!
Mientras que un estremecedor encanto
sexual, recorría todo mi cuerpo; sintiendo el vaho candente y pesado del macho,
besando y babeando todo mi rostro y parte de mi cabello; hasta ese instante,
perfectamente maquillado que yo llevaba. Yo intentaba escaparme de sus garras,
y poder llegar a casa, para contarle a mi esposo entusiasmada, el haberme
encontrado con Robert (aunque lo más probable es que no lo recordara); así como
lo sucedido aquella mañana, y tener ambos, un tórrido encuentro sexual. Pero al
estarme batiendo en retirada, Robert, con un movimiento de gran destreza y
rapidez, extrajo mis pechos, desabotonando para ello, el seguro localizado
enfrente de mi sensual brassier; introduciendo habilidosamente, una de sus
manos por detrás de mi cuerpo, y por debajo de mis axilas, hasta llegar a mis
tetas; y luego, me giro, con la blusa también ya desabotonada, colocándome
frente suyo, mamando ávidamente mis pezones; y en ese instante, finalmente
¡desfallecí ante sus embates! Sus grotescos belfos, besaban mis delicados
labios, sin importarle mis protestas; chupaba y sorbia hasta dentro de mi boca,
intentando succionar mi ser cual horrible ventosa, a la vez que baboseaba mi
suave cuello largo de cisne, e intentaba clavar en este, sus diabólicos
colmillos, evitando yo, mediante infructuosos empellones, que pudiera dejarme
marcas visibles; lo cual no pude evitar del todo (al siguiente día, aparecieron
los desagradables moretones). No era posible creer tanta audacia de su parte,
ni la rapidez mediante la cual, el hombre me había casi desvestido.
Yo suspiraba con el corazón acelerado,
ante la emoción del abordaje, mientras el animal, se encontraba dispuesto a
tragarse a su indefensa presa. Robert, sugería no elevar la voz, ni mucho menos
gritar, para no llamar la atención de otros clientes del centro comercial; que
pasaban de un lado a otro, unos a pie, otros en auto, cerca de nosotros, por el
amplio estacionamiento. Casi desnuda de la parte superior, jamás se me hubiera
ocurrido tal cosa. Permanecí silenciosamente perpleja, respirando
entrecortadamente; mientras el tipo, aprovechando el instante de aturdimiento,
tomo con ambas manos, mis colitas de pelo de niñita colegiala que yo llevaba
aquella mañana, hechas con el fin de amortiguar el intenso calor; y sentándome
enérgicamente en el lugar del pasajero, obligándome a permanecer con mis
piernas por fuera, a la vez que el hombre permanecía de pie, se extrajo la
goteante verga; y mientras me sostenía de una de las colitas, advirtiéndome con
sus fauces hambrientas que no se me ocurriera gritar, con la mano libre,
abusivamente zambulló su palo hasta donde pudo; muy dentro de mi boca;
provocándome, aparte de un tremendo reflejo nauseoso, que con el jalón de pelo,
yo me viera forzada a girar la cabeza hacia un lado.
- Mámele cabrona…me ordenaba el hombre
jadeando.
Como fui capaz, logré con gran esfuerzo,
extraerme su pene de mi boca, y viéndolo a su rostro deformado, como pude
balbucee con voz entrecortada:
- Maldito animal…abusivo…
Sus ojos enrojecidos me vieron arrojando
chispas; el hombre se había transformado en un feroz licántropo, y mediante una
voz gruesa y cavernosa, bufando agitado, me advirtió:
- Me la voy a coger Sandra…no importa que
luego usted me mande golpear, o incluso matar, o a encarcelarme…
Su figura me causo miedo, y sumisamente lo
obedecí; mientras mis nervios se encontraban a reventar, a la vez que, de nueva
cuenta, era obligada por el transformado individuo a mamarle todo aquello. El
inesperado encuentro, me estaba llevando al dolor y a la locura sexual: No era
capaz de discernir cabalmente un sentimiento de otro. A su vez, influía el
hecho de que nos pudiesen ver algunos clientes, lo cual afortunadamente no
ocurrió; ya que todos transitaban tan ensimismados, resultando casi imposible
de creer, que algo así, pudiese suceder en plenas narices de muchos, y pasar
desapercibido; yo solo rogaba porque de los autos estacionados lateralmente al
mío, no llegaran los dueños, y nos descubrieran “in fraganti” y en ese
instante, vino a mi mente, cuando cierta vez, yo, en el asiento de atrás del
auto con mi novio de entonces, le mamara su tieso palo, mientras transitábamos
por las calles, a la vez que, una amiga de la adolescencia, conducía,
recordando yo, como nadie se había percatado: ni de los autos ni los
transeúntes. En un arranque de increíble osadía, Robert, me condujo de la mano
a jalones, mediante una débil resistencia de mi parte; suplicando yo,
quedamente:
- Suélteme por favor… Dirigiéndose hacia
la parte frontal de mi auto; el cual, se encontraba de frente a la pared del
sótano del inmenso estacionamiento, el individuo, destrabo el cofre, y acto
seguido, lo subió, fingiendo un desperfecto. - ¡Ya te dije que te callaras! Me
ordenó el individuo…y repetía una y otra vez:
- Me la voy a coger, suceda lo que suceda
después…
Su determinación era brutal, y en ese
instante, me pareció observar a un hombre mucho más corpulento de lo que yo
creía recordar. Sus facciones eran grotescas, mientras que el abundante cabello
negro grisáceo, antes perfectamente peinado, ahora lucia con mechones por todos
lados. Creí ver, brotando de entre sus comisuras labiales, una secreción
espumosa, como una espesa baba de animal hambriento. Solamente esperaba, que no
se fuera a acercar algún buen samaritano, preguntando si ocupábamos algún tipo
de ayuda; o el mismo guardia que realiza sus rondas en esos lugares. Yo no
sabía que conducta pudiese tomar Robert en tal caso, y tampoco deseaba quedar
en esa posición embarazosa. Con el cofre del auto levantado, y empleándolo como
escudo en contra de posibles mirones, Robert, con gran ardor, me volteo de
nuevo de espaldas a él, subiendo mi falda blanca por encima de las caderas; y
viéndome el trasero, se regocijaba acariciando los calzones, para luego
proceder a nalguearme intensamente, sin importarle mi resistencia dolorosa; a
la vez que exclamaba:
- Sandrita…que buena estas… ¡ten…ten
putita hermosa!
Y las nalgadas retumbaban en el
estacionamiento… Yo lloriqueaba quedamente, para no llamar la atención de
alguien que fuera pasando, a la vez que suplicaba en voz baja:
- No por favor…ya déjeme…me duele mucho…
Pero tal, no parecía interesar al salvaje
individuo. Por el contrario, parecía que el llanto de una presa entre sus
garras, lo enardecía mayormente. Sin importarle nada, en forma brusca, separó
mis nalgas con todo y calzones puestos. Luego, de un empellón, forzó mi cuerpo
hacia enfrente, y casi caí sobre el motor del auto; y jalando violentamente, el
coqueto calzoncito para un lado, el cual trono levemente de sus elásticos
debido al estiramiento, se hincó chupando todo de atrás para adelante; metiendo
su cabeza entre mis muslos y glúteos, frotando frenéticamente mi clítoris con
sus toscas manos, para luego, introducir su pene inflamado por mi vagina; con
todo y bragas puestas, cogiéndome cada vez más duro, obligándome a subir una de
mis piernas, sobre la defensa del auto. Deseaba gritar escandalosamente, como
siempre lo hago cuando soy poseída, pero la prudencia por evitar llegar a ser
descubiertos, me lo impidió. Casi reventé mis labios de morderlos con dicho
fin. Después de un buen rato de intensa cogida, Robert eyaculó una tremenda
cantidad, mediante una exclamación y movimientos acelerados; y yo sentía, que
el semen amenazaba con escurrir a borbotones fuera de mi vagina, mientras el
individuo me ordenaba:
- Cúbrete con tu mano para que no se salga
ni una sola gota de mi leche; y vete rápido a tu casa, y llegando, muéstrale a
tu esposo tus calzones, y retira tu mano, para que la dejes escurrir toda fuera
de tu panochita…
A lo que yo, fingiendo que mi marido no
estaba al tanto de mis travesuras sexuales, dije sollozando:
- No…capaz que me hecha de la casa.
- No lo hará, dijo Robert; al contrario,
le va a encantar saber que su dulce y seductora mujercita, fue cogida en el
estacionamiento cual putita callejera.
- Eres un estúpido, le dije.
- Y tú me enloqueces tremendamente, mi
dulce amor.
Contestó lánguidamente el hombre;
plantándome esta vez, un largo como tierno beso en la boca ahora totalmente
despintada, que yo, sollozando acepté. Sus facciones de monstruo de antaño,
misma que yo observara durante la atroz cogida, ya se había suavizado de nuevo;
transformándose en el amable y fino caballero del que yo tenía recuerdos.
Entretanto, yo continuaba lloriqueando como una nena, sorbiendo mis mocos; y
Robert, ahora me observaba verdaderamente mortificado. Desde un principio,
estuve suplicándole que no me cogiera; y después de la soberana paliza, cuando
me dirigía de nuevo hacia mi auto, obedeciendo sus órdenes, coloqué una mano en
mi entrepierna, sobre los coquetos calzones blancos; para que el semen no
escurriera fuera. Subí al auto parcialmente desgreñada, con las famosas colitas
de cabello, ahora hechas un desastre, sintiendo la mezcolanza de semen dentro
de la vagina a reventar. A través de la ventanilla del chofer, el hombre sujetó
mi barbilla, pidiéndome ahora, cariñosamente que lo viera a los ojos, y dijo:
- Amor, te suplico: ocupo volver a amarte
muchas veces más. ¿Me entendiste?
A la vez, que yo presentaba hipos de
llanto, y sin responder absolutamente nada, le di reversa a mi auto, pero
apretando mis fuertes muslos, para evitar la salida de semen, y de tal manera,
partí a toda prisa, rumbo a casa; observándole agitar su mano en señal de
adiós, reflejado en el espejo retrovisor. Llegando a casa, recompuse mi rostro,
abandonando por completo, mi hasta cierto punto: teatral llanto; y sonriendo le
dije a mi esposo:
- Me encontré accidentalmente con Robert…
Y mientras este me miraba sorprendido,
dado mi aspecto ahora desastroso, ya que, en la mañana, había salido de casa,
muy bien arregladita; presentando ahora, los estragos debido a la tremenda
cogida, junto con el calor del sótano, que nos hizo sudar intensamente a Robert
y a mí, respondió:
- ¿Qué Robert?
Pero antes de que yo respondiese,
sentándome de golpe en el sofá, elevé las piernas, y separándolas con las
pantaletas aun puestas, dije:
- ¡Mira!
Con los ojos abiertos de sorpresa, mi
esposo observó como mis bragas, ¡estaban empapadas de semen! Y yo, tuve la
erótica ocurrencia de bajármelas lentamente, para que este viera mi hermosa
vagina, llena a reventar de leche de macho; desprendiéndose unas hebras de
viscosidad pegadas a las pantaletas, y luego, pujando, el semen borboteo
mediante un sonido peculiar de aire y liquido fuera; mientras que una parte de
este, se fue hacia el trasero, en donde sentí delicioso cosquilleo; y al
colocarme de pie, el engrudo humano, escurrió por entre mis lindas piernas…
Mi esposo, transformado también en un
energúmeno por lo observado, me cogió de perrito con brutalidad; y lo disfruté
tremendamente, entre intensas nalgadas, y palabras humillantes. Al caer la
noche, este remato de nuevo, mientras que yo, para placer de ambos, le contaba
la manera como me había hecho gritar Robert; y toda la sarta de cosas que, a su
vez, yo le había dicho a este hombre, en el oído, y de la forma como Robert, me
había tomado de las colitas, empleándolas como manubrios; jalándome de estas,
dejándomela ir toda, hasta rebotar sus enormes huevos en mis nalgas, a la vez
que le contaba a mi esposo, que yo jadeante exclamaba:
- ¡Ay Robert!: Clávame… clávame duro por
favor…soy tuya…
En tanto que Robert, sin dejarme de jalar
de mis colitas, decía bufando:
- Ay deliciosa Sandra: Ya sospechaba yo,
acerca de tus encantadoras puterías.
Mi esposo me arrojó al suelo, desnudándome
de manera humillante, haciendo trizas mi baby doll, arrastrándome del pelo;
orinándose encima de mi cuerpo, azotándome con una tablita ex profeso mis
paradas nalgas, las cuales soportaban estoicamente el castigo, gritándome que
yo era una puta cualquiera, a la vez que yo llorando, suplicaba por su perdón,
para dar paso finalmente, a una soberana culeada…
- ¡Eres una puta Sandra Rosalía!
Gritaba mi marido; mientras me atizaba
duro, hasta por mi ano.
A partir de aquel candente instante en el
estacionamiento, cada viaje de mi persona al super, era con la esperanza de
toparme de nuevo con Robert, mismo a quien encontré cierta tarde, ya
transcurrido algún tiempo, y sin esperármelo; emergiendo como un terrible
fantasma, de entre los autos del aparcadero, produciéndome enorme susto, y un
grito de espanto; atacándome este, transformado de nuevo, en el brutal y sádico
“Mr. Hyde”. El muy infame, a rastras me condujo cual carnívoro hambriento a su
presa; tirándome de una de mis muñecas; girando, su cabeza desgreñada de un
lado a otro, como venteando, cual bestia sanguinaria, la posible presencia de
alguien; yo sollozaba, y él me ordenaba tajante:
- ¡Guarda silencio!
Elevé mi vista como una indefensa presa a
punto de ser devorada por el rapaz carnívoro; y en esta ocasión, Robert se
sentó en el asiento del pasajero de mi propio auto, y mientras yo, gimoteando,
era obligada a permanecer de pie. Este procedió a extraerse su enhiesto palo, y
agachándome bruscamente de la cabeza, mediante jalón de greñas, me vi obligada
a permanecer con el trasero parado, con mi minifalda, seguramente enseñando
todas las nalgas envueltas en bellas y sensuales bragas rosas. Robert, me
forzaba a que se la mamara; tirando de mi cabello, zambulléndola, sin
importarle mis sonidos guturales y la tos, en señal de casi asfixia; ni mis
manoteos desesperados tratando de extraerme la enorme tranca, y de vez en
cuando, bofeteaba levemente mi rostro, ordenándome:
-Quieta perrita…no me obligues a
amarrarte…
Finalmente, mediante un arqueamiento
increíble de su cuerpo, Robert estalló en mi boca; ¡tragándome todo su
abundante y espeso semen! Casi hasta la sofocación. Sentí que llenaba toda mi
boca, deglutiendo lo que fui capaz; sufriendo tanto por lo grande de la
longaniza, como por la cantidad de espeso líquido. A la vez que el hombre,
jadeando decía:
- La próxima vez, va por tu hermoso culo …
Y yo, limpiando una porción de leche
escurriendo y cubriendo parte de mis labios con mi lengua, cual chiquilla
comiendo y saboreando un helado de vainilla; respondí parpadeando angelical y
cándidamente:
- Ay no…
- ¡Como no puta! Respondió Robert
enardecido y resoplando…dándome un jaloncito de greñas y dos nalgadas intensas
que retumbaron en el sótano… para finalizar diciendo:
- Ya veremos si no….
Reconociendo que Robert, se transformaba
en un grotesco animal ante mi sensual presencia, yo no dudé ni un solo
instante, de que cumpliría sus amenazas; y contradictoriamente, un raro
cosquilleo recorría mis entrañas de deseo porque tal día pronto llegara.
Mientras tanto, el ente, aun sosteniéndome fuertemente entre sus garras, fue
suavizando de nuevo sus facciones, transformándose otra vez, en un hombre
sereno y lleno de amor; cambiando a una actitud tierna de arrepentimiento,
resarciendo con sus labios, y su enorme lengua, las heridas que el mismo había
hecho sobre mi cuerpo y alma desgarrada.
- Te amo Sandra Rosalía…señalo en tono
dolorido.
(Próximamente: Robert me conecta
salvajemente y sin piedad alguna por el trasero).
FIN.
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